Cristianos, laicos y socialistas. en torno a una consideración poliética y gnoseológica de Mario Bunge
            No deberían sorprendernos las afirmaciones del primado anglicano, apuntaba Enrique Curiel. Las relaciones y la atracción entre las Iglesias (acaso mejor: entre el pensamiento cristiano) y el marxismo no son nuevas, late en ambas -o debería latir cuanto menos- una pulsión emancipatoria del ser humano, lo que conllevaría una fuerte atracción entre ambas cosmovisiones, “a pesar de todas las dificultades filosóficas y religiosas de la tarea”.
            Al calor del Concilio Vaticano II, se impulsó, recordaba Curiel, el diálogo entre cristianos y marxistas a través de múltiples iniciativas: reuniones, debates, conferencias, mesas redondas, publicaciones. Entre las obras más destacadas publicadas en nuestro país era preciso recordar el volumen editado por Jesús Aguirre, todavía sacerdote en la Ciudad Universitaria de Madrid: Cristianos y marxistas (Los problemas de un diálogo). Dialogaban en él cinco pensadores católicos –el propio Jesús Aguirre, Kart Rahner, Giulio Girardi, Johann Baptist Metz y J. L. López. Aranguren- y cinco intelectuales marxistas destacados: Lucio Lombardo-Radice, Milán Machovec, Gilbert Murry, Louis Althusser y Manuel Sacristán.
            Recuerda también el ex vicesecretario general del PCE que Alfonso Carlos Comín, siendo militante comunista, escribió y publicó en 1977: Cristianos en el Partido, comunistas en la Iglesia, apuntando que ”bajo tan provocador título, se escondía una de las mentes más lúcidas y valientes de aquellos difíciles años”.
            Tiene razón el senador Curiel. No estuvo lejos de la lucidez de Comín, ni desde luego lejos de su reconocimiento, Manuel Sacristán, quien intervino en este diálogo con tres textos1: uno, el citado, recogido en el volumen de Jesús Aguirre2; otro sobre la militancia de cristianos en partidos comunistas publicado en el número 1 de Materiales3, y un tercero que fue precisamente el texto que Sacristán leyó el día de la presentación del libro de Alfonso Carlos Comín en Barcelona4.
            Diálogo entre cristianos y marxistas, diálogo crítico, desde luego, como no podría ser de otra manera. Así, en el texto publicado en el primer número de Materiales, Sacristán señalaba en torno a la no infrecuente descripción del cristianismo en artículos publicados en la prensa comunista de inicios de los setenta como primer movimiento igualitario de la historia que esa aproximación no estaba ajustada.
(…) la descripción del cristianismo como “primer movimiento igualitario conocido por la humanidad” es una curiosa falsedad, apologética de esa religión. En primer lugar, no se puede decir sin más que el cristianismo de los primeros tiempos fuera un igualitarismo económico-político, social, que es lo que da a entender esa afirmación ya por el mero hecho de hacerla un partido comunista. Elementos de tipo igualitario social estuvieron mucho más claros en momentos posteriores del cristianismo, en ciertos movimientos heréticos de masas medievales y renacentistas; pero todos esos movimientos fueron exterminados por el tronco principal de la tradición cristiana, tanto la católica como la protestante. Por lo demás, en todos estos movimientos el cristianismo fue a la vez ideología de los igualitarios e ideología de sus opresores. La ideología es el terreno en que se libran con ideas las luchas (de clases) y, en general, se trabajan los problemas de la sociedad (a menudo, con una consciencia engañada y engañosa). En épocas sin más ideologías generalizadas que las religiosas, se expresan religiosamente tanto los explotados, como los explotadores. 
            Por lo demás, y en segundo lugar, proseguía Sacristán, lo anterior había ocurrido también antes del cristianismo y seguía ocurriendo al margen de esta religión:
            Rebeliones igualitarias de explotados con ideologías religiosas las ha habido en las mismas tierras del cristianismo antes de que éste naciera y las ha habido y las sigue habiendo en otras tierras que no han conocido el cristianismo. Pensar que el igualitarismo ha aparecido en el mundo por la idea, considerada cristiana, de “hijos de Dios” es haber entrado ya, confusionariamente, en la apologética del cristianismo, pues ni esta frase era igualitarismo social ni la han acuñado los cristianos.  
