Ernesto Guevara y “Calica” Ferrer anclados en Guayaquil
Por Lois Pérez Leira
La última parada en el camino hacia la frontera con Ecuador fue Tumbes, una ciudad del extremo noroeste de este país, a 30 km de la frontera.
Nos relata Ernesto: “Acomodados con el Chofer para pagar menos, tomamos al otro día el ómnibus a Tumbes, adonde llegamos al anochecer luego de pasar, entre otras poblaciones, por Talara que es un puerto petrolero bastante pintoresco. También sin conocer Tumbes debido al asma, seguimos viaje, llegando a la frontera en Aguas Verdes y pasando luego al otro lado, Huaquillas, no sin sufrir los asaltos de las bandas que hacen el trasporte de un lado a otro del puente que marca la frontera. Un día perdido en cuanto a viaje, aprovechado por Calica para tomar cerveza de arriba”.
El 27 de septiembre de 1953 pasaron la frontera entre Perú y Ecuador. Después de los interrogatorios de rigor, por tratarse de jóvenes trotamundos, al día siguiente le visan los pasaportes. Por aquel entonces las relaciones políticas entre Perú y Ecuador eran tensas.
“Al día siguiente -nos sigue relatando Ernesto- emprendimos la marcha hasta Santa Marta. Donde tomamos un barco que nos llevo por el río hasta Puerto Bolívar, y tras toda la noche de navegación llegamos por la mañana a Guayaquil, yo siempre con asma.”
Navegaron cerca del archipiélago de Jambelí, de playas negras y aguas frías, en la actualidad habitada por pescadores y veraneantes. En las proximidades del puerto pululaban los antros del juego y la prostitución. La provincia vivía de la minería, la producción de cacao y la pesca. La distancia entre Puerto Bolívar, ubicado en la ciudad de Machala, y Guayaquil era más factible en aquellos tiempos vencerla por mar que por tierra, debido al mal estado de las vías, intransitables cuando llovía, los ríos desbordados arrasaban con todo a su paso.
Nos cuenta su compañero de viaje Calica Ferrer: “En Santa Marta tomamos un barco para Guayaquil. Era un barquito de carga viejo, con un motor quejoso, que llevaba también pasajeros. …El barco llevaba ganado y sobre el corral improvisado colgaban hamacas donde nos instalamos…Nos dio risa y miedo pensar que pasaría si dormidos nos caíamos de las hamacas.
-Yo no voy a poder dormir –asegure.
-Déjate de joder, Calica, ¿qué te crees que es esto? ¿Un crucero?
-Pero mira si me caigo arriba de las vacas…
-Y bueno, se te clavara un cuerno en el traste, más que eso no te va a pasar – se rio Ernesto y su risa contagiosa hizo otra vez el efecto deseado. Me empecé a reír yo también y me dije bueno, ya estoy jugado, ¡a dormir!”
Al llegar a Guayaquil se encuentra nuevamente con su amigo Ricardo Rojo, el “Gordo” como lo llamaban en confianza, este nos cuenta en su libro “Mi amigo el Che”: “El grupo aumento con otros tres estudiantes argentinos, los tres de leyes Oscar Valdovinos, “Gualo” García y Andro Herrero. Ellos habían llegado a Guayaquil pocos días antes, y leyeron la noticia perdida en un diario que anunciaba el arribo a la ciudad de un argentino exiliado, con dos amigos más… Nos encontramos en la Universidad, nos dijimos nuestras señas, y descubrimos al mismo tiempo que el estado general de las finanzas personales era calamitoso. En consecuencia, en ese mismo momento que nos conocimos, decidimos vivir todos juntos, en una sola pieza de una casa de madera. Muy cerca del puerto. Era un cuarto con dos camastros. El uso de las camas se obtenía por riguroso orden de llegada, y a la madrugada siempre había cuatro cuerpos tendidos en el suelo, apenas envueltos por una sabana.”
