La guerra de Argelia: historia y cine
  No deja de ser sintomático que haya tenido que ser el cine el que rememore “la guerra sin nombre”, io sea la guerra de Argel, y ahí está el “escándalo” provocado en el reciente Festival de Cannes por la película de Rachid Bouchared, Fuera de la ley…Ahí está “La guerre sense nom”, de Bertrand Tavernier, que causó una considerable perturbación en su momento y que sigue inédita por estos pagos…Y ahí está Cache, la penetrante aproximación de Michael Hanecke, no tanto a la guerra sino al “olvido” de las responsabilidades personales por parte de un personaje sumamente representativo de la viad cultural gala encarnado por el estupendo Daniel Auteil…
  Habría que recordar que Argelia fue apenas poco más que un espacio exótico  que el cine empleaba sin el menor rigor como escenario de “fantasías orientales” con la bellísima María Montez, como simple “western” revestido con el traje de intrépido legionarios, o de oscuros “noir”…
  Desde este punto de vista, los aficionados más veteranos quizás recuerden  anodina Argelia   (Fort Algiers,  1952), que el prolífico Lesley Selander dirigió a la mayor gloria de la belleza "mora" de Ivonne de  Carlo. 
  El título más representativo de este cine inequívocamente colonialista sería sin duda Pepe le  Moko  (Francia,  1937), cuyo éxito puede considerarse como uno de los más claros  antecedentes de la extraña  moda  norteamericana  de  efectuar  "remakes" de títulos franceses. Escrita y dirigida por el interesante Julien Duvivier, basada en una novela  firmada por un  apócrifo Detective Ashelb, se  trata de  un singular "thriller" que convirtió en  mítico el barrio   árabe Casbah (Alcazaba), un equivalente de nuestro "barrio chino"  con dos peculiaridades:  su construcción está  cubierta de toda  clase de  recovecos,  y se  erige en oposición  a la ciudad abierta ocupada por los franceses.  Es  un  "territorio comanche" por el que deambula Pepe Le Moko (Jean Gabin en su mejor momento), un gángster que adora su lejano París,  y cuya seguridad acechada por el  avieso inspector  Slimane (Lucas Gridou),  depende de las calles y de la solidaridad de la Casbah.  Después de burlar una y otra  vez  a  la  policía  colonial,  Pepe  se  deja  llevar  por un romanticismo en el que la  "femme fatale"  (Mireille Balin) es también el barco que le llevaría a Marsella y a los  bajos fondos de París, su verdadero mundo, y muere trágicamente.
  Un año más tarde, Hollywood produjo su “remake” Alger  (Algiers,    1938),  que incluso aprovecha una parte importante    del material, incluida la música de  Vicent  Scotto  y  Mohamed  Uguerbuchen)  de  la  versión  de Duvivier. Como es propio, esta producción   resulta actualmente    mucho  más asequible que el original. Fue  producida  por  el  independiente Walter Wanger con diálogos  adicionales de  James M.  Cain, y se encuentra entre los trabajos m  s reputados del aplicado (e izquierdista, tuvo problemas durante la “caza de brujas”) John  Cromwell que cuida en detalle la oscura fascinación del escenario  ayudado por la fotografía. Cuenta también con un cuadro de actores muy en su papel,  comenzando por un escasamente convincente por su blandura Charles  Boyer,  una  bellísima  Hedy  Lamar  (en  su  estreno en Hollywood)  que atrae al Pepe m  s  famoso de su época,  a la trampa,  la arabizada Sigrid Gürie. Anotemos también un notable Joseph Calleia como Slimane,  el policía que urde  la trampa como un enrevesado psicólogo que sabe que la atracción de una parisina viene a ser más eficaz    que cien redadas en el laberinto de la Casbah. La parte  más  indiscutible  de  esta  versión    es  la  excepcional fotografía "noir" de Jules Kruger y Marc Fossard.
