El 20% no basta: las palestinas empujan su presencia en política
Hala y Ahmed, dos jóvenes que participan en la recogida de firmas por el aumento de la cuota, se detienen en una organización independiente por los derechos de la clase obrera.
“Buenos días. ¿Se puede?”, dice Ahmed dando golpes suaves con sus nudillos a la puerta de la oficina de la dirección.
“Sí, claro, pasad”, responde el director, que se encuentra junto a otros dos hombres en una reunión. Al ver presencia femenina, el director comenta: “Hagamos primero una discriminación positiva. Que las mujeres se sienten primero”.
Hala, sin embargo, prefiere quedarse de pie.
“Recogemos firmas para una iniciativa — comienza a hablar Ahmed.— Queremos aumentar la cuota de participación política de las mujeres al 30%”.
Los hombres asienten con la cabeza.
“La cuota para las mujeres debería ser mayor — apunta el director.— De hecho, creo que no habría que limitar la participación de la mujer en cuotas. Además, creo que ellas deberían esforzarse en aumentar su presencia. Ellas son las que deberían votar a las mujeres, pero votan más a los hombres porque piensan que ellos son más capaces. Aunque, en realidad, los hombres explotan a las mujeres. Esa es la realidad”.
Los hombres firman y Hala y Ahmed continúan su ruta. Terminan entrando en una academia donde se imparte un curso para jóvenes abogadas y abogados que debaten con interés la idea:
“Creo que el 30% está bien. El 50% es mucho — comenta una joven.— La mayoría de los puestos están en manos de los hombres. ¿De dónde sacamos un 50% de representación?”
A su lado, otra le responde que las mujeres deberían tener la mitad de la representación política:
“Nos basamos en la igualdad entre mujeres y hombres— le insiste.— Las mujeres tienen derecho a presentarse, a votar. Somos un elemento activo en la sociedad, como lo son los hombres”.
Prácticamente todas las jóvenes firman la iniciativa.
“Es importante cambiar la situación actual para la mujer — afirma un joven.— En general, pienso que es posible. Yo estoy con la idea de que haya un 50% de representación para ambos, pero firmaré”.
“Pero mira que eres mentiroso…”, le achaca uno de sus compañeros.
“¡Es mi opinión!”, le responde.
“Yo, en cambio, creo que no debería haber cuotas”, les comenta un tercero.
Tras la visita a los jóvenes, entramos a una oficina perteneciente a un hombre de negocios. Nos recibe en su despacho con mucha formalidad. Hala y Ahmed explican por qué están ahí y le ofrecen firmar la petición.
“Es necesario favorecer la participación de la mujer — afirma el hombre en tono serio.— Ella es capaz, ¿o no? Yo creo que sí. Hay mujeres ingenieras. Pero si es ama de casa y no ha estudiado…”
Hala interviene y dice: “Eso es debido a que el hombre…”
“Déjame hablar”, le contesta él secamente.
“Perdone. Es que no estamos hablando de quién es más culto”, se explica Hala.
“Mira, yo soy el que está dando la opinión — le vuelve a contestar el hombre de negocios.— Hablo de la cultura dominante. La mujer que no ha recibido educación, necesita sensibilización. La cultura de esta sociedad es machista, un obstáculo que impide que las mujeres lleguen a una posición de liderazgo”.
“Y, en las elecciones, ¿podrá la mujer…?” Ahmed intenta formular una cuestión, pero el hombre vuelve a interrumpir: “Déjame decirte algo. No sé si me has oído bien. Lo que he dicho es que el hombre es un dictador y la cultura de la sociedad es machista. La presencia de las mujeres en las listas es pura presencia cosmética, solo para demostrar a los países extranjeros que hay integración de la mujer. Pero en realidad esto no existe”.
Cuando salimos del despacho, el “dictador”, que después de su discurso firmó la petición, llama a Hala. Quiere hablar con ella. Medio minuto después Hala sale disgustada con paso rápido y deja en recepción la tarjeta de visita que este le ha entregado: “¡Y el tío me da su teléfono!”, exclama.
