Fatal contradicción
“Cooperar, ayudar a otros, que gobierne la equidad, son motivaciones básicas que se encuentran de forma global y ancladas biológicamente en el ser humano. Este modelo parece a lo largo del tiempo en todas las culturas.” (Joaquim Bauer, “Principio de humanidad: por qué cooperamos naturalmente” 2006)
Finaliza el curso escolar en casi todos los ámbitos educacionales, desde las guarderías hasta la universidad y llegan “memes” que hacen pensar:” Por qué bares con más de 30 personas y escuelas cerradas y las abiertas con 15 alumnos?” Es que nuestra economía se sustenta con una base muy amplia en el turismo y en el consumo vacacional. Este es nuestro modelo económico.
Los valores son el fundamento de la convivencia y en este aspecto apreciamos la contradicción: los valores que se enseñan en las escuelas y en las familias difieren de los valores de la economía. Y esta misma consideración la hemos apreciado en la política: los partidos que claman por la apertura económica a toda costa (las vidas importan menos…) y quienes buscaban un difícil equilibrio entre economía y humanidad.
A partir de los valores establecemos nuestras metas vitales, orientamos nuestros actos y los surtimos de sentido. En nuestra lengua española “sentido” tiene una doble acepción: de una parte “significado”, de otra “dirección”. Los valores son las señales del tráfico de nuestras vidas.
Estas guías, sin las cuales el camino se pierde y se aleja de la realidad, señalan nuestra orientación ética: confianza, esfuerzo, cooperación, honradez, voluntad de compartir, compromiso… todos ellos valores que las escuela se esfuerza en trabajar con los niños, adolescentes y jóvenes.
Cuando los jóvenes mejor formados de la historia de nuestro país llegan al mundo económico, preparados técnicamente, aprecian que aquellos valores se contraponen a la “competencia, egoísmo y a la codicia” imperantes en el mundo empresarial y sufren una desesperante contradicción: ¿hay que ser cooperativos, solidarios, ayudar a los demás y estar pendientes del bien común? ¿O, tal como se les enseña en las empresas, ser egoístas, teniendo siempre presente nuestro propio beneficio y ver a los demás como competidores a los que hay que “atar en corto” buscando sólo el progresar a base de estrujar a los demás?
Nos debemos preguntar qué opina y cómo actúa el legislador ante esta innegable contradicción. Creo que elige una vía falsa, absolutamente falsa. De un lado ofrece valores de “ciudadanía” de honradez y de participación democrática basados en la igualdad y en la cooperación; por otro lado, confirma en la práctica valores contrapuestos. Y creo que no existe en ningún lugar del mundo ley alguna que indique de debamos ser codiciosos, egoístas, avariciosos, desaprensivos… Pero en numerosísimas leyes internacionales (OMC, organización mundial de comercio; FMI fondo monetario internacional, UE, unión europea etc.) incentivan a aumentar los beneficios financieros y a ser competitivos. La consecuencia de llevar a cabo estos objetivos es la aparición de una epidemia mundial de comportamientos asociales en economía.
La tesis neoliberal que del egoísmo individual se obtendrá el bien de todos ha devenido absolutamente falsa, tanto en sus principios teóricos como en los resultados sociales de los países que promulgaron, en todo o en parte, estos falsos principios dicotómicos entre equidad, justicia y egoísmo y apropiación.
¿Puede surgir el bien común del egoísmo? Puede que surja como caridad, pero no como justicia e igualdad. La base fundacional del capitalismo (Adam Smith) se basa en que el egoísmo individualista conducirá hacia el bienestar al mayor número de personas a través de la competencia. Este es el mito capitalista y fundamentalmente falso. Si las personas perseguimos nuestro propio beneficio como objetivo primordial, como meta suprema y debemos actuar contra otras personas, si aprendemos a ser más astutos y creemos que esta es la forma adecuada de proceder, si engañar a los demás en cuanto nos aporte beneficio, entonces nos estamos comportando como seres plagiarios de la naturaleza biológica. Y con esto perdemos nuestra propia dignidad de personas. Y la dignidad es el mayor de los valores humanos.
De una encuesta callejera, a la que nos tienen tan acostumbrados los medios televisivos, obtendríamos un largo silencio si fueran interrogados acerca del significado de la dignidad, no me cabe duda alguna. Dignidad significa igualdad sin condiciones que poseen todos los seres humanos ( Declaración universal de derechos humanos Art.1.) ( La dignidad humana es la premisa para la igualdad ( E. Kant: “Metafísica de las costumbres “).
El “libre mercado” es legal, pero debemos tener en cuenta que instrumentaliza a las personas y con ello se vulnera su propia dignidad al perseguir únicamente el beneficio propio. Y en esto radica la gran paradoja: ¿Se trata de conseguir el bienestar del mayor número de personas protegiendo la dignidad de todos ellos y con ello repercutir en beneficio propio? O tergiversando y alterando la posición del mismo enunciado, ¿se trata de priorizar mi propio beneficio y bienestar aunque no atraiga el beneficio y bienestar de todos? Dicho de otra manera: el capitalismo tergiversa sus propios enunciados al utilizar a los demás como medios para sus propios fines independientemente de la dignidad de las personas.
La acepción de “Libre mercado” se contrapone a la de “Mercado libre” en el que todas las personas, entidades, empresas y gobiernos están en igualdad de condiciones y en cualquier transacción comercial pudieran salir indemnes al retirarse de ellas. Pongamos algunos ejemplos de libre comercio y no de comercio libre:
1º Una entidad crediticia puede paralizar un contrato de crédito proponiendo cláusulas que aumentan sus círculos prestatarios.
2º Las gestoras inmobiliarias pueden tomar distancia en la firma de los contratos de arrendamiento y establecer cláusulas ante las cuales no pueden reaccionar los inquilinos.
3º Las empresas pueden retroceder ante un contrato de trabajo y fijar términos más fácilmente que lo pueden hacer sus propios trabajadores.
4º Las multinacionales pueden prescindir de miles de sus colaboradores y proveedores, determinando las condiciones de sus contratos de manera más fácil que sus propios proveedores y alterar su inicial compromiso.
4º Miles de granjeros no pueden decidir libremente a quién suministrar sus productos porque a veces solo hay un comprador monopolista que abusa de su situación.
Y todo lo que enumeramos es legal. Pero la justicia y la legalidad demasiadas veces topan en un gran encontronazo porque en una sociedad cuando no se preserva la dignidad de los individuos, tampoco se protege su libertad. Las legislaciones objetivizan las desigualdades en las relaciones comerciales y con ello se olvidan de la protección de la dignidad de las personas, aquella proclama que arranca de los fundamentos constitucionales y esa protección es la premisa básica para la libertad de todos los miembros de esa comunidad.
Hoy no basta con proclamas al viento, con papeles repletos de letras escritas en oro en constituciones políticas. Los derechos humanos no son ni de derechas ni de izquierdas: son de obligado cumplimiento para las personas y para las instituciones, los gobiernos y las corporaciones multinacionales. Potenciar la desigualdad contradice la existencia democrática e idealiza “de facto” la segregación dignataria de las personas. “Cuando no se trabaja la igualdad, difícilmente de conseguirá la libertad”