El Tren de la Paz
SALVADOR… “EL TREN DE LA PAZ”
Este cuento trata de un tren que se llamaba Salvador. De sobrenombre le decían Salvo. Se había perdido en Bogotá el 9 de abril de 1948. Ese día mataron a su creador, un experto en hacer trenes. Nunca le conoció el nombre de pila porque todo el mundo le decía Gaitán. Él lo había diseñado para hacer grandes viajes. La máquina de la locomotora era marca “La Paz”, las ruedas venían de la fábrica Equidad, el combustible era un inmenso amor por el pueblo, y en todos los vagones se respiraba democracia.
Durante mucho tiempo vagó por los Llanos orientales, el sur del Tolima, Santander, y otras regiones. Mucha gente lo quiso ayudar pero siempre lo querían utilizar para fines contrarios a su esencia. Anduvo disipado por un tiempo, se volvió vago, alcohólico, mujeriego y finalmente perdió la memoria.
Por aquellos tiempos algunos mecánicos habían querido armar un tren parecido pero como los planos estaban perdidos no lo habían logrado. De 1980 hacia adelante varios expertos formados en el taller de Gaitán se habían empeñado en esa tarea pero, a unos les faltaba amor por el pueblo, otros no eran equitativos, unos más hablaban de paz pero querían la guerra y, la mayoría no entendían bien de democracia. Los que medio iban cogiéndole la flauta al asunto, eran asesinados.
Ocurría que una gran empresa norteamericana de tractomulas había contratado a unos especialistas de Israel y formado unos grupos de choque para desaparecer a todo aquel que quisiera reconstruir a Salvo, o fabricar algún tren parecido.
Era 1990 cuando Salvador recuperó el uso de razón se encontró en un pueblo llamado Santo Domingo, en el norte del Cauca. Un médico tradicional del pueblo nasa le había hecho un refrescamiento, lo llevaron a la Laguna Quindao, y allí milagrosamente – en medio de las gélidas aguas – empezó a recuperar el sentido.
Mientras se recuperaba se la pasaba conversando con un muchacho llamado Carlos. Se acuerda de él por su llamativo sombrero blanco. Él mismo Salvo le enseñó sobre cómo arrancar, aceitar y cuidar la máquina. El jovencito ya tenía alguna experiencia porque había hecho un curso intensivo con un tal Pablo, que sabía mucho de mecánica. Había muerto en 1983 volando en una avioneta desde Panamá y se sabe que traía unos planos del Tren de la Paz.
Indios y campesinos de la región le dieron su segundo impulso. No había rieles pero los pueblos de Corinto y Miranda, los corteros de caña, y mucha gente ayudó. Lo más difícil fue pasar La Línea pero muchos camioneros – en forma clandestina – lo transportaron por partes. Fue así como llegó a Bogotá en 1991 y se puso a andar a toda marcha con un combustible nuevo al que le llamaban el “constituyente primario”.
Cuando los dueños y aliados de la empresa de los grandes camiones vieron que había aparecido el modelo original se quedaron boquiabiertos. Convencieron a Carlos de viajar a Nueva York, supuestamente a traer unos repuestos, y lo asesinaron en pleno vuelo. Sin embargo Salvo ya había cogido tanta fuerza que no lo pudieron parar.
Muchos de los que no querían que ese tren marchara tuvieron que subirse a él. A regañadientes se guindaron pero desde un principio Salvo se dio cuenta que querían llevarlo para otro lado. Otros querían desmantelarlo y convertirlo en chatarra. Algunos más, se trepaban por ratos para simular que estaban con el Tren de la Paz. Algunos hicieron carrera política o importantes negocios con ese lema.
Quienes más habían entendido cómo hacerle mantenimiento y cómo conducirlo eran los herederos de Pablo. Cuando Carlos desapareció lo remplazó Antonio, quien era muy bueno pero no podía acercarse mucho a la caldera porque tenía una pata de palo. Él conducía por ratos pero a veces se distraía y los saboteadores aprovechaban para desmantelarlo o intentar desbarrancarlo.
El tren cogió fuerza y anduvo casi sólo durante varios años. En 1998, diez millones de personas salieron a recibirlo con pañuelos blancos por todo el país, y fue así como se obligó a que dos enemigos de nombres Andrés y Manuel, que se habían apoderado del tren en la estación del Caguán, se sentaran a negociar a ver si lo podían reparar bien y conducirlo hacia un buen puerto.
Desgraciadamente ninguno de los dos tenía buenas intenciones. El uno ya lo tenía vendido al gran jefe de Washington, para llevar en él un polvillo blanco que era el nuevo oro que habían descubierto, y el otro, que también estaba en ese negocio, lo quería pero para encerrar en el tren a todos sus enemigos y llevárselos para la selva.
El tren estuvo parado un buen tiempo esperando a ver si se ponían de acuerdo y cuando se cansó de esperar se fue triste hacia el mar. Salvo se quería suicidar.
Uno de los pasajeros que desde 1991 se montaba por raticos, pero que había estado muy atento cuando lo repararon, que le llamaban el doctor Varito, en forma subrepticia había organizado un centro de control cibernético moderno para controlar el tren. Le montó un pito que atontaba y adormecía a Salvo, y además, le dio un embrujo.
Siete años lleva Salvo cargando polvillo blanco, por ratos llevaba ganado marca AUC para Córdoba y Sucre, lo cargaban de esmeraldas y lo utilizaron en varias masacres para depositar los cadáveres en el río. En el Cesar y Magdalena cargó muchos políticos vestidos de camuflado, y en más de una ocasión tuvo que ir a las haciendas del doctor Varito atiborrado de votos comprados en diferentes ferias.
Salvo estaba aburrido y no sabía qué hacer. Pero en estos días ocurrió algo milagroso. El 27 de septiembre de 2009 se encontró con uno de los fogoneros de 1991, llamado Gustavo. Lo reconoció por las gafas y porque seguía hablando con el mismo sonsonete de ese tiempo.
Salvo no tuvo que convencerlo de que se subiera al tren. Gustavo, a quien apodan Petro – porque es muy testarudo y la saca la piedra a todo el mundo -, había estado buscándolo y hasta había creado un pequeño tren que llamaba “Vía Alterna”.
Ahora último se había asociado con otros amigos de los que en ese tiempo no querían a Salvo. Entre todos estaban buscando a Salvador aunque no se ponían de acuerdo sobre el qué hacer cuando lo encontraran.
Precisamente por estar peleando entre ellos no se habían dado cuenta de que su principal rival, el doctor Varito, era quien se había apoderado de Salvo y lo tenía secuestrado.
El tren de la Paz ahora sí tiene plena convicción de que va a retomar su rumbo y que va a coronar sus metas. Sólo que Salvo no puede decirle a nadie que no se suba al tren, son los pasajeros los que se suben o bajan a voluntad, porque esa es su regla de funcionamiento. Así vino hecho desde la fábrica.
Sin embargo él ya no tiene miedo, dice que ya conoce a todos los viajeros y tripulantes, les sabe sus mañas y vicios. Le dice a Petro que lo principal es organizar un buen equipo para manejar el timón y hacerle permanente mantenimiento. Es urgente que se ponga de acuerdo con sus amigos.
Salvo no quiere volver a sufrir desengaños. Espera que esta vez no le fallemos. ¿Seremos capaces?