Ha muerto el obispo Pedro Casaldàliga a los 92 años
Ha viscut
Pere Casaldàliga.
Aquest és el miracle.
Fins sempre, estimadíssim.
El obispo Pedro Casaldàliga (Balsareny, 1928) se ha muerto en el hospital Santa Casa de Batatais, en el estado de São Paulo, donde fue trasladado a causa de problemas respiratorios graves. Su muerte ha sido comunicada oficialmente por el Provincial de los Claretianos del Brasil, P. Marco. También ha informado la Asociación Aragua con el Obispo Casaldàliga (Barcelona) y la Asociación Asa (Brasil).
El padre Antonio Canuto, que trabajó con Casaldàliga durante veintiséis años, explicó que el obispo había sido trasladado con una pequeña aeronave a Ribeirão Preto, desde donde fue llevado con ambulancia hasta Batatais. Casaldàliga hacía años que sufría la enfermedad de Parkinson y ya tenía muy afectada la capacidad de comunicación.
El misionero Ronaldo Mazula, quien acompañó el obispo hasta Batatais en el ingreso a la unidad de cuidados intensivos del hospital, explicó a la agencia EFE que Casaldàliga necesitaba ‘respiración artificial’ y que se sometería a una batería de exámenes que determinarían si se tenía que operar.
Casaldàliga, reconocido en el Brasil por su intensa tarea social, era conocido como el ‘obispo del pueblo’ por la defensa de los pueblos indígenas y la lucha contra la violencia en los campos. Era seguidor de la teología de la liberación, y sus ideas renovadoras de la Iglesia Católica lo convirtieron en un obispo molesto para el Vaticano durante el papado de Juan Pablo II. El año 1988 fue llamado al Vaticano para explicarse.
En 1968 fundó en Brasil una misión claretiana a Araguaia (Amazonia) y no volvió nunca más a Catalunya. En 1971 fue nombrado obispo titular de São Félix do Araguaia y el mismo día de su ordenación episcopal hizo público un documento en el cual analizaba los casos de explotación de pequeños campesinos e indígenas. Por cuya causa recibió numerosas amenazas de muerto y sufrió intentos de asesinato. De hecho, en 2012, a 84 años, tuvo que huir de casa a São Félix de Araguaia por su lucha a favor de los indígenas.
Aun así, fue obispo de esta prelatura durante cuarenta años, donde construyó una iglesia popular y abierta, y luchaba por los más pobres. También fue fundador e impulsor de movimientos sociales y pastorales que son referencia en la lucha por la tierra y los derechos de los pequeños campesinos e indígenas, como la Comissão Pastoral de la Tierra y lo Conselho Indigenista Missionário.
Casaldàliga también publicó más de cincuenta obras de prosa y poesía, que se pueden consultar libremente a internet. El año 2006 recibió el premio Internacional de Cataluña de manos de la entonces presidente, Pasqual Maragall.
https://www.vilaweb.cat/noticies/sha-mort-el-bisbe-pere-casaldaliga/
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En el nom del Pere
[Este artículo se publicó en febrero de 2018, cuando Pere Casaldàliga cumplió 90 años y se ha recuperado ahora con motivo de su muerte]
Puntal firme en tierra frágil, detrás el largo camino con todas las polvaredas y llevando consigo incansablemente la esperanza nunca vencida, Pere Casaldàliga cumple hoy noventa años. Se dice pronto. Y siempre a ras del suelo, siempre de pie y siempre de cara contra el brutal poder de la indiferencia, más sutil y menos cruel –aparentemente– que el resto de poderes, pero finalmente tan devastador, tan degradador y tan cómplice como los otros.
Andando descalzo, referente vigente y referencia ineludible por todos los que se sienten interpelados –conmovidos, inquietados, indignados– por las injusticias locales y globales, Casaldàliga optó hace mucho por la dignidad de las periferias contra la centralidad criminal de todos los palacios y todas las jerarquías. Ética de la resistencia, pedagogía de la liberación y praxis de la transformación social, incluso de cumpleaños el regalo es inverso: celebramos comunitariamente una integridad lúcida, una decencia a prueba de atentados y amenazas y la coherencia perseverante hasta las más últimas y solemnes consecuencias, todas las que implica vivir libre –como el viento– dando y dándose solidariamente sin esperar nada a cambio. Lo dijo. Y ocurre que lo ha hecho. Y sí. Atravesado por los ríos, no volverá de Araguaia a Balsareny porque no le hace falta y porque allá ha aprendido que de tierra hay solo una –la injusticia–, y es desde aquella desde donde nos silba que aprendió el respeto y el aprecio por todas las culturas, reconectando con la propia, el valor intrínseco de la diversidad entre iguales y la conciencia ecologista. Desde la demanda clara, palabra de Casaldàliga, que «un pueblo solo es libre cuando es independiente, autónomo y soberano».
