Escritura de las víctimas

 

«Hablar, escribir, es para el deportado una necesidad tan inmediata y tan fuerte como su necesidad de calcio, de azúcar, de sol, de carne, de sueño, de silencio, no es verdad que puede callarse y olvidar, hace falta en primer lugar que se acuerde, es preciso que explique, que domine ese mundo del que fue la víctima»

                                                   Georges Perec

Los supervivientes de algunas de las experiencias más brutales del pasado siglo van desapareciendo; el paso del tiempo no perdona. Ello supone que los testimonios de lo padecido cobra mayor importancia si cabe de cara a la elaboración de una memoria digna del pasado. Entre quienes dieron testimonio escrito de su experiencia surgía una tensión entre la necesidad de narrar y la imposibilidad de hacerlo, ya que por una parte el dolor sufrido no se podía expresar de manera que diese cuenta cabal a los lectores del realmente padecido, a lo que se había de sumar la exigencia de hallar el tono adecuado: o bien creando un nuevo lenguaje acorde con el desastre, que rompiese con la tradición, además de evitar el riesgo de que lo literario pudiese embellecer lo descrito.

Hubo algunos entre quienes vivieron la experiencia concentracionaria que tardaron algunos años en escribir sobre ello, se veían en la tesitura de elegir entre la escritura y la vida, lo que hizo que dejasen para más tarde el relato de sus vivencias concentracionarias, es el caso de Jorge Semprún o de Imre Kertész, que cuando escribieron sobre el tema lo hicieron desde la ficción, mientras que otros, testimoniaron de manera inmediata: es el caso de Primo Levi, al que podrían añadirse David Rousset o Robert Antelme. De uno u otro modo, el motivo que les impulsó a todos a dar testimonio fue, amén del denominado deber de memoria, el hablar por quienes no pudieron hacerlo ya que fallecieron en los lager, al tiempo que hacer que se conociese la calamidad vivida con el fin de que no volviese a repetirse.

No jugaba un papel baladí el contexto a la hora de que el mensaje fuese recibido por los posibles receptores, ya que la gente no estaba para escuchar penas, ya que ellos también habían padecido las suyas; así pues, se habían de dar una relación adecuada entre el que hablase y quienes pudieran escuchar: el caso de Si esto es un hombre de Primo Levi, es ejemplar, ya que habiéndolo publicado en una pequeña editorial, pasó prácticamente desapercibido, y solamente más tarde cuando fue publicado por Einaudi obtuvo la audiencia lectora y el éxito conocidos.

Líneas más arriba me refería a la búsqueda del tono buscado por este tipo de autores, a lo que se ha de añadir que aun recurriendo a la ficción, la narración no es como un espejo que refleja tal cual lo vivido sino que se ha de dar una re-elaboración que suponga el recordar, por supuesto, mas también el reflexionar sobre lo pasado….adoptando así los textos de los autores y autoras supervivientes una indiscutible vena ética.

De todas estas cuestiones que apunto a vuelapluma y de muchas más habla la profesora de literatura alemana moderna en la Universidad de Barcelona, Marisa Siguan en su «La memoria de la violencia», recién editado por Icaria; ya en la propia cubierta del libro pueden leerse ocho nombres propios que dan cuenta de los autores en los que se va a centrar Siguan: Primo Levi, Imre Kertész, Jean Améry, Ruth Klüger, Jorge Semprún, Varlam Shalámov, Max Aub y Herta Müller.

No cabe duda de que estamos ante un libro de sumo interés si en cuenta se tiene que supone una presentación de algunos de los más, sino los más, destacadas personas que han presentado textos literarios basados en la memoria de la violencia extrema que caracteriza la historia europea del siglo XX: unos sufrieron los campos de concentración germanos, otro los organizados por la hospitalaria democracia francesa, para acoger a los republicanos españoles que huían de la peste franquista, y aún otro que sufrió el internamiento en campos del Gulag soviético; finalmente, otra presenta la experiencia de la vida infame vivida bajo la dictadura rumana.

