Cuba desde Hollywood
Recuerdo que la primera película que vi nada más llegar a París en Octubre de 1968 fue “Cuba sí”, de Chris Marker, una largometraje documental que informaba con claridad y vehemencia
Por Pepe Gutiérrez-Álvarez
Recuerdo que la primera película que vi nada más llegar a París en Octubre de 1968 fue “Cuba sí”, de Chris Marker, una largometraje documental que informaba con claridad y vehemencia sobre la revolución que en 1959 prologó el ciclo radical de las dos décadas siguientes. Un ciclo que se cerró cuando la revolución sandinista acabó siendo ahogada por la geopolítica: no encontró a nadie quela defendiera como lo hizo con todas sus miserias la URSS con Cuba. En los dos años siguientes que permanecí viviendo al calor de la Filmoteca, vi una buena cantidad de film cubanos que me dejaron una magnífica impresión: la revolución también pasó por las cámaras, y todavía sigue ahí mientras que el cine del resto del continente sigue subyugado por el Imperio.
No obstante, Hollywood no pasó de realizar algunos bodrios anticastristas, lo que no impidió que una revista como Clío (nº 129) de pretensiones historicistas independientes, convirtiera dos películas importantes Cuba (Richard Lester, USA, 1979) y Habana (Sydney Pollack, USA, 1990) en alegatos contra “la cara más diabólica de Fidel Castro”, todo según el punto de mira del “especialista” de la casa, Fausto Fernández. En realidad, se trata de dos grandes producciones abiertamente “cómplices” con la revolución cubana, sobre todo en su vertiente de denuncia contra el régimen títere de Fulgencio Batista, un verdadero tirano. Todo un ejemplo de la campaña de denigración de la Cuba castrista por parte de los medias incluso en revistas que dejan de resultar serias cuando se trata de pasar por la puerta de temas sobre los que el “pensamiento único”. El que escribe, suscriptor veterano, se dio de baja en el momento en que CLIO comenzó a publicar entregas sobre temas centrales del “revisionismo” neofranquista como la División Azul o la actuación de algunos militares genocidas durante la guerra que estos desencadenaron contra la República y el pueblo militante.
En estos medios se habla generalizadamente de las “dictaduras” como si estas cayeran del cielo. Franco por ejemplo era la quintaesencia de la vieja derecha española amenazada por las exigencias democráticas y sociales de la mayoría trabajadora, amén de ser el candidato de Hitler y Mussolini. Su mediocridad y su maldad ilimitada, se explica en ese contexto. Hitler no habría surdido sin el fracaso de una revolución -traicionada por la socialdemocracia-, y sin la voluntad de la gran industria alemana en un nuevo reparto imperial. También habría que hablar de los que mueven los hilos, así por ejemplo, no se puede hablar de Suharto, Pinochet, Videla y tantos otros sin hacerlo al mismo tiempo de la Trilateral y del fascismo exterior made in USA, de los que fueron meros “títeres”, sobre todo en su fase neoliberal.
Y aunque Fernández se va por otros senderos, existen testimonios cinematográficos de gran calado, algunos tan conocidos como Desaparecido (Missing, 1982), de costa-Gravas, una pista que nos lleva también a otras experiencias como Z , uno de los títulos más emblemáticos del llamado “cine político”, un término aceptable si se entiende como “cine político comprometido con la izquierda radical”…También están –por supuesto-, los grandes documentales de Patricio Guzmán, y en particular El caso Pinochet (Chile, 2004), que, entre otras cosas, tiene la virtud de señalar con datos abrumadores la conexión Margarte Thatcher, esa señora sobre la que Vargas Llosa dijo que lo que había hecho por la libertad no tenía nombre. Una frase correcta sí cambiamos libertad por potentados o multinacionales.
La lista es bastante larga. En las últimas dos décadas, los testimonios sobre las dictaduras y de los parafascismos surgidos como prolongación de la política exterior norteamericana, han sido abundantes. En los años sesenta-setenta, habría que hablar del “cinema novo brasileiro”, y de algunos títulos de Glauber Rocha, que apuntaron contra los golpistas brasileros sobre los cuales la justicia toda tiene que hablar. Más tarde, los ha habido y buenos sobre Chile, Argentina, Uruguay…También cabría hacerlo sobre Nicaragua, con una cierto número de títulos, algunos tan conocidos como Bajo el fuego (Under Fire, USA, 1983), dirigida por Roger Spottiswoode y protagonizada por Nick Nolte, Gene Hackman, Joanna Cassidy, Jean-Louis Trintignant, en la que se explica el papel de la CIA en la defensa del Somoza, el más famoso de los “hijos de putas” mantenidos por las exigencias de los intereses comerciales y geoestratégicos del Imperio. Pero no hay peligro que el periodista se aleje del estereotipo que actualmente domina en los medios, incluyendo los de divulgación histórica.
