La autoridad a nivel filosófico e individual
La autoridad es uno de los fundamentos tanto del Estado en sí como de toda estructura de poder. Estamos cansados de escuchar que hemos de obedecer porque las órdenes nos las da la autoridad de turno. Pero, viviendo bajo la tiranía de un ritmo de vida agitado, bajo el estrés laboral, no nos hemos parado a pensar ni qué es eso que se llama autoridad, ni qué es la autoridad para que sea tan importante y sagrado obedecerla.
La autoridad es un concepto complejo e interesante, por lo que, en este artículo sólo voy a intentar desarrollarlo a nivel filosófico (qué es y de dónde viene) e individual, osea de persona a persona (no de élite a sociedad, que es más complejo).
La autoridad a nivel filosófico e individual
“Autoridad: Facultad o derecho de mandar o gobernar a personas que están subordinadas.”
A primera vista, al leer la definición de autoridad, nos damos cuenta que es un concepto que necesitará por lo menos grandes justificaciones, porque además de generar desigualdad entre seres humanos (insubordina unos a otros, cuando todos tienen derecho, por naturaleza según Kant, a la igual consideración de intereses[1]) sería algo absurdo, injusto y carente de lógica que unos individuos tuvieran “facultad o derecho de gobernar a personas subordinadas” sin una justificación aparente; el poder no se adquiere porque sí.
(Hablamos a nivel individual). Vale, ¿de dónde viene la autoridad? Todas las teorías e ideologías, sean favorables o no al concepto, están de acuerdo en que la autoridad no reside en el sujeto que la ejerce, sino en el que la obedece. En primer lugar, porque básicamente sin obediencia no hay autoridad. Si mi jefe me ordena a grito pelado que le traiga un café porque le apetece y no me sitúo en un puesto de inferioridad a él contra mi voluntad, ni bajo la cabeza temiendo un castigo, entonces le provocaría, además de un enfado, una pérdida de autoridad. Si nadie la reconoce la autoridad no existe, se vuelve un ente abstracto. En segundo lugar, porque en numerosos casos, las autoridades se contradicen entre sí. Imaginemos un debate entre dos científicos, dos eminencias que por su conocimiento y sus esfuerzos, se han vuelto de manera natural (sin que los imponga nadie) dos autoridades en Medicina, por ejemplo. Uno dice una cosa y el otro la contradice… ¿A quién creer? No podemos creer y legitimar a dos mensajes contradictorios, por lo cual, la autoridad no reside en el sujeto que manda. Por último, porque la autoridad, como decía el alemán Hans-Georg Gadamer, para ser legítima debe provenir de la experiencia o del conocimiento, pero la percepción de cuándo alguien ha llegado a ser una autoridad por experiencia o conocimiento es subjetiva. ¿Cómo funciona esto de la autoridad, llegas a una edad, o a un escalón de conocimiento y de repente adquieres toda la autoridad o es gradual? ¿Por qué no hay consenso en que Trotsky es una autoridad si supuestamente es un valor unido a él y todos deberían ser capaces de percibirla? ¿Quiénes somos nosotros para decir que quienes no lo reconocen como autoridad están equivocados si no existe una verdad universal[2]? Nosotros decidimos a quién consagramos como autoridad.
En nosotros existe la libertad generalmente reprimida, de decidir a quién consagrar como autoridad. ¿Pero qué mecanismos posee la autoridad para hacernos obedecerla? ¿Y si no la obedecemos porque perjudica gravemente nuestros intereses, vulnera nuestros derechos o sobrepasa impunemente[3] el límite ético?
Los mecanismos para hacernos reconocer una autoridad son la legitimidad (concepto imprescindible que se puede obtener con conocimiento y experiencia, -el problema es que son percepciones subjetivas-) o la coacción muy común en nuestros días con la omnipotencia de los medios de comunicación). Por otra parte, en el caso de que no la obedezcamos se puede recurrir (y normalmente se hace) a la utilización de más coacción todavía (intentos de convencer desesperados, forzosos, de forzar a alguien contra su voluntad) o si no, incluso a la represión (amenazas e incluso todo tipo de castigos para penar una conducta).
Hay que subrayar que las autoridades legítimas son necesarias y positivas para el ser humano y para la organización de las sociedades. Es positiva en el sentido de que el individuo ha confiado en ella por su voluntad y no porque lo fuercen con amenazas o represión. De hecho, a la autoridad legítima, casi podríamos quitarle el nombre, dejándole sólo el apellido (dejando idea, o persona legítima), porque, toda creencia y autoridad (como por ejemplo la creencia en una ideología política y en el mensaje de los intelectuales y políticos que mejor la representan) que el individuo escoja libremente, está enemistada con la “autoridad al uso” con las frases de soy tu superior por que sí o porque me lo he ganado.
No obstante, para que haya “autoridades legítimas”, positivas, que no impongan violentamente a un ser humano por encima de otro, que no se enemisten con la igualdad humana, que no suman al individuo “inferior” en los páramos denigrantes de la obediencia ciega, se tiene que provocar una democratización a todos los niveles de la vida moderna. La autoridad al uso ha de ser cuestionada, para no terminar en tiranía, y los límites tenemos que dictarlos todos. Por ello, sólo queda hacer un llamamiento a la rebeldía legítima a nivel individual contra los abusos de las autoridades (que casi siempre quedan impunes) para eliminar la desigualdad (entendida como no-consideración de intereses) en todos los ámbitos, para que todos seamos escuchados por igual. Por ello, sólo me queda elogiar, el enorme coraje de los que acompañen esta larga lucha contra la tiranía arbitraria en la vida cotidiana.
[1] “Todo ser sintiente tiene derecho a la igual consideración de sus intereses”
[2] Básicamente por la variabilidad de percepciones. La creencia en una verdad objetiva y universal ha generado incontables víctimas y exterminaciones y ha sido la causante de dogmatismos e intolerancias.
[3] Caso bastante probable, porque resulta irónico que las leyes que han de establecer los límites éticos las configuren sin ser regulados (no se realizan casi nunca de forma democrática), las élites y personas que poseen la autoridad.