A lo largo de la lectura podemos conocer ciertos rasgos comunes que se dan en los autores presentados, del mismo modo que conocemos las distintas visiones que les guían en lo que hace a las valoraciones: así, Levi y Semprún, por ejemplo, se mantienen fieles a la tradición humanista e ilustrada, mientras que Kertész y, nada digamos, Hans Mayer / Jean Améry que se muestra radicalmente reacio a los valores del espíritu, de cara a la supervivencia en Auschwitz…posición similar, salvando las distancias, al escepticismo acerca del futuro que mantenía Shálamov, etc.

Se relaciona a Primo Levi con la figura del revenant -presente también en Charlotte Delbo- y se incide en la tendencia que mostraba, según contaba el turinés, a contar su historia en la fábrica, o en los autobuses, sorprendiéndose a sí mismo, contando a desconocidos la experiencia pasada. Significativo en este orden de cosas el sueño que una y otra vez le asaltaba en el encierro: estaba en una comida familiar y cuando él comenzaba a relatar la vida en el campo de Auschwitz, su hermana se levantaba y abandonaba la sala. Se subraya el paralelismo que establecía Levi con el viejo marinero del poeta Coleridge, del mismo modo que se resalta las lecciones de italiano que Levi daba a Pikolo mientras iban a buscar el caldero de sopa, tomando como base el canto del Infierno de la Divina Comedia de Dante.

Para Imre Kertész,Auschwitz fue la bancarrota de todo el sistema de valores de la Ilustración y de la idea de progreso. Centrándose en su obra, El buscador de huellas, muestra las dificultades de la supervivencia tras la experiencia traumática de los campos, no solamente desastrosa para los individuos allá deportados sino con carácter más general a la sociedad occidental y sus pomposos valores y tradiciones culturales, que el húngaro pone en solfa, enfrentándose a la tradición cultural del XIX europeo…En el libro va en busca de lugares que funden la memoria, saldándose la travesía en un fracaso. Habiendo vivido también, además de su deportación al campo nombrado, en la dictadura dicha comunista de su país. Toma tales experiencias, de manera especial la Shoá como, base en torno a la que se debe reflexionar para crear un futuro que merezca la pena más allá de las lindas palabras. La escritura como búsqueda del conocimiento y como lucha contra la muerte.

Jean Améry que cambió su nombre Hans Mayer, no solamente por cuestiones de clandestinidad en la resistencia belga sino también como alejándose de la lengua de los verdugos. Contrario al valor de los valores intelectuales para sobrevivir en Auschwitz, el autor tomaba la tortura padecida en manos de la Gestapo, como hilo que guiaba sus textos recogidos en su Más allá de la culpa y la expiación. Amén de su agria disputa con Levi, al que calificaba como el que perdona, mostraba su disgusto con el escepticismo de Wittgenstein acerca de la capacidad del lenguaje para comunicar y trasmitir; igualmente se alejó, y se enfrentó, con Jean-Paul Sartre, de cuyo existencialismo había sido seguidor, al ver las últimas derivas, pro-chinas, del autor de El ser y la nada. Améry enfrenta su valoración de Charles Bovary, negando los retratos que de él dan Gustave Flaubert y su lector, Sartre, apostando por poner de relieve al médico, y mostrando su apuesta, Améry, por relacionar literatura y realidad.

La escritura como tabla de salvación para Seguir viviendo es la tónica de Ruth Klüger, que revista unos tonos autobiográficos, si bien opta por la narración fragmentaria ya que del mismo modo que los recuerdos siguen variando en la medida en que pasa el tiempo, del mismo modo que se sigue leyendo e interpretando. Queda clara en su exposición el carácter femenino y de judía laica . De siempre había mostrado interés por la literatura, que es reivindicada y que es puesta en práctica dentro del campo, a pesar de que posteriormente emite un juicio severo sobre los poemas escritos en el encierro, a pesar de que en su momento le ayudaron a seguir viviendo: Ningún asomo de tono consolador, y un yo narrativo que se interroga a sí mismo, y que interpela a quienes se acerquen a su lectura.

