David Comas – Notas sobre la unidad popular
Parte 1
¿Qué es la unidad popular? La mención a estas palabras ha ocupado la cabecera del debate entre los sectores más movilizados de las diferentes clases sociales que se enfrentan contra la oligarquía y sus representantes. Partidos políticos como Podemos o Izquierda Unida, a día de hoy referentes y dirigentes de gran parte de la movilización social existente, hacen referencia a este concepto. Sin embargo la falta de especificación y la endeblez de las explicaciones dan lugar a todo tipo de interpretaciones, a la creencia generalizada de que en este proceso se encuentra a la clave del cambio social pero, finalmente, en la profunda incomprensión de lo que realmente están predicando.
¿Qué es la unidad popular? Para una gran parte de activistas, obreros o de capas intermedias de la sociedad, significa todo y nada a la vez. Son capaces de definir que son el resultado de la lucha de una serie de actores políticos y grupos sociales contra la oligarquía, pero no son capaces de concretar quienes y de qué manera podrían articular esta lucha. Esta falta de claridad podría hacer creer, con facilidad, que cualquier tipo de encuentro de las diferentes clases y grupos sociales, así como sus representaciones organizativas (Económicas y políticas) en pugna con la oligarquía, podrían ser espacios de “Unidad popular”. Así plataformas como Ganemos, asambleas abiertas del 15-M, espacios donde confluyen diferentes organizaciones para articular algún tipo de movilización social o incluso el partido político Podemos, con su flexible estructura de círculos diseminados por todo el estado, podrían parecer expresiones o cristalizaciones de la Unidad Popular. Preguntémonos primero, ¿qué entendemos los comunistas por unidad popular?
¿Qué es el pueblo?
En primer lugar sería necesario describir que la concepción de unidad popular procede de la impresión general de que un sujeto, “el pueblo”, se enfrenta contra un enemigo que se construye en contra de los intereses de esta generalidad y que suele aparecer como minoritario y/o ajeno a los intereses de esta colectividad. La noción de “pueblo” es una identidad defensiva que se construye ante la circunstancia material de un enemigo que daña los intereses comunes de esta colectividad.
Se define a este enemigo del pueblo de diferentes maneras como reflejo del nivel de conciencia del proceso real que debilita y socava las bases del bienestar del pueblo como colectivo o conjunto. Podemos se define a ellos con el inexacto concepto de “casta”, algunos intelectuales atinan con poca precisión definiendo que el pueblo tiene ante sí a unas élites política o económicas. Los discursos más avanzando entienden que quien se enfrenta al pueblo es un sujeto más específico definido como oligarquía, entendiendo la misma como la capa más reaccionaria y parasitaria de la burguesía (clase social dominante) y desprendiendo de ella todas sus redes de influencia política, económica y cultural (lo que, necesariamente, incluiría a todos los sujetos que se quieren denunciar con los términos “casta” o “élite”).
La identidad como pueblo se construye defensivamente. Esto es, entendiendo que la misma tiene como elementos comunes la opresión y/o explotación de un enemigo común que es dominante. Así mientras que en España ese enemigo común es la oligarquía financiera de nuestro país vinculada con los capitales europeos y norteamericanos, durante la guerra chino-japonesa o la revolución cubana este enemigo se tornaba en forma de los imperialistas japoneses y norteamericanos. Así las fronteras de quién pertenecen al pueblo se ven determinadas por las circunstancias materiales por las que se configura una determinada sociedad. Todas las clases y grupos sociales que encuentren un claro ejercicio de opresión y/o explotación por parte de este grupo dominante y que no se les permita desarrollarle en este marco social, tenderán a incorporarse a las filas del pueblo[1]. Así dentro del pueblo siempre encontraremos a la clase obrera, siempre explotada por los capitalistas, pero podremos ver variar desde intelectuales que no pueden expresarse con libertad, a funcionarios y cuadros medios de la administración que ven mermadas sus condiciones de vida, pequeños propietarios endeudados que tienen que echar el cierre a sus negocios e incluso, en algunos contextos, burguesía nacional empeñada en romper las cadenas con la oligarquía para poder desarrollar un mercado interno que le permita progresar como clase.
¿Quién conforma el pueblo en España?
