
El periodismo y la Leonor
Con estas o parecidas palabras las fuerzas mediáticas, a las que en el marco que estamos les va muy bien en esta dura competición que es el publicar, figurar, opinar, mandar e influir, el periodismo ha sustituído a la Iglesia católica franquista en lo moral que al final es tanto como decir en lo político. Antes predicaban los curas desde los púlpitos que han desaparecido. Hoy día son los periodistas los que pontifican desde todos los aparatos de megafonía que nos ensordecen, al tiempo que a veces nos hacen pasar el rato, eso sí, con tanta idea trillada, repetida, unos con encanto, otros con la sonrisa del cínico y otros con el gesto del reprimido que no puede decir lo que piensa pero que ahí está…
El periodismo oficialista pero también el paralelo (éste por pasiva) que observo en algunas webs libertarias en apariencia dirigidas por periodistas sin empleo o a medio empleo imbuye, inocula al españolito medio, indiferente o tibio que bastante tiene con afanarse cada día en salir adelante, la idea de que fuera de la monarquía y de lo que nos ofrece ahora el ilusionante futuro de la Leonor, no hay salvación…
Lo cierto es que en la sociedad española y en la estadounidense, dos universos mediáticos -uno viejísimo y el otro novísimo-, libran más o menos soterradamente dura lucha un periodismo clásico de arriba abajo, que tiene muy poco que hacer, y otro en la línea del que se viene practicando en el país americano de unos años a esta parte.
Me refiero ahora a ese periodismo que se constituye en fuerza motriz al servicio del Poder cuando pone en marcha la teoría de la guerra preventiva cocinada de encargo por los ensayistas mediáticos: Robert Kagan, los Kristol (padre e hijo), Fred Barnes, los dos Kaplan, Lawrence y Robert, Max Boot, Franck Gaffney Arnaud de Borchgrave, Morton Kondracke, Norman Podhoret, Charles Krauthammer, tropas de choque que movilizan y acompañan las operaciones de impacto inmediato. A ese otro que, sin estar exactamente en su línea, no se enfrenta a ellos; que primero calla, que consiente, que atiza con su silencio o sus guiños barbaridades como las cometidas en Afganistán e Irak antes de iniciarse las campañas de salón americano, y luego, cuando el mal está hecho, finge escandalizarse y se recrea en acosar y en rentabilizar el acoso al falso héroe de la libertad sentado en su despacho oval o en cualquiera otro cuadrado. Ese que se corresponde con el que no titubea cuando un presidente de gobierno llama por teléfono a un periódico que no se plantea siquiera si puede estar mintiendo como tantas veces había hecho públicamente antes…
No es nada nuevo tener al periodismo por el cuarto poder. Pero eso fue antes. Hoy día, en el ranking de los poderes públicos que se privatizan a pasos agigantados, el periodismo es el primero. El es el que rompe el equilibrio de los poderes institucionales y el que se viene manifestando o expresando a favor de la monarquía que padecemos. Y lo hace, bien porque no se permite la menor dialéctica respecto a una forma de Estado legada por el dictador e instituída en momentos críticos (1978) en que no había alternativas a la Constitución pues era votar sí o sí… o bien cuidándose mucho de no invitar, y menos incitar, a cuestionarla con la opción de un plebiscito sobre monarquía-república que la mayoría silenciosa y la ostensible de Internet están pidiendo a gritos.
Sea como fuere lo que está claro es que el periodismo al uso no sólo no cuestiona la monarquía: es que la está reforzando. Ocho páginas dedica hoy El País a la “buena nueva” llamada Leonor y al tedioso asunto dinástico. ¡Diecisiete, y a toda plana, El Mundo! ¡Y lo que te rondaré, morena!
¿A esto se le puede seguir llamando libertad cuando es palmario que el pueblo no es monárquico o que siempre lo ha sido a la fuerza? ¿No estará llegando a la conclusión el ciudadano despierto que con la misma capacidad de penetración en las conciencias e ilustración parecida a la que históricamente tuvo la Iglesia, el periodismo es un poder cómplice del político menos deseable, soporta al financiero porque le paga y se está haciendo tan odioso para ese mismo ciudadano como lo fue milenariamente el clerical? Que España sea una monarquía o termine siendo lo que debiera, una república, como todo, depende mucho más de los medios que de los políticos.
No se me pregunte por las alternativas a este desmadre. Eso es asunto aparte. La cosa es que en este país el pueblo siempre está en las garras de abusones y de lerdos ilustrados…