Contraperiodistas
  Los periodistas son de esta clase. No puedo evitarlo: de los periodistas en su conjunto me llega el tufo que antes me llegaba de los predicadores con sotana. Les veo subidos en el mismo púlpito que estos ocupaban, tras haberles dado una patada para ponerse ellos. Ahora al púlpito lo llaman tribuna, y la tribuna son los medios. Pero si los curas querían adueñarse de nuestras conciencias y con ellas de nuestro dinero, los periodistas laicamente crean las ideologías apoderándose de nuestro criterio.
  Los periodistas, aun divididos entre sí en apariencia, se dirigen al mundo como un cuerpo de ejército. Todos son cómplices en lo esencial aunque discrepen en lo accidental, y todos vertebran y robustecen estas democracias miserables. No sé qué estamento de los dos, si el de los curas o el de los periodistas, me resulta más abominable después de haber tenido que soportar gran parte de mi vida a los primeros… Yo creo que aborrezco más a los periodistas en conjunto que a los cuerpos represivos. Porque estos tienen una ilustración media y los otros la tienen superior, por lo que ello implica mayor nivel de consciencia de sus posiciones y razonamientos.
  Les tengo tanta antipatía que a menudo me viene a la cabeza la pregunta que nos obsesionó: no creo en Dios, pero si me da por creer ¿de qué me sirven los curas, y más aún los curas organizados jerárquicamente, y más todavía organizados en un colosal emporio dedicado al tráfico de tantas cosas? Del mismo modo: no creo en la democracia, pero si de pronto me da por creer en ella ¿de qué me sirven los periodistas que manejan la voluntad de las masas y la anulan? ¿no son ellos los que marcan las preferencias y los límites? ¿no cuentan todo como les conviene? ¿de qué me sirven entonces los periodistas para interpretar por mí mismo la realidad, principalmente la política? Da me facto, dabo te ius: dame el hecho y te daré el derecho, dice la jurispericia. Dadme los hechos sin enjuiciarlos, y yo haré su valoración, les digo yo a los periodistas que deben limitarse a eso, a dar testimonio de los hechos, sin añadir ni una coma que los desvirtúa. Además, son ellos quienes gobiernan a los que gobiernan.
  Discutir sobre cosas obvias en las que no cabe discusión, es el gusto de tantos periodistas que aparentan ingenio rebuscando argumentos que no existen. Por ejemplo, ahora. Todos los partidos políticos están de acuerdo en prohibir la publicidad de contactos y los anuncios de prostitución. Pero “El País” ingresa anualmente 5 millones de euros por los 700 anuncios diarios de prostitución. “El Mundo”, 672. “ABC”, 225 y “La Razón”, 91 anuncios diarios. Y el propio “L’Observattore Romano”, rotativo portavocía del Vaticano, está por medio en todo esto. Todos los políticos están de acuerdo, menos los periodistas que se revuelven contra este proyecto. Algunos van a la radio o a la televisión y, por un plato de lucimiento personal o porque viven de decir ampulosamente estupideces, creen que desmontan la razón de peso de esa abolición al decir que no es eso lo que hay que hacer si no  perseguir a la prostitución misma, a las prostitutas y a los prostitutos o en su caso a los clientes. Prohibir esa clase de publicidad no es estar ni a favor ni en contra de la profesión más vieja. Es estar con la sensatez cortando la autopista que conduce directamente a la prostitución, dejando sólo los senderos a los que no tienen más remedio que recurrir a ella. A fin de cuentas es inerradicable y, además, su ejercicio cumple, se quiera o no, guste o no, se respete o no, una formidable función social.
  Pero esos periodistas, al ver que se va a cerrar el grifo de esos suculentos ingresos por la publicidad, no saben qué decir y dicen sandeces. Y si no, que respondan a lo siguiente: si la publicidad tiene su razón de ser en el capitalismo porque potencia el consumo de lo publicitado, ¿por dónde empezarían ellos a erradicar o a desacelerar la compra del objeto de consumo cuya desaparición o debilitamiento se pretende?
  Yo les detesto, pero juzgad vosotros, lectores, y veréis cómo, sin apenas daros cuenta, os habréis hecho, como yo, contraperiodistas. Por algo alguien acuñó en la Internet ese afortunado título: Falsimedia, para todos los medios que nos oprimen, nos cuentan las verdades a medias, cínicamente, y al final nos engañan. Es cierto que en todo hay excepción y por eso hay algunos periodistas íntegros. Pero son tan pocos y pintan tan poco en sus respectivos rotativos, que no influyen para nada en la colosal prostitución de los medios de comunicación que copulan con la democracia occidental.