Para poder responder a esta pregunta debemos contextualizar primero el papel de España en el sistema imperialista mundial. Nuestro país se encuentra actualmente con un país perteneciente a la cúspide de la cadena imperialista. Aunque se encuentra ciertamente subordinado por los intereses de potencias de una inmensa influencia como Estados Unidos o Alemania, su papel internacional es de opresión mundial sobre los estados dependientes, de participante en la destrucción y el saqueo del tercer del mundo, así como de exportación general de capitales a países donde sus inversiones puedan obtener una mayor rentabilidad que en su mercado nacional.
España puede enfrentar este proceso porque en su economía nacional ya se ha dado una sólida fusión entre la gran industria y la gran banca. En nuestro país se ha conformado un grupo de oligarcas financieros que viven a “costa de los cupones de la bolsa”. Esto supone un complejo juego de especulación y búsqueda de la máxima rentabilidad dónde se invierte y se retira dinero de los diferentes sectores en función del máximo beneficio que se pueda obtener de él. Así estos oligarcas son capaces de levantar masivamente un sector de la producción de un país si les produce grandes beneficios o dejarlo caer retirando masivamente capitales si la operación enfrenta la posibilidad de terminar en pérdidas.
La clase obrera
La principal clase explotada en este contexto es la clase obrera. La misma es explotada tanto por el oligarca, por el empresario medio como por el pequeño empresario. En todas las relaciones que establece como sujeto social, la clase obrera es sometida a la explotación y a la opresión del resto de clases poseedoras. Esto se da porque la propia génesis de la clase obrera, en el marco de las relaciones capitalistas de producción, le hace vender su fuerza de trabajo (capacidad de trabajar) a una empresa determinada, apropiándose esta a cambio de ello del fruto del trabajo producido por el obrero durante el tiempo que dure su jornada laboral. Este proceso se da masivamente en la gran industria, y de manera organizada y sistematizada en los grandes centros de trabajo. Pero también se reproduce de manera menos sofisticada en la pequeña producción y en actividades que generan un bajo valor en la economía (incluso en formas de relaciones laborales legalmente engañadas en forma de relación mercantil, como algunos falsos autónomos que trabajan para empresas, solo que bajo un estatus legal dónde los derechos colectivos laborales no se le garantizan). Entre estos dos polos podemos encontrar una inmensidad de matices que conforman una heterogénea clase obrera que nunca es propietaria íntegra de los frutos de su trabajo.
Por otro lado debemos observar los bastidores de la producción capitalista. Esto es el hogar de la familia obrera. Para que la producción de mercancías pueda darse, es necesario asegurar la reproducción del elemento clave que permite su existencia, es necesario reproducir la fuerza de trabajo. Esto supone que tras el proceso de producción capitalista se encuentra siempre inserto un proceso de reproducción de la clase obrera. Este proceso se atribuye generalmente a una institución heredada de anteriores modos de producción e integrado por el capitalismo en nuestro país plenamente: la familia. En la misma se desarrollan una serie de relaciones patriarcales que, en la lógica de la división social del trabajo que impone ahora el capitalismo, recluyen a una parte de la clase obrera a tener que enfrentar estas funciones. Generalmente las mujeres han ocupado este papel debido a la división desigual de este trabajo, encontrándose insertar en un proceso reproductivo que incluye desde el cuidado de los hijos hasta el mantenimiento del hogar. La opresión patriarcal sitúa así a millones de mujeres a vivir recluidas en el hogar, convirtiendo este en el bastidor de la reproducción de la fuerza de trabajo, tan necesaria para los capitalistas.[2]
Los semiproletarios
Existe una realidad que se encuentra a medio camino entre la pequeña burguesía y el proletariado. A esta realidad la definiré como “semiproletarios”. Estos eslabones intermedios consisten en personas que para obtener sus medios de vida se han visto obligados a obtener los medios de trabajo para desempeñar una determinada actividad. Así estos semiproletarios son parcialmente propietarios de los medios de producción (generalmente de su forma más primitiva, de los objetos de trabajo) aunque acaban viviendo de los frutos de la venta de su fuerza de trabajo en la mayoría de ocasiones.
Un ejemplo de esta capa social es el del fontanero que debe costear y disponer de los objetos de trabajo para desempeñar su actividad. Para poder realizar trabajo de fontanería llega a diversos acuerdos, tanto con particulares como con empresas. Aunque todas las relaciones que él establece bajo esta forma son legalmente comerciales, en realidad existen un gran número de relaciones laborales escondidas tras este entramado burocrático. El semiproletario vive a medio camino entre la actividad comercial pequeño burguesa y la actividad laboral proletaria, obtiene sus medios de vida de un entramado de relaciones dispares y poco organizadas que confunden su existencia social, haciéndole pasar por propietario de los objetos de trabajo y vendedor de la fuerza de trabajo a la vez.