  Mucho más trivial resulta todavía Casbah (1948) que combina el "thriller" con el  musical con una banda compuesta por  Harold  Arlen  y Leo Robin.  La dirigió con cierto brío el inquieto (y conocido "black liste") John Berry, y lo hizo como profesional a la mayor gloria del envidiado Señor Charisse: un  engolado e inexpresivo Tony Martin como Pepe Le Moko,  obligado además a cantar. El insulso Tony estuvo bien acompañado por Ivonne de Carlo en papel de  la celosa amante  mora,  mientras    que  a  la  malograda  Marta  Toren  le correspondió  interpretar a la  parisina  fatal  que  arrastra al gángster  nostálgico hacia la  perdición. Ofrecida recientemente por TVE,  se descubre como un producto digno, de buen ritmo y con una buena  ambientación,  pero  muy  lejos  de  sus precedentes.
  Cuando la resistencia a la ocupación se hizo actualidad diaria, y el tema llamaba la atención de la gente, el cine comercial buscó su espacio con algunos títulos  circunstancialistas,    empezando  por    una  olvidada  y (entonces)    típica  coproducción  europea, realizada a  mayor  gloria  del colonialismo  en  la  que los "paracas"  resultan sospechosamente "traicionados por los políticos". Se trata de Marcha  o  muere  (1962)  firmada  por  un  técnico alemán responsable de varios dudosos éxitos  en  películas de "hazañas bélicas" ("Stalingrado",  1959),  Frank Wysbar, un reciclado del nazi.  Rodada  en una Andalucía “mora” de pueblos blancos con chumberas  y con  algunas  "pintadas" contra la ocupación francesa,  cuenta  la pueril trama de un  comando de  "paras" rudos, pero simpáticos (además españoles como Leon Anchóriz y Enrique Ávila, con otros europeos como Fausto Tozzi y el torvo Peter Carsten), encabezados por un decadente Stewart Granger, menos  convincente que nunca  como  un  "duro" e indisciplinado  comandante,  pero que a la hora de la verdad es el “único” capaz de realizar la misión que le ordena un alto mando (Alfredo Mayo):  raptar  a  uno de los perversos  líderes  de  los perversos insurrectos  (un despistado Carlos Casaravilla)  con la  intención de doblegar sus huestes. El pretexto sirve para que el comando despliegue toda su violencia, que algunos de los más valientes mueran heroicamente al final, con la misión cumplida, el comandante, debidamente desengañado de  la "politiquería"  de sus superiores, acaba  adoptando  a  un  niño  argelino, cuyos  padres, claro está,  han sido víctima  de la guerrilla. 
  Otro título hispano del mismo año que  hace  referencia  al  conflicto  fue    Pacto  de  silencio (1963), autoremake de otra tentativa homónima de vocación “internacional” por parte de  Antonio Román  (recordado por Los últimos de Filipinas, en la que los nativos, son rebeldes porque son paganos).  El personaje que en el original era un británico antinazi (lo cual no era poco en la españa de entonces), en esta se trata de un oficial francés que se finge muerto después de un atentado de la OAS, y únicamente un agente argelino del FLN no se traga el anzuelo. Todo es tan banal que los datos históricos no tienen más interés que el de su presunta oportunidad, pero a pesar del oportunismo, ninguno de los dos títulos fue más allá de complementar algún programa doble de la época.
  Hollywood también produjo su propia aportación, aunque con el mismo entusiasmo que estaba mostrando por la guerra del Vietnam, o sea casi ninguno. Se trata de Mando    perdido    (The  lost  command,  1965),  es una blanda adaptación del entonces "best-seller", Los centuriones del hoy totalmente olvidado Jean Lartegüy, un novelista de fama efímera que trataba de ofrecer una visión sobre los procesos de descolonización africano.  Se puede decir el enfoque de Lartegüy trata de asimilar realidades y problemas para situarlo a la altura de lectores instalados, y ofrece una visión distorsionada de  una guerra que discurrió inicialmente por unos cauces muy semejantes a los de cualquier otra guerra revolucionaria. La guerrilla se mostraba inaccesible a unas fuerzas del orden que se obstinaban en aplicar unas tácticas de policía en lo que era una verdadera guerra irregular, algo que queda explicado aunque no sus motivaciones de fondo. Empero,  pronto las autoridades galas comprendieron la gravedad del problema al que se enfrentaban, y tomaron la decisión de emplear a sus mejores tropas, paracaidistas y legionarios, casi todos veteranos de indochina como los de la película, que provocaron un vuelco en la situación militar, acosando sin cesar a las bandas rebeldes y empujándolas hacia las zonas más inhóspitas de la geografía argelina. 
