Historia del “terrorismo islámico”: Osama Bin Laden
A fines de la década del 70, los consorcios petroleros anglo-estadounidenses querían apoderarse de los recursos energéticos y de los corredores de oleoductos que salen de la cuenca del Mar Caspio. 
Para lo cual el asentamiento militar y político en Afganistán resultaba clave.
La estrategia de la CIA y de la inteligencia militar se encuadraba formalmente en la disputa por áreas de influencia que Estados Unidos y la Unión Soviética mantuvieron durante toda la Guerra Fría.
Con la administración Reagan-Bush, a principios de los 80,  se incrementó la ayuda encubierta y el suministro de armas a los mujaidines de la resistencia afgana que quería expulsar a los soviéticos de su territorio.
Dentro de ese objetivo EEUU realizó  un acuerdo secreto con  el servicio de inteligencia paquistaní (ISI) y con el de Arabia Saudita (Istajbarat), conducido desde Riad por el príncipe Turki Al Faysal, viejo amigo de la familia Laden.
La relación de la CIA con grupos radicalizados de la jihad islámica se estableció principalmente durante la gestión de Bush padre al frente de la CIA durante las administraciones de Nixon y de Ford.
Bush padre, por entonces vicepresidente de Reagan, mantenía una decisiva influencia sobre la CIA  (en ese momento comandada por William Casey) y había sido el gestor principal de la entrega de armas a Komeini a cambio de drogas y de prisioneros norteamericanos durante el Irangate.
La CIA  infiltró los cuadros combatientes islámicos utilizando de intermediario al servicio de inteligencia paquistaní (ISI), que en la actualidad sigue actuando de nexo entre los grupos terroristas que operan en Asia, los Balcanes y Medio Oriente, principalmente la red Al Qaeda.
La entrada militar de la URSS en Afganistán, en 1979, se produjo en respuesta a las operaciones encubiertas que la CIA venía realizando con grupos fundamentalistas para derrocar al régimen pro soviético en ese país.
La CIA, por intermedio del servicio secreto de Pakistán intentaba convertir la jihad afgana en una guerra de todos los estados musulmanes contra la Unión Soviética.
En esta cruzada anticomunista de Reagan-Bush  en el Asia Central también participaron de las operaciones clandestinas otros servicios de inteligencia como el británico y el Mossad israelí, que actuaban de enlace con el Medio Oriente.
Investigaciones realizadas por el FBI y el organismo antilavado Financial Crimes Enforcement Network por orden del propio Congreso norteamericano, determinaron las conexiones de esas operaciones con Salem Bin Laden (el padre de Bin Laden), el empresario James R. Bath, y el  Bank of Credit & Commerce (BBCI).
La investigación había revelado que los sauditas estaban utilizando a Bath y al BCCI para realizar lavado de dinero, tráfico de armas, y canalización de los fondos para las operaciones encubiertas de la CIA en Asia y Centroamérica.
Además de manejar los sobornos a gobiernos y de administrar los fondos de varios grupos terroristas islámicos.
En 1991, la revista Time describió a Bath como un lobbista cuyas vinculaciones iban desde la Agencia Central de Inteligencia (CIA), hasta contactos con Bush y la administración republicana de Reagan. 
Salem Bin Laden era  socio de los Bush en la compañía petrolera Arbusto Energy. Sociedad que, después de la muerte misteriosa de su padre, continuó con Bin Laden hijo y su familia.
Durante la presencia soviética de Afganistán, la CIA, bajo la dirección de William Casey canalizó 6.000 millones de dólares para financiar y entrenar a los rebeldes afganos. 
Casey convenció al Congreso norteamericano que proporcionara a los afganos los misiles antiaéreos Stinger, que sirvieron para derribar los aviones y helicópteros soviéticos, y luego, en la guerra de Afganistán del 2001, fueron  empleados por los talibanes contra los aviones y helicópteros norteamericanos.
La administración  Reagan-Bush calificó de "combatientes de la libertad" a las fuerzas islámicas que le servían de peones en el tablero del enfrentamiento global con la URSS.
Bin Laden hijo se introdujo en el escenario afgano de la mano de los servicios secretos de Arabia Saudita (el Istajbarat), de Pakistán (el ISI) y de Estados Unidos (la CIA
EL USO MEDIATICO DE BIN LADEN POR LA CIA
En la agenda de la inteligencia militar estadounidense Bin Laden obedece a dos tipos de construcciones.
Una verdadera, asociada con las redes secretas del terrorismo, y otra fabricada para consumo mediático. 
En la primera, se indica que su formación de soldado terrorista proviene de los sótanos de entrenamiento de la CIA. 
Y en la segunda,  las evidencias lo señalan como un espectro fantasmal sobre el cual se montan innumerables campañas de prensa internacional,  Cuyos resultados son siempre funcionales a los intereses estratégicos del Estado imperial norteamericano.
Al margen de su extensa biografía, también en gran parte construida por la CIA, Osama recién ingresó a la fama tras las voladuras de las Torres Gemelas en Nueva York. 
Todo el proceso de "terrorismo islámico" con Al Qaeda y Bin Laden, desde el 11-S en adelante, se desarrolla en los medios de comunicación, principalmente en las cadenas televisivas, que trasmiten en vivo las imágenes de destrucción que a través de un ida y vuelta -feed baack- generan masivamente la psicosis terrorista a escala planetaria.