            Igualmente, en su texto de 1968 para el volumen editado por Jesús Aguirre, entonces aún no duque de Alba, señalaba Sacristán sobre las relaciones entre la Iglesia católica y la civilización burguesa:
            Hace ya mucho tiempo que el modo de vida burgués no tiene problemas con las iglesias, las cuales, una vez aceptado el principio de la usura, no tropezaron ya con obstáculo alguno para aceptar el más elegante del beneficio industrial y financiero. Las mismas iglesias son, en mayor o menor medida -máxima en la Iglesia Católica- propietarias burguesas típicas, activas en el comercio y la finanza y, en menor medida, en la industria. La prohibición franciscana de poseer bienes inmuebles pesa poco en la era de los valores mobiliarios. Para los países católicos queda, de todos modos, la interesante peculiaridad de que la Iglesia Católica no se adoptó a los valores burgueses del modo drástico característico, por ejemplo, del calvinismo. Se limitó en lo esencial a operar con la casuística, tocando lo menos posible la misma teología moral, en vez de lanzarse a fundar desde los cimientos y revolucionariamente, como los calvinistas, la misma doctrina de la salvación personal según el modelo del éxito mercantil. Pero, a pesar de todo, nadie sostendrá que haya en los últimos ciento cincuenta años una pugna seria entre la Iglesia Católica y los bancos o las grandes empresas modernas autofinanciadas, algunas de las cuales posee ella misma. 
            Sobre la destacable excepción castellana, señalaba igualmente en este escrito:
            Los grandes religiones, pese a lo corriente que es llamarlas universales, han coexistido siempre con poblaciones sustraídas a su disciplina teológica especulativa y moral y a su autoridad material de instituciones. Pero, con alguna excepción de mucho interés, en el pasado esa convivencia se produjo en áreas marginales más o menos confusas política y culturalmente: la vieja ecumene realmente vivida por cada cultura no era hasta hace poco planetaria, sino que alrededor y fuera de ella vivían poblaciones bárbaras…
            Las excepciones interesantes antes aludidas son ejemplificables con la situación religiosa de Castilla antes de la Inquisición: las disputas entre rabinos, doctores islámicos y teólogos cristianos, presididas por algún sabio monarca o por eruditos servidores de los reyes castellanos, dan testimonio de una convivencia no sólo factualmente dialéctica, sino también dialógica o dialogada, entre las grandes religiones.  
            Se trataba de excepciones: no era mala intención erística, precisaba Sacristán, el que “el ejemplo castellano deba redondearse con la expulsión de hebreos y moriscos por la corona de Castilla; es justo recuerdo de lo que fue norma general”.
            Igualmente vale la pena destacar estas dos observaciones marginales pero sin duda sustantivas. La primera sobre la cosmovisión cultural del ecosocialismo y los valores cristianos5:)
            Creo que hay que recuperar aspectos de la cultura cristiana, tales como el odio a la soberbia, el pecado original, etc. porque al fin y al cabo el hombre es una especie más del planeta y de las más peligrosas para el planeta. No es una “boutade”: hay que recuperar las ideas revolucionarias. De la misma manera que hay que olvidar al Hegel de la “negación de la negación” o aquello de que hay que empeorar al máximo para luego mejorar. 
            La segunda es una breve nota de su magnífica biografía político-intelectual de Marx de 19746:
            El mismo Engels, Liebknecht y otros han contado las animadas excursiones de la familia Marx por los alrededores de Londres. En éstas y en otras muchas ocasiones destacaba en la alegría de Karl Marx el gusto que le procuraba el trato de los niños, que hasta tuvo eco en sus valoraciones históricas. “A pesar de todo, le podemos perdonar muchas cosas al Cristianismo”, decía Marx a sus hijas, “porque ha enseñado a querer a los niños.”  
            La presentación que escribió  para el libro de Alfonso Carlos Comín, Cristianos en el partido, comunistas en la Iglesia, presenta igualmente puntos que merecen destacarse7. Señala inicialmente Sacristán un detalle biográfico de interés sobre su presencia en la presentación del libro de Comín:
            No acostumbro a asistir a presentaciones de libros o revistas, ni como presentador ni como espectador. Tan poco acostumbro a hacerlo, que ésta es la primera vez en mi vida que acudo a la presentación de un libro. Esto no lo digo por gusto de anecdotario, sino para indicar deprisa lo importante que me parece el libro de Alfonso Comín sobre cristianos en el partido comunista y comunistas en la Iglesia. 
