«La encrucijada de la izquierda»
Uno, como cualquier persona que no mira al cielo para ver que pasa en la tierra, piensa que la izquierda tiene un problema grave y que por ello ha de asumir la responsabilidad que le toca en lo que acontece. Y cuando digo izquierda hablo tanto de gobiernos como de personas, pero más de estas últimas que son para mí quienes, si quisieran, si tuvieran sólo un poquito de conciencia ciudadana, sabrían que el mango de la sartén está en sus manos. Ya no hablo de huelgas a la antigua usanza o a la nueva con servicios mínimos brutales, con un aparato policial tremendo, no, hay otros métodos, pero claro, es menester moverse.
Los gobiernos, incluso algunos, muy pocos, como el actual de España que llegó al poder “nominal” con buenas intenciones –la ley de dependencias pasará a la historia como una de nuestras mayores conquistas sociales, pese al boicot de las comunidades gobernadas por el Partido Popular- tienen un problema: El apoliticismo del personal, que en España en particular es hijo directo del franquismo y en Europa en general del individualismo acomodaticio, egoísta, materialista y paleto. En España no se puede hablar de política en ningún sitio, enseguida el facha de turno –los hay de diferente etiología aunque predominan abrumadoramente los hijos de Franco- alza la voz y manda parar, normalmente nadie le hace frente, pero él sigue difundiendo sus ladridos creyéndose el dueño del corral porque en realidad nadie le ha dicho todavía a las claras que el corral no es suyo y que él en este corral es un proscrito. En Europa, en la mayor parte de Europa, ocurre algo parecido, no es que el facha de turno se imponga en el bar o en la cola de la panadería, es que el único debate importante es ver quien dice más burradas sobre los inmigrantes a los que explotan y necesitan. Pero vayamos por partes.
Ningún gobierno del mundo, por muy izquierdista que sea, salvo que se apoye en militares, lo que es una contradicción esencial y una aberración, puede tomar por sí solo medidas contundentes para solucionar la crisis que vayan contra la corriente. Eso sólo tendría alguna posibilidad de éxito remoto mediante un apoyo popular inmenso, cosa de la que carece y carecerá cualquier gobierno europeo en los próximos lustros, pues la tendencia para los años venideros es la del populismo más reaccionario que se cría en los viveros del apoliticismo y del escepticismo fomentado por unos medios cada vez más controlados por los dueños del capital   y una ciudadanía que no quiere saber. Si ahora mismo, el gobierno de España decidiese nacionalizar la banca, por irresponsable, los servicios públicos esenciales, controlar el movimiento de capitales o subir, mediante inspecciones fiscales exhaustivas, los impuestos directos a los que más tienen, de inmediato España sería sometida a un boicot que nos llevaría a la más absoluta ruina sin que país alguno de nuestro entorno mostrase la más mínima solidaridad. Ahí está el caso de Grecia, ahí las malditas agencias de calificación que dicen a los tiburones que manejan billones de dólares de los fondos de inversión y de pensiones que es lo que tienen que hacer con quien se desmarque.
La izquierda, hay que reconocerlo así, anda un tanto perdida. Se escriben cientos y cientos de artículos analizando la situación actual, pero sin tocar realidad, y la realidad es la que palpamos, la que pisamos, la que vivimos. Para hacer un análisis de cambio a futuro es preciso saber con los apoyos que cuentas y creo que hay que estar bastante pirado para pensar que la sociedad acomodaticia del individualismo ciego está dispuesta a sumarse a cambios drásticos que pongan en peligro lo poco o lo mucho que cada cual pueda tener.
Por el contrario, la derecha tiene muy pocos objetivos, se concentra en dos o tres cosas, tener el poder real, que es el del dinero, que lo tiene; tener el poder político para continuar la desamortización y el desvalijamiento del Estado, y mantener sus instrumentos de socialización, prensa, iglesia, semana santa, fiestas populares, cofradías, equipos de fútbol, en fin toda una serie de artilugios dirigidos por reaccionarios que han contribuido mucho al apoliticismo de la sociedad. Luego está, la política del miedo: Cuando más medios tiene el hombre para combatir crisis, plagas, hambrunas, enfermedades, entonces es cuando se inventan la teoría del miedo que parte, por poner una fecha, de lo ocurrido en las Torres Gemelas. A la derecha nunca le ha importado nada para conseguir sus tres o cuatro objetivos, ni volar edificios ni armar guerras donde haya sido menester, ni pasar por las armas a miles de personas, ni jugar con un país como Grecia al monopoli. Eso hay que tenerlo siempre claro.
La izquierda tiene la obligación ética de fijarse, al igual que la derecha, tres o cuatro objetivos inmediatos, sólo tres o cuatro, tal vez cinco, no más: Eliminar la libertad de movimiento de los capitales; recuperar un sistema impositivo proporcional y progresivo; conseguir una educación pública, única y laica, imponer un arancel a los productos que provengan de países esclavistas y lograr   un sistema salarial que tenga topes por abajo y por arriba. De mil euros a cinco mil euros, por ejemplo. Debatir constantemente sobre un cambio total de sistema, que muchos deseamos con todo nuestro corazón pero que la mayoría no lo quiere ni está por hacer nada en su favor, es meterse en un callejón sin salida.
      Pero incluso para conseguir los cambios antes enunciados, es preciso una cosa, y es que todos los sindicatos de clase de Europa, en ese sentido me importa un bledo lo que hagan los yanquis o lo que diga el Sr. Almunia y la UE, actúen ya y de modo urgente. Pues un movimiento que fije sus objetivos en algo parecido a lo aquí apuntado, no puede tener éxito en un sólo país de Europa porque sería vapuleado de inmediato por los mercados financieros. Europa es el primer espacio económico del mundo, simplemente una huelga de consumidores convocada por los sindicatos en todo el continente durante dos días, sólo dos días, haría dar parcialmente la vuelta a la tortilla y metería el miedo en el cuerpo a los que promueven la nueva ofensiva neoliberal que amenaza con sumirnos en la edad media para mucho tiempo.
¿Es eso imposible? En absoluto, el nivel de descontento de los “ciudadanos” europeos es creciente pero está siendo canalizado por los populistas xenófobos, demagogos y nostálgicos. En un par de meses de reuniones preparatorias, ya digo con tres o cuatro objetivos fijos, no más, los sindicatos domésticos europeos más los que no lo son tanto podrían parar la economía mundial durante dos días. Sólo es cuestión de ponerse a ello, de pedirlo, de exigirlo, de imponerlo.
Aquí, se sigue hablando mucho del gobierno, y el gobierno sin un pueblo detrás, sin una coordinación a nivel europeo, aunque quisiera tomar otras medidas, no podría hacerlo, de ninguna manera: Duraría lo que un caramelo en la puerta de un colegio. Está la otra opción, empujar, arrimar el hombro, presionar, exigir, a nivel europeo, desde luego, y ahí los sindicatos juegan un papel decisivo.