Precarización, incertidumbre, pánico y, sobre todo, miedo son algunos de los anecdóticos fenómenos sociales que constituyen la densa atmósfera virológica del SARS-CoV-2. Para la gran mayor parte de la población mundial el coronavirus se ha transformado en la causa principal de todos los problemas que hoy aquejan al mundo: el desplome económico, la escasez de los recursos, el colapso de los sistemas sanitarios, la inseguridad social, el desempleo, la ineficacia de los políticos, absolutamente todo, a simple vista, pareciera ser culpa del coronavirus. Pero ¿será tan así? Es tan poderoso un virus como para llegar y llevarse todos los avances que la humanidad ha desentrañado a lo largo de su historia. ¿De verdad siempre fuimos tan frágiles? ¿Y qué pasó entonces con el Ideal de Progreso que tanto nos vendieron a comienzos del siglo XXI? Para entender el porqué de las cosas, lo primero que debemos hacer es ir directo a la causa del fenómeno ¿o no? Eso lo veremos enseguida, no sin antes analizar la condicionalidad de nuestra objetividad frente a los hechos.
Por siglos la archiconocida condicionalidad ‘causa y efecto’ ha obnubilado la percepción sensible que tenemos de la realidad, tornándose un acontecimiento confuso, maniqueo y fraccionado que, por regla general, nos aleja de la verdadera sustancialidad de los hechos. ¿Y por qué sucede esto? Pues porque al cerebro humano le es muy fácil ordenar la realidad de manera bicéfala. Sí, al cerebro humano le es muy cómodo y placentero pensar que a causa de A ocurre B. De hecho, llegar a invertir la ‘racionalidad’ que contiene aquella fórmula supone un reto cerebral muy difícil de superar, por no hablar de ir más allá de la fórmula. En este sentido, la posibilidad de percibir la totalidad de un acontecimiento, es decir, ‘el devenir del flujo perpetuo’, se nos hace una eventualidad casi imposible, pues siempre se nos está escapando algo del tintero. Por lo general, nuestro cerebro, basado en el recuerdo de sus experiencias anteriores, continuamente está rellenando o suponiendo que las cosas suceden o sucedieron de tal o cual forma. Nunca puede analizar la totalidad del acontecimiento, solo es capaz de organizar pequeños fragmentos, líneas, contenidos y formas. En consecuencia, la mayor parte del tiempo estamos suponiendo hechos, humanizando cosas y estimando escalas de valores que no necesariamente concuerdan con las reglas naturales que rigen la realidad. Por ejemplo, repetimos hasta el hartazgo que el coronavirus no distingue clases sociales, ni sexo, ni religión, o nos ponemos belicistas y exclamamos como Emmanuel Macron: ¡Estamos en guerra sanitaria contra el coronavirus! Y así un montón de valores humanizados que no tienen ninguna injerencia real en el desarrollo celular del virus. Frente a esto, algunos lectores de seguro dirán: ¡pero qué tiene que queramos humanizar todo lo que vemos! A ellos les diría que, para progresar, debemos dejar de pensar que la naturaleza y sus elementos aspiran a la belleza o a la fealdad, al bien o al mal, a la guerra o a la paz. ¡La naturaleza solo sigue su curso y ya! no aspira en absoluto a la imitación humana. Por ejemplo, si el ser humano abusa de los antibióticos, las bacterias y virus, que también tienden organizarse y a multiplicarse, se volverán multi-resistentes y hallarán, ingeniosamente, la forma de persistir; pues todo organismo terrestre tiende a la vida, y no porque el ser humano lo diga, sino porque así funciona la naturaleza. En este sentido, ya es tiempo que dejemos de pensar ‘que el hombre es la medida de todas las cosas’, de lo contrario nos seguiremos tropezando con los mismos errores que nos han llevado a esta incomoda transición. ¡Así es! ¡Nosotros hemos provocado esta crisis! o si se quiere pensar de una manera bicéfala: ¡el coronavirus no ha sido la causa, es solo la consecuencia de una cadena de errores científicos, económicos, culturales e ideológicos en los cuales hemos fallado como sociedad!
En efecto, si nos ponemos a analizar de forma crítica; la primera gran estructura que cae dentro de las causas primeras del actual declive, es la de los anquilosados modelos de Representación democrática que hoy rigen el globo; estos viejos y pesados andamiajes han demostrado ser completamente obsoletos a la hora gobernar una modernidad reflexiva que pide a gritos ¡igualdad de oportunidades para todos!, pero que, sin embargo, no entregan más que miseria, precarización e inseguridad económica. Sin ir más lejos, estas mismas Democracias Representativas son las que han propiciado que en Chile el 1% más rico concentre casi el 40% de los ingresos totales del país. Y si hablamos en términos mundiales, hoy por hoy “tan solo 26 personas poseen la misma riqueza que los 3800 millones de personas que componen la mitad más pobre de la humanidad” [1]. Como se puede apreciar, la desigualdad es un fenómeno transversal en el mundo de las Democracias Representativas y las economías de mercado. El problema actual, es que estas últimas no están preparadas para gestionar la escasez mundial provocada por la pandemia del coronavirus. Y las consecuencias, como siempre, las asumirá una clase media que se empobrecerá, unos pobres que se harán más pobres y unos ricos que se harán más ricos lucrando con la desesperación de una sociedad global asolada por la crisis. Y así el ciclo virológico de la desigualdad continúa su curso…
Dicho esto, es realmente importante meditar y preguntarse ¿Cuál es el virus en realidad? ¿El coronavirus o el Capital? Si bien, ambos buscan multiplicarse, mantenerse y expandirse; uno de ellos, el Capital, por supuesto, no pertenece al ciclo biológico de la tierra ¿o sí? ¡Hay amigos!, como diría el viejo Ibsen: “las raíces de nuestra vida moral están completamente podridas, la base de nuestra sociedad está corrompida por la mentira”. Y si no me creen, échenle un ojo al actual negociado de las corporaciones científicas; pues no hay que ser un hombre de ciencias para darse cuenta que ¡si destruimos y modificamos todos los ecosistemas naturales de la tierra, no podíamos esperar menos que la acelerada aparición de una gran pandemia! Y eso el negociado científico lo sabía muy bien. Sin embargo, el lucrativo trabajo que mantenían con el lobbie farmacéutico, no los dejó ver el advenimiento de la catástrofe. Se confiaron, pensaron que la anunciada aparición del virus, llegaría más tarde; como siempre subestimaron la suspicacia de la naturaleza y cuando se dieron cuenta del error, ya era demasiado tarde… Es decir, prefirieron vender antes que prevenir, vaya fórmula, ¿no? Como dice Noam Chomsky, para el negociado de la Big Pharma “vender cremas corporales es más rentable que encontrar una vacuna que proteja a las personas de la destrucción total”.
