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Colombia. La guerra del Cauca y su rebote urbano

La guerra en el territorio caucano suma nuevos episodios sangrientos con gran impacto entre la población y nuevos hechos políticos asociados con la adopción, por parte del gobierno del presidente Gustavo Petro, de estrategias de intervención social para solventar los agudos problemas de pobreza y desigualdad que afectan a la mayoría de la población. Ese el objetivo principal de la “Misión Cauca” (ver https://www.dnp.gov.co ) anunciada por el presidente Petro y el director del Departamento de Planeación nacional, el doctor Alexander Lopez.

Hay una tendencia en el conflicto social y armado caucano que llama la atención por sus implicaciones y consecuencias en otros espacios contiguos y sus poblaciones. Me refiero al rebote urbano de la guerra que compromete a ciudades como Jamundí, Cali, Buenaventura y otros municipios del Pacifico colombiano.

Siendo cierto que el escenario rural es ya el principal ámbito del actual Tercer ciclo del conflicto armado –tal como se da en el histórico departamento del Cauca-, no menos cierto es que tal fenómeno se da en una fuerte conexión con el ascendiente sistema de ciudades intermedias que observamos hoy a Colombia: en algunas de esas ciudades la retaguardia rural está asociada íntimamente con los cultivos de coca y marihuana, con las rutas del narcotráfico y con una variedad de problemas sociales sin resolver como ocurre en los municipios de la costa Pacífica, ocupada por una abundante población afrodescendiente.

Lo que confirma que en la actual etapa de la guerra irregular dicha problemática no será solamente rural; articula y articulará cada vez más en un solo cuerpo medianas ciudades fracturadas, economías rurales y rutas transnacionales de narcóticos.

Tal como lo sugiere Gutiérrez Sanín (ver https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/8272098.pdf), parecería que algunas fuerzas irregulares insurgentes están descubriendo nuevas fórmulas para crecer en las ciudades.

En gran medida esta forma “rurbana” (rural y urbana) del conflicto armado, en su actual tercer ciclo, es resultado de cambios sociales, tecnológicos y políticos en la naturaleza de la guerra que están remodelando los escenarios de operación y los actores del conflicto.

Respecto de los cambios sociales hay que resaltar que los mismos están relacionados con la urbanización masiva del país; con la inequidad creciente relacionada con la destrucción del Estado de Bienestar; y con la descarada ejecución de estrategias neoliberales, discriminación social masiva a lo largo de líneas territoriales, de clase y étnicas que a menudo convergen. Adicionalmente la privatización de los servicios de seguridad por parte de grandes empresas de seguridad. Conectividad cada vez más plena, incluso en sectores sociales y territorios marginales y en la miseria.

Los impactos de todo este tenebroso cuadro social alterado sobre la naturaleza de la guerra se observan tanto en el Estado como en los grupos insurgentes.

Desde el lado insurgente los cambios son tangibles, hoy ya no es la guerra de la pulga (aunque algo queda, ver https://es.scribd.com/doc/123804296/Taber-Robert-La-guerra-de-la-pulga-1967-pdf ), ya que la multiplicidad de blancos está ahí, de hecho, exacerbado por la importancia creciente de centros altamente poblados y de la presencia de lugares donde se concentran capacidades criticas de comunicación, conectividad digital y transporte. Hay además factores nuevos. Con la urbanización, primeros, se vuelven cada vez más importantes las geografías citadinas no regulados estatalmente (zonas grises) y excluidas socialmente donde abundan diversos prestadores de seguridad, de coerción y de distintas formas de regulación. En ese sentido, la posibilidad de que los ejércitos centrales puedan operar eficazmente en esos lugares es aun baja, pues al hacerlo, tanto los costos políticos como las externalidades –es decir las consecuencias negativas sobre las zonas prosperas de la ciudad, situadas a tan solo kilómetros de epicentro del conflicto- son potencialmente descomunales. Por consiguiente, el fuerte de la reacción estatal se origina en cuerpos policiales altamente militarizados, actuando como fuerzas de ocupación. Esos mismos grupos policiales, con su visión del civil como enemigo y su acción tecnológica característica –exo esqueleto tipo Esmad y nuevo tipo de armas- se utilizan cada vez más contra protestas sociales masivas, así sea maquillándolos.

Adicionalmente hoy nos encontramos con una nueva realidad, las plataformas tecnológicas para armar grupos urbanos insurgentes capaces de sobrevivir son una realidad incontrovertible.

Hoy los grupos insurgentes rurales tienen abiertas nuevas posibilidades con los cambios tecnológicos. Las ciudades hoy se organizan dentro de los parámetros de las Smart City, con altísimos niveles de conectividad. No solo las neo insurgencias, también el Estado, es vulnerable a la operación contúndete de los teléfonos inteligentes y de las redes sociales descentralizadas, a las que, por lo demás, también recurren los movimientos populares de protesta y rechazo frente a la violencia gubernamental, como ocurrió en el paro de abril 2021 en Cali y su área metropolitana.

