¡Jesús, por Dios!
Es la 1 y media de la mañana y no hay manera de que el sueño se apodere de mi cerebro. Ni el cansancio que entre mis piernas se deja notar hace posible un desplome real de mi no pequeño cuerpo en esta cama desde que os escribo. Los sonidos de los tambores, bombos y trompetas retumban en mi cabeza despertando mi más radical anticlericalismo.  Veo lo injusto de que un grupo de paranoicos disfrazados de verdugos amenicen un año más el sinsentido de su secta jodiéndonos –en palabras poco expresadas- las horas de sueño de los que mañana haremos algo productivo o, simple y llanamente, no somos creyentes.
Con toda la impunidad del mundo salen a la calle con el riesgo de destrozar las magníficas obras de Gregorio Fernández, ocupando lo ancho de la calle y destrozando la circulación de una ciudad no precisamente caracterizada por su tranquilo tránsito. La 1 y 35. Parece que lo hacen adrede.
Valladolid en Semana Santa es como un sumidero de locura y ansiedad, de “pecadores” arrepentidos y viudas engalanadas con mantilla negra, de feligreses de base y obreros honrados pero también de fundamentalistas que se fustigan, rompen los pies o enmudecen ante la muerte del que llaman Rey. Del que se dice es el primer revolucionario de la Historia,  para unos comunista, para otros anarquista y, para los que hoy dominan el pensamiento, un revolucionario integrista con ganas de bronca. Jesucristo, ese hombre que dio su vida por combatir la pobreza, ese joven que se emborrachó y se tiró a toda aquella jovenzuela que se le cruzó en el camino, ese hippie que disfrutó como cualquier chaval lo haría en sus años mozos, es hoy la figura y el icono de lo más rancio y ultraconservador que pisa la calle. Es hoy una figura con corona de oro que preside las más lujosas catedrales de las cuales el dueño y señor es otro que se sienta en un sillón no precisamente de bajo coste. Como decía hace un rato a mis compañeros de clase, si Jesús levantara la cabeza a más de uno le “arrearía” dos hostias.
Supongo que he entrado demasiado pronto en cólera. Estamos a martes y ya estoy que me subo de las paredes, aunque he de reconocer que este no ha sido mi récord. Parece ser que el horario de ruido queda libre de pecados para la Iglesia Católica y que ningún policía municipal va a interponerse en su camino para multarlos por escándalo en la vía pública. También parece ser que este irrespeto no aprendió nunca de las manifestaciones que de vez en cuando se celebran en lo ancho de la calle, las cuales respetan horarios y marcan perfectamente los tiempos. Unas manifestaciones que, sin duda, son en torno a una base racional y que afectan a todos. Pero resulta que lo más parecido a un cuento chino es más importante que todo lo demás, más inteligible que una noche de botellón o de celebración de título de champions. Yo no me acostumbro a los privilegios de esa empresa, por muchos siglos que tengan de Historia.
El caso es que ni es sábado, ni son las ocho de la tarde ni todavía estoy de vacaciones. Aunque tonto sería si solo me quejara por eso. Esta pataleta tiene un trasfondo y es, sin rodeos, el que las sectas viven muy bien en España. El que se las permite todo, incluso a las tantas de la mañana.  Y que ya estamos cansados. De los hombres con alzacuellos que manipulan en las iglesias, de la doble moral de esta empresa con acciones en Wall Street y en una compañía de condones, del “no folles porque yo no follo” o de no mates a niños ni mates a humanos, que Dios decida. Estos que tapan los abusos a menores, que viven en lujosas mansiones predicando el voto de pobreza, que rezan por la injusticia del mundo con un crucifijo de oro y que, con toda su anchura, deciden que he cometido un pecado capital por fumarme un porro. Simplemente y con todo el cariño del mundo, déjennos en paz. Al pueblo lo que es del pueblo y para la Iglesia, como ustedes se supone que pregonan, nada de nada.
Lo siento, es un tema que me crispa demasiado. Y encima no se callan.