Criptomonedas: ¿el “dinero del futuro” o una gran burbuja financiera?

Por Alejandro Iturbe

Todos los días aparece alguna noticia referida a las criptomonedas, mientras los analistas debaten el significado de su creciente utilización en el mundo. Para la mayoría de l@s trabajador@s constituyen un misterio, una especie de moneda de ciencia ficción. Al mismo tiempo, acostumbrad@s a recibir un salario cada vez más insuficiente por un trabajo cada vez más duro, observan con asombro cómo hay quienes se enriquecen rápidamente con ellas.

Comencemos, entonces, por ver qué es una criptomoneda. Según la definición de una institución bancaria internacional con sede en España: “Es un activo [monetario] digital (no existe en forma física) que emplea un cifrado criptográfico para garantizar su titularidad, asegurar la integridad de las transacciones, y controlar la creación de unidades adicionales, es decir, evitar que alguien pueda hacer copias como haríamos, por ejemplo, con una foto”.

Expliquemos algunos términos:

  1. Activo monetario significa que es usado como dinero. Es decir, quien lo posee puede utilizarlo como medio de pago (cambio) y, por lo mismo, como medio de atesoramiento (reserva de valor) y objeto de inversión.
  2. Digital significa que no existe en forma física (como el papel moneda o el oro) sino virtual: es un archivo creado por un complejo proceso de informática que asegura su inviolabilidad y la imposibilidad de reproducirlo a partir de duplicados o copias.
  3. Por eso, para crear una nueva unidad de criptomoneda es necesaria una supercomputadora (a partir de la acción combinada de numerosas unidades simples) que crean complejos algoritmos que garantizan lo que señalamos en el punto anterior.

La primera de ellas fue el bitcoin, creada en 2008 y lanzada en 2009. Todavía hoy se discute quién fue su creador, que permanece escondido bajo el seudónimo de Satoshi Nakamoto. Luego surgieron muchísimas otras, con criterios similares: en 2017 se estimaba que había 1.320 diferentes. Según un informe especializado, las más populares son, en ese orden: bitcoin, ethereum, binance coin, cardano, luna, dodgecoin y shiba. El bitcoin posee el 41% del mercado y, a pesar de la fuerte caída reciente de su cotización continúa siendo la de mayor precio de venta por unidad.

Las “granjas” o “minas”

Cada unidad de criptomoneda pasa por un proceso de diferentes etapas: cada una de ellas representa diferentes roles económicos.

La primera etapa es “fabricación”, que se realiza en lugares que denominados granjas o minasbásicamente, lugares capaces de albergar los sistemas de computación que hemos descrito, en un funcionamiento continuo, controlados por algunos pocos operadores. En este proceso juegan un papel importante los llamados “desarrolladores”, definidos como aquellos que “tienen el conocimiento y la habilidad para desarrollar… la arquitectura y los protocolos de blockchain”. Este es un sistema de construcción de “cadenas de bloques” de datos encriptados, creado originalmente para el desarrollo de videojuegos, que ahora se utiliza para las criptomonedas.

Este funcionamiento continuo de una supercomputadora hace que, por un lado, el proceso consuma altas cantidades de electricidad y, por el otro, que se genere muchísimo calor. Por  eso, las mejores regiones para instalar una “granja” son aquellas de temperaturas muy frías y un bajo costo de energía eléctrica. Por eso, hay varias en Tierra del Fuego (Patagonia argentina) y en Otawa (Canadá), países donde esta actividad es legal.

Actualmente, la que es considerada “la mina [de bitcoins] más grande del mundo” se encuentra en Ushuaia (Tierra del Fuego): produce 14 unidades por mes (consume la energía equivalente a la de 15 manzanas de una ciudad). Por su parte, el empresario argentino Emilio Grodzki creó en 2017 Bitfarm Ltd., luego trasladó su empresa a Canadá y ahora proyecta crear una “megagranja”, nuevamente en la Patagonia, por los menores costos energéticos. Por el contrario, empresas “mineras” de EEUU están cerrando sus plantas en el país, como ocurre en Texas.

