La crisis mundial del capitalismo y la posibilidad de lucha de los trabajadores en Estados Unidos
Presentación para el XIII Seminario del PT de México, 19-21 de marzo de 2009
La crisis mundial del capitalismo y la posibilidad de lucha de los trabajadores en Estados Unidos*
La crisis capitalista, que estalló primero con el derrumbamiento de la burbuja inmobilaria y la subsiguiente amenaza de bancarrota en Estados Unidos, se ha extendido al mundo entero. La Europa y el Japón imperialistas están del mismo modo implicados en el declive económico. A menos que sean capaces de resistir de forma efectiva, se espera que los pueblos del “Sur” sean quienes más sufran la reducción del comercio y de los precios de las materias primas, y del cierre de las fábricas. Este documento, sin embargo, se centra en los cambios que tendrán lugar dentro de Estados Unidos, su impacto sobre los trabajadores y las naciones oprimidas que viven en la prisión estadounidense de los nacionalidades. También examinaremos cómo la crisis crea la posibilidad para un resurgimiento de la lucha de los trabajadores en Estados Unidos que no se ha visto desde hace casi 70 años. Esta lucha requerirá un cambio drástico en el liderazgo de los sindicatos, un cambio que tendría impacto en el mundo entero. Los afro-americanos, los trabajadores y trabajadoras latinos, los inmigrantes y las mujeres trabajadoras jugarán un papel esencial en este nuevo liderazgo.
Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, las economías de Japón, Europa occidental y Estados Unidos están sufriendo recesiones simultáneas, es decir, se van a producir sucesivas y periódicas disminuciones en la producción. Todos los días, algún gran monopolio anuncia nuevos despidos o cierres de plantas a escala internacional. La Organización Internacional del Trabajo (OIT), con sede en Ginebra (Suiza), predice que entre 18 y 30 millones más de trabajadores estarán sin empleo en el mundo entero hacia finales de 2009.
Tras el semiderrumbe financiero de septiembre de 2008, los bancos centrales de los tres centros imperialistas abandonaron el mito neoliberal de que el mercado solucionará todos los problemas. Todo lo contrario, el sistema bancario recibió la inyección de fondos gubernamentales en dólares, euros y yenes. Mientras que en apariencia evitaban el desastre financiero, tras el “rescate” los bancos han pedido más fondos. Los bancos siguen negándose a prestar dinero. Esto no ha sido una simple crisis financiera o especulativa, sino una crisis capitalista de sobreproducción a escala global.
Cada día que pasa está más claro que la clase dirigente de los grandes poderes imperialistas no poseen una solución a la crisis actual, ya sea a corto o largo plazo. Los expertos latinoamericanos han analizado en profundidad la crisis y algunos ya han apuntado que sólo “estando preparados para enfrentarnos al desempleo y a la pobreza mediante la expropiación de los bancos, la suspensión del pago de la deuda y la nacionalización de los recursos naturales” podrán los pueblos de la región evitar las tremendas carencias (Claudio Katz, “América Latina frente a la crisis global”, http://www.lahaine.org/index.php?p=36195).
Para los trabajadores en Estados Unidos, su precaria situación y los cambios en su nivel de vida son drásticos y requieren un nivel de lucha similar para evitar peores consecuencias. La cuestión es si después de años de derrotas del movimiento sindical, del descenso de la afiliación sindical y de la pérdida de la conciencia de clase, que dura décadas, los trabajadores en Estados Unidos podrán levantarse en lucha. La respuesta a esta pregunta es importante no sólo para los 155 millones de trabajadores estadounidenses, sino para el mundo entero.  
