En busca del gesto robado de Soraya portavoz
Por Domingo Sanz
Que “la cara es el espejo del alma” es una de esas sentencias populares que todo el mundo entiende sin más.
Que de tanto ver las caras de algunos de nuestros políticos tenemos la sensación de conocerlos “como si los hubiéramos parido” es una evidencia, aunque en muchos casos cualquiera puede ser aún peor de lo que aparenta.
En otro orden de cosas, también es cierto que muchos estábamos esperando que sacaran al PP del gobierno para que se “levantaran las alfombras de los despachos”. Sólo con lo estimulantes que han resultado las grabaciones a Fernández Díaz, parece mentira que los Iglesias, Rivera y otros contrarios a Rajoy hayan renunciado a seguir descubriendo misterios tan emocionantes. Ni las manías que se tienen entre ellos ni el miedo a gobernar justifican ese sacrificio.
Valga lo dicho para concluir que, además de compartir el deseo de cambio de distintos colores, pero cambio, manifestado por casi el 70% del electorado, algunos teníamos además un interés particular, no crematístico por supuesto. Me refiero, por ejemplo, a las ganas de que uno o varios personajes vieran reducida su excesiva presencia en las pantallas, o a que algún asunto en particular pudiera desvelarse gracias a un gobierno de jóvenes, nuevos y bastante más sanos.
Pronto se cumplirá un año. Eran las 15:00 horas del día 27 de noviembre de 2015 cuando, como cada viernes, se abrieron los telediarios con la rueda de prensa del Consejo de Ministros de un gobierno que ya no lo era tanto, convocadas como estaban las elecciones del 20 de diciembre. Seleccionaron un corte de la reunión y apareció Soraya contestando a una pregunta sobre Catalunya. Fue tan espontáneo y burlón el gesto que nos regaló la vicepresidenta, mientras terminaba lo que más que una respuesta consistió en una advertencia, que me dije: esto lo tengo que volver a ver. Si lo puedo descifrar con tiempo suficiente, pensé, escribiré un libro entero acerca del desprecio que la portavoz expresó hacia ese trozo de península ibérica, al que hubiera encarcelado todo entero para evitar que se le escapara de las manos. En televisión no lo volvieron a repetir y entonces recordé lo de la transparencia política. Al día siguiente acudí a la página de La Moncloa en Internet donde deberían tener el video completo de la comparecencia.
Y así era, y la rueda de prensa sigue estando accesible. Es en este enlace:
http://www.lamoncloa.gob.es/multimedia/videos/consejoministros/Paginas/2015/271115-consejov.aspx
Son más de setenta minutos con Soraya, Catalá y de Guindos. Como en toda repetición de la realidad que se precie, los protagonistas hablan y gesticulan al mismo tiempo. La campeona en ese teatro es ella, y más con los dos que la rodeaban. Lo visualicé de principia a fin con atención y de repente se quedó inmóvil. Ella. Soraya. Tal como aparece en la imagen.
Y de ahí no se movió ni un milímetro hasta el final, aunque en el corte del telediario giró la cabeza hacia su derecha y la elevó dominante mientras amenazaba triunfadora. Aún lo recuerdo perfectamente. Pero en Internet parecía un muñeco de pilas que hubiera terminado la carga de repente. Son los últimos treinta segundos del cuarto bloque. Si tiene interés acceda al enlace y acuda directamente a esa secuencia. Verá como hoy, un año después, sigue hablando y se la escucha, pero no mueve ni un solo labio de la boca, ni la mano, ni siquiera la mirada. Alarmado, aquel día llamé a dos amigos para que accedieran desde sus ordenadores, por si fuera cosa del mío pero nada, a ellos les pasaba lo mismo. Yo mismo probé desde la oficina. Una amiga catalana me confirmó que también se dio cuenta del gesto en la televisión y que en ese momento odió a Soraya como nunca.
Me enfadé. Y recordé que no había derecho a que la destrucción de la realidad a martillazos por parte de presuntos más que conocidos hubiera borrado las pruebas de mil delitos que dormían en un disco duro, a la espera del juicio que podría condenarlos. Y pensé que tampoco era justo que con la censura de una verdad oficial se abortara el caudal imaginativo que provoca la gestualidad de algunos mandones. Para intentar que se enteraran de mi frustración los vigilantes de medios y redes que Soraya tiene a su disposición, publiqué los días 29 de noviembre y 3 y 12 de diciembre, siempre de 2015, tres artículos diferentes. Alguno todavía aparece en la primera página de Google cuando se teclea, por ejemplo, “Soraya gesto”, por lo qué es evidente que lo saben, pero no nos devuelven lo robado.
A los de aquí abajo, de todo lo que pagamos, o sea, todo, nos pertenece al menos lo mismo que el gobierno envía a las televisiones para que lo miremos. Por eso, la destrucción de 30 segundos de algo que hemos visto antes, quizás tan imposibles de recuperar ya como el disco duro de Cospedal, constituye una tergiversación de la historia y un delito contra la verdad, lo diga o no el Código Penal. Y más aún en una sociedad en la que “una imagen vale más que mil palabras” y, por tanto, las queremos todas o ninguna. Las imágenes. Robarnos la elocuencia gesticulante que hace aflorar lo que esconden de verdad las decisiones de un gobierno debería considerarse un agravante. Es difícil imaginar cuan claro lo vería cualquier juez si a Fernández y al otro, además de solo escucharlos, una cámara oculta hubiera permitido ver también sus miradas, viciosas y podridas mientras soñaban, despiertos, con chantajear a catalanistas.
La falta de valor y espíritu de sacrificio de los políticos a quienes voté, y de otros parecidos, han hecho imposible un gobierno que deje de poner zancadillas a la Justicia y de arrojar cada día niebla espesa para opacar la transparencia. Para recuperar hoy aquel gesto delator de Soraya solo puedo confiar en algunos medios de comunicación y siempre que lo conserven aún en su archivo de telediarios. Aunque también podría ocurrir que los secuaces de Soraya hubieran conseguido borrar hasta la última prueba gráfica de una más de las malas intenciones que tanto han circulado por la mesa del Consejo de Ministros.
Los datos necesarios para saber de qué va lo que acabo de escribir están perfectamente claros. Si alguien puede conseguir esos 30 segundos estelares de doña María Soraya Sáenz de Santamaría Antón del día 27 de noviembre de 2015 ayudará a reparar una muy pequeña pero también muy política injusticia.