Por Patrocinio Navarro Valero
En la visión de la nueva realidad que nos propone la física cuántica, estamos interconectados entre nosotros, con nuestro Planeta, con nuestro sistema solar y con el universo espiritual. Sin olvidar que nuestros pensamientos, que son energía activa, se conectan con sus semejantes en frecuencia vibratoria, tanto en este Planeta como fuera de él,ya que la energía no tiene fronteras y busca siempre a su semejante allá donde esté.
Pero esta forma de ver está muy lejos de ser compartida mayoritariamente.
A pesar de los nuevos paradigmas científicos, nuestra manera habitual de pensar todavía es en general newtoniana y cartesiana, a menudo impregnada de remanentes religiosos católicos o de la ya superada cultura materialista heredada del siglo XIX.
Newton y el materialismo han sido superados por Einstein y la física cuántica. En cambio el cristianismo y las demás religiones no han superado al mensaje de Cristo del amor altruista, el perdón, y el espíritu comunitario. No solo no lo han asumido, sino que además lo han envilecido. No hay más que ver lo que pasa en la Iglesia, donde hasta hay bandos enfrentados de cardenales y obispos movidos por intereses mundanos y a favor contra su jefe el Papa. Entre ellos existe una amplia gama de vividores, ambiciosos, profascistas, pederastas y altos mandatarios de vida principesca.
Merced a innumerables experimentos físicos, la concepción del Universo que se nos propone actualmente está muy próxima a la concepción del Universo de los antiguos sabios hindúes, egipcios, tibetanos, mayas, cristianos primitivos, y -en resumen – con todo el conocimiento místico, con la milenaria y tantas veces perseguida sabiduría verdadera, que llegaría a convertirse en secreta a causa de estas persecuciones.
En la nueva concepción del Universo que caracteriza este cambio hacia la Nueva Era, los conocimientos se integran, se complementan y se llevan a la práctica. Este es el camino de la sabiduría. ¿Cuántos hay dispuestos a tomarlo? Esa es la gran cuestión. Porque sin una masa crítica suficiente, a la humanidad no le es posible avanzar, y hoy por hoy no parece que estemos cerca de esa meta. Al contrario, nos hallamos en una fase de regresión en libertades, pensamiento crítico, democracia, justicia, valores, bienestar, y muchas cosas más.
En la realidad transpersonal, nada está aislado de nada.
El universo adquiere las características de un inmenso holograma de infinitas proporciones en las que cada uno de nosotros estamos implicados como parte inseparable de todo fenómeno, ya que – bueno es repetir todo esto- somos entes de energía – si quieren le llaman almas– que a través de su instrumento cerebro crea energía mental y espiritual. Sin embargo, la falta de una visión real de las cosas, que sería una visión no religiosa basada en la nueva Ciencia, o se debe a una falta de información sobre las leyes que mueven la energía universal, o se trata de una conciencia dormida o mutilada por alguna clase de fanatismo o adoctrinamiento religioso o cultural.
En esta nueva visión, cada elemento existente en el Universo, y cada uno como parte de eso, contiene en sí la totalidad. El ser humano es un microcosmos en el que se cumplen invariablemente las leyes que afectan a todo el Universo, de tal modo que ya la ciencia médica reconoce la unidad psicosomática que somos. Esto, que es un primer paso necesario, establece una base fundamental para el desarrollo de una auténtica medicina donde se tengan en cuenta las características físicas y emocionales de los enfermos.También es de una extrema importancia en el mundo de la educación, donde precisamente el educar las emociones en su contexto psico-físico es materia fundamental pendiente de la pedagogía. De hecho cada vez está más presente en los centros educativos el tema de la educación emocional, aunque pese a su gran importancia no es aún asignatura obligatoria para los profesores. Mucho menos para los padres y sus hijos. Pero estas carencias tienen sus correspondientes efectos. Uno de ellos es la falta de unidad de criterios sobre cómo tenemos que educar sin que existan discrepancias notables entre escuelas y familias. La otra, es técnica. Se enseña y educa de un modo fragmentario, en asignaturas con escasa o inadecuada relación entre sí en los mejores casos y lejos del campo emocional de estudiantes cada vez menos motivados, más indisciplinados y peor informados aunque estén atiborrados de datos librescos.