Así, el artículo pasa de puntillas sobre los viejos Adolf Hitler, Benito Mussolini o Francisco Franco, mención que, hay que reconocerlo, puede considerarse un detalle. No es precisamente lo habitual, ya sabéis que don Felipe dijo que era un “autoritario”, una clasificación igualmente made in USA. De haber hecho un pequeño alto en el camino, Fernández podría haber encontrado títulos que abordan las conexiones entre el imperio y dichas dictaduras fascistas. Como queremos ser breves, baste mencionar La caja de música (Music Box, USA, 1989), también de Costa-Gavras e interpretada por Jessica Lange, Armin Mueller-Stahl, Frederic Forrest…Dicha conexión es de primer orden también en algunos de los dictadores que Fausto cita como “inspiración de Baron Cohen” en El dictador (The Dictator, USA, 2012) como Sadam Hussein, Gaddafi, Bokassa, Idi Amin”. En realidad, todos ellos fueron “hijos de puta” que no habrían llegado nunca a dominar los resortes del poder sin el concurso de las multinacionales y de unos militares corruptos, algo que la propia película no se olvida de subrayar en su final: son los intereses del imperio los que producen y mantienen estos “monstruos”. Aquí el crítico podría haber hecho mención por su vigencia, a los casos de Mubarak en Egipto y Ben Ali en Marruecos, ambos ilustres miembros de la… internacional Socialista o sea “amigos nuestros”.
Sobre todo podrían dar conferencias Felipe González o Trinidad Jiménez, dos participantes de la Trilateral.
Pero trayecto del artículo de CLIO es más corto. Llega hasta el punto en que el artículo nos informa que…”Todo lo que suene a república bananera le ha producido una especial querencia a Hollywood. Incluso antes de que los barbudos revolucionarios cubanos tomaran La Habana, ya John Huston mostró algo parecido en Éramos unos desconocidos (We Were Strangers, USA, 1949) en la que presentaba unos insurgentes (cubanos sin duda, pero que podían situarse en cualquier otro país del área), un comando de mercenarios made in USA y un objetivo: acabar con un presidente villano. Más tarde, largometrajes como Cuba, de Richard Lester, con Sean Connery, y Havana, bajo la dirección de Sydney Pollack con Robert Redford, “mostraron la cara más diabólica de Fidel Castro. En unos términos análogos, la española El caso Galíndez ponía su mirada en el régimen de Trujillo, en la República Dominicana”. En realidad, ambas (inspiradas sin duda en el modelo de la mítica Casablanca donde el cínico acaba apoyando una causa peligrosa) se sitúan en los prolegómenos de la revolución que como en la saga de El padrino, es evocada como un antro de corrupción, como una suerte de capitalismo de casino donde la mafia campaba en plena connivencia con la dictadura. A la revolución simplemente, se la ve venir. . Ambas transcurren en el trama final de la dictadura del “hijo de puta” proyanqui Fulgencio Batista, ambas están protagonizadas por dos personajes más cínicos. En Cuba, una de las peores de su autor, Richard Lester, se trata de un mercenario (Sean Connery), que viene a trabajar para el gobierno, en Havana (no mucho más interesante), se trata de un jugador (Robert Redford) que acaba tomando partido. Ambos se enamoran de dos revolucionarias, encarnadas por Broke Adams en la primera y por una magnífica Lena Olín en la otra.
Aunque sea con el texto de un telegrama, una referencia a esta historia tendría que empezar dejando bien sentado lo siguiente: las repúblicas bananeras son colonias inconfesas de los Estados Unidos. No creo que nadie requiera “documentación”, la propia revista lo ha dejado claro cuando ha tratado el tema. En cuanto a Hollywood, habría mucho que hablar. Cierto es que Hollywood fue el mejor defensor del colonialismo británico e incluso francés (en las películas sobre la Legión Extranjera) en sus grandes películas de aventuras, pero también es cierto que se pueden contar un cierto número de “westerns” de exaltación de la revolución mexicana…
En general, Hollywood rechazó aparentemente en “meterse en política”, lo cual nunca fue cierto aunque como la Iglesia, trata de nadar entre dos aguas.