            La persona y la práctica política de Alfonso Carlos Comín era, desde luego, un elemento a tener en cuenta:
            No voy a negar que también la persona del autor contribuye a traerme aquí. No sólo por afición, por relación personal con él, sino también por implicaciones de su práctica, de su conducta. Alfonso Comín demuestra andando el movimiento cristiano comunista. Es una prueba por el ejemplo de que hay cristianos en el partido comunista y comunistas en las iglesias cristianas. Él mismo es un argumento de su libro. 
            Sea como fuere, era la importancia del libro de ACC el que la había movido a participar en la presentación del ensayo:
            Pero es la importancia  de éste lo que por primera vez (y sin que sirva de precedente) me ha hecho aceptar la invitación a participar en este ambiguo circo de editores y periodistas. Y cuidado que tengo que pasar por encima de reparos y reservas para reconocer tanta importancia al libro de Alfonso, cuyo estilo sanguíneo de pensar, poco interesado por distingos y bizantinismos irrenunciables para el amante de la caja lógica de herramientas, dista mucho del mío. Numerosos elementos de contenido del libro de Alfonso me parecen acertados y valiosos. Al igual que acaba de hacer Rovira, también yo señalaré encarecidamente a este propósito las páginas sobre lo que marxistas y cristianos pueden enseñarse mutuamente.  
            Sacristán advertía, eso sí, riesgos en los planteamientos políticos de Comín, señalando a un tiempo su reconocimiento político-intelectual del trabajo del teólogo González Ruiz:
            Pero el método de Alfonso, su planteamiento  general del asunto (por lo menos en este libro) me parece cargado de riesgos y me satisface bastante menos que el de otros cristianos que intervienen también en discusiones análogas, por ejemplo, y señaladamente, las aportaciones de González Ruiz, tan nítidas e iluminadoras. (El propio Alfonso ha publicado en Taula de Canvi en traducción catalana un texto inmejorable de González Ruiz que me parece de referencia obligada.) 
            Las argumentaciones de Alfonso Carlos Comín eran para él, con frecuencia, demasiado parabólicas.
            Claro que cuando uno acepta escuchar a otro que habla desde el Evangelio no puede asombrarse de oír parábolas, ni menos llamarse a engaño. Pero hay también un parabolismo político mucho menos inocente, porque no tiene la excusa de estar intentando decir cosas inefables. En la parábola política la boca del cañón mira al cielo de las ideas, pero el artillero está apuntando a la costra de la tierra. 
            Sin embargo, precisamente a través de esa ambigüedad metodológica, del parabolismo acumulado o gracias a lo que él sugiere, Sacristán creía que se podía describir bien la importancia excepcional del libro de ACC.
            Pues el riesgo metodológico en cuestión es una consecuencia de que el libro está  escrito desde la raíz viva de la cuestión. En el libro de Alfonso Comín habla la cosa misma. El conocimiento del proceso de convergencia de comunistas y cristianos está en el libro de Alfonso según el modo del agente. Este libro está escrito en el proceso mismo; se encuentra, como dicen los catalanes, en el rovell de l’ou, en la yema del huevo, e incluso en la galladura de la yema, en el punctum saltans. 
            No quería expresar Sacristán con ello ningún desprecio a la teoría en el libro presentado.
            Lo que pasa es que opino que, con todas sus deficiencias de método, la tendencia del libro es también muy sana desde este punto de vista, porque redunda en evitación de la especulación pseudo-teórica sobre unos supuestos entes ideales fijos llamados “cristianismo” y “marxismo” y porque se opone a la pobreza, ya insalvable para la inteligencia, que es el esquematismo dogmático en la comprensión del contenido de esas supuestas esencias teóricas. En vez de ello hace hablar al proceso mismo. La modestia que inspira esa actitud es una virtud (también metodológica) particularmente fecunda para las situaciones de claroscuro intelectual.  
            Esa modestia, siempre tan destacada por Sacristán, quizá bastara, añadía, para centrarse “por una vez en uno de estos curiosos actos los que uno no sabe si está hablando de ideas o influyendo en el balance de una empresa editorial”.