La situación en Estados Unidos
Incluso antes del golpe de la última crisis, las condiciones de los trabajadores en Estados Unidos desde hace alrededor de 35 años estaban empeorando o estaban estancadas. Paul Krugman, economista y columnista del New York Times, escribió que durante todo ese período los trabajadores nunca habían conseguido superar la mejora salarial/hora que consiguieron en 1973. Jeff Faux escribió que los “gastos fijos de una familia – cosas que no se pueden eludir legalmente o de forma sencillal, como los pagos de la hipoteca, los gastos de farmacia, los colegios de los niños, el transporte y el seguro médico, ahora suponen cerca del 75 por ciento de los ingresos de una familia en contraposición al 50 por ciento que suponían en la década de 1970.” (The Global Class War, pág. 197). Aunque muchas familias estadounidenses de clase trabajadora se las arreglaban para mantener hasta hace poco un nivel de vida de “clase media”, esto lo hacían mediante créditos sobre la hipoteca que se sustentaban en la burbuja inmobiliaria y mediante el uso de las tarjetas de crédito para comprar las cosas imprescindibles. Ahora dos o más miembros de la unidad familiar trabajan, y con frecuencia trabajan más horas a la semana, cuando hace 30 o 40 años sólo trabajaba un miembro de la familia.
Durante estos 35 años, millones de puestos de trabajo de la industria, la mayoría de ellas con representantes sindicales, se han perdido. Los padrones los amortizaban bien sustituyéndo la technología por los trabajadores y trabajadoras o deslocalizando los trabajos a otras zonas del mundo donde la salarial es más bajo. La deslocalización de las tareas se aceleró tras la década de 1990 cuando casi la totalidad de los tres mil millones de trabajadores del mundo entraron a formar parte del mercado de trabajo capitalista. La afiliación de los sindicatos cayó desde alrededor de un 30 por ciento durante los 1960s hasta alrededor del 12 por ciento hoy día (Low Wage Capitalism, Fred Goldstein, capítulo 7, “Globalization and Low Pay.”)
Desde la última caída del empleo, que empezó en diciembre de 2007, éste ha ido a peor. Las estadísticas oficiales sitúan el desempleo en un porcentaje del 7,6 para enero y tal vez 8 para febrero de 2009. Se espera que siga en aumento en un futuro cercano, y con seguridad durante 2009 y 2010. “El desempleo total” – una cifra oficial que además incluye a aquellos que se han quedado fuera del mercado laboral por la desmoralización de no encontrar un trabajo y a aquellos que trabajan a tiempo parcial- se sitúa realmente en el 14 por ciento u más. Esta cifra supone que más de 24 millones de personas están desempleadas o subempleadas. A 26 de febrero, la cifra de desempleados que reciben una prestación es de cinco millones, lo que deja a casi 20 millones de desempleados o subempleadas sin ningún tipo de ayuda.
La situación sólo va a peor. El número de desempleados sobrepasa con mucho los limitados planes de Washington para crear empleo. Por primera vez desde 1939, el número de desempleados ha crecido en más de medio millón al mes durante un período de cuatro meses continuado.  
El paquete de medidas de Obama
La elección del presidente Barack Obama el pasado mes de noviembre fue un hecho histórico en Estados Unidos. Es difícil exagerar la importancia simbólica de la elección de un afro-americano, algo que parecía imposible sólo 15 meses antes. Obama obtuvo no sólo el apoyo prácticamente unánime de la comunidad negra, sino el voto de dos tercios de la comunidad latina y una mayor proporción de los votos de los blancos y blancas, especialmente de los jóvenes, que la que obtuvieron Bill Clinton, Al Gore o John Kerry cuando se presentaron a la presidencia. Su victoria demostró el amplio rechazo del programa derechista de George Bush. No obstante, Obama también ganó con el apoyo de un gran sector de la clase dominante estadounidense, que esperan de él que sea un presidente más eficaz de lo que Bush nunca podría llegar a ser, como representante del imperialismo estadounidense.
El nuevo gobierno ha introducido el llamado paquete de medidas de estimulación económica con la intención de rescatar y restaurar la economía capitalista. Aunque se supone que el plan creará 3,5 millones de puestos de trabajo en los próximos dos años, desde el inicio de la crisis en diciembre de 2007 se han destruido 4,2 millones de puestos de trabajo. Esto significa que aunque el plan de estímulo económico cree el número de puestos previstos, aún sigue habiendo un desempleo generalizado.