En la práctica de la educación no existe una filosofía integradora, y los conocimientos que se aprenden intelectualmente son inconexos, difícilmente transferibles a diversos contextos y carentes de interés por su escasa aplicabilidad en la vida real. Los alumnos son considerados como sujetos pacientes del conocimiento y no como agentes, lo que les aleja de ser protagonista de su propio proceso. Esto provoca a muchos una falta de interés por lo que se ha de aprender, y a la postre se estudia por aprobar los exámenes. De nuevo observamos la primacía del elemento mental y su separación de lo emocional y lo experimental en la vivencia educativa. Fragmentación sobre fragmentación…
Pero…
La fragmentación es desorden, porque va contra el orden de la Naturaleza. La escuela violenta continuamente estas leyes y por este motivo fracasa la educación auténtica y la sociedad toda. La escuela violenta la naturaleza de los niños y niñas olvidando que son cuerpo, alma y espíritu que deben armonizarse entre sí y con el resto de los seres humanos y la naturaleza exterior (la cual debe ser experimentada como parte de la aventura de vivir, con todos sus elementos). Las nuevas generaciones deben saber que el cambio climático se debe a la acción violenta tanto de unos humanos contra otros como de la gran mayoría contra el medio ambiente.
A menudo se violenta a los estudiantes obligándoles a aprender cosas que carecen de interés para ellos, escolarizándolos antes de la edad, e iniciándoles en conocimientos para los cuales aún no están psicológica mente maduros. Las consecuencias de estos errores se pagan. La frustración y el desinterés de los chicos y chicas al no ser protagonistas de su proceso de aprendizaje, se acentúa con el paso del tiempo, y del pequeño que llegó de la calle ávido de conocer, dispuesto a encontrarse con la magia de la realidad, apenas queda un leve recuerdo cuando han pasado pocos años. Aquel pequeño “preguntón” sale del colegio convertido en un adolescente que no siente interés mas que por los ritos y los mitos de la selva urbana y los paradigmas del consumismo estudiados para todos sus tramos de edad. A no ser que la Vida en su infinita bondad los despierte con sacudidas que suelen ser terribles en ocasiones, pasan por este mundo como víctimas de su egocentrismo, dormidos, desinteresados de la realidad, sumidos mundos de ficción , traídos y llevados por los gestores de la sociedad de consumo lejos de tomar conciencia de su verdadero ser.
Por tal motivo, una educación transpersonal, debe partir de los conocimientos milenarios de la humanidad que la nueva física reconoce, junto a prácticas de índole espiritual y emocional que deben ser inseparables. Los nuevos conocimientos exigen, por tanto, revisar todo el pesado lastre histórico de la educación basada en el cultivo de la memoria, los exámenes y la obtención de másters.
La enseñanza escolástica vigente, con su cortejo de intelectualismo, los burdos métodos de trabajo en el aula, la escasa relación entre profesores y padres de alumnos, así como entre profesores del mismo colegio a la hora de llevar a cabo la tarea educativa, la nefasta intervención de los Gobiernos programando planes de estudio a favor de las clases dominantes, todo eso tiene que ser puesto en cuestión y debe cambiarse. Por eso un educador profesional debería comenzar tanto con un sano espíritu crítico como con la actitud resuelta para superar los numerosos e inútiles conocimientos y tics de su formación = deformación escolástica universitaria y poner en valor cuanto aquí se expone porque es la manera de contribuir a la formación de nuevas generaciones más cultas, más a favor de sus semejantes, de la Naturaleza con el mundo animal, de sus semejantes y no por último, de su propio progreso espiritual.