Como se podrán haber dado cuenta, a estas alturas, el problema social es estructural: en un sistema endógeno como la globalización, inundando por la precarización, la miserabilización y la desigualdad de la crisis, solo faltaba un organismo o variable externa que rompiera la cadena de eventos para provocar la singularidad y así entrar en la actual transición de fase. Vale decir, el ente patógeno (SARS-CoV-2) era el eslabón que faltaba para visibilizar todas las fallas de un sistema que hace muchos años camina moribundo y decadente. Es por ello que insistimos ¡El coronavirus es solo una pequeña fracción del problema, por ningún motivo es su causa!
A esto debemos agregar que, la inminencia de calamidades mundiales de todo tipo es un hecho sumamente común y natural, no obstante, esto no lo enseñan en las escuelas o universidades, sino que lo enseña la accidentada experiencia de la historia humana. Por esta razón se hace imprescindible comprender que la sencilla Fe en el Progreso que nos mal inculcan desde pequeños, no es un hecho ni tampoco una condición necesaria para la subsistencia y preservación de la estirpe humana. Muy por el contrario, la tendencia natural, dentro de cualquier escala biológica existente en la tierra es al desorden, la crisis y al caos. Este ciclo, por muy contraintuitivo que parezca, es vital para que exista transformación, orden y vida. ¡La realidad es compleja amigos míos! El orden, la prosperidad y el progreso, observados a través de grandes escalas de tiempo, son hechos sumamente aislados y efímeros. En ese sentido, lo que nos parece estable es en verdad sumamente oscilante y azaroso. El motivo de ello, se debe a que nuestra limitada mente, como explicamos anteriormente, siempre está buscando crear una realidad comprensible a nuestros medios para así entenderla un poco y, de esta forma, avizorar posibles futuras contingencias.
Por lo tanto, debemos dejar de ocupar eufemismos mediáticos a la hora de construir y describir nuestro presente. La verdad última, por muy cruda que parezca, es que la especie humana nace como un género de lo muerto. Al igual que el sistema solar y el universo entero, la tierra está destinada a apagarse y fenecer. Por esta razón, nuestra única certidumbre es que nacemos para morir. Aceptando este principio y, junto con ello la finitud de nuestras vidas; lo único que nos queda por hacer es contribuir de la mejor manera posible a cuidar, mejorar y preservar el desarrollo de nuestra especie y el de todas las especies que nos circundan, pues vivimos en un ecosistema que necesita de la diversidad de los demás seres vivos para poder desarrollarse; de lo contrario, y si hacemos caso omiso a las leyes que nos permitieron el desarrollo biológico, el siguiente paso de la humanidad es la extinción anticipada. Y su ‘causa’, o, mejor dicho, el flujo continuo de su devenir, será el egoísmo de una estructura social que solo piensa en la acumulación infinita de ese peligroso virus llamado Capital, encargado de subsumir todo lo colectivo a un plano individual ¡al más puro estilo thatcheriano!
Para finalizar, solo nos queda por decir que; frente a la inminencia del colapso, es nuestra obligación como especie aprovechar la visibilización de las fisuras estructurales dejadas por el coronavirus. En este sentido, el periodo de barbecho que nos proporciona la dimensión cognitiva de la crisis actual, es crucial para emprender la creación de nuevas escalas de valores, que permitan el desarrollo sustentable de nuevas formas de reproducción socioeconómica, capaces de mantener una comunión de profunda reciprocidad con la tierra y sus ecosistemas. Por lo demás, el mensaje de alerta es claro y conciso. Está en nosotros el tomarlo o dejarlo pasar. Como bien decía el viejo Hipócrates ‘la crisis es el momento exacto en donde la enfermedad se resuelve o provoca la muerte del enfermo’. Si bien, “en ambos casos se distingue un cambio de estado” [2] en el caso de que la recuperación fuera positiva, no se descartan las recaídas que involucren una vuelta al estado inicial. Es decir, a una nueva crisis, esta vez decisiva.
Para leer el artículo completo, descárguelo en el siguiente enlace:
https://www.academia.edu/42739419/Coronavirus_and_Crisis_Global
Bibliografía:
[1] Oxfam. (2019). Bienestar Pública o Benficio Privado. Oxfam GB para Oxfam Internacional, p, 6.
[2] Bórquez, M. (2018). Modelos de Crisis en Chile: Una Aproximacion Epistemologica. México: Comisión Estatal Electoral Nuevo León . Obtenido de https://www.ceenl.mx/educacion/documentos/CEP19/3_Certamen%20de%20Ensayo%20Pol%C3%ADtico%20XIX.pdf, p, 79.