Debilidad mental.
Por la tibieza de nuestra indiferencia una vieja maldición nos alcanza: “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”.
Un maldito más ocupado en poner su no-sentido a hacerle compañía al no-sentido de la sociedad. Hasta conseguir que el nivel de consternación suba un poco más con un mensaje de una debilidad y falta de interés radicales. Adorno hubiera dicho: “debilidad mental”. ¡Oh ser vuestro protosemejante! Un grumo de moco más en un un fango tibio.
Se puede entender la crisis como una enfermedad, pero se puede entender también como una convalecencia, una oportunidad para recuperar la verdadera salud, lo que queda de salud, de capacidad de resistencia, de nueva salida desde el punto de origen. Es un tratamiento radical de todo pesimismo esa manera de enfermar, de permanecer enfermos por mucho tiempo, y luego, ser remisos en volver a encontrar la salud, quiero decir una salud “mejor”. Hay sabiduría, una sabiduría vital, en no administrarse a sí mismo la salud más que a pequeñas dosis, de vez en cuando, durante mucho tiempo.
Una sociedad de enanos, compulsivamente desafiada en su verticalidad, deseando siempre crecer, una sociedad de criaturas deseando siempre desarrollarse. Una sociedad de enfermos ocupada siempre en curarse, de críos bajitos y enfermos encantados de seguir en el punto de salida. Dieta y ejercicio protofascistas en el planteamiento, en el nudo crisis existencial y con un desenlace de esos que aburre a los dioses tanto como para hacerlos vomitar.
Pensar que no fuimos lo suficientemente radicales, que en las primeras victorias nos detuvimos, hicimos casa, que no supimos darnos cuenta de cómo se reían de nosotros al ver nuestra resignación al ver que la luz se iba, olvidando que problematizar la vida y los actos decisivos era el momento fundamental de todo esclarecimiento y del más radical esclarecimiento.
La distancia que existe entre los escépticos constructivos y los relativistas radicales obedece al deseo de producir objetos que sirvan de base para la acción. Estos objetos son los grados de convicción, es decir las creencias probabilizadas. La insistencia en la acción como fundamento de la creencia, y no al revés, es clave contra el escepticismo. El “como si” remite al comportamiento práctico desde la esencia de las cosas. Cuando uno se comporta como si lo que supiera no importara es cuando uno deja de encontrar maravilloso saber.
¡Escepticismo! Si, pero un escepticismo radical, no la inercia de la desesperación. Retroceder hasta el lecho de los padres a dar nuestro consentimiento. Hasta el primer demasiado tarde de nuestra vida a recordar por quién nos tomamos. Retroceder hasta la democracia griega o el derecho romano, hasta la revolución francesa o la rusa, hasta el punto dónde empezaron a hacer mal las cosas para saber cómo debieron ir o cómo debemos continuar desde donde estamos ahora.
Desde el nacimiento de los seres humanos pueden aparecer inmediatamente juntas las dos inefabilidades más extremas: la estrechez insoportable en el fuego sinérgico y la insoportable amplitud del hielo posnatal. Por eso se distinguen radicalmente infiernos interiores e infiernos exteriores aunque escénicamente estén muy juntos. El mal, como el dolor dice pasa, sólo el bien quiere eternidad, profunda, profunda eternidad, sólo con el bien podemos ser radicales, podemos exagerar.
Para Arendt el mal nunca puede ser “radical” sino únicamente extremo, no posee profundidad ni tampoco ninguna dimensión demoníaca. Puede extenderse sobre el mundo entero y echarlo a perder precisamente porque es un hongo que invade las superficies Y “desafía al pensamiento”, porque el pensamiento intenta alcanzar cierta profundidad, ir a la raíz, pero cuando trata de la cuestión del mal, esa intención se ve frustrada, porque no hay nada. Ésa es su “banalidad”. Solamente el bien puede tener profundidad y puede ser radical. El mal es una tibieza del mismo modo que la inteligencia es una exigencia.