Dado el costo de la electricidad utilizada y la necesidad de ir reemplazando las computadoras que se “gastan”, en esta etapa del proceso también entran inversores. Puede tratarse de inversores independientes que apuestan al buen resultado del proyecto, “granjeros” que tuvieron éxito y acumularon su propio capital o las empresas que comercializan las criptomonedas en el mercado y así se aseguran proveedores.

La comercializadoras y el mercado

Una vez creada una unidad de criptomoneda, ella puede ser comercializada en el mercado. Estas operaciones son realizadas por las empresas especializadas llamadas “exchanges”: “una plataforma en internet que te brinda el servicio para que puedas comprar y vender criptomonedas”.

Existen diferentes tipos de exchanges. Algunas son exclusivas de una criptomoneda, como la dirige Vitalik Buterin, el creador ruso-canadiense de ethereum, o los hermanos estadounidenses creadores de shiba inu; otras, trabajan con varias de ellas, como la plataforma FTX de Sam Bankman-Fried. Como veremos más adelante, tanto la creación de una criptomoneda como su comercialización han permitido que algunas personas acumulen rápidamente grandes fortunas.

Existen también empresas intermediarias de inversiones financieras que no se dedican exclusivamente a la comercialización de criptomonedas pero las han incorporado con cierto peso en su cartera de inversiones: realizan lo que se llama “exchange descentralizado”. Finalmente, se han creado empresas que no intervienen en el proceso “minero” ni en su comercialización pero se han especializado tanto en cursos sobre procesos blockchain como sobre cómo y dónde comprar y cómo operar como exchange minorista: es el caso de la plataforma latinoamericana Platzi.

Las exchanges nos llevan a los que podemos denominar “inversores externos”. Es decir, quienes compran las criptomonedas como medio de atesoramiento y/o especulación. Una parte son pequeños y medianos inversores: una encuesta mostró que el 61% de los estadounidenses podría comprar criptomonedas en 2022… para obtener ganancias”Sin embargo, la “parte del león” es realizada por grandes inversores, con los mismos objetivos. Así se fue creando un mercado creciente de criptomonedas.

Valor y dinero

¿De dónde provienen esas ganancias que obtienen los “fabricantes”, los comercializadores y los inversores en criptomonedas? Aquí es necesario retomar conceptos básicos elaborados por Marx, especialmente en su obra El Capital. En su teoría del valor-trabajo, Marx concluye que el valor contenido o expresado en una mercancía es el tiempo de fuerza de trabajo socialmente necesario para producirla, que las inversiones en lo que llama “capital constante” solo restituyen su valor en el proceso de producción y que el único factor que crea nuevo valor en ese proceso es la fuerza de trabajo. Del intercambio desigual que existe entre el nuevo valor producido y el salario pagado, surge un plusvalor o plusvalía del que los capitalistas se apropian. Si lo consideramos socialmente, cada ciclo productivo genera una “masa de plusvalía” que los capitalistas se distribuyen, a través de procesos complejos que Marx analiza en ese trabajo.

En el proceso de circulación y compraventa de mercancías aparece otro elemento: el dinero, que actúa como intermediario de las operaciones. El dinero es la expresión genérica del valor, de determinada cantidad de trabajo social abstracto. Es el equivalente general, la mercancía donde el resto de las mercancías expresan su valor, reflejan su igualdad y su proporcionalidad cuantitativa. Según palabras de Marx: “El dinero es la forma más acabada del valor”. La aceptación universal de este rol del dinero  permite su utilización como medio de pago y como medio de atesoramiento (reserva de valor). Al mismo tiempo, hay operaciones que se realizan en la propia esfera monetaria (los bancos, los fondos de inversión, las casas de cambio, etc.); lo que hoy denominamos “operaciones financieras”.

