
La confianza
y sugiere que su funcionamiento se debió al artificio de los sacerdotes, la crisis mundial económica del capitalismo es una merma de la confianza consecuencia del abuso de los gestores sociales.
  Si en los países de la Vieja Europa todavía la ética protestante, como factor de cohesión social, sostiene al sistema aunque a duras penas, la del nacionalcatolicismo en España ha sucumbido. Pero tampoco ha sido reemplazada ni por otra civil (configurada con jirones de la clásica) ni por la marxista. Así, en unos países más que en otros, la confianza va dejando de ser el motor espiritual del modelo. Y si la quiebra de la confianza empezó a manifestarse en el capitalismo postindutrial, con el financiero se ha hecho fosfatina. En resumidas cuentas, la pérdida generalizada de confianza ha terminado siendo otra vuelta de tuerca más en el proceso de debilitamiento gradual del capitalismo a secas, que tiene que vérselas además con la escasez creciente y galopante de los recursos del planeta.
  Esto sucede cuando ya venía cuarteado el sistema por la consciencia del común de las ciudadanías relacionada con una obviedad: que el enriquecimiento de unos cuantos se produce a costa de la pobreza absoluta de muchos y el empobrecimiento de los más. La sentencia 297 de Publio Siro, citada por Séneca en La ira, 11,8,2: Lucrum sine damno alterius fieri non potest (“no puede haber provecho para nadie sin daño ajeno”), y la de Alciato: «Ex damno alterius utilitas«, “del daño de uno surge el provecho de otro” han sido reiteradamente obviadas y ocultadas por la pedagogía del sistema…
  No es que no nos fiemos los consumidores de productores e intermediarios; ni que los ciudadanos no nos fiemos de los políticos; es que ni los ciudadanos se fían entre sí excepto si son de la misma facción. Y en medio de todo ese barullo, los bancos, correa de transmisión capitalista, tampoco se conceden entre ellos el menor crédito: tan escarmentados están con los endosos tramposos que han terminado desencadenando directamente la crisis en que se encuentra el sistema todo.
  Y el caso es que sin confianza la sociedad capitalista no puede funcionar. La mayor parte de las transacciones y acuerdos -y no sólo los mercantiles- se basan en la promesa, en el compromiso y en la buena fe. La fides es fundamental. Y en la mayoría de los casos se ve que la intención ayer, cuando se sellaron, fue espuria y maliciosa.
  Siempre la deslealtad, la delación, la desnaturalización y la traición fueron vicios generalmente provechosos. Pero es que si en otro tiempo fueron perseguidas, hoy se promueven desde las instancias mediáticas como lo más rentable de la sociedad capitalista. ¿A quién extraña, pues, una crisis de confianza anunciada y no sólo en lo económico sino también en la relación meramente humana?
  Otro día hablaré de la evaporación de la virtud. No como ñoño y debilitador elemento pedagógico del nacionalcatolicismo vinculado casi exclusivamente a “castidad”; algo también presente en el reino de los yanquis en lo que sesgadamente se ceban sus predicadores. Me refiero a la virtud intemporal como factor de la forja del carácter individual que se opone a la pedagogía del exceso y también al ejercicio sistemático de la desmesura, de la molicie y de la ociosidad. Valor eterno, para el individuo, desde la Antigüedad hasta el Humanismo. Valor sólo reemplazado e interpretado luminosamente por la ética de Marx que tampoco rige en Occidente. Así, ni aquí ni allá hay ya ética religiosa, ni hay ética civil, ni aristotélica, ni tampoco, claro está (salvo en los países socialistas), ética marxista -excepto entre los que no contamos. No hay ética de ninguna clase, y, en consecuencia, tampoco confianza, piedra angular de toda sociedad.
  Y el caso es que este sistema, que la necesita en altas dosis para remontar el vuelo, sospecho que jamás la volverá a encontrar. A ver qué pasa…