En España la forma legal del autónomo encierra a la gran mayoría de los miembros de esta capa social. Sin embargo la definición legal de “autónomo” encierra también una realidad dispersa, incorporando desde pequeños empresarios a trabajadores que son explotados bajo la forma legal mercantil para evitar que se cumpla el derecho laboral.[3]
A diferencia de la clase obrera, esta capa social no se encuentra sometida a una disciplina tan clara en un régimen de explotación laboral, lo que dificulta su organización para defender sus intereses. Además, la diversificación de actividades mercantiles y laborales desfigura en su día a día su identidad como clase obrera. La tendencia al monopolio impuesta en la sociedad capitalista desarrollada genera, como contrapartida, la diversificación de determinadas actividades no productivas o generadoras de escaso valor que son expulsadas fuera del organigrama industrial de las corporaciones y se delega en iniciativas particulares o del pequeño comercio. Esta tendencia es la que permite que, en los países imperialistas, las capas de la población que viven bajo estas condiciones intermedias hayan crecido tanto.
Los trabajadores públicos
Además, el contexto particular de España, que lleva a sus espaldas centenares de años de lucha de la clase obrera tanto nacional como internacional, deviene de la consolidación de algunas conquistas garantizadas por ley. Algunas de estas conquistas, como la educación o la sanidad pública, han generado un sector de economía pública no dirigido a la generación de beneficio sino a satisfacer las necesidades conquistadas por las masas en su lucha política y económica. Estos sectores han creado un número considerable de empleos públicos, bien bajo régimen funcionarial o bien régimen laboral. Estos trabajadores públicos obtenían generalmente su remuneración en forma de salario, sin embargo no lo recibían por parte de un particular o una colectividad de particularidades para que le produjera beneficios, sino por parte del Estado (que aun representa los intereses sociales de la clase dominante – la burguesía -).
Ahora que las luchas obreras han cedido terreno desde principios de los años 80 y principios de los 90, las grandes empresas y bancos han decidido llevar a cabo una reducción de los salarios también indirectos de la clase obrera, esto ha conllevado de una reducción del gasto público para servicios y prestaciones sociales. En su interés de recortar este salario indirecto se encuentra la imperiosa necesidad de reducir costes (mediante los recortes) junto con el renovado interés de convertir las diferentes funciones empeñadas hasta ahora por el sector público en sectores rentables para los capitalistas. Este último proceso, generalmente encabezado por las externalizaciones, ha devenido de una progresiva incorporación de las funciones antes atribuidas al trabajo público ahora, al trabajo privado[4]. Este hecho se incorpora bajo el interés de los capitalistas de convertir en mercancías las diferentes funciones que hasta ahora eran entendidas como parte del normal funcionamiento de los servicios públicos (Por ejemplo la limpieza, la seguridad o la conserjería de muchos centros públicos de educación o sanidad que son ahora cubiertos por empresas privadas). Los trabajadores públicos que ven como su situación excepcional quiere resolverse reincorporando sus actividades al sector privado y bajo las lógicas de la explotación capitalista (presionando, por lo tanto, sus salarios a la baja) genera la reacción de estos grupos contra la oligarquía de dos maneras: 1) en su vertiente económica queriendo evitar que su estatus beneficioso se vea degradado al de unas condiciones ordinarias de venta de su fuerza de trabajo bajo condiciones del mercado y la explotación capitalista; 2) en su vertiente política al reaccionar con la concepción política justa de que el servicio que estaban ofreciendo es de interés público y no debería someterse a las ansias de beneficios de empresarios y banqueros.
Los intelectuales progresistas
Sobre todo al amparo del sistema público educativo ha germinado un verdadero caldo de cultivo para la aparición de intelectuales en España. Muchísimas veces compaginan su función como intelectuales con su condición de funcionarios o trabajadores del sector público – generalmente, aunque no solamente, el de la educación -. Sin embargo también los intelectuales germinan bajo el sostén económico del sistema de becas. Así pues, sean funcionarios, profesores asociados o becarios, el sector público ha generado una gran cantidad de intelectuales. También se han situado en este espectro una amplia gama de profesionales liberales, entre ellos suelen destacar los abogados.
