Giorgio Agamben: los objetos y la vida
Un singular acercamiento al pensador italiano presentado por él mismo
A primera vista el título del libro del pensador italiano, « Autorretrato en el estudio» ( Adriana Hidalgo, 2019), puede prestarse a equívoco, al pensar que podamos toparnos con una descripción fenomenológica de su lugar de trabajo, al modo del nouveau roman, en cuyo parentesco describieron Peter Handke o George Perec sus rincones de trabajo, en los límites de lo infra-ordinario que decía el segundo de los nombrados. No obstante, al ir acompañando a la palabra escritorio la de autorretrato, nos sitúa con mayor precisión. Podría decirse que los objetos que están presentes ( cuadros, fotos, dedicatorias…libros, etc.)van íntimamente asociados a maestros, amigos, y a momentos determinados de la vida de quien escribe; en cierto sentido este apoyo en las cosas sirve para entregar la novela de formación del intelectual ya que por medio de los objetos presentes en sus diferentes escritorios ( los de Roma – Piazza delle Coppelle , Vicolo del Giglio- y también el de Venecia), de los que por cierto indica las circunstancias de su ocupación ( uno de ellos prestado por Ramón Gaya que le había sido presentado por José Bergamin, el segundo heredado de Giorgio Manganelli, por medio de los objetos – como digo- nos va dando a conocer sus relaciones con algunas personas y circunstancias que le fueron el camino a seguir, sus lecturas y los temas que iban saliendo, como preocupación, a su paso. No está de más señalar que las fotografías ( casi cien imágenes) acompañan al texto, sumamente cuidado como en Agamben es marca de la casa, lo que hace que se comprenda con mayor detalle de qué habla el italiano al verse completadas las palabras con las cosas y personas, que sirven de testimonio y de catapulta para las historias; « un filósofo que no se plantea un problema poético no es un filósofo. Ello no significa, sin embargo, que la escritura filosófica deba ser poética sino que sobre todo debe contener las huellas de una escritura poética sino que sobre todo debe contener las huellas de una escritura poética que se desvanece, debe exhibir de algún modo el retiro de la poesías» ( varias veces volverá a ello a lo largo del libro: cfr-: pp. 90, 94…). Acompaña a este estilo esmerado y líricamente reflexivo, no pocas justificaciones etimológicas que denotan la importancia que el pensador otorga a las cuestiones filológicas. Añadiré que si la obra contuviese un índice onomástico la cosa habría adquirido una extensión enorme, ya que los nombres propios abundan tanto en lo que hace a amigos, pensadores con los que ha tenido relación directa o a través de sus escritos, etc., etc., etc. material como para unas abundantes páginas amarillas.
La vista de las imágenes abre las puertas a los recuerdos de retazos de una vida, de unos encuentros, de unas lecturas y sus respectivas influencias en la obra del pensador ( « soy un epígono en el sentido literal de la palabra, un ser que se genera sólo a partir de otros y nunca reniega de esa dependencia, vive en una continua y feliz epigénesis») . El recorrido comienza con las fotos junto a Heidegger con motivo de su participación en el seminario de Le Thor en el campo de Vaucluse , conocemos también sus relaciones con el círculo de Elsa Morante, Pier Paolo Pasolini o Natalia Ginzburg entre otros, que avanzaba en paralelo al de Alberto Moravia. La foto de Herman Melville le lleva a reflexionar sobre el quehacer del autor de Moby Dick, señalando que se trata de una Suma Teológica que se emparenta con la Leyenda del gran inquisidor de Dostoievski, considerando que ambos « son los mayores teólogos de ese siglo tan pobre en teología», en el caso de americano una teología panteísta, cercana a la postura spinoziana, la de Deus sive natura, siendo la ballena blanca el mal de Dios, que deberá sucumbir ante la presencia del panteísta Ismael que le sobrevive. A continuación da constancia de la presencia en su mesa del libro de Guy Debord, La sociedad del espectáculo, pasando a narrar si estrecha amistad con el francés y las interminables y fructíferas conversaciones acerca de la búsqueda de una nueva política que se alejase de las huellas de la tradición marxista ( ¡ no de Marx!) en el movimiento obrero, al igual que señalando que el problema esencial residía en la clandestinidad de la vida privada, marcando la diferencia con los seguidores sui generis, del anterior y de muchos otros ( lectores empedernidos de Clastres, Marx, Benjamin. Heidegger…) que se reunían, y se reínen, bajo el nombre de Tiqqun. Y…Manganelli, Simone Weil ( a quien dedicó su tesis de derecho), Hölderlin van asomando con su fuerza en las páginas que se suceden desvelando nuevos encuentros, como el de Ingeborg en cuya casa conoció al cabalista y amigo de Benjamin, Gershom Scholem, o los paseos parisinos con Ítalo Calvino, cuando Agamben vivía en un apartamento que le había cedido Toni Negri, o su estrecha amistad con Pepe Bergamín
