El legado dispar de Mandela
Pero ahora que hemos tenido un año para llorar su muerte, es importante comenzar también a valorar de manera crítica su legado, y dentro de ello su papel a la hora de cimentar las desigualdades con origen en la tierra creadas por el colonialismo y el apartheid.
Desde el siglo XVIII, los gobiernos coloniales y del apartheid se dedicaron al robo sistemático de propiedades de los negros sudafricanos y las entregaron a los blancos a un precio nominal. Como resultado de ello, cuando Mandela juró su cargo en 1994, los blancos poseían cerca del 87% de la tierra, aunque constituían menos del 10% de la población.
Fruto de un acuerdo político negociado con el régimen saliente del apartheid, Mandela y su partido, el Congreso Nacional Africano (CNA), permitieron a los blancos mantener sus propiedades. Esto quería decir, por ejemplo, que aun en el caso de que el gobierno del apartheid hubiera desplazado a la fuerza una aldea de habitantes negros con el fin de venderle sus tierras a un granjero blanco a un precio bastante inferior a su valor, el granjero conservaría el título de propiedad en regla de esas tierras una vez acabado el apartheid. Si el nuevo gobierno decidía luego tomar la tierra y devolvérsela a sus antiguos dueños, entonces el Estado tendría que pagar una indemnización justa al granjero blanco.
A cambio de tan considerable concesión, se les prometió a los negros una reforma agraria, que quedó esbozada en la Constitución de Sudáfrica. Millones de negros, a los que se les robaron derechos de de propiedad o arrendamiento después de 1913 podían presentar reclamaciones de compensación; quienes nunca habían poseído tierras podían conseguirlas por medio del programa de redistribución y mediante esta actualización del arrendamiento, los negros a los que se les permitió ser únicamente arrendatarios bajo el dominio blanco se convirtieron en propietarios. La meta de la reforma agraria se cifraba en redistribuir el 30% de la tierra en los primeros cinco años de la nueva democracia.
Pero si las promesas sonaban en teoría equitativas, en la práctica han distado de ser justas. Sólo se ha respetado una parte del acuerdo: los blancos sudafricanos mantuvieron sus propiedades, pero los negros todavía no han recibido las suyas. Este año se cumplen 20 años de democracia en Sudáfrica y sólo el 10% de la tierra ha cambiado de manos de los blancos a a los negros. Puede que haya acabado el apartheid político, pero el apartheid económico persiste.
Entrevisté para un libro reciente a más de 150 sudafricanos cuyas tierras fueron expropiadas durante el colonialismo y el apartheid y que recibieron dinero o tierras mediante el programa de restitución agraria. Sus historias arrojan luz sobre una injusticia que todavía continua.
Cuando el Estado posterior al apartheid expropia tierras con fines redistributivos a sus actuales propietarios (que son en su mayoría blancos), éstos reciben una indemnización de acuerdo con los precios de mercado. Pero cuando los anteriores propietarios a los que el apartheid despojó de sus tierras presentan reclamaciones con éxito, a la mayoría se les otorga indemnizaciones simbólicas denominadas “Ofertas de Acuerdo Promedio”. Estas ofertas han ido oscilando entre 2.000 y 6.000 dólares, una parte sólo del actual valor de la tierra.
La justicia exige que propietarios blancos y negros hayan de recibir ambos una compensación simbólica o una indemnización que guarde relación con el mercado. Los blancos no tendrían que seguir recibiendo tasas de compensación más elevadas que los blancos.
Hay quienes sostienen que estas desigualdades existen debido a que es corrupto el CNA. Aunque la corrupción es indudablemente un problema, mayor problema representa en este caso la injusticia del acuerdo político inicialmente negociado. Los sudafricanos blancos se beneficiaron inmediatamente de las nuevas medidas políticas, recibiendo seguridades de que tenían derecho a mantener sus tierras o recibir una justa compensación. Los negros, por otro lado, tuvieron que esperar a que se crearan instituciones y se valorasen sus reclamaciones. Y los programas establecidos para beneficiarles andaban cortos de fondos, pues tenían que competir con otras prioridades de financiación urgentes tales como la pandemia del SIDA, un sistema educativo inservible y unas tasas de delincuencia que se habían disparado.
Está fracasando la reforma agraria y persisten las desigualdades de tierras, en buena medido debido a fallos estructurales en el acuerdo político alcanzado por Mandela. El lado positivo consistía en que aseguraba que Sudáfrica tuviera una transición del apartheids a la democracia sin derramamiento de sangre masivo o desintegración económica. Puede que Mandela haya escogido la major opción disponible. Pero ¿era justo el sistema? Apenas.
Al rendir homenaje a Mandela en el primer aniversario de su muerte, no deberíamos divinizarlo. Fue un hombre que se vio obligado a hacer elecciones difíciles y dejó un legado tanto de reconciliación como de desigualdad.
Bernadette Atuahene es profesora de Derecho en el Illinois Institute of Technology, Chicago-Kent, y autora de «We Want What’s Ours: Learning from South Africa’s Land Restitution Program», wewantwhatsours.comDesde 2002, cuando trabajó para el Tribunal Constitucional sudafricano como becaria Fulbright, se ha distinguido por su defensa de las gentes desposeídas, trabajando en casos de restitución de tierras.
Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón