Condena a la delegación
Seguir en manos de incompetentes, es la manera más corriente de vivir por encima de nuestras posibilidades. De modo que todo motín contra ellos es poco. Pero resulta que con las institución con las que nos hemos hecho los que tendrían que encabezarlo son ellos. Así que partamos de otro principio, de aquel viejo principio de la Reina Roja y al tiempo de la revolución: todo el que tiene una cabeza puede ser decapitado.
La historia recuerda que cabe que el motín y la amenaza de motín alejasen la inanición, a veces haciendo que bajasen los precios, y, de forma más general, obligando al gobierno a prestar atención a la difícil situación de los pobres. Entonces la tesis tiene que ser que la solidaridad y acción colectiva de la gente trabajadora urbana, así como la de los distritos manufactureros y mineros, hizo algo por poner fin a las crisis de subsistencia. Y, a la inversa podría ser que la falta relativa de motines en la Irlanda y la India del siglo XIX fuese un factor (entre otros) que permitió que la escasez se convirtiera en hambre. Y, si así fue, entonces lo mejor que podemos hacer nosotros los burgueses y los habitantes de los países burgueses, en nuestra opulencia, para ayudar a las personas hambrientas es incitarles a la rebelión y a las naciones hambrientas enviarles expertos en el fomento de motines.
La tarea, casi insoluble a la que nos enfrentamos, consiste en no dejarse embrutecer ni por el poder de nuestros malos representantes ni por nuestra propia incompetencia en hacernos con otros. Estamos en peligro, y las situaciones de peligro crean unas condiciones desconocidas en las posiciones de clase: cuando para los afectados se convierte en sangrante nuestra incompetencia en cuestiones de su nuestra propia afectación, hemos perdido una parte esencial de nuestra soberanía cognitiva.
A la palabra autorizada de la competencia estatutaria, que contribuye a hacer lo que dice, responde el silencio de la incompetencia, no menos estatutaria, que, vivida como incapacidad técnica, condena a la delegación, esa privación desconocida y reconocida de los menos competentes en favor de los más competentes, de las mujeres en favor de los hombres, de los menos instruidos en favor de los más instruidos, de los que “no saben hablar” en favor de los que “hablan bien”. De los que no tienen trabajo o cargo en favor de los que lo tienen.
Gorz habló en su día que añadir al eje derecha-izquierda el de heteronomía-autonomía en nuestra vida. Cada vez que un representante me traiciona o que he tenido poca fortuna al haber delegado alguna función lo recuerdo. Delegar como consumidor puede ser peligroso, hacerlo como ciudadano puede ser además irritante. Si me equivoco al comprar creo que me he equivocado, si me equivoco al delegar como ciudadano creo además que me han engañado.
La aparición de biocombustibles, transgénicos, venenos… no la hemos votado, ni hemos deliberado sobre ello como ciudadanos, ni hemos nombrado delegados que negocien en nuestro nombre. Se pretende subpolítica en el papel de la autocrítica científica a cada nivel de investigación y por el poder de los que coordinan la gestión de riesgos en cada uno de ellos. En conseguir que el ciudadano se acerque funcionalmente al consumidor.
Pero la misma libertad del que elige qué comprar, dónde ir, cómo moverse, con quién tratar o cuánto pagar impide que el consumidor pueda ayudar a delegar en otros qué se debe investigar o producir y dejar en manos de otros, por los que no tiene ninguna confianza, qué debe acabar en el mercado. Pues anda que sobre qué se debe recortar o hasta qué punto podemos responsabilizar a nuestros representantes, mejor no pensar.
O mejor pensar, pero sólo si estás dispuesto a hacer algo, como fomentar la rebelión, participar en la manifestación, desautorizar a algún cabezudo, animar a la huelga, fomentar el motín… porque si no lo que puede suceder es que por no hacer nada te acabe dando algo.