  Rodada  también  en  el  sur  de  España  con  actores españoles  como sórdidos argelinos  –Barta  Barry,  Aldo  Sambrell-,  fue dirigida por un  cineasta  como Mark  Robson, ya jubilado de las inquietudes "liberales"  de su primera época (El ídolo  de  barro); de hecho, sus créditos se reducen enteramente a su primera época.  La  trama  es larga y prolija, y establece  una    conexión inicial  entre Dien-Bien-Phu con la guerra de Argelia,  con un  prologo en  el que se trata bobamente de  ridiculizar a los vietnamitas para esconder lo que había sido una clamorosa derrota.  Después de la rendición,  un grupo de "paracas" animados por otro informal y duro comandante (Anthony Quinn)  con problemas con el  Alto Mando (Jean Servais), regresa a su lugar de origen agrario en Marsella, donde es calurosamente recibido por su familia tradicionalista y   es bendecido por el  sacerdote (George Rigaud). Su reposo se lo  facilita nada menos que una  condesa  (Michele  Morgan),  viuda  de  un ilustre militar, sin embargo, el comandante se siente llamado por el deber y marcha a  Argelia, donde un argelino  que había estado  a sus órdenes (George Segal),  lidera con mano de hierro (asesina a sangre fría a uno de sus hombres poco serio). Se evoca una guerrilla que trae en jaque a  unas  autoridades corruptas,  liderada  por  un  alcalde venal (Jacques  Marin).  Los  "paracas"  intervienen  con  dureza, pero mientras que unos torturan y matan (Maurice  Ronet),  otro (Alain Delon), un teniente que ya había mostrado su  admiración por los vietnamitas,  discrepa aunque, a pesar de sus escrúpulos sigue “lealmente” las ordenes.  Sus vacilaciones dan hasta para enamorarse de la "mora" Aissa (Claudia Cardinale). Aissa representa el punto de vista de los insurrectos, y justifica incluso la acción terrorista. No duda en utilizar a su amante como  tapadera  para efectuar uno de sus atentados, dejando en un café una falsa caja de cerillas que explosionara poco después.  Al  final, la guerrilla es aniquilada,  el comandante recibe sus    medallas, y el teniente "liberal" (Delon)  abandona el ejército, y cuando abandona el cuartel contempla como en uno de sus muros un   árabe  vigilado por soldados  borra una pintada independentista,  pero  al  volver la primera esquina se encuentra que otro están justamente pintando lo  mismo; no en  vano, en la fecha de la producción los argelinos  ya  habían  ganado  la  guerra.  A pesar  de sus toques "liberales",  la película deja bien claro que  los buenos son los "paracas" y que los argelinos destrozan vidas inocentes con sus actividades, si acaso se cuestionan los excesos en la represión, aunque en realidad nada importa demasiado. No manifiesta ninguna voluntad de hacer buen cine ni de retratar un trozo de historia. Todo resulta pues, perfectamente funcional,  y los actores  se  limitan  a  hacer su "número"  sin el  menor  interés,  lo  que  acaba  contagiando al público que no  llenó las salas precisamente, pero que se estrenó en Francia en unas fechas en que Senderos de gloria de Kubrick seguía estrictamente prohibida, a pesar de estar situada en la guerra de 1914-1918.
  Mayor éxito conoció Chacal (The day of the Jackal",  1973), otro  producto  de  Hollywood que aborda tangencialmente la guerra de Argelia,  en concreto desde el capitulo de las actividades terroristas de los militares golpistas de la OAS que trataron por todos los medios de eliminar a Charles De Gaulle empleando a tal efecto, un peligroso y escurridizo asesino a sueldo magníficamente interpretado por Edward Fox. Estaba basada en  el best-sellers de  Frederick Forsyth, y fue dirigida fría y minuciosamente por Fred Zinnemann. Sin ser nada del otro jueves,  ha ganado  consideración últimamente gracias al  deleznable "remake" del mismo titulo  “dirigido”  por  Michael-Caton  Jones como un mercenario al servicio del cine más violento y fascistoíde del Hollywood actual,  y con dos actores como  Bruce Willis  y Richard Gere,  capaces  de arruinar cualquier película. En este caso, la trama argelina resulta desplazada por otra mucho más alambicada en la que el IRA y ETA entre otros, se dan la pistola o la bomba.
