El presente diarreico
“…acuérdate de aquel que preguntado para qué se esmeraba tanto en un arte que sólo podía ser conocido por poca gente, respondió: Me basta con muy pocos. Me basta con uno. Me basta con ninguno.”
-Michel de Montaigne-
Espantado como a las moscas el tedio, ese rechazo o desagrado que se siente ante lo cuotidiano del accionar de los venezolanos en lo singular, de lo particular en América y en general entre el resto del mundo frente a los acontecimientos que conmueven las relaciones socioeconómicas en el planeta Tierra, se ha de señalar que: La realidad objetiva es única y en continuo movimiento, múltiples son sus interpretaciones. La realidad no está jodida, jodido está el que la interpreta y se limita a vivir pensando en el terminal de la cédula, que es el día que le toca para ir a comprar a Mercal y, le vendan a la semana un kilo de leche, arroz, harina precosida, si acaso y paro de contar al pensar en los espaguetis; de vivir pendiente de una cola para ver que venden y, estar pilas por la calles para que el hampa no lo vaya a atracar. Abierto el E-mail para leer en los muros Facebook de la actividad seguida por las compas anarquistas de acá de las derivas continentales y de allende del charco. Ya que, había estado desconectado de Internet porque el plan caro y malo de Movilnet se vence los once de cada mes y, el encargado de depositar el ingreso mensual designado para el día quince, qué coño, se hizo efectivo el día diecinueve. El catorce había cumplido años Kika Flores en Chile (Santiago), no pudiendo mandarle mi muestra de aprecio: Un abrazo libertario. Como dice una amiga acerca de la revolución bolivariana, en la historia de las relaciones sociales se habla del parto social, pero hay personas que no fueron paridas, sino que fueron evacuadas, parodiando al poeta que en la antigüedad griega escribió en “El diálogo de los sofistas”: ¡Apártense! Rugió la montaña, va a parir y…, parió un ratón… …dos avatares del Muro entre las compa de la ciudad me hizo sentir como un remordimiento al no haberle dado respuesta cuando una me señaló que mis relatos había que leerlos varias veces para poderlos entender, reconozco lo ladrillo que son, son relatos de corte filosófico y le ha de pasar que al leer una frase que la pone a razonar, en vez de detenerse para digerir la imagen que expresa la idea sigue mecánicamente la lectura, pasar la vista sobre las letras, pero el pensamiento se le queda estancado en la frase que la hizo razonar, en realidad no ha leído más de allí. Además que arguye su nesciencia en el lenguaje, al recalcar que se ve obligada a ir al diccionario. Y, como hago, si no tengo el ánimo dispuesto para andar de la mano con Talía la Musa festiva, hacer una narración galana para complacerla, como cuando escribía cuentos, pero ese estilo no da para la autogestión, le haré llegar entonces uno realizado en otrora, que también es válido.
En la esquina del tiempo
Cierto día Carolina la de ojos azules en solidaridad con su hermana a la que, se le había torcido el tobillo del pie derecho, tuvo que ir a la Escuela donde estudiaba su sobrina cuarto grado para llevar una torta con la intención de darle una sorpresa al docente que les impartía clases, ya que cumplía años. Llegando a la puerta del grado escuchó una voz modulada que decía:
–¡Un minuto de silencio!, sin moverse, sin reírse, sin pestañear siquiera, cómo en la Cédula… acatando ella la orden también, mientras transcurría el tiempo el profesor los arengaba así:
–que difícil es que ustedes se queden un segundo quietos. ¿Pueden decir lo que es el tiempo? ¿Cuántos pasos se pueden dar en un minuto? La Tierra en su movimiento de rotación sobre su eje se desplaza a 12 km/s, calculen el recorrido en un minuto. Vean el mapa, es como de Mérida a Caracas, 12 horas viajando en autobús. No malgasten el tiempo, porque a la Escuela se viene es a aprender.
Concluido el minuto de silencio. Quedóse ella pensativa, y él prosiguió:
–como en la siguiente hora lo que toca es castellano les voy a narrar un cuento, para que luego en sus cuadernos hagan una composición con lo que más les llame la atención y realicen un dibujo. Pero eso sí, cuando busquen el cuaderno en el morral y vayan a sacarle punta al lápiz, no quiero ni arrastre de pupitres, ni fila en la papelera…
Ahora, el cuento es el de “Jesús y la herradura” que me relató un viejo catalán, amigo de la familia cuando era muchacho, y que su moraleja la he llevado guardado siempre en la memoria.
En uno de aquellos días cuando Jesús andaba en las cercanías del río Jordán, allá por Asia Menor, caminando por el desierto con aquel calor que le hacía sudar hasta los bofes, se encontró tirada sobre la arena una herradura.
Diciéndole a Pedro que la recogiese, porque para eso él era el Maestro. Pedro refunfuñando para sus adentro se preguntó ¿Para qué querrá que recoja ese pedazo de hierro?
Jesús que como Dios oía hasta el susurrar del pensamiento le dijo:
–No te molestes, tranquilo que yo la recojo, y diciéndolo y haciéndolo, guardó la herradura en la manga de la túnica que vestía. Hecho, prosiguieron el camino.
En el trayecto se consiguieron con un pueblo, y en la entrada, como en todos los pueblos de la época había una herrería. Jesús saca la herradura de la manga y mostrándosela al herrero le pregunta:
–¿Cuánto me das por esta herradura usada?
El herrero la examina y le responde: –Un denario.
Jesús le dice bien, agarra el denario y lo mete en la manga. Al salir del pueblo se consiguieron con un niño que estaba vendiendo mandarinas, y le preguntó:
–¿Cuánto vale la docena de mandarinas?
Y el niño le responde: –Señor, un denario la docena. Después de un rato de conversación. El niño le da una mandarina de ñapa, por haberle caído muy bien. Jesús y Pedro continuaron su camino con aquel calor que es tradicional en el desierto. Al rato Jesús saca una mandarina de la manga, la pela, tira la concha a la arena y se la come. Pedro se pregunta ¿y la mía? Luego pela la segunda mandarina y se la come, y Pedro se queda como novia de pueblo, con los crespos hechos. A la tercera vez Jesús deja caer una mandarina y más raudo que veloz, ¡zuuaas! Pedro la recoge, la pela y se la come, y de ahí en adelante Jesús come y deja caer una mandarina hasta que Pedro se come cinco. En eso Jesús le dice a Pedro: –Viste Pedro, por no haberte agachado una vez, has tenido que agacharte cinco veces, ya que la mandarina que queda es para mí, y comprende que: Al necio que no quiere aprender, se le ha de multiplicar el trabajo.