Tanto el “Gordo” Ricardo Rojo como sus amigos tenían como meta llegar a Guatemala, para presenciar la revolución que encabezaba Jacobo Arbenz.
La modesta pensión de María Luisa, había sido una mansión lujosa, a orillas del río Guayas. Quedaba signada con el número 199, del barrio de Las Peñas, el más antiguo de la ciudad. El barrio de estilo colonial, se encuentra ubicado en las faldas del cerro Santa Ana.
Doña María Luisa para sacarle mayor rendimiento a las habitaciones, las tenias subdivididas con cajones de madera y empapeladas con diarios viejos. De aquella casa de huéspedes, se divisaba la ciudad y el río.
Ricardo Rojo nos relata cómo era aquel puerto por aquellos años: “Nadie que no haya estado alguna vez en Guayaquil podrá afirmar que ha conocido el trópico. Emplazada sobre el rio Guayas, 64 kilómetros mas arriba de la desembocadura de este en el océano, la ciudad está a menos de un pie sobre el nivel del mar. En todas las direcciones, rodean la ciudad los manglares, las aguas estancadas y proliferan las enfermedades clásicas, el paludismo, el parasitismo intestinal y la fiebre amarilla.”
El grupo era tan numeroso que se dividían para realizar distintas actividades, algunos paseaban por el malecón del rio, otros jugaban al ajedrez o visitaban lugares de interés turístico o social. Ernesto mataba el tiempo perdido juagando el ajedrez. También recorrió en profundidad la ciudad y las inmediaciones.
El propio Ernesto nos sigue contando en su libro de apuntes: “…conocí a un muchacho Maldonado, que me conecto con gente medica, el doctor Safadi, psiquiatra y bolche, como su amigo Maldonado. Por intermedio de ellos me conecto con algún otro especialista de lepra. Tiene una casa de reclusión con 13 personas en condiciones bastante precarias y con poco tratamiento especifico. Los hospitales por lo menos son limpios y no del todo malos.”
Como señala Guevara conoció a los doctores Jorge Maldonado Reinilla y Fortunato Safadi, ambos de ideas comunistas. Ellos lo relacionaron con médicos especialistas. Con los mismos recorrió el puerto. Realizó una excursión por sus riberas. Luego agrega: «Conocí el domingo unos lugares de la costa parecidos a cualquier zona lluviosa con ríos inundables, pero el viaje fue particularmente interesante por la compañía del Dr. Fortunato Safadi», escribió en su libreta de notas.
El doctor Fortunato Safadi Emén, era el director -en la década del 50- del Hospital Psiquiátrico Lorenzo Ponce. Era una figura muy destacada de la ciudad, tanto por su formación académica, como por su intensa actividad política. Fue uno de los pioneros de la fundación del Partido Comunista del Ecuador.
El objetivo de Ernesto y Calica era llegar a Caracas, donde los estaba esperando Alberto Granado, compañero del primer viaje de Guevara, por el continente. Antes de su salida de Buenos Aires, ambos amigos solicitaron varias cartas de recomendaciones. Esa era una de las normas de todo trotamundos, por si había que recurrir a algún contacto, que los pudiera sacar de un apuro, darle alojamiento o trabajo. En este caso Celia, la madre de Ernesto, era amiga de la escritora, cantante y compositora argentina Corina del Parral Durán, la segunda esposa del presidente del Ecuador, Velazco Ibarra. Velazco había vivido en varias oportunidades exiliado en la Argentina. Fue en una de esas etapas que conoció a Corina y se casaron. Con esa carta bien guardada, esperaban contar con el apoyo del Presiente del Ecuador, en caso de necesidad.
Una de las pocas actividades sociales del grupo, fue la participación de un baile que organizaba la Federación de Estudiantes Universitarios del Ecuador (FEUE).
