G.C. Lichtenberg, la ironía ilustrada
«Lichtenberg cava más profundamente que cualquier otro, pero no vuelve a la superficie. Habla bajo tierra. Únicamente le oye quien cava profundamente»
Karl Kraus
«Os entrego este librito como un espejo para que os observéis vosotros mismos, no para que observéis a otros como con unos impertinentes»
Lichtenberg
Hablaba el siempre ocurrente Enrique Vila-Matas al arte de no acabar nada, en un acercamiento al arte del aforismo, y trayendo a colación, como no podía ser de otro modo al personaje que ocupa esta página; y es que ciertamente al alemán se le ha conocido poco menos que como el rey del aforismo, malgré-lui, y lo digo ya que muchos de los párrafos o frases que se incluyen en tal género, y se atribuyen al autor, no son sino apuntes que él anotaba en los cuadernos que siempre le acompañaban y en los que daba cuenta de los aspectos más variopintos de su vida y de la de otros, incluidos en la comedia humana. La pretensión de su escritura en tales cuadernos, quince, que comenzase en 1765 y no dejase de escribir hasta su fallecimiento, no era desde luego su publicación, sino algo de carácter personal. Sea como sea, sus textos, ocurrencias y notas, han sido habitualmente recopilados y publicados con el título de Aforismos (ahí están las ediciones del Fondo de Cultura Económica, publicada en 1989, a cargo de Juan Villoro; o la de Edhasa de 1990, a cargo de Juan del Solar, o todavía las del Círculo de Lectores, Valdemar o Cátedra), a pesar, reitero de la inexactitud de tal palabra para dar cuenta de los salteados escritos del personaje.
Pues bien, ahora se publica, en la valenciana Pre-Textos: «Sobre el poder del amor», correspondiendo la edición a José Luis Gallero y Lucas Martí Domken; éste es el responsable de la traducción, mientras que el primero escribe un jugoso y ubicador prólogo, El amor de Lichtenberg, se ha de añadir un epílogo a cargo de Carlos Fortea, El misterioso señor Lichtenberg, sin obviar las aclaraciones Acerca de la traducción, y si señalo estos detalles y textos, es debido a que no son un mero adorno sino que realmente tienen su enjundia. En la presente recopilación se reúnen anotaciones, variadas en su extensión, que tratan, como queda señalado por el propio título del volumen, a lo que se han de sumar cartas y unos anexos con notas y algunos de los textos ya nombrados. Este ilustrado inquieto, que dijese Jacques Bouveresse, que cabalgaba entre las Luces y el romanticismo, no mostraba un optimismo esperanzado con respecto al futuro y menos con respecto a los tiempos que le tocaron vivir. No fueron pocos quienes alabaron a este catedrático de matemáticas en la universidad de Gotinga, al que Kierkegaard considerase una voz del desierto, pues realmente el galardonado con diferentes distinciones universitarias y científicas e inventor de diferentes cuestiones relacionadas con los fluidos eléctricos e instalador del primer pararrayos de la ciudad en la que impartía sus cursos, a pesar de mantener relaciones con no pocas luminarias de su época: Goethe, Lavater, Volta, Franklin o Volta, y otros pensadores germanos, no era muy dado a las fiestas y comidillas (tampoco a los banquetes), y ciertamente tampoco era un ser que obedeciese al karaoke dominante de la época, puede decirse en este orden de cosas que se comportaba como un ojo avizor y crítico, que ejercía de pepitogrillo; lo hacía contra el academicismo y el diletantismo, la intolerancia y el fanatismo religioso, y a favor del racionalismo ilustrado, de la ciencia frente a los oráculos de distinto pelaje. Fiel al lema ilustrado de sapere aude, mas con el derecho a discrepar y mostrarlo en sus puntillas intempestivas haciendo gala de la parresía propia de los griegos,, que no casaban de ninguna de las maneras con el optimismo propio de la idea de progreso.
Como digo, en la presente ocasión los textos reunidos se centran en el amor, en la amistad, lo que no quita que también avancen sus píldoras por otros derroteros; en la locura que el primero provoca, el toma y daca que supone la relación de pareja, la tensión entre la carne y la mente, entre la pasión y la razón, en la importancia de los tubos en lo referente al organismo humano y a otros instrumentos; en las píldoras que va salpicando hace ver sus valoraciones sobre la mujer, su belleza y sus dotes, a veces un tanto -digamos que- deudora de su época, al igual que sus consideraciones antisemitas, mostrando en las cartas a sus amigos, sus sentimientos acerca de la pérdida de la mujer amada, al tiempo que no se recata en desnudar su atracción hacia algunas mujeres, y el deslumbre que le ocasionaban; nos movemos en medio de sagaces ocurrencias y destellos que en su fragmentariedad siempre tienen en el centro la preocupación por lo humano y el combate contra el reino de la estupidez, que no es signo de su tiempo sino que se antoja como una constante en la historia de la humanidad lo que convierte en pura actualidad la lectura de este Colón del alma humana. En lo referente al amor de Lichtenberg, según confiesa él mismo en tercera persona: «Apenas amó un par de veces. Si la primera no fue desdichado, la segunda se sintió feliz: conquistó un corazón honrado a base de alegría y ligereza». En 1977, se quedó prendado de una vendedora de flores, Dorothea Stechard; años después de la dolorosa pérdida de la joven, en 1789, contrajo matrimonio con su ama de llaves, Margarete Kellen, con quien tuvo varios hijos.
Su mirada que penetra en lo más hondo de sí, y por extensión en el de los humanos, es una mirada a ras de suelo, pero como si fuese realizada con la altura y la vista de un águila (precisamente su apellido viene a significar: luz en el monte) ; comparaba sus escritos, y los libros en general, como espejos en los que el lector se vería reflejado, verdadero espejo del alma como dijese alguien y que como él mismo sentenciase: «si un mono se acerca a un libro no se convertirá en un ángel», y debido a su agudeza y puntería a la hora de subrayar los defectos, y las posibles virtudes, de su tiempo, dejó su huella y admiración en lo pocos escritores, artistas, pensadores, etc.: W.H. Aude, André Breton, Walter Benjamin, Thomas Bernhard, Roberto Bolaño, Paul Celan, Albert Einstein, Sigmund Freud, Johann Wolfgang von Goethe, Peter Handke, Hugo von Hofmannsthal, Jean Paul, Ernst Jünger, Emmanuel Kant, Thomas Mann, Robert Musil, Friedrich Nietzsche, Alejandra Pizarnik, Arthur Schopenhauer, Susan Sontag, Leon Tolstói, Kurt Tucholsky, Ludwig Wittgenstein, y no sigo estando seguro de que me dejo alguno en el tintero; y…si Graham Greene afirmaba leer todas las noches antes de acostarse una entrada de la Enciclopedia Británica, más factible y apropiada parece el consejo de Elias Canetti que proponía leer a diario algunos aforismo del autor del que hablo, a modo de píldoras para la rumia.