
Hombres de julio (1ª parte)
Examino una vez más la foto del miliciano cayendo abatido por las balas en el Cerro Muriano, congelado en una eternidad su posicionamiento contra el fascismo y fotografiado por Capa, y, a pesar del tiempo transcurrido desde que la vi por primera vez, con la historia que arrastra tras de sí, no puedo escapar al recuerdo del tremendo impacto que me causó entonces, ésta y el posterior visionado del documental Morir en Madrid en un local londinense del FRAP de 1977.
Más allá de la polémica de si la foto en sí es un “posado” o no me quedo con el gesto, la caída de ese hombre llegado desde el lejano Alcoy natal. Ese hombre, en su caída, abriendo los brazos a la nada, -que es nada todo lo que deja atrás y nada lo que le espera del otro lado de su caída-, simboliza a todos los hombres y mujeres que en aquel verano y en los sucesivos, hasta el triunfo de los “nacionales”, “atravesados por la luz de
Hombres llegados desde las filas del paro, desde los oscuros callejones de una Europa castigada por la depresión y donde la mujer trafica y se gana la vida con su propio cuerpo; desde los más modestos negocios familiares y los pequeños talleres de ebanistería de
Setentaicinco años desde aquel ya lejano:
– ¡Me voy a España, Jane!
– Mañana, no me esperen: me alisté a las Milicias Antifascistas.
– Me voy con Durruti.
– Me alisté en el 5º Regimiento.
– Cuida de los hijos: me voy a Madrid.
– Saqué pasaje para Barcelona.
– Mete lo esencial en una maleta: nos vamos a España.
Estamos en los primeros días de ese verano marcado por el fuego de los fusiles milicianos, del cañoneo de las tropas llegadas de África, del bombardeo de los aviones alemanes e italianos, de la eficiente ametralladora Hotchkiss.
Aún queda lejos el: “cautivo y desarmado el ejército rojo…” del gallego, “gallardo” y victorioso general; lejos aún los campos de concentración y todo ese entramado de comisarías, prisiones, pelotones de ejecución en las madrugadas, al pie del muro enjalbegado de tarde en tarde del cementerio, los juicios sumarísimos en el tenebroso edificio de la calle del Reloj, en las Salesas, en
Aún es posible la victoria. Aún es posible el éxito. Aún sois los victoriosos combatientes de los pinares de Balsaín, de Peguerinos, del Alto del León. Aún sois los sonrientes guerreros que desfilan en las avenidas, por el parque de
Si, todavía sois los seres invictos, luminosos, despiadados a veces con el enemigo, tiernos, bravos, de las primeras horas. Todavía flamea la bandera de abril en los balcones de los ayuntamientos de los pueblos de Valencia, de Aragón, de Cuenca, de Guadalajara, de Asturias…
Nada está escrito. Lo repiten, desde los viejos muros de las ciudades, en los túneles del “metro”, los carteles de Bardasano, de Renau, de Boix.
Todavía no cayó Bilbao, aún no tomaron Toledo, ni Talavera, ni Irún, ni Málaga, ni Almería, ni San Sebastián, ni Santander, ni Gijón. Aún los obreros del barrio sevillano de Triana caminan al encuentro de los soldados de Queipo, encrespados, enfurecidos, porque, los mismos que obstruyeron ayer cien veces en el Parlamento la reforma agraria y las medidas orientadas a sacar de la miseria a obreros y campesinos, ahora mismo están cavando la tumba de
Aún no tomaron el puerto de Alicante los italianos del general Gambara ni conocéis las atrocidades del Campo de Albatera, del Campo de
Aún no cruzaron los puentes del Manzanares ni se instalaron con sus cañones en el Cerro Garabitas.
Aún sois
¡a galopar, a galopar, hasta enterrarlos en el mar!
Aún están vivos el general Walter, y Pablo de
Aún estáis a tiempo de expulsarlos de Mallorca, de Zaragoza, de Brunete, de Belchite, de Illescas y de Somosierra.
Aún resiste Madrid, y Casado todavía no se ha rebelado contra el Gobierno de
Aún están a tiempo las potencias de elegir entre Hitler y el Frente Popular; entre el horror de Buchenwalz y la reflexión de Leonardo Boff; entre el Guernica de
Puede que aún sea posible abortar el lanzamiento de las bombas de Hiroshima y Nagasaki.
Todavía es posible escoger entre Salvador Allende y Pinochet; entre Idi Amín y Mandela; entre Yasir Arafat y Sabra y Chatila.
Todavía es posible elegir entre los jóvenes poetas Miguel Hernández y John Cornford, o las tesis de Capone y Milton Friedman; entre el mundo socialista y el mundo desolado por las guerras, el paro y los depredadores mercados.
Todavía es posible elegir entre ese pequeño hombrecillo de las películas de Chaplin y la serpiente que se está incubando en Berlín.
Enlace relacionado: