
Israel delenda est
  Yo no voy a morderme la lengua ni a repetir las exclamaciones aparatosas de tantos justamente indignados. Del mismo modo que esas legiones de espíritu yanqui no tienen piedad, tampoco la tengo yo en mi propuesta.
  Vista la forma de reaccionar de Israel, absolutamente desproporcionada entre el hostigamiento de los palestinos que no toleran ese Estado en lo que consideran territorios suyos, y la fuerza demoledora  y sin tregua, ni siquiera a Cruz Roja, mostrada ahora, uno no puede evitar pensar que lo sobrevenido históricamente a esas gentes pudo estarles merecido.
  La raza, la etnia, la clase o el clan que conforman un conjunto de personas distinguidas sólo culturalmente -y pare vd de contar- desparramadas por el mundo -desparramadas no de manera diferente que los gitanos y otras etnias-, se había caracterizado hasta ayer por una inteligencia notable aplicada al quehacer y el pensar en todos los órdenes y todas direcciones. Sólo faltaba a ese fenómeno étnico-cultural la prueba de fuego de la situación incierta y extrema a que sometemos el que dice ser nuestro amigo para saber si lo es. Es decir, cómo habría de comportarse como soldado y opresor. Lo que había que ver es qué haría cuando debiese demostrar su talante al pasar de dominado histórico a dominador presente. Y aquí lo tenemos. Se comporta como el más cruel y despiadado de los pueblos, de las razas, de las etnias o como quiera que etiquetemos a esos millones de individuos asentados en territorios usurpados. 
  Para llegar a este extremo, aliándose al diablo y al canallismo estadounidense, maldita también la falta que hacía de dotarles de un Estado artificial. Lo mejor que podría suceder es que los judíos o los hebreos -retorcida e intrincada manera de distinguirse esa gente en el mundo-, regresen a la diáspora y se esfume el Estado de Israel.