  Se puede asegurar que, como ha ocurrido tantas otras veces, el pueblo argelino no llegó a tener una voz propia hasta que gracias al entusiasmo de los primeros años de la revolución se desarrolló una cine argelino, pro lo general  totalmente  desconocido entre nosotros. Es un cine que había nacido ya  en el "maquis"  durante la  larga guerra  de  independencia que  tiene obviamente en esta su principal referente  temático. Su principal representante  es  Mohamed  Lakhdar-Hamána  que    en  su  día fue reclutado forzosamente por el ejército  francés al  poco de haber iniciado  estudios  de  Agricultura    y    Derecho    en  distintas universidades francesas (1958).  A los dos meses deserta y huye a Túnez    donde  trabaja  en  la  realización    de    noticiarios  y cortometrajes militantes al año siguiente tiene la oportunidad de ir a Praga para estudiar cine. Su primer largometraje, El viento de los Aurés    (1968) que "puede considerarse sin exageración el hito fundacional del cine argelino (…) tanto por su repercusión en  el  contexto  nacional  como  por  su  hondura  poética  y la intensidad  dramática de  sus  imágenes" .
    La más famosa fue  Crónica de los años de la  brasa (Waqai sanauat al-yamr), de Lakhadr-Haména, que   consiguió la Palma de  Oro en  el Festival de Cannes de 1975.  Se trata de una ambiciosa epopeya que transcurre en la región de M’Zab en vísperas de  la independencia. Deudora de la tradición del cine soviético de Dovjenko,  es considerada como  la obra máxima del cine argelino hasta el presente.
  La temática nacionalista se encuentra    presente  también  en  otra  obra  del  mismo  año, Diciembre  (Disambar)  cuya  temática  se  puede  decir  que es contrapuesta a la  un  films militarista y patriótico francés de   Pierre Schlendorffler ya  que en ‚ésta se narra la crisis de conciencia  de un militar  francés que practicó la tortura durante la guerra… 
  Otro  cineasta  formado  en  el  "maquis"  es Ahmed Rachedi, responsable  de  algunas obras de  montaje    como El alba de los condenados  (Fayar al-muazibin, 1967) y "La guerre de Algerie" (1993).  Rachedi debutó en el  cine de ficción con  una ambiciosa coproducción protagonizada por Jean-Louis Trintignant, que trata de un  soldado francés que se  pasó  al FLN,  y que constituyó un rotundo  fracaso  por  su simplismo.
  Una  escritora  y cineasta argelina,  Assia Djebbar se ha aproximado al papel jugado por las mujeres en la  lucha independentista en  La nuba  de las mujeres del monte Chenoua  (1980). También es conocido su montaje Zarda o  los  cantos  del  olvido     que  se  apoya  en  los  numerosos documentales  rodados por los franceses  en  el  norte  de Africa para ofrecer una lectura anticolonialista.
  En  resumen,  escasamente  visitada  por  el cine comercial, Argelia se convirtió en un tema  espinoso y  controvertido con su guerra de liberación.  No obstante,  a pesar de la parquedad    de títulos y  de que los  producidos por los  cineastas argelinos no nos  han  llegado,    se  puede  resaltar  la  existencia  de  una filmografía que nos ayuda a situarnos en  las "entretelas"  de un drama que marcó el fin del colonialismo clásico francés, el punto más alto de la revolución anticolonial en el  continente africano y en los países   árabes,  y que,  con la perspectiva que ofrece el tiempo,  resulta inestimable para todas las  personas interesadas por una revolución nacional, democrática y social que empezó que conoció unos años e lucha de resistencia, y luego otros de inquietud con Ben Bella, para luego entrar en la más dolorosa descomposición, y  desembocar  en  una  de  las  guerras  civiles  más retorcidas, prolongadas y trágicas de la  historia moderna.
  Ahora la historia vuelva a la portada de los diarios, pero algo ha cambiado. Fuera de la ley es una película francesa dirigida por un argelino instalado en otra Francia, una Francia multicolor tal como se puede ver en la misma selección nacional de fútbol…finalmente, volveremos a hablar de Cache, de Michael Hanecke, una película imprescindible sobre el “olvido” y la “memoria”.