Esta organización estudiantil había sido impulsada por Federación Juvenil Comunista en 1942. Los argentinos se pusieron las pocas ropas de verano que aún le quedaban y el grupo disfruto de la generosa invitación de esta organización. Esa noche no falto la comida y la cerveza gratis. Alguno de ellos -según cuentan los protagonistas-, consiguió seducir alguna de las jóvenes estudiantes, contando las odiseas de su viaje.
Tanto Ernesto como Ricardo Rojo y Valdovinos estaban muy interesados en contactar con el mundo político e intelectual de Guayaquil.
Gracias a Safadi y Maldonado lograron ese propósito. Hilda Gadea recuerda en su libro de memorias algunos comentarios que le había realizado Ernesto, sobre su paso por esta ciudad: “Allí Ernesto conoció a muchos dirigentes de la Juventud Comunista y diversos intelectuales, entre ellos Jorge Icaza, con quien converso largamente sobre el problema campesino, quien le regalo su obra Huasipungo, libro que Ernesto me regalo después.”
Jorge Icaza Coronel después de graduarse en la Universidad Central del Ecuador en Colombia, trabajó como escritor y director teatral. Ya había escrito seis obras teatrales, cuando en 1934 fue publicada su más célebre novela, Huasipungo que le daría fama internacional y que lo llevaría a ser el escritor ecuatoriano más leído de la historia republicana. Es considerado como uno de los máximos representantes de la narrativa indigenista del siglo XX.
Según los recuerdos del periodista ecuatoriano José Guerra Castillo, quien conoció a Ernesto Guevara, durante su paso por Guayaquil. En distintas entrevistas señaló que tuvo la oportunidad de conocerlo porque llegó a la casa de su amiga Ana Moreno de Safadi, esposa de Fortunato Safadi. Quien lo llevó a casa de los Safadi fue el Dr. Jorge Maldonado Renella, quien en ese tiempo pertenecía al partido comunista.
Además de las personas que tuvieron contacto con el Che, como recuerdo de esa visita está la foto que le tomó Miguel Jordán. Guerra asegura que “esta es la única que existe del Che en Guayaquil, nadie más tiene fotografías”. El periodista y dramaturgo explica cómo fue capturada la imagen: “Se tomó esta fotografía aquí de pura casualidad. Había una panga (embarcación) en un muelle que se encontraba donde pusieron el año pasado el árbol de Navidad. Miguel Jordán, me vio, me llamó: oiga don Pepito, ¿no quiere ir a pasear por el río un ratito? Yo le digo: sí, pero tengo un compromiso con un amigo argentino; y él me dijo tráigalo entonces, que venga. Yo fui donde el doctor Guevara que estaba en la primera puerta de la casa de Las Peñas y lo invité a la panga. El Che era un gran nadador, su madre había sido campeona de natación; entonces preguntó si no era peligroso bañarse en el río. Le indicaron que no, mientras ya no subiera la corriente para vaciar el río, que es muy fuerte. Él se bañó, se agitó y como sufría de ataques de asma, le dio un ataque. Por eso está –en la fotografía-en esta actitud yacente respirando con dificultad”.
De acuerdo con el testimonio del periodista José Guerra Castillo, el Che disfrutaba los tangos que cantaba Carmen Rivas en radio El Mundo, emisora propiedad de Gabriel Vergara Jiménez.
La propia cantante Carmen Rivas conocida como la Libertad Lamarque ecuatoriana, declaró que el Che tenía una magia especial en los ojos y en su forma de hablar al referirse a Latinoamérica y los problemas sociales que la aquejaban.
A Ernesto le llamaban la atención las letras de los tangos, su contenido poético. Como desafinaba cuando cantaba, pero tenía muy buena memoria, muchas de las letras se las sabía y de vez en cuando las recitaba entre amigos.
Tanto Ernesto con el resto de los muchachos estaban en una situación económica límite. Pasaban los días y no conseguían dinero para pagar la mísera pensión. En una carta a su madre escrita el 21 de octubre le dice con humor: «Tu traje, tu obra maestra, la perla de tus sueños, murió heroicamente en una compraventa, y lo mismo sucedió con todas las cosas innecesarias de mi equipaje, que ha disminuido mucho en beneficio de la alcanzada (suspiro) estabilidad económica del terceto.»