Sin la "globalización de la imagen", a Washington y a la CIA les hubiera sido imposible crear la figura de Bin Laden como el mítico "enemigo número uno de la humanidad" tras la voladura de las Torres Gemelas, iniciando así la era de la utilización del terrorismo mediatizado como estrategia y sistema avanzado de manipulación y control social.
Bin Laden y la red    Al Qaeda fueron  fabricados de acuerdo a las necesidades del "nuevo enemigo", que el imperio necesitaba (tras la caída de la URSS) mostrar a la sociedad después de los atentados del 11-S, y que la inteligencia norteamericana utilizó para conseguir consenso local e internacional a sus nuevas políticas de invasión militar.
Los intelectuales y los periodistas rentados se encargaron de construirle un "perfil" a tono con los gustos consumistas de la opinión pública, y sin mostrar las redes vinculantes de su biografía con la CIA y con las políticas colonizadoras de EEUU en el mundo árabe y musulmán.  
Al margen de sus antecedentes reales, Osama representa una innovación en el campo de la inteligencia mediática americana.
Un producto acabado de la acción psicológica orientada a direccionar conducta colectiva con fines políticos. Este costado de la "leyenda Bin Laden" no fue suficientemente analizado o explorado por la prensa alternativa ni por los intelectuales críticos. 
El uso mediático de la figura de Osama por parte de la CIA, queda opacado por la psicosis de terror montada a su alrededor. 
Los expertos y analistas se concentran en el Bin Laden "terrorista", y pierden de vista los manejos mediáticos que se hacen con su imagen demonizada.
Tras el 11-S las "reapariciones" de Osama fueron un clásico en la prensa internacional.
Sus modus operandi fueron siempre los mismos.
Aparece, amenaza a Europa y a Estados Unidos con la guerra santa, promete atentados, asesinatos en masa con armas químicas y biológicas, y luego desaparece  tan misteriosamente como había llegado. 
Su imagen, recreada hasta el cansancio por las pantallas de TV., ya resulta tan "familiar" como la del Che o la de Jesucristo. 
Sus "apariciones" -en videos de dudoso origen- siempre generan pánico y  estados de "alerta rojo" en EE.UU. y en  las metrópolis europeas.
El desarrollo secuencial de sus apariciones tras el 11-S siempre obedecen a un mismo patrón.
La televisión Al Jazeera muestra los videos con sus comunicados y amenazas, las cadenas estadounidenses y europeas los difunden por todo el mundo, y la CIA -con el resto de los servicios de inteligencia- anuncia todo tipo de catástrofes terroristas en ciernes, principalmente en Estados Unidos o Europa.
Después solo hay que "relacionar" la explosión de las torres con la imagen terrorista de Bin Laden puesta en la pantalla.
Ya no se necesita mostrar las huellas sangrientas del terrorismo real.
La sola presencia del hombre del turbante alcanza para producir los efectos psicológicos buscados. 
La verificación material de los atentados, es sustituida por el temor a los atentados. 
Como el perro de Pavlov, los norteamericanos y europeos segregan adrenalina y consumen terrorismo condicionado, como si fuera verdadero.
A pesar de la recurrencia cíclica de esta metodología operativa, nadie se preguntó en la prensa internacional porque esos atentados anteriores al 11- M, nunca se concretaron. 
El 11-M obedece a un recurso extremo, cuando hay que dar un paso real para forzar el curso de los eventos.
Nadie observa ni analiza lo que ya resulta una evidencia estadística.  
Esa acción psicológica sirve a los Estados Unidos para generar consenso, interno e internacional, para sus invasiones armadas por el mundo.
No hay datos precisos de la existencia  o de la muerte de Bin Laden. 
Todavía nadie reveló como pudo escapar del cerco militar y de los misiles en Afganistán. 
Los videos difundidos por Al Jazeera son de dudoso origen, y la mala calidad de su imagen y su audio no permiten determinar su veracidad ni la fecha de su filmación. 
No hay quién se interrogue como la CIA, con sus infinitas redes de infiltración dentro del terrorismo islámico, no lo haya podido detectar ni asesinar. 
Esta falta  de análisis estratégicos sobre el uso mediático-terrorista de la imagen de Osama,  no se debe ni a la inocencia ni a la casualidad. 
La tácita complicidad de la prensa internacional con las operaciones de la CIA, es un hecho que se revela en la dinámica de su propia estructura empresarial. 
Sus intereses y negocios están asociados -por medio de complejos vasos comunicantes- a las transnacionales y  a los megagrupos financieros que operan en Wall Stret y en el Complejo militar-industrial. 
Los grandes diarios, las grandes cadenas televisivas de EE.UU. y de Europa, forman parte del exclusivo club de las 500 multinacionales que se benefician de las conquistas militares-capitalistas por todo el planeta.   
La leyenda terrorista-mediática de Bin Laden esta construida  a la medida de la nueva lógica expansiva del capitalismo transnacional.
Detrás de ese nuevo mito Estados Unidos desarrolla su estrategia de conquista militar en Asia, África, América Latina y Medio Oriente.
La "psicosis terrorista"  es alimentada a su vez, y como si fuera una novela de espionaje, por rumores de nuevos ataques de Al Qaeda, cacería de supuestos culpables, e imaginarias "pistas árabes" o "conexiones islámicas" salidas de misteriosos archivos "secretos" de los servicios de inteligencia.
Bin Laden -como ayer lo fue el comunismo soviético- es el nuevo legitimador social de las masacres capitalistas por el mundo.