Muchos de estos intelectuales adoptan posiciones progresistas por convicción. Sin embargo son progresistas, en la mayoría de ocasiones, limitados desde su propia concepción de intelectual o, en el mejor de los casos, de trabajador público. No es raro que un grupo de estas características se incorpore a la lucha política con tanta entrega al descomponerse las bases materiales que permiten seguir sosteniendo su estilo de vida. No es de extrañar que las consignas y concepciones que arrastren estos intelectuales sean, en la mayoría de ocasiones, las de recuperar las condiciones de vida y las garantías aseguradas por las políticas socialdemócratas que garantizaban el conocido “estado del bienestar”.
Es importante entender que en este grupo también se intentan introducir otros grupos que requerirían de un análisis más profundo, como cuadros medios o inclusos avanzados de la administración[5]. Los casos de cercanía de estos elementos con el conjunto del pueblo suelen ser muy circunstanciales, estas relaciones de confluencia normalmente duran poco tiempo (Salvo que consigan convertirse en dirigentes del movimiento).
Los pequeños propietarios
Una gran masa de pequeños propietarios se incorpora a las filas al pueblo por su enfrentamiento contra los monopolios. Esto se da porque la tendencia a concentrar capitales que se da en el capitalismo y la imposible competencia contra las grandes empresas lleva a la ruina a estos “emprendedores”. El pequeño propietario se incorpora a la lucha social desde la perspectiva del interés de preservar su condición de clase poseedora. Esto es la idea de querer seguir existiendo como pequeño propietario y no tener que incorporarse a las filas de la clase obrera bajo la condición de trabajador asalariado.
La lucha de estos sectores tiene un doble sentido: económico y político.
El económico es el que busca un desarrollo con garantías como pequeño propietario, esto permite acompañar al conjunto del pueblo en la aspiración de gravar, e incluso en algunos casos expropiar, las grandes fortunas caracterizadas por los monopolios que dominan el mercado nacional y mundial. Además, también interesa al pequeño propietario cierta igualdad económica para así poder prosperar en un mercado en el que haya más oportunidades de hacerse hueco. Sin embargo no debe olvidarse que la aspiración de estos sectores es evitar el trágico final de proletarizarse, buscando como contrapartida extender sus cuotas de mercados, transformándose de productor autónomo en un capitalista que pueda enriquecerse a costa del trabajo asalariado de sus empleados.
El político es en el que se reacciona contra la tendencia al monopolio también del poder en manos de grandes empresas y bancos. De esta manera se enfrentan a la democracia burguesa con la democracia radical pequeño-burguesa. Aspiran a un mayor reparto del poder político, siendo favorables hasta cierto punto de la participación del pueblo en las principales decisiones económicas del país (políticas y macroeconómicas). Buscan así socavar el poder de la oligarquía y los monopolios, dañando así su ventaja comparativa como fracción de la clase dominante y aprovechando los huecos de esta debilidad para progresar en clave burguesa.
La particularidad de esta inmensa masa de pequeños propietarios es que tan pronto pueden asumir postulados democráticos y progresistas como, ante la decepción por un fracaso o una traición, apoyar una alternativa fascista promovida por la propia oligarquía financiera ante la ilusión de que la degeneración de la democracia es la causante de todos sus problemas.
Hasta aquí la primera parte de esta reflexión sobre la unidad popular. En próximos artículos trataré de definir qué significa la unidad popular para los comunistas, por qué la única garantía de que un proceso de este tipo produzca un cambio social es que la clase obrera se convierta en el sujeto político dirigente, cómo construir la unidad popular y el frente unido a raíz de las circunstancias políticas actuales y el riesgo de las diferentes concepciones sobre la unidad popular reflejo de la heterogeneidad de clases que participan de la conformación de la identidad de pueblo.
[1] El “Pueblo” es una construcción social subjetiva. Es un concepto puramente político y superestructural que sirve para la acción política conjunta de diferentes grupos y clases sociales con intereses para sí diferenciados pero que coinciden en determinados objetivos vitales para sus respectivos desarrollos como clases sociales. Así no es la excepción, sino la norma, que dentro del pueblo convivan diferentes sectores y clases con intereses contrapuestos. El ejemplo de la burguesía nacional en los países dependientes y el proletariado es el gran ejemplo del carácter contradictorio de esta unidad.Mientras que la burguesía nacional y el proletariado comparten objetivos vitales de lucha contra el imperialismo y la dependencia de su nación para desarrollarse (La burguesía nacional porque quiere consolidar su mercado interno y el proletariado porque quiere derrocar a la oligarquía para construir el socialismo) a su vez ,la primera existe porque explota al segundo. Por lo que el proletariado para lograr sus objetivos (construir el socialismo) tendrá, antes o después, que resolver su contradicción con la burguesía nacional.
