Cuba. Redes en vez de cañas
A veces me meto a revisar el blog “Joven Cuba” buscando una versión no oficial de lo que pasa en ese amado país. Encuentro frescura e irreverencia. Es mucho para una nación golpeada por un bloqueo inhumano que la ha llevado a un disciplinado comportamiento que asombra por no estar asociado a la liviandad del espíritu caribeño.
De tales incursiones conozco las crónicas de Ariel Montenegro, imaginativas y bien escritas. En la última de ellas nos habla sobre la contradicción del pescado sin pescadores. Allí dice cosas cuya certeza no está en discusión: El Estado Cubano, con el pequeño río, con sus botes que hacen agua por todas partes, se da el hermoso lujo de gastar la pesca y no enseñar a pescar…
Sus argumentos, aunque la derecha los manosee, son ciertos. Señala que los gerentes de las empresas estatales socialistas, aunque buscan generar ingresos para pagarle bien a los trabajadores y darle de comer a sus familias, no les preocupa la producción. Y propone, con evidente ingenuidad, lo que imagina como única vía posible para respirar sin robarle a nadie: el trabajo privado…
Tuvimos que aceptar, en los años de la guerra fría, como inevitable para la sobrevivencia del frágil Estado cubano el peso de la Unión Soviética. Marcó un rumbo económico a ningún lado. Sorprende como, a pesar de la lucidez de Fidel y la voluntad del Che, no se planteó, en paralelo, darse la oportunidad de industrializar aquellas antiguas formas comunitarias de producción surgidas en Asía y la América indígena.
No confundan esto con arrebatos nostálgicos por lo antiguo originario. La verdadera diferencia entre el capitalismo y el socialismo (el anhelado) no será, como aún se afirma, el modo de producción y menos aún su incesante expansión. Es la democracia. Ella es solo forma en las sociedades dominadas por una codiciosa clase dueña de lo producido. Igual pasa cuando es tutelada por un aparato de estado (en manos de burócratas no de servidores). Si la gente es la que siempre ha trabajado, acaso no lo va a seguir haciendo si pasa de su condición de asalariada a dueña en colectivo de los medios de producción. Este modelo participativo, extendido en una red de redes, convertiría el valor de cambio en valor de uso, y nada tiene que ver con lo filantrópico. Es el paradigma del siglo XXI.