            Por lo demás, en su curso de metodología de las ciencias sociales del año académico 1981-82, Sacristán se expresaba en los términos siguientes sobre unos versos leídos en el calabozo 14 de la Jefatura Superior de Policía (JSP) franquista de Barcelona en una de sus detenciones8:
[…] Shelley es, seguramente, el poeta más de izquierda de la tradición romántica inglesa, hasta extremos conmovedores. Una vez, al bajar a unos calabozos de la JSP, en Barcelona, al cabo de un rato de estar sentado allí, me di cuenta que en una de las paredes algún preso había arañado con las uñas, precisamente un verso de Shelley y en inglés. No sé que raro preso sería ése, pero el hecho es que allí estaba. No sé si con la democracia lo habrán quitado, cuando habría habido que ponerle un marco. Es un verso que dice:
La luz del día, después de un estallido, penetrará en esta oscuridad. 
            En una de sus aproximaciones a estos versos arañados en paredes de calabozos franquistas, apuntaba Sacristán9: 
            A mighty blast at last
            En el c. 14 de la JSPB un detenido arañó la inscripción siguiente, ya bastante recubierta por otras y por la suciedad [rectificación: mugre]
THE LIGHT
OF DAY SHALL
COME AT LAST TO
THIS DAMNED HOLE
IN A MIGHTY BLAST 
            Probablemente son versos de Shelley10. Pero el Dr. Joan Coromines pensó que también podrían ser de Shakespeare. En la imposibilidad de averiguarlo ahora, no será infiel atribuírselos al detenido mismo, porque en aquella inscripción la “cueva maldita” es el cn [calabozo número] 14 en que estuvo el desconocido. En un hombre capaz de componer versos que acaso haya escrito Shelley antes que él cabe suponer consciencia de muchas cosas, pues difícilmente se habría tomado el pesado trabajo para formular una previsión meteorológica: consciencia de que la cueva maldita es de sustancia humano-social, mientras que el cemento y el hierro son mera forma de ella; consciencia de que la luz que se abrirá camino hasta ella será también obra humana, social; consciencia de la poderosa explosión del final ha de ser un acto humano-social, fundador de nueva historia. Es justo atribuirle todo eso: pero si el detenido hubiera estado pensando en caminos metafísicos, no fruto del hacer del hombre, de sustancia no social sino transhistórica, no se entendería por qué inscribió su esperanza en un calabozo en vez de hacerlo en una casa de maternidad. 
            La luz que lleva al final, proseguía, con explosión más o menos gloriosa, eran tema común a la inspiración marxista y a la de los cristianos. ¿Cuántas veces han dicho escritores reaccionarios dispuestos a creer en todas las reencarnaciones del Verbo pero no en que pueda haber un último día de la injusticia, se preguntaba, que el marxismo es una escatología? Si ése fuera el tema de discusión habría aquí tela cortada para rato, pero el tema era otro:
[…] la cuestión, tan mal nacida, del “Diálogo” entre los cristianos y los marxistas. Y para este tema tiene importancia la coincidencia en bruto acerca de la necesidad de la explosión “final” que haga irrumpir la luz del día en la cueva de la miseria humana.
            Se trata, en efecto, de la miseria humana. Que la cueva maldita es de su sustancia social no quiere decir que haya que interpretar sólo políticamente los versos del detenido. Este puede ser perfectamente un “común”, no un “político” y hasta encontrarse en el calabozo por algún acto perverso, sin que disminuya en nada la naturaleza social de su sufrimiento. Un marxista no puede reconocer culpas no sociales, por más cárceles que haya en países socialistas. 
            Pero la coincidencia en cuestión, sostenía Sacristán, se había dado siempre. ¿Por qué entonces se hablaba sólo ahora del diálogo? 
            Una respuesta es: porque ahora está  ya claro que la Unión Soviética es una formación histórica irreversible, que están en camino de serlo los demás países socialistas y que el socialismo marxista sigue arraizando en los países capitalistas y en el mundo neocolonial11.  
            Enlazada con esa consideración existía otra respuesta no menos decepcionante:
[…] diálogo ahora, porque quizás el marxismo quiera dejar de ser marxismo. Esta respuesta está seguida por las alianzas de partidos políticos católicos y socialdemocráticos. Se dice que el Papa actualmente reinante12, cuando era obispo de Milán, oía una vez de un católico la exhortación a aliar la Democracia Cristiana Italiana con el Partido Socialista. Contestó. “La Iglesia puede aliarse con el diablo, pero sólo cuando éste se hace viejo”. Los jóvenes marxistas de Shangai que, por los años treinta, eran convertidos en combustible de locomotoras no podían ser diablos viejos. El cristianismo no dialogó con ellos. 