A lo largo de la historia, en trazos muy gruesos, el dinero pasó por tres etapas. Primero, se emplearon mercancías que, por su amplio valor de uso, tenían una aceptación más o menos general. En diversas  épocas y regiones, se utilizaron la sal (de donde deriva la palabra salario), las pieles, el agua, los granos de cacao, etc. Después de un proceso de selección histórica, pasaron a emplearse los metales preciosos: primero, la plata y, luego, el oro (durables y fáciles de convertir en polvo, monedas, barras, joyas, etc.). La equivalencia se determinaba por el valor contenido en cierta cantidad de metal (el tiempo de trabajo necesario para producirlo de acuerdo a los métodos de producción de la época). A partir del surgimiento de los  bancos, primero, y de los Estados nacionales, luego,  surgió una forma de dinero mucho más simbólica: el papel moneda, emitido por estos, respaldado por la plata y/o el oro que tenían atesorados.

Algunos estudiosos consideran que, a partir de la telemática, surgió un nuevo estadio: el dinero electrónico, que funciona a través de operaciones virtuales sin que haya movimiento de ningún dinero físico. Nuestra opinión es que, hasta este punto del análisis, no se trata de una nueva etapa del dinero sino de una nueva forma simbólica que sigue tomando como referencia el oro.

Veamos algunos datos. En 2017, se calculaba que el total de la masa monetaria era de 36,8 billones de dólares, si se consideraba lo que en macroeconomía se define como M1 (dinero físico + cuentas corrientes y cajas de ahorro), y de 90,4 billones si se toma M2 (incluye la suma de todos los depósitos bancarios). Al mismo tiempo, en 2021, se calculaba que había 201.296 toneladas de oro circulando o atesoradas en el mundo, más otras 53.000 en reservas conocidas no extraídas.  Finalmente, la cotización del gramo de oro Karat 24 (100% de pureza) era de 58,15 dólares, el 7 de febrero pasado, en EEUU. Una multiplicación de la cantidad de oro existente por esta cotización nos da un total un poco superior al total de M2 que hemos citado.

Por un lado, es muy posible que la masa monetaria haya aumentado desde 2017 y, por el otro, que esa diferencia exprese también un cierto componente especulativo en el precio del oro. Lo que nos interesa destacar aquí es que el equivalente en dólares contabilizado de este dinero “legal” guarda una relación real con el oro existente y su cotización.

El sistema monetario mundial

Estas monedas legales están, por lo menos teóricamente, sometidas a una serie de controles y respaldadas por garantías. Esa función es ejercida por los bancos centrales nacionales o por bancos supranacionales, en los países que adoptaron una moneda común (como el euro). Algunos países renunciaron a cualquier tipo de “soberanía monetaria”: aquellos que adoptaron el dólar estadounidense como su moneda (es el caso del Ecuador y El Salvador) o entregaron el control a una entidad extranjera, como los países que integran la Comunidad del Franco Africano (CFA) cuyo control es realizado por Francia. En teoría, las diferentes monedas legales del mundo pueden intercambiarse entre sí a través de un tipo de cambio pero, en la práctica, muchas de ellas son desestimadas y rechazadas.

El sistema monetario mundial actual es el resultado de la ruptura unilateral por parte del gobierno estadounidense, en 1971, de los acuerdos de Bretton Woods, firmados en 1943, que creaban un sistema monetario internacional con el dólar estadounidense como moneda padrón y una cotización determinada del oro que lo respaldaba, atesorado en Fort Knox. Es decir, para su cotización, todas las demás monedas del mundo se referenciaban con el dólar como intermediario de su respaldo en oro. Fue la expresión del grado de hegemonía mundial alcanzado por el imperialismo yanqui. No vamos a analizar aquí las causas de esa ruptura pero una de sus consecuencias es que ese sistema pasó a ser mucho más inestable y volátil [1].

Actualmente, el FMI considera cinco “monedas internacionales de reserva”: el dólar estadounidense, el euro, el renminbi chino, la libra esterlina y el yen japonés. Sin embargo, a pesar de su debilitamiento relativo, el dólar sigue siendo la principal referencia, solo que ahora “vuela libre”.

