Haruki Murakami se repite a sí mismo
Por Iñaki Urdanibia
Del mismo modo que se acostumbra a decir que Woody Allen es el director de cine americano más europeo, podría afirmarse algo parecido con respecto al japonés Haruki Murakami, lo cual no ha de entenderse como que en sus países no gozan de prestigio y buena salud en los que hace a gustos, éxito, ventas, etc.
Decía , creo recordar que, Gabriel García Márquez que los grandes escritores siempre escriben , o reescriben, la misma novela, afirmación que en gran medida casa con la actividad del escritor japonés, en cuya lectura siempre, tratándose del libro que se trate, siempre asoma una sensación de dejà vu, dejà vécu ( y quizá, más ajustado al caso sería dejá lu); en todas sus obras asoman una serie de aires de familia, por los acantilados de la fantasía más desbordante, y constantes ( voz narrativa masculina y amores entremezclados que suponen el desencanto de algunos y la permanencia de algún otro, y algunos seres que pretenden huir despojándose de las cadenas que les tienen atrapados) a las que se ha de sumar un espíritu cercano al bíblico Ecclesiastes ( vanitas vanitatum, et omnia vanitas) del que únicamente el arte puede ser la tabla de salvación…con la banda sonora de unos derivantes sones jazzísticos a lo Chet Baker, con fines abiertos y con amagos que acaban desembocando en situaciones que sorprenden al lector, ya que golpean en otro lugar que el que resulta casi predecible. Literatura pop con influencias de Francis Scott Fitzgerald o Raymond Carver, autores a los que por cierto ha traducido a la lengua nipona.
Uno de los permanentes candidatos, según las quinielas, al Nobel de literatura ( a la par de Philip Roth, Ismaíl Kadaré, Antonio Lobo Antunes, Thomas Pynchon, Don DeLillo o Margaret Atwood, por nombrar algunos de los más constantes)es el escritor del que hablo, del que ahora se publica « La muerte del comendador. I» ( Tusquets, 2018 /2019), primera entrega de los dos volúmenes de la que va a constar la novela. Ya antes el escritor había recurrido a la composición de una obra en varios volúmenes: ahí está su trilogía 1Q84.
Si algunas de sus constantes a la hora de perfilar sus personajes son almas solitarias, al borde de la depresión, con unos tonos deudores de un surrealismo al por mayor, nada de esto falta en su actual entrega. Un hombre, Nick Carraway, que es abandonado por su mujer, Yuzu, que le es infiel y se los desvela, lo que hace que el caballero coja su automóvil y se traslade al norte de Japón, hasta que una avería le hace detenerse en su marcha. La información acerca del protagonista es parca, como es habitual en el escritor de Kioto, y solamente algunas pinceladas nos van acercando al caballero, que es artista, y desarrolla su actividad en el campo de la pintura( estableciendo una curiosa relación entre él y sus personajes retratados), obteniendo cierto éxito impulsado por los encargos que recibe por parte de diferentes personajes adinerados; además de esto se nos da a conocer que es un ser dolido por el fallecimiento de su hermana mayor; el narrador sueña con llegar a ser un pintor tan hábil como el que había realizado La muerte del comendador, siendo consciente de que para ello necesita tiempo. Si la pretensión del protagonista es buscar la soledad que le brinda una casa que les presta un amigo, maestro de arte tradicional nipón, Tomohiko Amada, casa que tiene las condiciones ideales, con un amplio y selecto surtido de discos de ópera, en lo que hace a aislamiento y vistas soberbias, la soledad se va a ver interrumpida por diferentes visitas que funcionan como verdaderas apariciones. Alumnas, adolescentes, con las que establece estrechas relaciones ( escenas que precisamente han supuesto un sonado escándalo al ser limitada la exposición de la novela en la feria de Hong Kong y con limitaciones con respecto a la edad de los lectores al juzgar que la novela era indecente…cuando la verdad es que tampoco es para rasgarse vestidura alguna), algún cliente, Wataru Menshiki – del que no se ahorran detalles de su participación en la segunda guerra mundial-, que conduce lujosos Jaguars y que le paga una enorme cantidad por su trabajo; el modelo , no obstante, provoca en el pintor serias dificultades para ser el retratado. Más adelante hallará en el desván un cuadro de suma violencia, cuyo título da nombre al libro, relacionado con el don Giovanni de Mozart realizado con la técnica propia del tradicionalismo japonés, lienzo que obsesiona a nuestro hombre. Si antes señalaba el enredo originado por la supuesta indecencia de la novela, en su país se ha acusado al escritor de posicionarse a favor de los chinos al referirse a la “guerra de la Gran Asia” que enfrentó , en 1927, a los japoneses con sus vecinos.