            Otras respuestas, también decepcionantes en su opinión, llevaban acento contrario: diálogo ahora y no antes porque finalmente los poderes políticos de inspiración marxista habían comprendido que no había que obstaculizar materialmente el ejercicio de la fe religiosa.
            Con lo cual, dicho sea de paso, no han hecho más que lo debido a su inspiración marxista: desde Marx hasta Gramsci, todos los clásicos del marxismo se han considerado obligados a expresarse categóricamente en favor de la libertad religiosa. Pero es claro que resulta poco alentador el que el poder socialista no descubra las oportunas citas de Marx y de Engels sobre la libertad religiosa, (…) parece haber necesitado hechos de a puño -o el vislumbre de un Cristo viejo- para acordarse de sus clásicos. 
            El “diálogo” había nacido mal, o no lo bien que debía, matizaba Sacristán, porque en su origen parece haber, entre otras cosas desde luego, un mero reconocimiento mutuo de potencias. En base a un origen así, “se establecen contrastes, no diálogos”. Pero ése no era, finalizaba, su único vicio de origen.
            Desde su posición, el “diálogo” debía realizarse desde otras coordenadas. En “El diálogo: consideración del nombre, los sujetos y el contexto”13- apuntaba Sacristán un conjunto de reflexiones que el tiempo no parece haber refutado. El primer lugar, señalaba: 
            La ética es una temática que -siempre que los interlocutores concuerden en admitir un principio escasamente discutible en la moderna teoría de la ciencia- puede discutirse y acaso concordarse a su vez sin necesidad de que intervengan la teología por un lado ni tesis generales sobre la historia o la estructura del mundo y del conocimiento por otro.  
            El aludido principio de teoría de la ciencia era concretado por Sacristán en los términos siguientes, muy en la línea de lo señalado en su prólogo al Anti-Dühring a propósito de las cosmovisiones pocos años atrás:
[…] por monolítico que sea el efecto que produce una cultura bien delimitada, y por mucho que los propagandistas erijan esa impresión en principio de un perdido pensamiento, la verdad es que la relación entre una doctrina de orden técnico, poiético o práctico, y la teoría en que se apoya -entre la ética, pues, en este caso, y la teología o la concepción del mundo- no es nunca de deductividad plena. Lo es de mera compatibilidad, coherencia o consistencia lógica (dejando aparte los casos de incoherencia). El monolitismo deductivo no es nunca real, sino sólo la impresión grosera (reforzada por la propaganda) que da la real organicidad histórico-empírica, basada en el mejor de los casos en la mera coherencia.  
            Las variaciones de la teología moral católica sobre un fondo teológico-especulativo casi permanente eran una ilustración casi inapelable de ese principio epistémico. Por lo demás:
            El plano de la ética es, además, aquel en el cual pueden estimarse de un modo concreto las posibilidades de convivencia incluso material, la compatibilidad de los objetivos sociales y de los valores implícitos en las conductas que cada cual está dispuesto a aceptar como propias; y es el plano en que resulta más factible un lenguaje unitario razonablemente unívoco para todos.  
            No eran, pues, el concepto –Sacristán escribía “pseudoconcepto”- de Dios, la idea de trascendencia, comparados o contrastados con las nociones de alienación o de sublimación, los que debían ser temas inmediatos del “diálogo” entre marxistas y cristianos. Eran otros muy distintos:
[…] como el alcance de la comprensión teológica de las instituciones sociales y económicas, la condición moral de las relaciones mercantiles, la moral de la producción industrial, la responsabilidad penal, la familia, lo que unos llamarán control de la natalidad y otros, acaso, la libertad sexual, la condición de la mujer, la del niño, la libertad de consciencia en la escuela, en la enseñanza superior y en la investigación, los problemas morales de la representación política y del ejercicio del poder, etc. 
            Esto es, el ámbito de los asuntos poliéticos, no la alejada esfera de los principios esenciales y de las grandes especulaciones cosmológico-teológicas. 
            Pues bien, tiempo después, unos treinta años más tarde, curiosa y destacadamente, éste es precisamente el punto defendido por Mario Bunge en un artículo que ha sido recientemente editado en catalán en la colección de publicaciones de la cátedra Ferrater Mora dirigida por el profesor Josep Mª Terricabras.
