EL ACTIVISMO NO está decayendo sino que se diversifica y adopta formas más espontáneas
La riqueza del tejido asociativo y la participación de los ciudadanos en asociaciones se consideran habitualmente indicadores de la salud de una democracia. El activismo asociativo facilita la adquisición de información, genera confianza entre las personas y en las instituciones y favorece el desarrollo de actitudes cívicas. Las asociaciones, cuando impulsan la participación de sus miembros, son verdaderas escuelas de democracia que crean espacios de discusión pública y cooperación. Aunque no todas las asociaciones son iguales y en ocasiones se pueden observar efectos negativos, en general la participación en asociaciones tiene efectos virtuosos reconocidos.
España se sitúa en unos niveles de participación en asociaciones notablemente bajos dentro del contexto europeo. Padece, junto con otros países del sur de Europa, del llamado síndrome meridional. Si en los países escandinavos sólo 1 de cada 10 ciudadanos no tiene ningún tipo de contacto con ninguna asociación, en el caso de España esta cifra asciende a 5 de cada 10. Según datos de encuesta (recogidos por el CIS para el proyecto Ciudadanos, Implicación y Democracia), los españoles se implican fundamentalmente en asociaciones deportivas, culturales, de madres y padres de alumnos y, en menor medida, en sindicatos y organizaciones benéficas. ¿Pero qué significa participar en una asociación? Muchos de los miembros se limitan a pertenecer, mientras que sólo 2 de cada 10 realiza algún tipo de trabajo voluntario. Lógicamente las consecuencias que se derivan de ambos tipos de implicación son muy diferentes. Los ciudadanos españoles se implican poco y con escasa intensidad, y Catalunya no parece seguir una pauta significativamente distinta en este caso.
La evolución a lo largo del tiempo permite un mayor optimismo. En los últimos años se ha producido un moderado incremento en el número de personas que pertenecen a alguna asociación, junto con un crecimiento espectacular y sin duda sobrestimado en el número de asociaciones (las que desaparecen no se borran del registro). Esta disparidad podría estar reflejando una situación de muchas asociaciones con pocos socios, es decir, el desarrollo de entidades que no tienen entre sus objetivos prioritarios conseguir nuevos miembros, por lo que no desarrollan estrategias de reclutamiento.
Los ciudadanos se asocian porque encuentran incentivos tanto materiales (acceso a determinados bienes o servicios), como simbólicos (manifestación de identidades, diversión o satisfacción con la propia participación). Recursos como el tiempo, el dinero y las habilidades sociales son además necesarios para superar los costes de la participación; una parte importante de la sociedad queda excluida social y políticamente porque carece de los mínimos básicos para poder participar. Y, finalmente, para asociarse los ciudadanos necesitan no sólo motivaciones y recursos, sino también que se lo pidan, es decir, que los movilicen. En realidad el activismo no está decayendo, sino que se diversifica, cambia sus manifestaciones y adopta formas más espontáneas que desafían las estructuras políticas y sociales más tradicionales y formales. Las protestas en la calle, la firma de peticiones a través de internet, o el consumo responsable motivado por razones políticas, éticas o medioambientales, son ejemplos de nuevas formas de participación que han aumentado en los últimos años. Estas otras formas de participación no necesariamente tienen consecuencias menos beneficiosas para la calidad de nuestras democracias, y sobre ellas las asociaciones siguen teniendo un papel movilizador muy importante.
EVA ANDUIZA, profesora titular de Ciencia Política en la UAB