Semprún educado en un ambiente familiar en que la cultura ocupaba un papel de relieve, deja ver en su La montaña blanca, al igual que en todas sus obras, las referencias culturales, citas, lecturas y reflexiones como instrumentos para ejercitar la memoria encuadrándola dentro de los valores de la tradición humanista e ilustrada europea. Así el recurso a imágenes artísticas y personajes interesados o practicantes de la pintura u otras facetas artísticas. En el caso que asoma en la obra mentada son varios los cuadros, dos reales y el resto inventados, que son visitados, y que estructuran la novela que tiene como protagonista a un tal Larrea, uno de los nombres de guerra que utilizase Semprún en sus años de clandestinidad en las filas del PCE.

Los relatos de Kolymá, obra en seis tomos, fue escrita desde el dolor, inscrito en el cuerpo de los detenidos, por Varlam Shálamov que pasó una veintena de años entre diferentes campos del Gulag soviético. En ellos se entrecruzan los relatos que presentan el frío, el hambre y demás tropelías al que estaban sometidos los zek, con las cuestiones relacionadas con el estilo, la poética, a emplear para dotar de veracidad y para devolver la dignidad a los allí encerrados por la aplicación de diferentes artículos de unas leyes teñidas de amplias dosis de paranoia. Siempre con la esperanza de que los humanos pueden hallar una salida al atolladero en que se hallan pillados. En el relato que la autora toma como objetivo con el observar el quehacer del ruso, Sherry Brandy, queda subrayado que el uso del lenguaje de las vanguardia rusa se muestra como la vía idónea para dar cuenta de la vida en el archipiélago Gulag; Shálamov daba fe, era su manera de ver las cosas, del fracaso o desfonde los principios humanistas que guiaron el siglo XIX. Una obra impulsada por la memoria de los que allá quedaron en el hielo siberiano y por la resistencia a los procesos de deshumanización en marcha que fueron convertidos en acto.

El caso de Max Aub es diferente ya que fue llevado al campo de Vernet por un gobierno dicho democrático y tal experiencia le sirve para retratar el campo en el que le tocó padecer junto a otros antifascistas hispanos. El cuervo Jacobo realiza un estudio científico sobre el campo, clasificando al diferente tipo de humanos que observa. El retrato que muestra el contagio de los usos de la vanguardia, tiene pretensiones de servir no solamente como estudio del campo sino de la sociedad toda como campo de concentración (similitud que recuerdo que aparece igualmente en la obra de Levi, al presentar el campo como metáfora de lo que sucede en la sociedad). Un imperativo moral de mantener en alto la memoria y la dignidad de los vencidos de la guerra civil.

Por último, la Nobel de 2009, Herta Müller, recurre a la auto-ficción para presentar la irracionalidad galopante que se vivía en la dictadura de Ceausescu; mostrando una preocupación constante por que su escritura sirva como instrumentos contra la opresión y para mostrar el sufrimiento de las víctimas. Basándose en elementos autobiográficos y del frecuente recurso a diferentes imágenes que abren diferentes caminos de interpretación y conocimiento de aquel país en el que el lenguaje se había fosilizado, optando por el recurso a una escritura personal que huyese del lenguaje anquilosado y gregario, que es plasmado en la asociación de los padecimientos con los objetos de la vida cotidiana.

Está de sobra señalar que me quedo corto a la hora de presentar el abanico de cuestiones que el libro aborda ya que este funciona de forma rizomática, llevándonos de unos autores a otros, y a cuestiones de importancia acerca de los límites del lenguaje, o la relación del género narrativo con la historia y la memoria, o… los límites borrosos, e hibridaciones, que se establecen entre la narrativa, el testimonio, en ensayo.

Por Iñaki Urdanibia para Kaosenlared

 

 

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