            Deu assaigs filosòfics i una diatriba exasperada14 contiene diez ensayos filosóficos del gran físico y filósofo argentino, del que Sacristán tradujo para Ariel La investigación científica15 a finales de los sesenta, y una diatriba contra el postmodernismo. Interesa aquí comentar los compases iniciales del primero de los trabajos: “Revolución informática y humanismo”.
            Este primer capítulo fue leído por Bunge en el X Congreso de la Unión Internacional Humanista y Ética, reunida en México en 1996. Cuenta el gran filósofo de la ciencia que en un curso celebrado en 1976 en la ciudad cántabra de Laredo coincidió con el sacerdote jesuita de origen vasco Ignacio Ellacuría Beascoechea, asesinado el 16 de noviembre de 1989, a los 59 años de edad, por un pelotón del Batallón Atlacatl de las Fuerzas Armadas de El Salvador, en la residencia de la Universidad Católica de San Salvador, junto con Ignacio Martín Baró, Segundo Montes, Amando López, Juan Ramón Moreno Pardo, Joaquín López y López16.
            Ignacio Ellacuría, apunta Bunge, enseñaba entonces la filosofía de Zubiri, la filosofía anticientífica de Zubiri17 precisa Bunge. Cuando supo que Ellacuría era rector de la Universidad de El Salvador, Bunge le preguntó por la guerra civil en la República salvadoreña. Ellacuría le habló con una pasión y compasión, que le sorprendieron y conmovieron, apunta el autor de Ciencia y materialismo, de los sufrimientos de los campesinos, de las brutales persecuciones del gobierno salvadoreño de extrema derecha y sobre el heroísmo de los guerrilleros que se habían alzado en armas contra estas injusticias abisales. Años después, recuerda Bunge, Ellacuría y cinco compañeros suyos fueron asesinados en manos de “un escuadrón de la muerte al servicio de una docena de familias que posen prácticamente toda la riqueza del país”18.
            Bunge narra a continuación un segundo ejemplo. Viajando a finales de los ochenta entre Estocolmo y Montreal, se sentó  a su lado un hombre que se presentó como propietario y gerente de una firma internacional de productos homeopáticos. Bunge, claro (y distinto usualmente) como el agua, le comentó que no creía en la homeopatía, que su eficacia real en absoluto había sido comprobada científicamente. Su interlocutor no le dirigió la palabra a partir de entonces y, según el filósofo y físico argentino, le torturó durante más de ocho años con pseudomúsica rockera. Sólo cuando llegaron a Monreal volvió a hablarle: “Así que usted no cree en la homeopatía porque no existen pruebas científicas. Pero, ¿qué necesita pruebas así para creer en Dios?” le espetó. Bunge le respondió, en una muestra más de su ocasional tendencia a un cientificismo poco temperado, que precisamente por eso, porque no habían pruebas científicas de su existencia, por eso no creía en Dios. Su interlocutor, esta vez sí, le sonrió satisfecho, le alargó la mano radiante de felicidad y le comentó: “Yo tampoco creo. Como puede ver tenemos muchas cosas en común, así que podemos llevarnos muy bien. Escríbame y le enviaré literatura sobre homeopatía”.
            No duda el gran filósofo argentino, concluyendo con nitidez: para la convivencia y, aún más, para la amistad, no es suficiente con compartir descreencias, es necesario también compartir creencias, ideas positivas, como, por ejemplo, ideas acerca de la verdad y su búsqueda, sobre el respeto a ciertas normas de conducta, y también sobre ideas sociales esenciales.
            Prefiero discutir con un religioso decente que no intercambiar banalidades antirreligiosas con un mercader de pseudomedicamentos que, en el mejor de los casos, son ineficaces y, en el peor, son nocivos. 
            Bunge añade un tercer ejemplo para completar su, digamos, parábola epistémico-moral. La conocida novelista e ideóloga neoliberal y profascista –el adjetivo es del propio Bunge- Ayn Rand19 era racionalista, materialista y atea. Pero por ninguno de estos atributos se le puede considerar humanista, dado que predicaba tanto lo que ella misma denominaba egoísmo racional como el llamado capitalismo salvaje, mientras que el humanismo enseña no sólo el respeto al prójimo sino la solidaridad. Ya en el primer manifiesto humanista de 1933, nos recuerda el autor de Ciencia y realismo, se apuntaba que la sociedad adquisitiva y motivada primariamente por el lucro es injusta e inadecuada, y el segundo manifiesto de 1973 proponía ampliar la democracia al ámbito de la economía y al lugar de trabajo.