[2] Aunque no es el objetivo de este artículo sí es interesante analizar cómo las propias relaciones capitalistas han inundado también la esfera ocupada por las relaciones patriarcales. Esto suele ocurrir cuando se ha creado un inmenso mercado de las tareas reproductivas, convirtiendo estas en mercancías ofreciendo servicios como el hogar, la alimentación o el cuidado de los niños entre otros. Este proceso sólo libera a las mujeres ilusoriamente, pues las “libera” de las relaciones del hogar para someterlas a las relaciones de la explotación capitalista. Además estas suelen darse arrastrando multitud de prejuicios culturales e ideológicos del patriarcado que el capitalismo no tiene problema alguno en subsumir en su forma de actuar. Por otro lado las familias que tienen la capacidad de sustituir la existencia de estas relaciones en su hogar sólo expulsan el patriarcado para que ese espacio en su hogar sea ocupado por las relaciones de mercado.
[3] Así cuando hablamos de los autónomos debemos tener mucho cuidado. El término de “autónomo” nos sirve como categoría de análisis legal, pero es muy imprecisa como categoría de análisis social. Es más correcto que los marxistas definan que existe una figura legal en la superestructura de España catalogada como “autónomo”, y dentro de esta categoría legal coexisten diferentes realidades engendradas de la base económica, dos bien definidas como son partes de la clase obrera y de la pequeña burguesía y una intermedia entre ambas, los semiproletarios.
[4] No es de extrañar que estas externalizaciones hayan comenzado primero por las funciones que requerían de un trabajo menos cualificado y generalmente manual. Es importante observar como la externalización de sectores como la limpieza son, a día de hoy, prácticamente un hecho ya consumado en la mayoría de centros públicos. Estos sectores eran los más rentables para el capital, pues de su privatización y mercantilización se iba a obtener una mayor rentabilidad en un plazo moderado. Este proceso además facilitó el trasvase del dinero público a las manos privadas mediante relaciones contractuales entre las empresas subcontratadas y las administraciones del Estado.
[5] No es de extrañar que los sectores más elevados de esta administración que han sufrido la opresión de la oligarquía intenten introducirse en el movimiento popular intentando controlarlo y someterlo, tratando así de plasmar las relaciones de subordinación que disponían en su anterior puesto. Esto pueden intentarlo intentando convertirse en referentes ideológicos o incluso políticos. Un ejemplo del primer caso es el del juez Baltasar Garzón, que intentó convertir de su causa de opresión política un motivo para erigirse en referencia de lo que debía ser un “juez decente”. Un ejemplo fallido del segundo caso lo protagonizó el juez Elpidio Silva, que utilizó sus influencias para dar el salto a la televisión aspirando así a dar el salto a la política con el Movimiento RED, experiencia que tuvo un respaldo popular muy limitado.
Parte 2: ¿Por qué la clase obrera?
En la primera parte de este artículo intenté centrar el análisis de la unidad popular como el punto común de encuentro entre diferentes clases sociales en la articulación de la lucha contra un enemigo común. En dicho artículo definíamos a la oligarquía financiera como el enemigo común del pueblo y a la clase obrera como el único sujeto político interesado en luchar consecuentemente contra este enemigo hasta el final. Definíamos a la clase obrera como el sujeto político que debía centrar esta lucha y debía dirigirla. Nos detendremos sobre esta cuestión para poder explicar las razones por las que la clase obrera juega este papel en España en el año 2015. Este “alto en el camino” es indispensable para evitar que las posteriores explicaciones que haré en futuros artículos sobre la construcción del Frente Unido como fórmula de la unidad popular para los comunistas puedan ser desvirtuados, entendiendo este proceso como algo ajeno a los intereses de la clase obrera y la reconstitución de su partido político.
¿Por qué la clase obrera?
