José Menese hijo y testigo de las honduras del flamenco
Por Pepe Gutiérrez-Álvarez
Se ha escrito que José Menese es uno de los mejores cantaores payos del momento presente y quizá añadir que va a ser, que puede ser, en la actual coyuntura del cante jondo, lo que salvando las distancias, no solamente de tiempo, fueran Silverio y Chacón, los dos grandes castellanos del cante andaluz. Fue elogiado por escritores como Rafael Alberti, Fernando Quiñones y Antonio Gala. Algunos expertos lo situaban a la altura de cantaores como El Lebrijano, también fallecido hace poco.
De alguna manera, se puede decir que el cantaor recientemente fallecido era el producto de La Puebla de Cazalla, de sus tradiciones flamencas y de sus tragedias de moriscos, apodo como es conocida la localidad entre los pueblos vecinos, todos ellos de características e historias bastante paralelas. José, que no quiso ser zapatero como su padre, nació en 1942, en pleno “años de la jambre” y contaba la fiesta que hubo en su casa el día que al padre le pagaron con especies: con un lote de tomates. De pequeño trabajó en el campo y en la construcción, hasta que comenzó cantando en su localidad natal como aficionado, en el «Bar Central», una institución cultural y moral del pueblo gracias a la enorme humanidad de Fernando Guerrero, “Fernandito”.
En 1959 el mismísimo Antonio Mairena le presenta en su debut en el Cine Carretería de Osuna, perro su destino se decidió especialmente cuando a principios de los años 60 fue presentado en el mundo cultural madrileño por el pintor “Francisquito” Moreno Galván, también originario de La Puebla de Cazalla, al igual que su hermano “Joselito”, que conformaban un dúo excepcional unido por el arte, la militancia comunista y la devoción por el flamenco. José Mª Moreno Galván era el único comunista al que la Guardia Civil no podía detener. Chumy fue el mismo que dedicó unas crónicas satíricas a las “fuerzas vivas” del pueblo a través de La codorniz, con la colaboración de Chumy Chúmez que, por cierto, fue el que llevó a José a Madrid, a la calle Andrés Mellado, donde se reunía buena parte del mundillo artístico de Madrid y en donde las libertades sexuales estaban al orden del día. Su bisexualidad nunca fue aceptada por la gente del pueblo que lo achacaba a que se “había jartao de mujeres”.
Posteriormente, José pasó a formar parte del elenco de artistas del conocido tablao flamenco Zambra. La relación de Menese con Moreno Galván fue muy prolongada, y fue éste quien creó la mayor parte de las letras de sus discos posteriores. El contenido de estas letras, con un profundo contenido social y, en algunas ocasiones, también político, le granjeó la enemistad de las autoridades y de la censura, aunque éstas nunca hallaron excusa en las cuidadas letras de Moreno Galván para ejercer la censura sobre ellas. El autor de estas líneas recuerda haber asistido a un recital de Menese en la Universidad de Barcelona organizado por el PSUC. Aparte de esta influencia de los hermanos Moreno Galván, el comunismo de José hundía sus raíces en la propia tradición local de cuando las Juventudes Socialistas se radicalizaron, pero quizás más por el enorme eco que causó la llegada de Fidel a La Habana y la promulgación de una reforma agraria “como la queríamos haber hecho aquí” según el sentir más popular. Admirado desde Cuba, Menese no pudo hacer el camino de Antonio Gades por el mero motivo de que le daba pánico el avión.
El contenido contestatario de sus letras le valió el fervor de la resistencia antifranquista de la época y la persecución de la Guardia Civil, que no se equivocaba en querer ver en cada recital de Menese un mitin por la libertad. Pero si algo aprendió Moreno Galván fue a escribir las letras siguiendo el consejo de Buñuel, que estimó que la censura tenía toda la razón en censurar el final de Viridiana. Por la misma razón nunca pudieron “pillar” las letras de Menese que decían lo que había que decir de la manera que había que hacerlo. El mejor ejemplo es quizás el Romance de Juan García “que testamento no escribió pero lo que dejaba el pueblo lo recogería”.
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No volvieron a separarse ni artística ni personalmente. Moreno Galván fue testigo de la vida excesiva de Menese: de su consagración como «la voz del pueblo»; sus momentos de gloria, como cuando, en 1977, en un concierto en el colegio mayor San Juan Evangelista gritó para jalearse «¡Viva Mao!» en lugar de «¡Ole!»; las juergas; las críticas… «Si nos medimos, te igualo / y es porque somos tú y yo / astillas de un mismo palo«, le escribió Moreno Galván a Menese. Éste dedica a su amigo las tonas que cierran el álbum: «Que se me abrieran las carnes / y me partieran los huesos, / antes de llevar esta pena / que no resiste mi cuerpo«. No obstante, José no fue lo que se dice un “militante político”, su heterodoxia sexual le llevó a tener más de cuatro disgustos y por más que viajó lo suyo, siempre quiso volver a su “wilaya”: su casa, sus nietos, el “Central”, los amigos.
Más que como pintor, Moreno Galván es conocido por haber puesto letra a buena parte de los cantes de Menese durante la durante la década los setenta. En estas letras se deslizaban duras críticas sociales en las que se denunciaba el atraso endémico que sufrían tanto en Andalucía como el resto de España. También criticó en estas letras a las clases sociales más favorecidas por este estado de cosas y responsables del mismo: la nobleza rural y la alta burguesía, sin olvidar la extrema derecha. Estas letras le costaron en ocasiones sus querellas por parte de las autoridades, aunque por regla general, la sutileza de sus composiciones conseguía que éstas pasaran el filtro de la censura sin perder la fuerza de su denuncia. Como concejal de urbanismo en un ayuntamiento de tradición “comunista”, “Francisquito” realizó una obra urbanística local que es admirada por los especialistas. No era un hombre de planteamientos teóricos –calló ante una perorata mía contra el “realismo socialista”-, pero sí de una coherencia ética fuera de toda duda, alguien que ha dejado detrás de sí un rastro luminoso.