Esto nos lleva a considerar un proceso del actual estadio del capitalismo imperialista mundial que contribuye a “volatilizar” el sistema monetario: la permanente emisión de moneda por parte de los bancos centrales, que sobrepasa claramente el crecimiento real de la producción. Esto se vio con mucha claridad con las “inyecciones de liquidez” con que la Reserva Federal de EEUU y el Banco Central Europeo buscaron contrarrestar la crisis económica iniciada en 2007-2008. En el caso de EEUU, no solo se emiten dólares- billete sino esencialmente bonos del Tesoro, que se venden en el país y en el mundo. Una política que fue repetida, en escala menor, en numerosos países.

Aquí tenemos que volver a Marx: si “El dinero es la forma más acabada del valor”, eso significa que la masa total de dinero es equivalente a la masa total del valor. Por eso, si esa masa de dinero crece nominalmente a un ritmo superior al del nuevo valor producido, podemos decir que “sobra dinero” y esto deriva en una depreciación de cada unidad de moneda como “medio de cambio”. Todo esto va a terminar expresándose en una inflación que se convierte, de modo creciente, en estructural, en la economía capitalista, incluso en fases de estancamiento o descenso (la estanflación).

Especulación, parasitismo, burbujas y capital ficticio

Sin embargo, con toda la importancia que tiene sobre el sistema monetario mundial, el proceso que acabamos de analizar no es suficiente para explicar el contexto del surgimiento de las criptomonedas y su rápida expansión. Para ello, es necesario referirnos a una de las tendencias más profundas del capitalismo imperialista: su carácter cada vez más especulativo y parasitario.

En su famoso libro sobre el imperialismo, Lenin analiza que, a partir del surgimiento del capital financiero, existían cada vez más “capitales excedentes”. Es decir, que no encontraban lucros satisfactorios en las inversiones productivas, propias del proceso de reproducción ampliada del capital, analizado por Marx, y por ello se volcaban a la especulación y el rentismo. Es decir, un capital que surgió como expresión de un nuevo valor producido pero que no retorna al proceso productivo (por lo menos directamente) sino que busca sus ganancias parasitando otros sectores de la economía (es decir, disputando la plusvalía que se ha generado en esos sectores).

Una de las formas de especulación es la creación de “burbujas” en diversos mercados (bolsas de valores, sector inmobiliario, commodities, etc.). Cuando una cierta cantidad de capitales especulativos se concentra sobre uno de estos mercados, aumenta artificialmente la demanda de estos bienes o activos y se origina una “burbuja” en la que sus precios (cotizaciones) suben mucho más allá de toda base real. Se crea así un capital ficticio que ya no refleja ningún nuevo valor real y que, sumado a la afluencia de otros capitales especulativos, contribuye a reproducir el ciclo (claro, hasta que la burbuja por alguna razón se “pincha” o es reemplazada por otra).

Una de las manifestaciones de estas burbujas y el crecimiento de este capital ficticio son los llamados derivativos: una de las más modernas formas de especulación que abarca un número creciente de operaciones financieras. Los derivativos se basan en una operación financiera original o “subyacente” (por ejemplo, un crédito hipotecario, la compra de mercaderías a futuro, un préstamo), a partir de la cual se “derivan” toda una cadena de operaciones cada vez menos relacionadas con la primera operación. Se construye así un “castillo de naipes” que multiplica muchas veces esa “base real”.

Para tener una idea de la magnitud de este “castillo”: en una referencia ya citada se informaba que, en 2017, el total de derivativos en el mundo acumulaba 1,2 trillones de dólares. Es decir, ¡13 veces la cantidad de dinero total del mundo! (teóricamente, el necesario y suficiente para el funcionamiento “normal” de la economía).

Podemos decir que el mecanismo de creación y crecimiento de una burbuja es básicamente similar a la llamada “pirámide de Ponzi”: con la promesa de altos rendimientos, en 1920, Carlo Ponzi inició la “pirámide” consiguiendo dos “inversores”, estos, a su vez, debían conseguir otros dos, y así sucesivamente. El crecimiento exponencial de los “nuevos inversores” va asegurando las “ganancias” de toda la cadena, hasta que la pirámide deja de crecer y los últimos que ingresaron pierden todo su dinero.