Toda lucha nos hace avanzar. Pero no toda lucha nos permite afianzar un camino hacia la dirección que deseamos. Los comunistas hacemos política para lograr un objetivo, este es el de construir la sociedad comunista dónde el ser humano se encuentre libre de todo tipo de explotación y de opresión. Esta ambiciosa meta no responde a un simple deseo utópico de conocer una sociedad mejor, sino a la convicción analítica de que la humanidad, en su desarrollo histórico, empieza a situar las condiciones materiales para que este mundo pueda construirse. Sin embargo, frente a la potencialidad real de la capacidad productiva y los grandes avances tecnológicos para poder lograr esta cuestión encontramos como obstáculos las relaciones sociales que engendraron esta producción y estos avances que impiden avanzar hacia un nuevo modelo de sociedad. Las relaciones de producción capitalistas, fundamentadas en la propiedad privada de los medios de producción (fábricas, objetos e instrumentos de trabajo, materia prima…) y en el trabajo asalariado (dónde uno recibe un salario por trabajar un tiempo determinado, entregando todos los frutos del trabajo resultante al/los propietario/s de los medios de producción) impiden hoy que las grandes capacidades productivas, técnicas e incluso culturales existentes puedan servir al progreso de la humanidad en su conjunto, sino exclusivamente al bienestar y enriquecimiento de una fracción limitada de ella: la burguesía.
Como nuestra apreciación es científica y no pasional o utópica, no negaremos que es cierto que en el desarrollo de la historia de la humanidad las relaciones de producción capitalista jugaron un papel de progreso para la humanidad en su conjunto[1]. Pese a encontrarse explotado por el patrón, hubo un momento en el que el desarrollo del capitalismo fortalecía, aunque no por igual ni en el mismo sentido, a la burguesía y al proletariado. Objetivamente el capitalismo permitió dar el paso en un momento dado de las relaciones feudales de nuestro campo hacia la gran industria y la concentración urbana. Además, logró atrapar a una humanidad dispersa en la pequeña producción y la servidumbre, organizándola en un sistema de producción industrial primero nacional y luego mundial. El capitalismo hizo progresar a la humanidad durante un tiempo precisamente porque engendró las condiciones para poder ser superado por un modo de producción superior, esto es, para que pudiera construirse la sociedad comunista.
Sin embargo este tiempo, en rasgos generales, ha pasado[2]. A día de hoy el capitalismo ha llegado a tal nivel de desarrollo que poco progreso puede aportar al conjunto de la humanidad. La concentración de capitales ha llegado a tal nivel que ha permitido que la banca y la industria se fusionen, forjando un matrimonio inseparable únicamente movido por el lucro, ya sea productivo o especulativo. Actualmente el capitalismo ha entrado en su fase monopolista o de tipo imperialista, esto supone que los grandes monopolios, movidos por el interés de obtener ganancias, ya no se ven obligados a desarrollar necesariamente las fuerzas productivas, sino que pueden incluso destruirlas para poder continuar reproduciendo su lucro. En este sentido la contradicción capital-trabajo que articulaba la sociedad capitalista en un principio se ve acompañada de nuevas contradicciones que dividen la sociedad y el mundo.
Así el planeta queda dividido entre países imperialistas y países dependientes, concentrándose el núcleo de la oligarquía financiera en las estructuras estatales de los primeros y sometiéndose al subdesarrollo y a la explotación del conjunto de la población los segundos[3]. A su vez que el globo se fragmenta en diferentes bloques imperialistas que pugnan entre sí. Ambos rasgos se traducen en el empobrecimiento, subdesarrollo y destrucción de grandes recursos y fuerzas productivas de la humanidad para beneficiar a los intereses de un grupo u otro de oligarcas. Ejemplos de ellos son los países dependientes a los que la oligarquía exporta capitales pero no los acompaña de un plan de desarrollo de un capitalismo nacional como sí hicieran sus antepasados en los países imperialistas, condenando a pueblos enteros a la dependencia, la superexplotación y el subdesarrollo. También lo son la inmensa fuerza destructiva de las guerras que las potenciales imperialistas llevan a lo largo y ancho del mundo para conquistar mercados o mejorar su posición internacional frente a sus competidores imperialistas.[4]
Así hoy el avance hacia una alternativa social, económica y política sólo puede venir de una superación del capitalismo. Como pudimos ver en el análisis de clases del anterior artículo, el único sujeto plenamente interesado en construir una alternativa histórica superior al capitalismo es la clase obrera, porque es la única clase social que se encuentra explotada en toda circunstancia por otras clases y capas sociales.
