“El paradigma político burgués”
“El paradigma político burgués”
Tras el debilitamiento de los viejos guerreros como guardianes del orden, van irrumpiendo en la escena de la gobernabilidad burócratas y mercaderes. Aunque con capacidad para imponer el orden con métodos expeditivos, la incapacidad de la nobleza para encarrilar la marcha de la sociedad se hizo patente con el paso del tiempo, incluso su lugar de dirección fue ocupado de hecho por la burocracia de los políticos profesionales. La política acaba siendo ejercida por políticos, un gremio de obreros que viven de esta profesión y determinan la acción de la maquinaria burocrática encargada de la gobernabilidad. Los viejos guerreros confiaron la marcha de la política a los que se llamaron políticos y se quedaron con el control teórico de la función burocrática para continuar figurando en la escenografía de las organizaciones estatales o paraestales. Con lo que los herederos de los viejos guerreros pasaron a ser figuras decorativas como elites nobiliarias, estableciendo barreras de distinción social basadas en títulos honoríficos que les permitieron mantener las distancias con las masas, haciendo de ese título un documento que garantizaba el derecho para seguir ejerciendo el poder.
Vino a demostrarse en el plano real que el asunto del gobierno, en el que se centra la política, no podía ventilarse exclusivamente desde el soporte de la fuerza física, que unicamente servía para mantener el orden desde el empleo de la violencia, patrocinada por los que mandan. Lo que no dejaba de ser un trabajo fatigoso, de resultados inciertos y generador de fricciones continuas. Descargada la tarea de gobernar en la burocracia con el respaldo del Estado, las demostraciones de fuerza del gobernante para mantenerse en el poder ya no eran perentorias. Con el auge de la burocracia, encargada de ejercer de manera efectiva el poder, se construyen estructuras estatales buscando la eficacia en el gobierno, en definitiva un mayor control de las masas para seguridad del gobernante. Así, los ejercientes del poder pretendieron mantenerse en su puesto a perpetuidad sin necesidad de recurrir permanentemente a la violencia que les había llevado hasta el lugar que ocupaban. Bastaba con invocar la legitimidad basada en creencias para resultar intocables, bien fuera acogiéndose a la voluntad divina o la autoridad del derecho del poder. Porque en definitiva, como dice Ferrero, lo que se entiende por legitimidad no son más que justificaciones de los que ejercen el poder para tratar de mantenerse sin oposición en el lugar privilegiado que ocupan. Salvo este detalle, en el que la violencia no es personal, sino que de forma simbólica pasa a ser institucional, con lo que los mandatarios no necesitan ocuparse directamente del gobierno, basta con descargar el asunto en la institución. En consecuencia, el poder deja de ser personal y pasa a definirse como institucional, aunque estará controlado desde la parte trasera del escenario por quien tiene la capacidad de dominio, es decir por el tenedor de la fuerza física, que goza del monopolio de la violencia expresado en los órganos de la gobernabilidad. A partir de ese momento basta con ocupar legítimamente las instituciones del Estado para poder ejercer la violencia legal.
Al sustituirse el dominio de lo personal, representativo de la fuerza física, por lo institucional, controlado desde la fuerza material que respalda al Estado, tiene lugar un cambio decisivo del modelo. Pero la política siempre ha sido dependiente de la fuerza real que domina en cada momento la sociedad. La idea de manejar las instituciones desde la trastienda no es nueva, pero se va perfeccionando. Antes se gobernaba en nombre del monarca, pero de hecho lo hacía la burocracia, más tarde se gobierna en nombre de la ley y sigue haciéndolo la burocracia —política y administrativa—. Con el Derecho se viene a descargar del peso externo al poder, basta con mantener la simbología de la fuerza, dándole así racionalidad y legitimidad. Al poder basado en la fuerza física se le ofrece permanecer incontaminado merced al Derecho, que le permite gobernar quedando detrás del escenario, aunque el gobernante real siempre sienta la tentación propia de la vieja nobleza de ser político. Su ejercicio se entrega en su totalidad a esa clase especializada en la gobernabilidad que aparece directamente en la escena, cuyo soporte de poder son las instituciones sustentadas en la fuerza física simbólica, siempre dispuesta para desplegarse en el terreno real.
El combate decisivo entre las fuerzas en litigio se decide en el terreno social. En la época en la que la fuerza física es dominante, dada su efectividad para mantener el orden y evitar el retorno al estado de naturaleza, la economía debe quedar subordinada a la política bárbara, que dispone de vidas y haciendas. Un estado de violencia permanente ejercido sobre la sociedad es insostenible, habida cuenta de que los problemas de la existencia reclaman soluciones más allá del orden. Cuando por exigencia del avance de la civilización fracasa el modelo político de los guerreros y tienen que acudir a la burocracia política para gobernar, queda demostrado que es posible hacerlo eficazmente sin acudir continuadamente a la violencia. Así se viene a constatar que un nuevo método de gobernabilidad social es posible, con lo que se abre paso a la realidad económica.
La debilidad de los guerreros se pone de manifiesto con el avance de la burocracia, que les va desplazando políticamente, aunque sigan teniendo la llave de la fuerza, ya no pueden enfrentarse abiertamente a las instituciones que dirigen los políticos. Han pasado a ser dependientes del entramado de la organización estatal, con unas instituciones fuera de su control directo. Simultáneamente la fuerza pasa a ser vasalla del Derecho, aunque tímidamente, porque en una primera fase la razón permanece subordinada a las creencias y es posible invocar la voluntad divina que habla por boca de sus aliados —el clero—. Temporalmente vigente, semejante ficción no puede imponerse permanentemente a la razón, con lo que la legitimidad como gobernantes no encuentra su lugar y empieza a ser cuestionada. Con el auge del poder institucionalizado, la característica de la fuerza física va perdiendo relevancia. El orden, como misión principal de la fuerza está asegurado desde las normas de Derecho, inevitablemente el valor de los garantes del viejo orden decae. Por tanto, hay una crisis de poder. De otro lado, la burocracia que ejerce la política no se encuentra amparada por una fuerza soporte propia, ya que ejerce el poder respaldada por la fuerza real y en virtud del poder institucional. No puede aspirar al poder porque su fuerza vendría del simple ejercicio del poder, sin contar con respaldo social directo, puesto que ha sido confiado a la institución. Considerando que la burocracia disfruta de un poder en precario y el debilitamiento de la fuerza de los guerreros, la consecuencia es que la situación solamente podría aprovechar a la nueva fuerza económica de los mercaderes, dispuesta para ganarse el apoyo social.
Antonio Lorca Siero