En aquella tierra castigada por el que castiga el mundo –el afán de lucro, el terrorismo del poder y la indiferencia inhumana por el dolor ajeno–, llegó el 1968. Y mientras París anunciaba el mayo rojo que nunca fue, él comenzaba una revolución que todavía dura y perdura. Medio siglo atrás, en la América Latina, las aspiraciones sociales y populares estaban a punto de ser desmenuzadas y hechas desaparecer bajo el horror perpetrado por las dictaduras militares que recibieron el apoyo, otra vuelta, de todos los palacios y todas las jerarquías contra las cuales Pere –nunca en nombre propio, sino en nombre de los otros, de los olvidados, de los cansados, de los afónicos, de los invisibles y de los que vendrán– se rebelaba.
Cincuenta años después, noventa de firmeza nacida de aquel haiku paradójico de Benedetti que canta y baila que los débiles de verdad nunca se rinden, las palabras justas –las que hacen, hilan y devuelven justicia– han flotado sintéticamente de la mano de un amigo próximo. Lo sintetiza Joan Soler, compañero de viaje y claretiano de la asamblea araguaiana: «Sin ninguna fatiga por consejera, sin ningún miedo por carcelero, sin ningún odio por bandera, sin ninguna mentira por amiga, sin ninguna “titulitis” por maestra, sin ningún dinero ni poder por pontífice: solo con tus pies y tus manos y tu cuerpo y tu cerebro humildemente compartidos.» Así, eso, es Casaldàliga y todas sus noches y madrugadas compartidas. Ni miedo ni fatiga ni mentira.
Siempre, desde las primeras noticias sobre los ‘teólogos de la liberación’ que a los primeros noventa se infiltraban en un instituto de la Vila de Gràcia –precario en florituras, pero dignísimo en educación– he sentido un profundo respeto que me hacía enmudecer del todo. Hoy decimos Casaldàliga. Que es como decir Monseñor Romero. Ignacio Ellacuria. Joan Alsina. O Antoni Llidó. Y todos los otros nombres. Con el paso del tiempo, cada vez que los rememoro más se acrecienta la gratitud, más cerca me siento. De hecho, inversamente proporcional en distancia a algunas izquierdas celestiales que dicen mucho pero hacen poco y que, incluso cuando hacen, hacen lo contrario de aquello que dicen. Tragadas por la trama –una trama de poder– de la telaraña mediática, económica, electoral o institucional que Casaldàliga siempre ha denunciado y de la que siempre ha huido. En el tópico fácil, algunos nos reprochaban que hacíamos algunos anticapitalistas descarriados tan cerca del cristianismo del base. ¿Buscar respuestas? ¿Construir alternativas? ¿Echar a los mercaderes del templo? Tejíamos, continuamos tejiendo, complicidades y solidaridades. En la respuesta necesaria les decíamos –y les decimos todavía– que nunca hemos encontrado militantes solidarios tan honestos ni compañeros infatigables tan sólidos ni tan conscientes que la lucha no se acaba nunca. Cómo Jaume Botey. Lo hemos dicho muchas veces, con una sonrisa cómplice: el punto de encuentro no ha estado debatir sobre el paraíso en el cielo, sino compartir la lucha contra los infiernos de la tierra. «E a luta?» –recuerda Paco Escribano–: es aquello que te decía Pere después de decirte «bon dia». La lucha y la causa: humanizar la humanidad.
Parafraseando a Marina Garcés, al final descubrimos que no hay soberanía mejor ni más efectiva que estar lejos de los que mandan y bien cerca de los que luchan. Esto ha ido haciendo Pere Casaldàliga, en el cada día cotidiano de estas últimas décadas: un acto ininterrumpido de generosidad y compromiso, en momentos difíciles y ratos peores. Una voz resistente que no reclama tanto si hay otro mundo posible –porque ya sabe que sí y que depende de nosotros–, sino como carajo permitimos que este todavía sea posible. Hay quien no espera, hace; hay quien nunca desespera, actúa. Por eso, que diría Abelló, dado que somos hijas e hijos de esta tierra tan pisoteada, hemos salido rebeldes.
Contra la inhumanidad del momento, e incluso en el silencio de la enfermedad, Casaldàliga es hoy un efecto espejo. Nos pone ante nuestras complacencias funestas, las falsas seguridades y los conforts aparentes. Hoy, ahora y aquí –releyéndolo, reescuchándolo– es cómo si se hiciera más evidente que nunca que los utópicos del todo son quienes creen que todo irá bien si todo continúa igual.
Porque entre las distopías reales y las utopías fracasadas, queda todavía por suerte la eutopia que siempre ha reclamado construir: los buenos lugares. El sí-lugares habitables y compartibles contra los no-lugares de la injusticia. Y sí, soy ateo pero soy creyente a la vez: creo en el Pere. No lo conozco, pero es cómo si lo conociera de siempre. Creía en él ayer y creeré más mañana. Pero, sobre todo, creo hoy, en medio de la intemperie del presente. Indica Casaldàliga, cuando sigue siendo tarde, pero este es todo el tiempo que tenemos a mano para continuar haciendo futuro:
“Sed lúcidos, sed firmes.
Estad unidos.
Responded a la persecución con esperanza.
Responded al miedo con unión.”
Felicidades por los noventa, querido, pero sobre todo, noventa mil veces gracias. Por todo y por lo tanto. Y porque contigo, seguimos y seguiremos.
Indesinenter (sin pararse) y sin desfallecer.
Tal como nos has enseñado.
Y a todas las Araguaies del mundo.
David Fernàndez es periodista