Carlo Ponzi terminó preso y, desde entonces, el “sistema piramidal” es ilegal en casi todos los países del mundo. Sin embargo, el mecanismo por él ideado es el que se utiliza, de hecho y legalmente, en las diferentes burbujas especulativas.

Ahora sí: las criptomonedas

La primera operación con bitcoins se realizó en 2009: un usuario compró 50.000 unidades por 35 dólares. Si las hubiera conservado, hoy podría venderlas por más de 2.000 millones de dólares, según su cotización actual. Si hubiese sabido jugar con las fluctuaciones de su cotización a lo largo de estos años (vender a la alza y comprar a la baja, lo que le permite aumentar la cantidad de unidades) la cifra sería aún mayor.

Sin embargo, las criptomonedas no cuentan con el respaldo de un banco central u otras instituciones públicas y no están cubiertas por mecanismos de protección al cliente (como los fondos de garantías de depósitos o los fondos de garantía de inversores). Al mismo tiempo, no están reguladas ni controladas por ninguna institución y no requieren de intermediarios en las transacciones.

Es decir que su cotización (precio) depende exclusivamente de la oferta y la demanda del propio mercado en que se comercializa. Esta cotización no guarda ninguna relación con el valor teórico contenido que podría considerarse en la producción de cada unidad (como es el caso del oro). Al no reflejar la creación de nuevo valor, ni propio ni en el mundo, el crecimiento exponencial de su cotización es resultado de procesos especulativos, surgimiento de una burbuja y creación de capital ficticio.

Aquí vale nuevamente la figura de la “pirámide de Ponzi”. Inicialmente, los compradores de bitcoins (y de criptomonedas en general) eran “genios informáticos”, aventureros financieros y personas que querían mantener sus ganancias en un activo no controlable ni fiscalizable. Pero, luego, comenzaron a afluir a ese mercado muchos pequeños y medianos inversores “normales” y, esencialmente, los “inversores pesados”.

El carácter de “pirámide de Ponzi” queda evidenciado en las grandes fluctuaciones que la cotización del bitcoin ha tenido en estos años, según la afluencia o la salida de inversores. Por ejemplo, en febrero del año pasado, el propietario de Tesla, Elon Musk, anunció que compraría 1.500 millones de dólares de esa criptomoneda y la intención de aceptarla en pago de los vehículos de esa marca. Ese anuncio hizo que, en pocos días, la cotización pasara de 30.000 a 57.000 dólares por unidad. Poco después anunció que daba marcha atrás en esta última decisión y el precio cayó nuevamente hacia los 30.000 iniciales (lo que arrastró también a las otras criptomonedas).

En ese momento, muchos “inversores pesados”, que habían comprado al alza, comenzaron a comprar a la baja para detener la caída e intentar una recuperación de la cotización. Un objetivo que ya han conseguido parcialmente ya que, como vimos, la cotización actual por unidad creció a más de 43.000 dólares.

Lea también | Bitcoin otra tragedia para las clases explotadas

Cada vez más legales e institucionales

Ha habido un crecimiento exponencial del mercado de criptomonedas: en los últimos cinco años ha crecido treinta veces y su total nominal ya acumula tres billones de dólares. Es decir, cerca de 3% de la masa monetaria total del mundo, aunque con una rápida dinámica de crecimiento de este porcentaje.

Esto ha generado un debate entre los economistas y analistas económicos de la burguesía. Algunos definen con claridad que “el dinero digital es una burbuja clásica sin valor intrínseco”, como Peter Schiff, jefe de Estrategia Global de la empresa de asesoría financiera Euro Pacific Capital,  Opinión que es compartida por el economista Nouriel Roubini, para quien el bitcoin es “la madre de todas las burbujas… en manos de charlatanes y estafadores”. El Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz considera, directamente, que “debería ser ilegalizado”.