Cuando una amplitud de clases y capas sociales se enfrentan a la oligarquía, el proletariado debe jugar sus cartas para aprovechar estas contradicciones y ponerse al frente de esta batalla para que resulte en una derrota definitiva del enemigo. Si deja esta labor a la pequeña burguesía no encontrará su emancipación como clase explotada, y a lo sumo, podrá aspirar a que sus intenciones democráticas duren lo suficiente para obtener mejoras hasta que el desarrollo del mercado nacional y la concentración de capitales la aúpe como una nueva generación de oligarcas a la arena internacional. Si confía por el contrario en los cuadros intermedios y la intelectualidad sólo tendrá un margen de desarrollo y progreso hasta que estos encuentren la connivencia, aprobación y garantía de sus privilegios frente a la clase dominante. Cualquier camino que emprendan estos otros sujetos podrá mejorar temporalmente las condiciones de vida de la clase obrera, pero esta mejora será temporal y transitoria. Así la clase obrera debe ser capaz de “coger el toro por los cuernos” y entender que estas alianzas aunque necesarias, siempre tienen fecha de caducidad.
Sin independencia política no habrá socialismo
Es necesario centrar esta cuestión para poder avanzar en estos análisis sobre la unidad popular. Aunque estos textos hablan sobre las relaciones entre las diferentes clases sociales, en los mismos estamos dando por hecho que la clase obrera actúa como un actor político independiente. Este hecho suele ser olvidado por muchos comunistas que corren a disolverse en las diferentes expresiones organizativas de masas interclasistas que parecen condensar esta unidad popular, confiando en ellas como verdaderas organizadoras y motores del cambio político, económico y social. Si bien estas expresiones tienen mucho que aportar al desarrollo de la lucha democrática y de las mejoras de condiciones de la clase obrera y otros sectores del pueblo, los comunistas no deben olvidar que para que la clase obrera actúe para sus intereses es indispensable la existencia de una herramienta: El partido obrero independiente o partido comunista
Así la presencia de obreros en los espacios de encuentro interclasista no se deriva necesariamente de una presencia de la clase obrera organizada conscientemente para luchar para sus intereses en los mismos[5]. La clase obrera debe fraguar su independencia política en forma de teoría revolucionaria y organización política de clase (esto es, de partido político obrero). Si no hace esto estará abocada a verse arrastrada bajo la dirección ideológica de la burguesía o de la pequeña-burguesía, con más medios, herramientas y canales de difusión para calar entre la conciencia de las masas.
Esta condición indispensable no puede ser olvidada por los comunistas y tampoco debe ser satirizada en forma de una expresión orgánica con una marca cultural que la identifique con este objetivo. El partido político comunista es un proceso, no una formalidad orgánica, y se concreta de la fusión real del Socialismo Científico con el movimiento obrero. Así, para poder abordar con acierto la infinidad de tareas prácticas que nuestro camino revolucionario nos exige (y que la actualidad política nos impone) es indispensable fraguarnos en un manejo fluido y acertado del marxismo.
Si despreciamos con pereza esta labor teórica jamás construiremos el partido obrero, simplemente algún tipo de organización de resistencia. Si despreciamos esta labor y la construcción partidaria marcharemos en fila india a disolvernos, como un azucarillo, entre la marea de millones de activistas que ya engrosan las filas de los movimientos sociales democráticos. Cuando queramos darnos cuenta habremos perdido la orientación y no estaremos actuando en un sentido estratégico y en beneficio de nuestra clase, sino maniobrando para que la marea incontrolable nos lleve al más placentero de los puertos (sea cual sea este).
Para construir el Frente Unido ya existen de sobra activistas (y siempre existirán porque el propio movimiento de la sociedad los produce espontáneamente). Los comunistas debemos esforzarnos en articular nuestro partido, en dominar la teoría revolucionaria y en lograr que esta pueda fusionarse con las masas obreras para que éstas, disponiendo de una conciencia de sus intereses para sí, dirijan la amplia lucha de clases y encabecen la construcción del Frente Unido para la lucha democrática y por la revolución socialista. Pero sobre las fórmulas y pasos para construir este Frente Unido nos sumergiremos en futuros artículos.
[1] Hay ciertos momentos de la historia, como bien señalan Marx así como otros autores del marxismo, dónde el camino de la burguesía y el proletariado recorrían cierto espacio común. Esto no significa, bajo ninguna circunstancia, que estos intereses comunes hicieran desaparecer las contradicciones entre ambas clases sociales. Si bien el proletariado se fortalecía como clase al desarrollarse el mercado nacional capitalista, esta seguía estando explotada por el patrón y se encontraba socialmente subordinado al mismo. Sin embargo estos hechos comunes explican por qué la burguesía pudo arrastrar en una lucha común a parte del proletariado para vencer al feudalismo durante las revueltas acontecidas en el siglo XIX.