[ se ve a ambos bromeando en la foto que ilustra este artículo / por cierto el poeta envió un poema fecahdo el Donosti en navidad de 1982: « El lenguaje que hablamos no es sonora música del silencio; es como un torbellino de palabras que arrastra un fuerte viento. / Un mundanal rudio pesaroso / que sube del infierno / y con sus muchos humos enmascara / las luces de su fuego» ] a quien rinden homenaje destacando su condición de cristiano extra Ecclesiam, lo que le lleva a reflexionar sobre el propio lugar del filósofo: « el filósofo debe convertirse en extranjero respecto de su ciudad, Iván Illich tuvo que salir de alguna manera de la Iglesia y Simone Weil jamás pudo decidirse a entrar en ella. Extra es el lugar del pensamiento». Se refiere también a la asistencia a una fiesta flamenca improvisada en Sevilla – lejos de las sesiones organizadas para su exposición espectacular-, del mismo modo que elogia las obras de algunos pintores , Paco López e Isabel Quintanilla, que pasaban unos días en la Accademia di Spagna de San Pietro in Montorio. Hace notar también la influencia, o el paralelismo, con los presupuestos de Yan Thomas que « desconfiaba de los intentos del derecho de articularse con la vida…», lo que supuso el refuerzo de la arqueología del derecho emprendida en su Homo sacer. Ya las reproducciones de cuadros de Tiziano en las paredes y la acumulación de cuadernos sobre la mesa: « ocho libretas encuadernadas n varios colores. Son las libretas en las que apunto pensamientos, observaciones, notas de lectura, citas, en alguna infrecuente ocasión también sueños, encuentros o acontecimientos particulares. Son parte esencial de mi laboratorio de investigación y contienen a menudo el primer germen o los materiales de un libro nuevo o en proceso de escritura». Tampoco faltan los poemas de Caproni y las reflexiones sobre las relaciones entre música , poesía y pensamiento. En la pared una tarjeta de Alfred Jarry cuyas obras había visto representadas a finales de los sesenta. Y…amistades y más amistades, encuentros y más encuentros: con Pierre Klossowski, Jean-Luc Nancy…y la presencia en todos sus escritorios de Walter Benjamin…declarando su deuda con él: « la deuda es a tal punto incalculable que no puedo siquiera intentar dar una respuesta [ se refiera a la pregunta: Qué le debo a Benjamin]. Una cosa al menos es segura: la capacidad de extraer y arrancar por la fuerza de su contexto histórico aquello que me interesa para volver a darle vida y hacerlo obrar en el presente». Del alemán realiza un retrato biográfico, en relación con la época que le tocó padecer, relacionado su figura con el círculo de Stefan George, desmarcándose del sionismo de este último.
Pasquali, y la suma importancia otorgada a la filología, y la enseñanza relacionada con las palabras y la tradición histórica, que va siendo «consciente o inconscientemente alterada y corrompida», o su afición a la colección de cuentos infantiles y los abecedarios ( tal vez contagio de su admirado Benjamin que era un coleccionista de tales objetos) que tanto gustasen a Georges Perec o a Raymond Roussel. Las rumias acerca de que « el vocabulario de toda lengua contiene en realidad en su interior una lengua inexistente que nadie o casi nadie conoce…», idea compartida por Landolfi y por su amigo Delfini quien queriendo culminar el mismo sueño en un poema absolutamente ininteligible, Il ricordo della Basca ( El recuerdo de la vasca) , incluía sin mayor explicación una frase que nadie comprendía y de la que más tarde Agamben averiguaría su pertenencia al euskera ( Ene izar maitea / ene charmangarría – sic-). Referencia también a las historias semejantes a alas de mariposa de Robert Walser, y el proyectos no logrado de crear una revista, en sus años parisinos, con Italo Calvino…y las pinturas de Lascaux, y algunos dibujos que denotaban que « el hombre puede conocerse a sí mismo» [ refiriéndose al moribundo con el falo erecto que también dio mucho juego a George Bataille en su trabajo sobre tal cueva y los orígenes del arte].
En fin, un texto que nos abre el laboratorio de trabajo del pensador italiano, mostrándonos la trastienda de sus obras y las influencias creadas en lecturas, encuentros y amistades que hacen que el libro se convierta a la vez en un encendido homenaje a sus amigos.