Otros, como como Javier Pastor, director comercial de la empresa Bit2Me, dedicada a comprar y vender criptomonedas, sostienen que tendrá una dinámica claramente ascendente porque “es mejor refugio que el oro”. Una opinión que, con un enfoque “objetivo”, es compartida por el gran banco de inversiones Goldman Sachs: en un informe reciente, evalúa que el “pequeño porcentaje del mercado de reserva de valor actual que tiene el bitcoin en comparación con el oro, crecerá rápidamente en los próximos años…” por “la creciente aceptación y adopción de activos digitales”.

Más allá de este debate, lo cierto es que, en el marco de un capitalismo imperialista cada vez más especulativo y parasitario, la tendencia mundial es hacia una creciente legalización e institucionalización de las criptomonedas. Hemos visto que la “producción” es totalmente legal en muchos países así como su comercialización. Varios gobiernos han comenzado a normar las transacciones: es el caso de la India, cuyo gobierno “ha regularizado y oficializado las criptomonedas… con un impuesto de 30% sobre las transacciones y pagos realizados con activos digitales”El gobierno de El Salvador directamente las legalizó como “moneda de curso legal” en el país.

De tanta importancia como esto es que los fondos y los bancos de inversión de EEUU y otros países las incorporan crecientemente a su cartera de inversiones. Incluso hace tiempo que ofrecen derivativos basados en criptomonedas (como las compras a futuro) lo que realimenta el proceso especulativo.

En resumen, en el contexto actual del capitalismo imperialista, las monedas virtuales parecen haber “venido para quedarse”, porque encontraron un espacio propicio en esa esfera especulativa y parasitaria hipertrofiada.

La ilusión de enriquecerse rápidamente

Como resultado de ello, varios de los nuevos multimillonarios surgidos en los años recientes provienen del campo de las criptomonedas. Un estudio de la revista Forbes informa que los ubicados en los puestos más altos suman una fortuna de 55.100 millones de dólares. Por otro lado, una reciente encuesta publicada por la CNBC “revelaba que el 83% de los millonarios millennials invierten en tokens digitales” y que “más de la mitad de los encuestados señalaban que tenían al menos el 50% de su riqueza en criptomonedas, mientras que un tercio aseguraba que tenían el 75% de su fortuna en Bitcoin”.

Los siete primeros de la lista de Forbes (con fortunas personales que pueden llegar a 6.500 millones de dólares), son: Sam Bankman-Fried (29 años), CEO de la plataforma de criptoderivados FTX; Vitalik Buterin, el fundador ruso-canadiense de Ethereum (27 años); los hermanos estadounidenses Tobby y James (ex supervisores del almacén de un supermercado), creadores de shiba inu; el joven filipino John Aaron Ramos (22 años) ha ganado una fortuna en criptomonedas jugando a Axie Infinity; Brian Armstrong (38 años) creador y CEO de la exchange Coinbase; los hermanos gemelos Cameron y Tyler Winklevoss comenzaron ganándole un juicio a Mark Zuckerberg por “haberles robado la idea de Facebook” cuando los tres estudiaban en Harvard. Con el dinero obtenido, crearon el holding Gemini Space Station que tiene inversiones en no menos de 25 nuevas empresas de activos digitales, y Fred Ehrsam, cofundador de Coinbase, junto con el ya mencionado Brian Armstrong.

Las criptomonedas provocan fascinación, en especial entre l@s jóvenes, porque en ellas combinan la utilización de las nuevas tecnologías de la telemática con el hecho de que personas que vienen desde afuera del mundo de las finanzas y las grandes corporaciones acumulan rápidamente grandes fortunas. Varios filmes y series recientes (incluso algún sector de la prensa) romantizan la figura de estos nuevos millonarios presentándolos como una especie de “luchadores contra el sistema”, que quebraron sus reglas y lograron derrotarlo. Sin embargo, si analizamos con profundidad el contenido de lo que está ocurriendo, vemos que se trata de exactamente lo opuesto.

El capitalismo siempre intentó mostrarse como “la tierra de las mil oportunidades” en la que, con trabajo esforzado o con el talento que desarrollase una nueva idea, cualquiera podía enriquecerse y transformarse en burgués. Por eso nos muestra como sus “héroes” a figuras como Frederik Taylor, Henry Ford o J. P. Morgan. Esa “historia oficial” oculta que esas y otras fortunas se amasaron (como señalaba Marx en El Capital) sobre la base de la explotación de l@s trabajador@s.