El Gordo Rojo y Valdovinos consiguieron por esos días un barco, para trasladarse a Panamá por tan solo 35 dólares. Pero el Capitán del barco no podía llevar más tripulantes. El resto tenía que esperar otra oportunidad.
Por la noche el tema de conversación recurrente era el proceso revolucionario de Guatemala. En una de esas charlas surge la propuesta de García, para que Ernesto y Calica cambiaran de rumbo y en vez de que se fueran a Venezuela, se trasladaran con ellos, a vivir los acontecimientos de Guatemala.
Ernesto le relata a su madre en una carta: “Caminábamos un poco añorando a la amada patria, Calica, García (una de las adquisiciones) y yo. Hablábamos de lo bien que estarían los dos componentes del grupo que habían conseguido partir para panamá (…) El hecho es que García, como al pasar, largo la invitación de irnos con ellos a Guatemala, y yo estaba en una especial disposición psíquica para aceptar. Calica prometió dar su respuesta al día siguientes y la misma fue afirmativa, de modo que había cuatro nuevos candidatos al oprobio yanqui”.
Lo que empezó como un chiste, término haciéndose realidad. Ahora el problema seguía siendo la falta de dinero y la posibilidad de conseguir la visa de entrada a Panamá, para luego pasar a Guatemala. Esta era la vía más segura, ya que Colombia estaba bajo el gobierno dictatorial de Gustavo Rojas Pinilla, que había dado un golpe militar, el 13 de junio de 1953.
Enterados de que el Presidente del Ecuador Velazco Ibarra, iría de visita a Guayaquil, para inaugurar unas obras, a Ernesto y a Calica se les ocurre, que era el momento de intentar solicitarle una entrevista y entregarle la carta de recomendación que traían. Los dos amigos se afeitaron y se pusieron las mejores ropas. Luego se trasladaron hasta el hotel donde se alojaba el Presidente. Después de una larga espera, los atiende el jefe del ceremonial de apellido Anderson, que les filtra el vínculo con el presidente. Tras contarle sus necesidades y el motivo del pedido de audiencia, de forma cortante les responde, que el presidente estaba muy atareado, para molestarlo con esas cuestiones.
Los dos amigos se miraron con cara de fracaso y regresaron a la pensión, con la sensación de que una puerta grande se había cerrado.
Ante la falta de dinero para comprar el billete a Panamá, los cuatro amigos que aun no habían partido recorrían el puerto intentando convencer a algún capitán de barco, que por canje de trabajo, los pudiera llevar a todos.
Carlos “Calica” Ferrer en los momentos libres se enganchaba para jugar al futbol, en algún partido improvisado, en las cercanías del puerto. Al verlo jugar, le ofrecieron si quería ir a Quito, a probarse en un equipo de futbol, de la liga profesional de este país. La oferta incluía el traslado en camión hasta la capital. Calica intenta en vano convencer a Ernesto para que sumara al viaje. Al final acordaron que se fuera Calica y si la cosa salía bien, luego en caso de no conseguir el barco a Panamá, se trasladaría a Quito. Así fue como los dos amigos se despidieron y nunca más se volvieron a encontrar.
Ernesto le escribe a Celia su madre:
“Te escribo la carta que leerás vaya a saber cuándo desde mi nueva posición de aventurero 100 %. Mucha agua corrió bajo los puentes luego de mi última noticia epistolar.
(…) se iniciaron nuestras desdichas en los consulados, llorando todos los días para conseguir la visa a Panamá, que es el requisito que falta, y después de variadas alternativas con sus correspondientes altibajos psíquicos pareció decidirse por el no. Tu traje, tu obra maestra, la perla de tus sueños, murió heroicamente en una compraventa, y lo mismo sucedió con todas las cosas innecesarias de mi equipaje, que ha disminuido mucho en beneficio de la alcanzada (suspiro) estabilidad económica del terceto.