Después del disgusto, Hala y Ahmed entran en “zona aliada”, una de las asociaciones más destacadas para los derechos de las mujeres en Gaza. La directora —que prefiere quedar en el anonimato— les invita a pasar. Les conoce y sabe de qué va la petición. “Bueno. Yo estoy en contra de la cuota, de forma general — admite—. Es una discriminación negativa y no positiva. ¿Por qué tenemos que pelearnos siempre por un 20% para legislativas y luego para un 30%? Estoy segura de que si hay cuota, los hombres ganarán más votos, no solo en las locales, en todas las elecciones”.
Tras esta parada, deciden subir al piso de arriba donde se encuentra la oficina de Jamil al-Majdalawi, líder prominente del principal partido de izquierdas palestino, el Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP). Para las elecciones municipales que han sido aplazadas, el FPLP decidió presentarse en coalición junto con otros partidos: el Frente Democrático para la Liberación de Palestina (FDLP), el partido del Pueblo, la Unión Democrática Palestina (Fida) y la Iniciativa Nacional Palestina (al-Mubadara).
“Estoy a favor, me siento entusiasta”, comenta al-Majdalawi al respecto de la iniciativa de la cuota. Y firma. Ahmed le pregunta qué piensa sobre la idea de una cuota del 50% para las mujeres. “Es muy difícil en una sociedad como la nuestra — responde el político.— No es posible a nivel social y es, además, prematuro porque las mujeres todavía no han adquirido la competencia”.
Estadística raquíticas de presencia femenina
Lo cierto es que ni siquiera los partidos palestinos son un ejemplo de representación femenina equitativa en la vida política. Según estadísticas aportadas por la UGMP, el 14,4% de los miembros del buró político de Fatah son mujeres, en el FPLP es el 15%, el FDLP el 21%, el Partido del Pueblo el 25% y el partido Fida cuenta con un 26%, el mayor porcentaje.
La población femenina conforma el 49,2% del total de la población de los territorios palestinos ocupados. En cambio, la fuerza de trabajo femenina se coloca en un 19,1%.
En los juzgados, solo un 15,5% son juezas y un escaso 5,8% logra obtener puestos como diplomáticas palestinas. En la Comisión Central Electoral hay 8 hombres y una sola mujer. En los tribunales establecidos para comicios (un tribunal por cada provincia) no hay ninguna.
Si hablamos de Derecho Internacional, en la Comisión Nacional para la Corte Penal Internacional, donde se lleva a cabo la lucha jurídica contra los crímenes de guerra israelíes, encontramos que de sus 34 miembros solo 4 son mujeres, y eso teniendo las facultades de Derecho llenas de ellas.
Las mujeres, ¿votarán cuando haya elecciones?
Tras la recogida de firmas, conociendo el panorama actual de representación femenina, ¿qué otros factores influirán en el voto femenino? Lo hablamos en la sede de la UGMP con Ahmed (27 años, licenciado en Trabajo Social), Maysun (35, licenciada en Trabajo Social), Rawan (22, arquitecta) y Asma (25, profesora de árabe), quienes han ido diversos lugares de la franja de Gaza invitando a firmar la petición por el 30%. Les preguntamos qué han oído en sus visitas y en sus conversaciones.
“Sí, hay mujeres que quieren votar, pero muchos factores les impiden hacerlo —cuenta Maysun—. Están bajo el control del marido, del padre, esta es una sociedad machista. Si votan, votarán lo que les digan ellos”.
“Cuando llegaba con la petición de la cuota, algunas mujeres me decían que esperara a que llegaran sus maridos porque tenían miedo de estar haciendo algo malo”, dice Rawan.
“Eso mismo me ocurrió a mí — añade Ahmed—. Tenían miedo del marido o de los servicios de seguridad interna de Gaza. Esto me lo han dicho a mí personalmente”.
“En los campos de refugiados, las mujeres no conocen bien sus derechos — apunta Asma—. Claro que, algunas organizadas en partidos sí tenían motivación para firmar e irían a votar”.
Rose, la directora de estos proyectos, les dice que todavía queda mucho por hacer.
“La cultura dominante es el machismo. Muchas mujeres necesitan tomar conciencia; hay que empoderarlas. Aquí tenemos nuevas leyes que protegen al hombre y no a la mujer que sufre violencia. Debemos seguir yendo a esos lugares olvidados, a la gente sencilla, y concienciarles — afirma Rose.— La pobreza ha hecho que la gente se preocupe solo de las necesidades fisiológicas, del pan de cada día”.
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