Sin embargo, aunque estaban limitadas a un sector minoritario, esas oportunidades de enriquecimiento y ascenso social eran mucho más numerosas en el pasado de lo que son en la actualidad. Hoy, las posibilidades de transformarse en burgués de alto rango han quedado casi limitadas a los campos de las nuevas tecnologías de la telemática (o su aplicación) y a la especulación financiera. Por eso, los “héroes burgueses” surgidos en las últimas décadas son figuras como Bill Gates (Microsoft), el fallecido Steve Jobs (Apple), Marc  Zuckerberg (Facebook), Elon Musk (Tesla) o Jeff Bezos (Amazon).

Los dos primeros crearon tecnologías que revolucionaron la informática y generaron nuevas necesidades y tendencias en los métodos de trabajo y hábitos de consumo. Pero luego de haber logrado su “acumulación inicial de capital” se transformaron en “burgueses normales” que superexplotan a l@s trabajador@s que fabrican sus productos. Basta ver, por ejemplo, las terribles condiciones salariales y laborales de los operarios de la Foxconn, en China.

Jeff Bezos apostó (y acertó) a la tendencia al crecimiento del e-commerce. Hoy es propietario de una de las empresas más grandes del mundo, por su valor en capital y el número de trabajador@s que emplea. En EEUU, paga los peores salarios del mercado (en un ámbito de presión laboral extrema) e intenta, por todos los medios posibles, impedir que l@s trabajador@s de su empresa se organicen en sindicatos.

Esta nueva generación de multimillonarios parece una destilación de la de sus predecesores. Pueden haber quebrado parcialmente alguna regla con la creación de monedas que no reflejan ningún contenido de valor, pero no fueron los inventores de ese mecanismo, como ya vimos en las burbujas y los derivativos. Surgen y acumulan sus fortunas en el campo más puro de la especulación y el parasitismo financiero.

Podrá argumentarse que no hicieron sus fortunas explotando trabajador@s y que los empleados de sus empresas ganan seguramente muy buenos sueldos. Sin embargo, esta consideración es totalmente superficial. Como hemos visto, la especulación financiera es parasitaria y, por lo tanto, se alimenta de una parte de la plusvalía obtenida con la explotación de l@s trabajador@s en otras ramas de la economía y se beneficia con ella. En este sentido, estos nuevos multimillonarios no han quebrado ninguna regla del capitalismo sino que, por el contrario, utilizan sin contradicciones las reglas y las tendencias más profundas del capitalismo imperialista actual.

A pesar de ello, es seguro que continuarán siendo los “héroes” y el modelo que intentarán imitar much@s jóvenes. Aquí vale una analogía con el mundo de los negocios montado sobre los deportes más populares o el del espectáculo, que nos muestran sus ídolos, sus éxitos y las fortunas que ganan y disfrutan. Millones de jóvenes quieren seguir ese camino y así “salvarse”, pero solo un número muy reducido lo conseguirá: una abrumadora mayoría se verá frustrada y seguirá viviendo su vida cotidiana de explotación y de falta de perspectivas de futuro.

Para esa abrumadora mayoría, estos nuevos “héroes multimillonarios” son nada más que una falsa ilusión de “salvarse solos” en un camino individualista, que los medios crean y reproducen como un señuelo. Por eso, a esos millones de jóvenes les decimos que el único camino realmente posible para revertir esta situación sin salida a que los condena el capitalismo es que se organicen y luchen como trabajador@s para cambiar de raíz esta sociedad capitalista y construir el verdadero socialismo.

[1] Sobre este y otros temas tratados en este artículo, recomendamos leer el libro O sistema financiero e a crise da economía mundial de Alejandro Iturbe, Editora Sundermann, Brasil (2009), publicado por partes en varios números de la revista Marxismo Vivo, ese mismo año.
Corriente Roja
Compartir
Ir al contenido