El número de títulos sobre las repúblicas bananeras casi se pueden contar con los dedos de una sola mano. Está, ciertamente, Éramos unos desconocidos (We Were Strangers, USA, 1949), que no se cuenta entre las grandes de Huston, aunque tiene numerosos puntos de interés, sobre todo porque es representativa de la fiebre democrática, social e internacionalista del Hollywood anterior a la “caza de brujas”, Quizás valga la pena precisar que la trama transcurre bajo tirano (“títere”, naturalmente) Gerardo Machado domina Cuba desde 1925. China (Jennifer Jones), una joven que ha visto cómo asesinaban a su hermano, se une al grupo clandestino al que este pertenecía. Pronto conoce a Tony Fenner (el emblemático John Garfield), un americano recién llegado a Cuba que lucha contra el régimen y que planea la construcción de un túnel en La Habana para acabar con la vida de toda la cúpula política de la isla. También cabría mencionar Crisis (1950), del primer Richard Brooks (que se radicalizará en los sesenta), con Cary Gran y José Ferrer, este último como un dictador bananero, aunque el film, lejos de poner el dedo de la larga mano del Pentágono, se desliza hacia la actuación ejemplar de un norteamericano en un país extranjero, una plantilla de la que Hollywood abusará hasta la saciedad.
La errata de CLIO es de campeonato. Sobre todo porque evidencia la existencia de un prejuicio banal del autor que da por sentada algo que es, justamente todo lo contrario. O sea que no solamente no ha visto las películas, es que ni tan siquiera ha consultado la extensa información que se puede encontrar poniendo dichos títulos en el Google. A partir de aquí, sería pues demasiado pedirle que conociera la existencia de una abundante y rica filmografía a favor da la revolución cubana (baste como ejemplo, estos días he descubierto una joya desconocida, Soy Cuba, una coproducción cubano-soviética de 1964 dirigida por Mikhail Kalatozov, escrita por Evgeni Etvuchenko, y protagonizada por actores anónimos.
Este tipo de manipulaciones suelen ser habituales en la Red, así por ejemplo, no es extraño encontrar ejemplos como el de El año que vivimos peligrosamente, con comentarios que hablan de “tentativas de subversión marxista” donde tuvo lugar un golpe de estado militar, el de Suharto, que costó la vida al menos medio millón de campesinos y trabajadores “comunistas” (ver mi artículo: 1965: Franco en Yakarta. El trasfondo de El año que vivimos peligrosamente, en Kaos). Pero no lo son tanto en revista de historia, al menos en Clío. Pero la banalidad nos vade, ¿Qué más da?…
Existen por supuesto, numerosas críticas al régimen, incluso desde la propia Cuba, por ejemplo en títulos de Gutiérrez Alea.
Abundan los alegatos contrarrevolucionarios. Sin embargo, exceptuando quizás un producto tan de “guerra fría” como Topaz (USA, 1969), de lo peor de don Alfredo, y en la que la CIA son los buenos y los barbudos unos meros sicarios de Moscú. En realidad, no se puede hablar de producciones dignas de mención, de títulos que, cuanto menos, alcancen el de Cuba y Havana, sobre todo de segunda o de quinta categoría. Títulos de serie C de “hazañas bélicas” con fétidos imitadores de Rambo o como Operación Dalila (España-USA, 1967), de Luís del Arco, y en la que una Dalila moderna (Gia Scala), le sustrae el secreto de su fuerza un sansón barbudo que no puede ser otro que Fidel (Enrique Guitart), logrando con su belleza y unas tijeras lo que la CIA no ha logrado. Menos mal que sale José Isbert…Claro que aunque se trata de un bodrio infumable, resulta más interesante que La ciudad perdida (2005), dirigida e interpretada por el lamentable “contra” Andy García.
No hay que decirlo: el cine cubano es desde 1959 el más inquieto y activo del continente, y han sido muchos los títulos que han refrendado la revolución castrista sobre la cual poseemos ya la suficiente perspectiva para desarrollar una discusión. Algo perfectamente posible a través de unas jornadas sobre cine y Cuba. Una modesta sugerencia que desmotaría la capacidad del cine para ofrecer más luz, más libertad en la mirada…