El premio. El obituario
Por José Luis Merino
El premio
El pasado miércoles, 20 de septiembre, le concedían el Premio Nacional de Artes Plásticas 2018, al escultor navarro Ángel Bados (quien vive en Bilbao desde 1983, año en el que se inició como profesor de la Facultad de Bellas Artes, País Vasco)
En diciembre de 2017, me llamó el ahora premiado. Estaba exponiendo en una galería bilbaína. Tenía especial interés en que viera la exposición. “Lo haré”, dije. “Te esperaré”, contestó. [Recordé entonces lo acaecido veintidós años antes, en otra exposición suya, también en Bilbao. En aquella ocasión, en mi comentario crítico aparecido en un periódico local, apunté algo que, al parecer, pasó desapercibido para todos, menos para el propio escultor]. Fui a la galería. Allí estaba Ángel Bados. Durante el recorrido, de vez en cuando le iba preguntando sobre tal o cual escultura. Nos despedimos.
Al llegar a casa le mandé un e-mail, pidiendo disculpas por el tono impositivo:
La Naturaleza está pegada a la superficie, no más alta. Es una forma de guiarte para poner tu obra en el suelo y las obras de pared a la altura de las hojas de los árboles. Pero tus trabajos son de una teoría reflexiva de altos y profundos vuelos. Quiero disfrutar por entero de tus propuestas, en tanto valoro esas sutilezas que son auténticas joyas de arte sobre plintos. Cada obra está llena de mundos apenas imperceptibles. No dejes que se refugien en la timidez. Muéstralos sin miedo a que el espectador crea ver sus gestos locos procedentes del Eterno Femenino, que todos los hombres llevamos a flor de piel. Lo que tú llamas “locuras”, son los remates más fascinantes del todo.
Me gustan esas obras donde necesito ver aquel ribete último medio oculto. Toda la obra lleva al misterio, a lo mínimo y prescindente en apariencia. Prefiero la connotación a la denotación. Tu obra va de la mano de lo primero. Las telas, los pañuelos son el color de las esculturas y el refinamiento de tu espíritu. Quien quiera entender tu arte con una mirada inquieta y aprisada, mejor sigue pegado a su estúpido móvil. Tu obra requiere calma, viajar por cada detalle, atisbar los rincones externos e internos. Después de ese “viaje” saldrá mundificado. Sigue estudiando a tu maestro Oteiza, sin dejar de escuchar el espíritu elevado que llevas dentro.
Con una tela, un pañuelo, una gasa en la mano, nadie puede vencerte.
Va una idea más y un remate. La idea: El gran arte es proclive a lo connotativo. En tu arte veo un proceso sustantivo-capital, donde alrededor del arte, como concepto canónico, pululan materiales y pensamientos, llámense ideas, ajenos al arte. El secreto reside en mezclarlo con máximo talento de tal suerte que parezcan consanguíneos. A mi modo de ver ahí habitan tus mejores y más personales logros.
El remate: las excelentes cualidades de tus esculturas de ahora, vienen de aquel embrión que “me dejaste ver”, hace veintidós años.
Nota.- Desconozco cuáles fueron los criterios para premiar en años precedentes. Compruebo que en el caso de Ángel Bados han premiado al escultor y no al artista, dicho a la manera picassiana del término: “el pintor es el que pinta, y el artista el que vende”. Y no digo más.
El obituario
El viernes pasado murió el escritor navarro Mikel Arizaleta, afincado en Bilbao. Traductor profesional de textos en lengua alemana, era un agudo y crítico articulista sobre los aspectos sociales y políticos de la realidad. La polémica es el arma esencial de la lucha (Roland Barthes).
Arizaleta fue un incansable animador cultural. Si le enviabas un texto que él consideraba de valor, lo reenviaba inmediatamente a diferentes medios de comunicación para ser publicado. Hablo en primera persona. Cuando le pasé mi escrito La leyenda negra, le faltó tiempo para darlo a conocer aquí, en Kaosenlared. Desde entonces, todas las semanas sigo escribiendo en este espacio.
La muerte de Mikel es una gran pérdida. Me ha dejado huérfano de su amistad y sabiduría. Mas refugiémonos en Sófocles: No proclamemos dichoso a ningún hombre antes de su muerte.