Además, el gobierno planea inyectar más dinero a los bancos que están al borde de la quiebra. El plan del gobierno para sacar de apuros a los bancos pretende dilapidar 2,5 billones de dólares, tres veces el importe del plan de estimulación económica. La excusa para aplicar este fondo es “agilizar el mercado crediticio.” Este dinero se está sustrayendo del paquete de estimulación económica; se está sustrayendo de los fondos necesarios para que las personas conserven sus hogares. Este dinero se debe utilizar para crear programas de empleo reales. Las clases trabajadoras del mundo necesitan programas de empleo directo. Incluso si los trabajadores tienen derecho a la prestación por desempleo, ésta tiene una duración limitada y no es suficiente para vivir. Lo que más necesitan los trabajadores ahora son puestos de trabajo con salarios dignos y un hogar que puedan pagar.  
El potencial para la lucha de clases
Únicamente preparando y llevando a cabo una intensa lucha de clases, la clase trabajadora podrá en Estados Unidos evitar estar avocada a la pobreza. Para todos aquellos que desde fuera hayan observado a Estados Unidos durante el medio siglo anterior, les debe parecer que tal lucha es imposible. Grandes segmentos de la clase trabajadora sindicalizada, al menos los trabajadores de origen europeo, han disfrutado de una posición relativamente privilegiada si se la compara con los trabajadores del “Sur”. El resultado de esos privilegios ha sido, durante los pasados 50 años, el afianzamiento de un modelo de dirigencia sindical conservadora. Esta dirigencia conservadora, a cambio, ha frenado cada lucha sindical decisiva desde que el gobierno de Ronald Reagan abrió una ofensiva contra el sindicato de controladores aéreos (PATCO, en sus siglas en inglés) en 1981.
Esta dirigencia confió en el Partido Demócrata, el cual de forma sistemática los defraudó. La federación de los sindicatos (AFL-CIO, en sus siglas en inglés) también se negó a expandir las luchas de una planta o de una industria al resto de la clase trabajadora, incluso en aquellos lugares en los que los afiliados ya estaban preparados para el combate. Todo esto mientras los empresarios se unían al poder del Estado capitalista para castigar a los sindicatos y encarcelar o perseguir a los y las dirigentes de las huelgas (Low Wage Capitalism, capítulo 11, “Decades of rank-and-file fight-back”).
En enero de 2009, la huelga general de Francia ha demostrado −aunque el número de sindicalistas en Francia ha disminuido a la mitad o a menos de su número inicial− que los sindicatos se pueden convertir en el foco de una lucha mucho más amplia de la clase trabajadora. Pero la lucha puede ser incluso más militante, prolongada y, sí, revolucionaria allí donde se una a la lucha contra el racismo o por la autodeterminación, como ocurrió durante las huelgas generales en Guadalupe y La Martinica y que, a 26 de febrero de 2009, siguen sin resolverse.
La lucha de los trabajadores debe unirse a las luchas de la comunidad más amplia, lo que en Estados Unidos significa unirse a la lucha de la oprimida comunidad afro-americana y también con la comunidad cuyos miembros inmigraron a Estados Unidos desde el Sur, incluidos aquellos 12 millones más que no tienen papeles, a la lucha de las mujeres por la igualdad, a la luchas de las lesbianas, gays y transexuales por sus derechos. Es desde esos sectores de la clase trabajadora  -definida en su más amplio término por Ricardo Antunes en su libro Los sentidos del trabajo como aquellos que viven de su trabajo- de donde surgirá la mayoría de los trabajadores con conciencia de clase en Estados Unidos. Ellos traerán un nuevo liderazgo a la lucha de los trabajadores (Low Wage Capitalism, capítulo 14, “Building a broad working class movement”).
