Hacia la dictadura democrática
En temas vidriosos o que pueden serlo como éste del que hablo a continuación, los medios ordinarios y sus columnistas sesgan sus enfoques o les ponen sinapismos por razones varias; entre ellas para evitar la consabida «alarma social» que tanto aparentan preocuparles. Pero no es que les preocupe, es que ellos son los que la dosifican y provocan de varias maneras cómo, dónde y cuando les conviene. Pero nosotros, los que no vendemos nuestros libros ni hacemos caja con la tirada de un periódico, ni promocionamos desodorantes ni marcas de coches y tampoco rebuscamos votos, no tenemos por qué sortear con retoques literarios la realidad ni bordearla como hacen ellos a menudo para cosmetizarla o para vendernos el favor de que suavizan su amargor, haciéndola al final más indigesta de lo que es cuando descubrimos la patraña…
Dicho lo anterior podemos añadir, claro que con tristeza pero en voz muy alta, que sociedades como la nuestra y en general las occidentales que sólo piensan en el poder, en el dinero y en el disfrute de sensaciones, que no de sentimientos que se desvanecen poco a poco entre los jirones del tejido social, poco bueno pueden esperar de sí mismas y de su futuro en cualquier orden de cosas.
Lo que ocurre en Francia, aunque esté percutido directamente primero y luego atizado desde fuera para obtener, por Dios sabe quién, réditos políticos y de todas clases, no deja de ser una señal candente del abismo bipolar que existe entre los que lo tienen todo y los que les falta de todo empezando por una estabilidad material mínima que al final también es psicológica; entre los que están sobrados de todo y hasta ya hastiados de todo, y los que viven angustiados y apenas pueden sobrevivir en medio de bolsas de abundancia y despilfarro a su costa y a la de millones que habitan lejanas tierras y trabajan para ellos. Todos incitados y espoleados, además, por una en principio inocua publicidad en cada esquina y a cada minuto de programación televisiva. Publicidad que si actúa como estímulo para los primeros, es aguijón soliviantador para los segundos al recordarles constantemente lo que existe pero nunca podrán alcanzar desde su vida miserable.
Antes, la religión cuyas falacias y crímenes entre bastidores sólo unos pocos se podían dar el lujo de conocer, auxiliaba al aparato represor del Estado. Pero hoy la religión, aunque el envoltorio del cristianismo sirve a muchos próceres de escudo para justificar el mal que causan, su contenido moral es progresivamente irrelevante, y la contención o refreno que en otro tiempo ejercía en la sociedad es cada vez más débil. No sólo más débil, es que se está convirtiendo en factor disuasorio social al mostrar la cara de una burda propensión a hacer política rampante, a exagerar y a mentir, como se está viendo en el momento actual en España con motivo de la promulgación de la Ley Orgánica de la Enseñanza. Por eso, para llamar la atención sobre su ocaso, trata de hacer ruido en ese país la religión de los obispos…
Pero es que, por otro lado, ¿tanto extraña la reacción violenta (sobre cosas) en Francia de quien padece la violencia moral sostenida y prolongada? ¿Hay alguien que no haya pasado por el trance de la violencia moral siquiera fugazmente alguna vez en su vida, y no comprenda esa reacción de indignación para responder a ella? ¡Cuántos no terminarían descargando su iracundia e impotencia más o menos así de haber contado con la consigna oportuna y la sinergia oportuna en el momento oportuno! Sólo los débiles de espíritu, los resignados y los memos aguantan…
Los que detentan el control social no calculan bien estas cosas ni los efectos larvados de las desigualdades crónicas fomentadas por el sistema y en las que se recrea pervertidamente soto voce buena parte de la sociedad. Por eso les sobrepasan estas cosas y se sorprenden. O les da igual. Pues ya tienen preparado el remedio de la porra, de las mangueras, de las pelotas de goma y si es preciso de las balas de verdad. Ya tienen en las recámaras de sus ministerios policiacos la detención, la cárcel y llegado el caso la tortura. ¿Hasta cuándo pensarán que habremos de felicitarnos por la libertad… de unos cuantos, y por vivir en una democracia que vende libertad a base de porrazos, de mangueras, de gases, de la maravillosa novedad que es esa pistola paralizante Taser X26c que usarán las policías, y de guantánamos, de bombas de fósforo y napalm, como en Irak? .
El caso es que estas sociedades prometen de todo y mucha libertad. Tanto prometen, que a su reclamo acuden centenares de miles que esperan hallar en ellas Eldorado aunque luego, una vez aquí, es cuando ven que sólo unos cuantos verdaderamente la disfrutan (la libertad empieza sólo cuando se tiene asegurado ese plato de comida y el lecho que quizá despreciaron en la tierra que abandonaron). Prometen todo eso, pero al mismo tiempo los administradores políticos y los virtuales dueños financieros de cada país, a fuerza de apretar las clavijas de la economía global no hacen más que generar una creciente desconfianza entre gobernantes y gobernados, entre padres e hijos, entre maestros y alumnos, entre comerciantes y proveedores, entre policías y ciudadanos, entre profesiones liberales y clientes, entre curas y feligreses, entre jueces y justiciables…
Tanto de la desigualdad -en contra del otro componente revolucionario que dio sentido a la política y al Estado de Montesquieu, es decir, la fraternidad- como del espejuelo de la competitividad, hacen el motor principal de «el sistema». Y como el proceso degenerador es al final acumulativo y la desconfianza alcanza a todos entre sí, estas sociedades no pueden sostenerse en equilibrio por mucho tiempo. Sólo la represión policíaca será capaz de mantenerlas a duras penas controladas y en orden pero en todo caso externo. Subterráneamente, la insania y el odio a las clases dominantes siguen su labor de zapa… ¿Qué ya no hay clases sociales? Que se lo pregunten a quienes están en el fondo del saco…
Con ello, lo que al término de esta progresión de deterioro social y en virtud de las innumerables lacras y falseamientos del sistema político, a lo que se une la anestesia generalizada ante los valores morales, lo que encontraremos serán dictaduras «democráticas» locales que irán desembocando en la dictadura universal. Una dictadura que vienen preparando desde hace años los neocons americanos con la complicidad de las religiones cristianas. Desde luego Oswald Spengler, en 1921, la anuncia para el próximo siglo después de una «lenta sumersión en los estados primitivos de la humanidad a pesar de vivir una vida civilizadísima».
No lo veremos nosotros en su tramo final. Pero sí estamos empezando a ver el primero, el de la lenta sumersión…
14 Noviembre 2005