Como pollo sin cabeza
“¡Ganaremos! Pero hay que convencer al amigo y al vecino, al que duda, de que vayan a votar”.
Es parte de un mitin de Felipe González. Y es clave.
Las bases son imprescindibles por muchas cosas. Una de ellas, quizá la más importante en el tramo final de una campaña electoral, es la capacidad de generar confianza y convencer a su entorno más cercano de que su opción política es la mejor. En el contexto actual, son las únicas que pueden transmitir, aunque sea de manera indirecta, los elementos necesarios para que los votantes de a pie se decidan por una candidatura realmente transformadora.
Pablo Iglesias y su equipo son, sin lugar a dudas, piezas clave. Pero para llegar a los indecisos hay que reforzarse teniendo plenamente convencidos a sus vecinos y amigos. Lo de patear el tablero ha funcionado, porque los indecisos, que siempre han sido fundamentales porque eran esos votos que daban a uno u otro la victoria, ahora son el grueso. Ya no son esas desviaciones que inclinaban la balanza, ahora son la balanza.
El problema es que los convencidos, los que nos implicamos en política, -las bases, los activistas, los militantes, los raritos-, andamos en buena parte como pollo sin cabeza. Y este desconcierto e inseguridad se traslada a los demás. Pablo Iglesias tiene razón en que, probablemente, la candidatura unitaria sea más una reclamación de unos pocos [de esa minoría a la que nos preocupa la política] que algo que pida a gritos la ciudadanía en general. Pero olvida que cuando las bases dudan entre Podemos, IU, AeC, EQUO o volar el parlamento; o cuando aún teniendo tomada su decisión, no es con un convencimiento pleno, no convencen a su entorno, a la mayoría.
Ante esta situación en la que no hay un cierto número de personas distribuidas por todo el territorio estatal que apoyen sin titubear alguna de las candidaturas del cambio, los que no lo tienen claro no se deciden y terminan en alguna de las opciones que no dan miedo. Porque para apoyar a las que dan miedo -y el cambio siempre da miedo- hace falta convencer más, desde más cerca. Los platós de televisión caldean, pero son demasiado lejanos como para calentar lo suficiente.
La candidatura unitaria es imprescindible para acordar, al menos, unos mínimos y apoyarlos sin ambages. Para empujar con fuerza y sin dudarlo en la misma dirección de forma que se consiga llegar a todos los sectores: A la abuela, al cuñado, al parado, a la camarera de fines de semana y al universitario que sólo vive para los jueves.
Si no hay un discurso común de todos aquellos que nos motivamos e implicamos y que somos una minoría, ni convenceremos a la mayoría ni venceremos a la oligarquía.