Menese fue el primero de una serie cantaores de flamenco que cambió el panorama del cante en los años sesenta como sucedió en Catalunya con la “nova canço”. Siempre fiel a sí mismo, a la tradición de cantaores anónimos, como lo fueron Gallardo/1, o Alvaro Triguero “Alvarito”, muerto en una accidente de moto cuando se disponía a seguir la llamada de “Francisquito”. Menese ha sido considerado como un conservador, un esencialista que se ha negado a la experimentación aunque eso no le impidió ser uña y carne con Camarón de la Isla, quien por cierto le advirtió muy seriamente contra la raya de caballo. Siempre estuvo empeñado en el estudio de los orígenes del flamenco. Era sabida su férrea voluntad de recuperación de las tradiciones proletarias del canto que se explica tanto por el grado de pureza que éste llegó a alcanzar, pero también porque era la que mejor se avenía al “mensaje” y el sentir popular de dolor solidario que el cante transmitía. Menese siempre ha respetado los esquemas clásicos del flamenco, rechazando en su repertorio innovaciones como las que otros artistas han introducido en el cante de finales del siglo XX, una opción cuya coherencia nadie podrá negar.
A través de su larga trayectoria artística puede decirse que conquistó casi todos los premios que se otorgan en el país a un cantante de flamenco y como a él le gustaba decir, tocó todos los palos del cante. “Cantaor largo”, según su propia expresión, sin pelos en la lengua, reconocido por intelectuales y la gente que sabe, fernángómez con la prensa, José nunca dejó de arremeter contra el poder («esos políticos vacíos”), ya cante en un tablao improvisado, entre amigos en el “Central” o en el Olympia de París. En 1983, tras celebrar sus bodas de plata con el cante jondo, su voz resonó en el auditorio de las Naciones Unidas en Nueva York junto a las de Montserrat Caballé y José Carreras en una versión de La vida breve, de Falla. Sin embargo, el reconocimiento nunca le ha dado ni frío ni calor.
Blas de Otero sintió en su voz, “la voz que cierra y abre las palabras, el cante cortado de perfil, bruscamente. Voz centrada ensanchándose desde dentro”. Y es que Menese a pesar de no pertenecer a la etnia gitana –que por cierto tenía su barrio propio y muy respetado en La Puebla y se mostraban mucho más abiertos que los lugareños- , hizo gala de una potente voz cuyos matices recuerdan a los grandes cantaores gitanos, especialmente a Mairena. Su trayectoria está recogida en la obra de García Gómez, José Menese, Biografía Jonda (Ed. Aguilar. 1996).
Detrás de toda esta historia está el gran terror, un tiempo del que no se podía hablar pero que se sentía en la voz y en las letras de Menese de familia de perdedores. Del mismo lugar, de la misma comunidad, el que escribe no ha podido escuchar cantar a Menese sin que se le movieran las entretelas del alma. En más de una ocasión, cuando no lo conocía nadie, cantó en el bar de mi padre. La zapatería de su padre era lugar de paso obligado, parte de esa comunidad que se forjaba hablando en el localito o en la calle. El Guernica de la Puebla no tuvo testimonios, fue algo de lo que ni tan siquiera se podía hablar. Han tenido que pasar muchas décadas para que los sucesivos gobiernos municipales de izquierda, comunista sobre todo, haya comenzado a empezar a escarbar en todo aquello, en parte presionado por una juventud a la que la radiación del “gran terror” ya no le afecta como “ a los de antes”.
Fueron Menese y Francisquito los que dejaron constancia de la mejor manera que sabían, con la voz inmarchitable de José, al que pude escuchar a medio metro hace un año y sonaba como cuando llevaba pantalón corto. El citado «Romance a Juan García», como otras referencias más o menos metafóricas sobre lo mismo, ponía el dedo en una llaga inmensa como la noche.
Como tantos otros pueblos de Andalucía y Extremadura, por La Puebla pasó la “columna de la muerte”. Todo ello lejos de cualquier guerra, sin que la izquierda hubiera matado una mosca. Llegaron en octubre del 36 para cubrir el expediente de un cupo asignado y permanecieron matando por Dios y por España hasta 1943. La lista de víctimas como las de maltratados y de maltratadas, marcó todo lo que vino después, cuando los mismos que asesinaron ocuparon cargos institucionales. Todo por querer tierra y libertad. Después, la mitad nos tuvimos que marchar.
Desde la emigración, la voz de Menese siguió siendo uno de los vasos comunicantes que nos unía con La Puebla, con la Andalucía profunda, con nuestras raíces que ahora son mestizas. Lo cual también tiene sus ventajas.
30/07/2016
Pepe Gutiérrez-Álvarez es escritor y miembro del Consejo Asesor de VIENTO SUR
Notas:
1/ No me resisto a reivindicar a este hombre enjuto, silencioso, cordelero de profesión, con una voz que te ponía el cabello de punta, anónimo más allá del anecdotario de los que le conocieron. Contaban que en una ocasión en la que los señoritos le invitaron a cantar, respondió, “Sí, hombre, con la jambre que arrastro voy a tener ganas de cantar”. Entonces lo llevaron al Casino local y le pagaron la consumición, pero cuando luego le pidieron que cantara, respondió: “Sí, hombre, con el estómago lleno lo único que me apetece es hacer ahora una siesta”, y se marchó.