Los primeros signos de la lucha que se avecina ya han aparecido. El día del inmigrante de aquel mayo de 2006, que provocó una huelga general contra las leyes represivas contra la inmigración, fue el ejemplo más poderoso. Pero en diciembre de 2008, la acción de unos 270 trabajadores en la factoría República Windows y Doors de Chicago, sorprendieron al movimiento de los trabajadores. Esos empleados (que luchaban por la indemnización en una empresa que estaba a punto de cerrar) sitiaron la fábrica y exigieron su dinero al Banco de América, el banco que se negaba a dar préstamos a los directivos de República [Windows]. Como se podrán imaginar, en este momento, los bancos no son muy populares en Estados Unidos.
Los trabajadores ganaron. La razón por la que esta lucha atrajo tanta atención es que recordó las dramáticas huelgas de ocupaciones de 1937, lo que comenzó una ola a través del país de organizar a los trabajadores industriales. Muchas personas en Estados Unidos creen que se ha iniciado un período que tiene similitudes al de la Gran Depresión y existe la esperanza de que un período similar traiga grandes luchas. El liderazgo sindical de República [Windows]  -local 1110 del Sindicato de Trabajadores Eléctricos, uno de los sindicatos más progresistas en Estados Unidos−, ha estado recorriendo el país, hablando con los afiliados sindicales y otros militantes sobre su lucha. Son una inspiración.
El odio contra los bancos extiende la solidaridad a los trabajadores que están amenazados con la pérdida de sus hogares; esto significa millones de personas. En determinadas zonas del país, una de cada diez familias se enfrenta a la ejecución hipotecaria de su vivienda por no poder afrontar el pago de la misma. Cuando aumenta el desempleo, crece el peligro de quedarse sin hogar.
Se han llevado a cabo movilizaciones para detener las ejecuciones hipotecarias de las viviendas de las personas que se ven incapaces de pagar, empezando por Michigan y el sur de California y extendiéndose a muchas zonas del país. También se han producido episodios de defensa física de las viviendas. En algunas ciudades, las autoridades gubernamentales responsables de llevar a cabo los desahucios se han negado a ejecutarlos. Esos funcionarios temen que se les considere enemigos del pueblo. En un futuro inmediato, podemos esperar que se produzcan protestas similares en defensa de los puestos de trabajo. Se pueden abrir otros frentes para exigir el acceso universal a la sanidad, la educación y una mayor defensa del medioambiente.
Esperamos movilizaciones en los próximos meses. El próximo 3 de abril, en Wall Street, los manifestantes exigirán que el gobierno paguen a la gente, y no a los bancos. El Primero de Mayo habrá otra movilización por los inmigrantes, pero esperamos que otros sectores de la clase trabajadora se manifiesten en solidaridad con ellos.
Enfrentados a una profunda crisis, los banqueros, los corredores de bolsa y los empresarios empiezan a constatar que están al borde del abismo. La fuerza de una prolongada caída económica ha aplastado la posibilidad de su recuperación. Cada estímulo económico o medida salvadora anunciada por el gobierno parece quedar empequeñecida de inmediato por la magnitud de la crisis.
Lo que esto significa para los trabajadores es que no sólo es necesario prepararse para la lucha, es necesario prepararse para acabar con el sistema capitalista. Con los antecedentes padecidos por la clase trabajadora desde 1989 hasta 1991 y el posterior repliegue ideológico, esto es un problema a largo plazo para el movimiento mundial de la clase trabajadora.
En Estados Unidos, los trabajadores están experimentando la crisis más profunda −como no se experimentó en 80 años, desde la Gran depresión de 1929. La situación se deteriora drástica y rápidamente. Como materialistas, creemos firmemente que el ser social determina la conciencia en el largo plazo y las condiciones profundamente cambiantes abrirán el camino a una transformación de la conciencia y de la lucha. Mientras que los trabajadores luchan por sobrevivir, los dirigentes comprometidos en la lucha que está por llegar nunca deben abandonar los ideales del objetivo final–un mundo socialista.
**********
John Catalinotto, miembro del Partido Mundo Obrero (Workers World Party) Estados Unidos. 4 de marzo de 2009 (johnottocat@gmail.com) 
*Texto traducido del inglés por Paloma Valverde, miembro de la Campaña Española contra la Ocupación y por la Soberanía de Iraq (CEOSI, www.iraqsolidaridad.org)