[2] Hablamos de rasgos generales porque la tendencia general es esta. Eso no significa que en casos concretos el capitalismo pueda desarrollar un mercado y pueda encontrar en ciertos objetivos comunes al proletariado y a la burguesía. Tampoco quiere decir que en cierta parte del mundo este proceso se haya extinguido. Centraremos este análisis en las condiciones particulares de España, sin menoscabo de que en la vía de un capitalismo desarrollista, por ejemplo en los países dependientes, no puedan volver a encontrarse a gran escala puntos de unión entre ambas clases sociales que, pese a todo, nunca dejan de luchar entre ellas.
[3] Una capa social de la que no hablamos en el anterior artículo es la aristocracia obrera. Aunque este sector no será diseccionado en profundidad durante este artículo, sí debe tenerse en cuenta que surge como desarrollo de esta fase imperialista del capitalismo dónde los grandes capitalistas pueden sobornar a determinados obreros con un aumento de sus salarios y calidad de vida para fragmentar a la clase obrera. De esta manera se constituyen los puentes para cierta estabilidad sociedad (muy relativa) en los países imperialistas y poder mantener estas estructuras estatales cohesionadas y compactas para que saqueen a los países dependientes. Lo más grave en lo relativo al frente único es que esta aristocracia obrera, que engendra y desarrolla sus intereses particulares, puede arrastrar al resto de la clase obrera a postulados nacionalistas o corporativos, que no le dejen ver más allá de sus intereses nacionales o económicos más inmediatos.
[4] Este contexto es abono perfecto para todo tipo de concepciones nacionalistas y chovinistas que intenten dar una “salida nacional” a los problemas del pueblo. En España hemos podido observar cómo una de estas vías ha sido determinadas concepciones sobre la Renta Básica Universal, que entendía básicamente la misma como una salida rentista a los problemas de pobreza desarrollados en nuestro país. Esta concepción podemos definirla como social-imperialista (Socialista de palabra pero imperialista de hecho), porque plantea un escenario de bienestar social para el pueblo sustentado en una ausencia de cuestionamiento del papel en la cadena imperialista que ocupa actualmente nuestro país. Dicho de otra manera: pensar que los problemas de pobreza y exclusión social de España simplemente pueden resolverse con una renta que se financia gravando los grandes capitales que obtienen su beneficio de la explotación internacionalizada supone exigir una transferencia de capitales internacionales a “aliviar” las condiciones de vida del pueblo español dejando a su suerte explotadora a otros pueblos que sufren las tropelías de los grandes monopolios. No todas las concepciones sobre la Renta Básica encierran esta lógica, aunque esto merecería un estudio personalizado sobre esta cuestión.
[5] Un elemento que muestra este hecho es el apoyo electoral a Podemos. Las últimas encuestas del CIS muestran que un gran número de obreros cualificados estarían apoyando a esta formación política. Ante este hecho no son pocas las voces que establecen que esto es un símbolo inequívoco del carácter proletario del partido político Podemos. Esta simplificación es interesada y autojustificativa, y pasa por alto que este alto apoyo no define el carácter de clase de Podemos, sino que señala la vía de su éxito (porque cuando la pequeña burguesía y los cuadros intermedios logran conquistar a las masas obreras y ponerlas tras de sí es cunando obtienen su verdadera fuerza). Es más, obvian que el cruce de recuerdo de voto y clase social del CIS entre enero de 2012 y abril de 2013 situaban al Partido Socialista Obrero Español con un apoyo en las anteriores elecciones que llegaba a rozar el 40% por parte de los obreros cualificados y el 20% los no cualificados. No hay que ser sociólogo para entender que este amplio apoyo no convirtió al PSOE durante los años en los que llegó al gobierno en un partido obrero aunque extrajera la mayoría de sus apoyos de esta clase. El carácter de clase de un partido se encuentra determinado por sus condiciones materiales de existencia y por la dirección política estratégica que condense su programa.
Fuentes originales:
http://trabajodemocratico.es/content/notas-sobre-la-unidad-popular-i
http://trabajodemocratico.es/content/notas-sobre-la-unidad-popular-ii-¿por-qué-la-clase-obrera