De vergüenza ajena
Imaginaos por un momento que estamos en el siglo XVIII. Y suponed que tenéis el inmenso privilegio de ser universitarios en aquella época. Y ya puestos a forzar la imaginación, pensad que entre vuestras enseñanzas y disciplinas educativas y culturales existe un aula o taller de teatro…. Naturalmente entre sus actividades está el hacer funciones, no solo en el campus sino también fuera de él, y participar en certámenes y muestras en otras localidades y provincias. Como la fantasía es gratuita no os costará nada imaginar que esta actividad, aparte de ser sumamente placentera y educativa para sus integrantes, también lo es para el numeroso público que asiste a las representaciones; en su gran mayoría gente joven y universitaria… En definitiva, es una actividad cultural-educativa inequívocamente exitosa. Lógicamente está subvencionada por el presupuesto de la universidad y, además de lo expuesto, reporta créditos educativos a los alumnos/as que la practican. Pensad en la hipótesis de que en esa época se produce una crisis sistémica tan vil e infame como la que nos azota en estos momentos. Pues bien, ¿os resulta difícil creer que una de las cosas que antes se `cargarían´ los prebostes y mandamases de esa universidad aplicando los recortes sería dicha aula de teatro?…. Hay que ser muy ingenuo y/o inocente para crer lo contrario.
Naturalmente, pensad que a los inefables gerifaltes de esa universidad, en el fondo, el teatro les importaría un comino; o sea: como ahora; lo único que les importaría es el paripé y la falacia de `tener´ esa actividad en la oferta cultural de su centro, el poder `ofrecerla´ a los estudiantes del mismo…. Que funcione bien, regular o mal; que sea un éxito o un fracaso; que asista mucho o poco público a las funciones; que suponga un elemento didáctico de evidente importancia en la formación integral de los alumnos, etc.,etc. `se la suda´ por completo; por supuesto, con las escasas excepciones que haya lugar…. Y ya, para terminar de rizar el rizo, suponed que ese taller teatral prepara una obra teatral de un autor absolutamente (o casi) inocuo; es decir, en modo alguno heterodoxo, o revolucionario o sacrílego o incluido en `el ìndice´ ni nada parecido… Pero imaginaos que confeccionan un cartel de la función en donde aparecen unas `señoritas´ junto a una farola y, en otra imagen, un plátano (literal) con la piel medio quitada…¿Qué suponéis que pasaría? Probablemente dicho cartel sería censurado de manera contundente…¿Incluso si el vicerrector o la persona encargada de `velar´por la moral y buenas costumbres de la universidad fuese joven; de treinta y tantos años?… Pues sí; no olvidéis que estamos situando esta historieta en el siglo XVIII…
Y ahora viene el final apoteósico de esta crónica anacrónica (valga el juego de palabras) Esta abominabnle y abyecta situación no es fruto de la imaginación de quien suscribe: es completamente real y se ha producido en una universidad pública madrileña en pleno siglo XXI… Todos los supuestos y matices apuntados corresponden a una canallesca y vomitiva realidad…. ¿Cuál es esa universidad? Qué más da… Acaso, ¿alguien puede pensar que diciéndolo se solucionaría algo? ¿Que los impresentables censores y los integristas de viejo cuño van a desaparecer?… Yo creo que ni de coña, y mucho menos en los tiempos que corren. Lo único que me resta añadir es que siento asco y vergüenza ajena por hechos como el expuesto…. Menos mal que, según dicen nuestros sublimes gobernantes, la crisis se está terminando y ya `se empieza a ver la luz al final del túnel¨, y eso siempre es un consuelo…. Descojonante con alevosía y nocturnidad.
Tomás Martín Serna
Madrid, noviembre de 2013.