            Ciertamente los humanistas valoran la libertad pero no cuando es usada para denigrar la condición humana. Los humanistas hemos hecho nuestra la sabia consigna de la revolución francesa: libertad, igualdad, fraternidad. Estos tres valores se apoyan uno en el otro. Solo pueden haber libertad entre iguales; sólo puede haber igualdad cuando hay libertad para luchar por ella; y una colección de individuos egoístas, que no saben lo que es la solidaridad, no es una sociedad propiamente dicha. 
            Es cierto, concluye Bunge, que se trata de un humanismo a medias, de un humanismo religioso, porque no está centrado sólo en los seres humanos, pero ambos humanismos, el secular, que él abona, y el religioso, del que Ellacuría era una representante destacado, comparten un principio básico, capital: el de la solidaridad humana, que supone que todos los seres humanos somos básicamente iguales, igualmente dignos de gozar de la vida y de ayudar a los otros. Los ateos podemos y debemos, concluye finalmente, hacer causa común con los religiosos progresistas.
            Este es, pues, el ámbito común en el que pueden incidir armónicamente ateos, comunistas, socialistas, laicos, religiosos, y gentes diversas dispuestas a aportar su esfuerzo (real y no calculado con tiralíneas y balances) por generar un nuevo mundo, con nuevas relaciones sociales y una nueva cultura donde el ser humano, y otras especies vivas, no sean meramente presas potenciales de un capital insaciable, en permanente acumulación originaria como señalaba oportunamente Santiago Alba Rico. Los vértices esenciales de cosmovisiones no coincidentes, o incluso antagónicas en aspectos no secundarios, pueden situarse en un anexo final del encuentro y del diálogo. 
PS: Ese ámbito común empuja por lo demás -o posibilita cuanto menos- a la acción política esencial, básica, la que garantice un mínimo de dignidad para todos y todas. No es éste un mundo en el que algo tan básico quede garantizado. Un ejemplo. María, pongamos que es María, es una mujer de 40 años. Sufre esquizofrenia. Se gana la vida en un trabajo que se dice protegido. Vive en Barcelona y trabaja en el pueblo de Abrera. Sale de casa a las 12:30, se traslada en transporte público al barrio barcelonés de Fabra i Puig. Un autobús le traslada a la fábrica. Su horario laboral se inicia a las 14 h y finaliza a las 22h, pero llega a casa a las 23:30. En la fábrica tiene 20 minutos para descansar y no puede sentarse a lo largo de la jornada. Su trabajo consiste en colaborar en la elaboración de los marcos de plástico en los que son colocados botellas de colonia y lociones para después del afeitado. Su sueldo apenas llega a las 600 euros. La empresa, que recibe ayudas públicas, no les ha abanado aún la paga extra de diciembre ni el sueldo del mes de junio. La crisis dicen.
            Otro ejemplo que permanece aún en la mente de todos (¿Durante cuánto tiempo?). Driss Minouni murió  en un accidente laboral en 2004, en Tarragona. Había emigrado desde Marruecos. Ninguna autoridad acudió en su entierro; nadie habló de él después de haber fallecido. Su hija Dalilah murió en julio de 2009 en un hospital madrileño, afectada por la gripe porcina, después de acudir sin ser atendida en tres ocasiones a los servicios de urgencia de una sanidad descuidada, privatizada y maltratada por las huestes agresivas de una sobrina-presidente del gran poeta Jaime Gil de Biedma. Rayan, el hijo de Dalilah, con apenas doce días, ha fallecido también al serle inyectada en vena leche para prematuros. Ni que decir tiene que la plantilla del Hospital Gregorio Marañón de Madrid está precarizada y sobrecargada, lo que posibilita errores, descuidos y estrés del personal sanitario. Los intereses económicos en el puesto de mando, subordinándolo todo a las necesidades insaciables de las familias y grupos sociales, minoritarios hasta la máxima ignominia, que dominan la Comunidad de la ciudad resistente, el país entero y el Estado en sus ejes básicos. Sin temblor en las manos, sin miedo ante ningún escándalo. Su poder sigue incólume.