A la espera de la segunda entrega, que se publicará este mismo mes, cuyo título es La metáfora se desplaza, que es de esperar que sirva para relacionar las distintas fichas expuestas por el escritor, los vaivenes , las vueltas y revueltas son de momento los movimientos que produce el viaje por el universo-Murakami, plagado de detalles y de una atmósfera fantasmagórica, onírica, quedándonos, tras la travesía de casi quinientas páginas, con todas las cartas mezcladas encima del tapete y el misterio permanece a la espera de su aclaración..en los tránsitos que se dan entre las artes, la música, entre la narrativa occidental ( el mito de don Juan, los demonios de Dostoievski o Alicia en el país de las maravillas…y, por supuesto, Mozart) y los cuentos tradicionales japoneses
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Según se anuncia, en La metáfora se desplaza, una chica ha desaparecido y se sospecha que en ello pueda tener algo que ver Menshki, la acción se desplaza a un hospital en el que Tomohiko Amada está ingresado…y el cuadro toma vida, ofreciendo el comendador su vida a cambio del de la chica; el narrador ha de clavarle el cuchillo…mas un ser extraño aparece e invita a los presentes a entrar a un paso subterráneo…por tal camino el narrador va a verse enfrentado con las fuerzas del mal…
Un par de artículo sobre libros anteriores del autor japonés:
Música de la noche
+ Haruki Murakami
<< After Dark>>
Tusquets, 2008.
248 págs. / 17 €.
Estamos en Tokio y la cosa comienza poco antes de las doce que supone el cambio de día, y vamos a ir pasando a conocer distintas entregas de los hechos acontecidos en distintos locales de diversión y de trabajo, y en alguna vivienda hasta prácticamente las siete de la mañana. La música de fondo el jazz-desde el mismo título que retoma el nombre de una canción interpretada por el trombonista Curtís Fuller- y algunos ritmos estridentes del hi-hop a todo volumen que se extienden desde los garitos iluminados con los intermitentes y llamativos neones; y siempre vigilados o convertidos en voyeurs por pantallas y cámaras varias, pues la novela del japonés Haruki Murakami es musical y cinematográfica y no sólo por las múltiples referencias a dichas artes sino que también, y sobre todo, por la construcción y composición ensamblada de las historias.
Ya desde la primera página nos encontramos en un café en el que se da algún encuentro casual que va a ir desencadenando otros que acaban llevando a la tranquila Mari a ejercer de interprete de una prostituta china a la que el cliente la ha desplumado y dejado, amén de herida,desnuda, tirada en el hotel que para tal comercio servía. En la medida que van avanzando las escenas, van entrando en liza más personajes: la hermana somníaca de la insomne Mari, Takakashi, Kaoru, Komugi, el hombre sin rostro, algunos mafiosos chinos, el cliente brutal, trabajador informático, Kôrogi…Y les vamos viendo como si estuviésemos ubicados en un destacado panóptico, desde el que podemos observar hasta los rincones más íntimos de algunos personajes, y podemos ver sus aparatos de televisión que se disparan ellos solitos, o vemos desde las cámaras de seguridad del hotel de citas la evolución de los clientes por los pasillos, etc. Todo ello en un cambio de persona gramatical que varía desde la primera del singular a la del plural, más implicadas en lo narrado, pasando por terceras más descriptivas ellas.
La novela funciona con eficacia hasta bien mediada para luego a mi modo de ver entregarse a una deshilvanada deriva que se parece a la de un solista de jazz emborrachado, en la entrega de sus notas en su propias evoluciones. En este caso la diseminación de la que hablo en vez de mantener una cierta tensión, se diluye en una especie de agotamiento, de difuminación que deja la cosa como oscura, más que la noche de Tokio; así algunos hilos que nos habían ido atrapando en el trepidante inicio se van a quedar o bien cortados, o bien anestesiados. La levedad virtual va apoderándose del libro hasta dominar en una calma, que nada tiene que ver-supongo- con ninguna estrategia zen-deudora del nihilismo propio de la escuela de su ciudad natal, Kioto- sino más bien con un inacabamiento del que también son presa, a decir verdad, algunos grandes compositores, valga Franz Schubert como ejemplo. Y si como señalaba desde el inicio la presencia-hasta tipográfica- del reloj y el paso de sus horas es implacable, el desarrollo del libro parece haber visto como su ritmo se averiaba sobre la marcha. O tal vez sea que el narrador se haya adentrado en otro mundo(de los dos que se teorizan a lo largo del libro) del que algunos lectores, entre los que se encuentra el que esto firma, no poseemos la clave interpretativa; o todavía puede ser que flasheados por las deslumbrantes luces de la noche tokiense, ésta nos confunde como dijese un idiota. Así <<todo se convierte en un polvo fino e inmaculado que se esparce por doquier>>. Aunque también es verdad, mirando la cosa de otro modo, que si lo que el autor pretendía era crear una sensación de desasosiego o incertidumbre en el lector sumergido en medio de la noche presentada a retazos- por medio de las vivencias nocturnas de distintos personajes- desde luego lo ha conseguido
https://gara.naiz.eus/paperezkoa/20111112/302920/es/Una-utopia-ucronica-