En el 70 aniversario de la defensa de Madrid
Madrid, madrugada del 6 al 7 de noviembre de 1936: «¡NO PASARÁN!»
  La principal consecuencia del negacionismo, y aún de la equidistancia historiográfica, es la pérdida de referentes de los que, como sociedad democrática, deberíamos enorgullecernos. El 6 de noviembre hará 70 años que comenzaba la batalla de Madrid. Si la nuestra fuera una colectividad con memoria, sus avatares se enseñarían en las escuelas y los nombres de sus protagonistas ornarían nuestras calles. Si la nuestra fuera una comunidad con convicciones, en el intradós de los arcos del Puente de los Franceses se hallarían esculpidos en bajorrelieve los nombres de las unidades que participaron en la defensa de la primera ciudad del mundo que plantó cara al fascismo.
  Francia rememora Valmy y ha erigido esta batalla en el paradigma de la victoria del pueblo en armas, de la Ciudadanía movilizada en defensa de la Nación, sobre los ejércitos mercenarios siervos de los reyes. Y aquí ignoramos la gesta llevada a cabo por un voluntarioso ejército de ciudadanos que, enarbolando los nombre de sus oficios en los emblemas de sus recién improvisados batallones -el de Peluqueros, el de Artes Blancas, el de Metalúrgicos, el Ferroviario y el de Artes Gráficas…-, hicieron frente a la feroz embestida de las mehalas, las harkas y los Tercios, integrantes de un ejército colonial con patente para el pillaje, la violación y el asesinato, cual soldadesca de la Guerra de los Treinta Años, frustrando la supuesta fácil conquista de la capital de la República, cuya caída no sería lograda -traición mediante- hasta dos años y medio después.
  Es probable que, al paso que van las cosas, se nos acabe exigiendo que pidamos perdón: perdón por resistir y por no facilitar la rápida toma del poder por el generalato de casta, los dueños del cortijo y los sacristanes; perdón por la revolución de Asturias, por negarse a recorrer con docilidad el camino a los campos de concentración, como en Alemania, o a beber con deleite el aceite de ricino, como en Italia, mientras se instauraba en el poder el corporativismo vaticanista; perdón por haber echado a Su Majestad don Alfonso, por no reírle las gracias tabernarias a Primo de Rivera ni levantarle la caza con presteza servil al conde de Romanones; perdón por negarse a ser un cadáver sonriente en Annual al servicio de los intereses mineros de los amiguetes del rey; perdón por la huelga general del 17 y por la incomprensión de las humoradas del pucherazo con que el borboneo decidía por los electores el gobierno que mejor les convenía; perdón, en fin, por intentar cambiarle la faz a un país que, en palabras de Manuel Azaña, había sido hasta 1931 el territorio sobre el que acampaban cuarenta familias…
Va a hacer 70 años que comenzó la batalla de Madrid, y yo quiero recordarlo, aunque solo sea por homenajear a los míos, a gente como mi abuela, que me contaba muchos años después, con rabia difícilmente contenida pero con una dignidad imbatible, como todavía en enero de 1939, debilitada por el hambre que imponía el cerco, pateaba los bollos de pan blanco con que los Heinkel de Su Excelencia bombardeaban a los exhaustos vecinos de la no rendida capital de la República para minar su moral: "A nosotros no se nos domaba echándonos mendrugos, como a perros."
Salud y República.