Lo concreto es lo siguiente: si un capitán semiamigo accede a hacer la matufia necesaria, podremos viajar a Panamá García y yo, y luego el esfuerzo mancomunado de los que llegaron a Guatemala, más los de aquel país, remolcarán al rezagado que queda en prenda de las deudas existentes; si el capitán de marras se hace el burro, los mismos dos compinches seguirán con rumbo a Colombia, quedando siempre la prenda aquí, y de allí partirán con rumbo guatemalteco en lo que dios todopoderoso ponga incauto al alcance de sus garras. Guayaquil, 24, tenemos la visa a Panamá. Salimos mañana domingo y estaremos el 29 a 30 por allí. Escribí rápido al consulado. Ernesto.
Solo quedaban tres del grupo: “Gualo” García, Herrera y Ernesto. Calica se había marchado para Quito.
Herrera decide quedarse en Guayaquil como enlace, expresando que sería más fácil conseguir viajar dos, que los tres en el barco.
Mientras Ernesto y Gualo sieguen los intentos de conseguir las visas y el barco, atraca en el puerto, una nave de la marina argentina: “Me encontré sin embargo con el Cónsul que me invito a visitar un barco argentino. Nos trataron bastante bien y nos dieron yerba, pero el Cónsul me hizo formar religiosamente los 10 sucres de lancha. Es una barcaza del tipo de la Ana G de gran recuerdo para mí. (…) Hoy comimos con García en el barco argentino, nos trataron a cuerpo de rey, nos regalaron cigarrillos americanos y tomamos vino, amén del puchero. El resto del día en 0”. Comenta Guevara en su diario de apuntes. Durante su visita al barco se entera de casualidad por intermedio de un diplomático argentino -que había conocido en Chile- que también estaba de visita, que su tía Edelmira de la Serna, había fallecido. Edelmira era la hermana de Celia y estaba casada con Ernesto “Pato” Moore. Ernesto les envía una carta a su tío, que presumiblemente fuera enviada por correo por Adro Herrera unos días después de la partida de Ernesto.
Guayaquil 28/10/53
Querido Pato:
Te escribo desde esta ciudad ecuatoriana sin reponerme de la dolorosa sorpresa que me dio el hermano de Trevino, con quien me encontré de casualidad en un barco argentino que había ido a visitar.
La carencia absoluta de noticias de mi casa hicieron posible el que ignorara lo ocurrido.
Me imagino el golpe que para los muchachos y vos habrá sido la muerte de la pobre Edelmira y, aunque a la distancia, quiero acompañarlos en lo posible, hacerles saber que en este mal trance, están junto a Uds. los parientes que, como yo, estaban un poco alejados del trato diario con ella.
Es muy difícil llevar unas palabras de aliento en circunstancias como ésta y más lo es para mí, que por razones emanadas de mi posición frente a la vida, no puedo siquiera insinuar el consuelo religioso que tanto ayudé) a Edelmira en sus últimos años. Sólo puedo recordar frente a la muerte de la mujer y la madre, los años de cariño que brindó mientras vivió, entregándose completamente a la familia que era su gran tesoro y su fuente de alegrías en los últimos años. Pero es tonto que vaya yo a hacer su panegírico.
Me acerqué a ustedes para mostrarles mi pena, ahora creo que lo mejor es no tocar más ese punto.
Un gran abrazo para vos y tus hijos, con todo cariño de tu sobrino. Ernesto.
Esta carta va por vía de mi casa porque desconozco tu dirección exacta.
Al fin consiguen que el capitán del barco “Guayos”, que llevaba chatarra para la empresa de navegación United Fruit Company, decide embarcar a los dos argentinos hasta Panamá. El capitán era un italiano que admiraba a la Argentina, donde tenía familiares. Ernesto le envía un telegrama urgente a Calica: “Llego el barco, nos embarcamos en cuanto carguen”. A Calica le es imposible reencontrase con sus amigos. Años después es el propio Calica quien reflexiona: “A través de los años fui comprendiendo la fuerza del destino. Tal vez el mundo se habría quedado sin el Che si ese barco no hubiese llegado y él se hubiese venido conmigo a Caracas”.
El barco de cabotaje “Guayos” cargado de chatarra, partió del Guayaquil, el domingo 25 de octubre.
Adro Herrera relata en una carta la partida de Ernesto y Gualo: “He quedado solo, solitario y taciturno como el mar, como dice el poema. Los muchachos salieron, en un final más reñido que clásico burrero. Pocas horas antes de que el barco saliera, no teníamos el dinero y sospechábamos que no podrían salir de la pensión sin pagar. A último momento Monasterio, el venezolano, consiguió 500 sucres y con el convencimos a María Luisa de que dejaran salir a los muchachos. Y zarparon. Yo quede responsable de los muertos”.
Aquel domingo de calurosa primavera tropical, el barco partió para la próxima parada, en el propio territorio ecuatoriano, el puerto de Esmeraldas.
“Ya en el mar paso revista a estos últimos días. (…) El instante de las despedidas siempre frio, siempre inferior a lo que uno espera, encontrándose en ese momento incapaz de exteriorizar un sentimiento profundo. Ahora estamos en un camarote de primera, que para los que pagan será malo, pero para nosotros ideal…” Escribe en su libro de apuntes.
Ernesto en el barco recuerda su época de enfermero de YPF, en la marina mercante argentina. Disfruta de mirar el mar y la costa que se divisaba a lo lejos. Mientras Gualo sufre mareos y algún que otro vomito, por los movimiento continuos del barco. En camino a Panamá, tenían que atracar en Esmeraldas, el último puerto de Ecuador muy cercano a Colombia.: “…al día siguiente – relata Ernesto- en Esmeraldas hicimos el gran derroche y nos patinamos un dólar para visitar todo el pueblito y sellar la salida del país. Desde allí el barco se encamino hasta el puerto panameño de Balboa, donde desembarcaron el 29 de octubre de 1953.
Bibliografía Consultada:
Anderson, Jon Lee. Che Guevara. Una vida revolucionaria. Barcelona: Anagrama (1997).
Cónstenla Julia, Albún del Che, Editorial Edhasa, Mayo 2007 España.
Castañeda Jorge G. Compañero, vida y muerte del Che Guevara. Vintage Español, Octubre 1997.
Ferrer Carlos “Calica”, De Ernesto al Che. Editorial Marea, Buenos Aires, 2012
Gadea Hilda, Che Guevara: los años decisivos. Ediciones Dinosaurio. Lisboa 1996.
Guevara Ernesto, Otra Vez, Casa Editora Abril. La Habana 2005.
Guevara Ernesto. Carta a la madre, Guayaquil 21 de octubre de 1953.
Guevara Ernesto. Carta a su tío Ernesto “Pato” Moore. Guayaquil 28/10/53
Ernesto Guevara. Carta a Jorge Ferrer. Guatemala 5 de enero de 1953.
Guevara Linch, Ernesto. Mi Hijo el Che, Editorial arte y literatura. Ciudad de La Habana, 1988.
Herrera Adro, carta.
Rojo Ricardo. Mi amigo el Che, Editorial Sudamericana, Buenos Aires 2006.
Taibo Ignacio. Ernesto Guevara, también conocido como el Che. Editorial Planeta. 2007.
Entrevista de Lois Pérez Leira a Carlos “Calica” Ferrer, 2012.
Entrevista de Lois Pérez Leira a Alfredo Gabela 2009.
www.eluniverso.com/2004/06/26/0001/1065/53C6D156F70D44D08A02DBDF50EDD261.html
http://www.eluniverso.com/2004/06/24/0001/261/F53CDA8296B04701829127ACB1F48B11.html