Hace seis meses el ayuntamiento plantó un arbolito frente a mi casa, pronto le salieron hojas verdes y brotes ilusionados… pero el sitio era un infierno para él: a pesar que a pocos metros se erigían dos altivos y altísimos árboles de su misma especie, adultos y sanos, a él iban a parar toda las conductas incívicas, crueles y repugnantes de los clientes del bar de copas que tiene detrás; orines, vómitos, y lo peor, alcohol, montones de vasos a medias, tirados a sus pies, en el trocito de tierra que asoma en la acera-prisión.
Una mañana, el empalaje que lo protegía apareció partido, intencionadamente. Cada fin de semana más alcohol y más golpes y más desidia humana.
Se secaron sus hojitas verdes, y sus brotes, y murió.
El ayuntamiento envió obreros a sustituir los palos rotos que ya no le sujetaban…. Un enorme camión con varios empleados pasaba cada mes, y con mucha parafernalia sacaba una enorme manguera que deja un rato en el pié del cadáver del arbolito, con actitud indiferente y mirando hacia otro lado esperan, retiran y se marchan, sin mirarle siquiera, sin importarles si está vivo o muerto.
Por fin llegó el Covid-19 y su estado de alarma, cerraron el bar de copas, y el silencio se hizo a su alrededor, solo roto por empleados municipales que siguen visitándole… pero ahora el agua que le echan es con lejía.
Descansa en paz pequeña criatura.
Pepi Vegas.
Nota: El arbolito fue publicado el 30 de mayo de 2020, en el antiguo KAOSENLARED. Lo recupero.