De otro lado hay una fuerte democratización de la tecnología bélica –en parte debido a la conectividad y al cambio tecnológico-. De igual manera está la portabilidad, como otro hecho de reciente emergencia.

La tendencia evidente de que buena parte de las amenazas urbanas se enfrenten necesariamente por parte de los gobiernos con diferentes cuerpos de policía, creara nuevas oportunidades a los fenómenos violentos urbanos. Burocracias armadas crecientemente permeables y en interacción constante con el sistema político encontraran múltiples formas de interactuar con los nuevos insurgentes urbanos –a través de la extorsión, el manejo conjunto de negocios, la provisión privatizada de la seguridad, la administración de venganzas y asesinatos a sueldo- en un espacio urbano crecientemente fragmentado, indica Gutiérrez Sanín.

Los cambios tecnológicos están modificando la naturaleza del conflicto armados y sus repercusiones urbanas, ya que las nuevas tecnologías son asombrosas y parecen de fantasía. Drones, armas autónomas, ordenes bélicas generadas desde la inteligencia artificial, georreferenciación absoluta y detallada de todo el globo, son las tendencias más fuertes. Igualmente, la accesibilidad a armas sofisticadas via impresoras en 3D, policias y soldados blindados por exo esqueletos (tipo Esmad) y potenciados por diferentes medicamentos que estimulan y expanden sus sentidos. La aplicación de esto claramente ya se está viendo acá entre nosotros como el uso de drones en la guerra del Cauca y en otras regiones atrapadas por el conflicto.

Respecto de los cambios y transformaciones en el campo político y el Estado es claro que aquí se presentan rezagos respecto de las nuevas violencias insurgentes; las nuevas modalidades de guerra cogen al Estado muy mal preparados para enfrentarlas en el terreno político, pero este es un tema del que nos ocuparemos en una próxima nota.

Lo cierto es que, como lo señala el alto oficial Robert H Latiff, hacia adelante veremos conflictos armados y nuevas modalidades de guerra irregular marcados por la flexibilidad, las novedades tecnológicas y el enorme peso de la política y las comunicaciones.

Por supuesto, en todo este escenario “rururbano” encajan los nuevos actores insurgentes del conflicto que cobran forma en un proceso de decantación que implica la supervivencia de los más fuertes y sagaces.

Hoy abundan las redes insurgentes, las redes milicianas, las formaciones de resistencia y los grupos híbridos entre política y criminalidad.

Se trata de actores mixtos en los que concurren la criminalidad organizada y la política, que no se debe desconocer como lo hacen aquellos cargados hacia la definición de este fenómeno como puramente criminal o de narcos. Esos híbridos han ido consolidando sus capacidades organizativas, su narrativa y su capacidad de regulación de diversos territorios rurales y urbanos.

Dichos grupos no pretende ganar, en el sentido de tomarse el poder político central, pero si quieren hacer política. Política y guerra, como siempre, íntimamente unidas a través de métodos como establecer diversas formas de control territorial, regular el sistema político a través de amenazas y provisión de seguridad y promover causas territoriales.

Algunos quieren encajonarlos en una determinación criminal y puramente delincuencial como narcos, omitiendo su naturaleza política.

Omiten que el consenso entre muchos autores de orden militar es que la política estará en el centro de las nuevas formas de confrontación bélica.  MacFate (2019) en su texto “Las Nuevas reglas de la Guerra” afirma que “la guerra es política con armas, nada más” (ver https://www.academia.edu ). Lo que demuestra la estupidez de recabar en que las nuevas violencias que se despliegan ante nuestros ojos, como la guerra del Cauca, son exclusivamente de naturaleza narco.

Lo cierto es que hay en esos grupos elementos que los han convertido en una amenaza política real, en gran medida como resultado de que los irregulares más fuertes y más poderosos sigan conectados con los criminales, pero que a la vez desarrollen un programa territorial que les permita articularse al sistema político, y por consiguiente, establecerse firmemente en una o varias regiones a través de ese sistema de contactos y amigos que ofrecen eficaces protecciones institucionales tan común en Colombia. El otro elemento es que de todos esos grupos resultara un ganador único, o por lo menos dominante, entre los irregulares que va concentrando recursos económicos y militares que le permitan marginar a sus adversarios e incluso sacarlos del juego.

Todo este proceso en el actual ciclo de la guerra, repite un patrón ya identificado en los anteriores ciclos de violencia. Las rebeldías iniciales van descubriendo un lenguaje político civil y diversas formas organizacionales que posteriormente son fundamentales para su desarrollo futuro.

Se trata de actores que salen de una fuente bandolera y criminalizada, como está sucediendo ahora, usando ese origen para establecer diferencias y contrastes y crear rutinas y procedimientos nuevos.

Como afirma Jones, todas las insurgencias aprenden; no todas obviamente: solo las que sobreviven.

Lo que puede preverse y estamos presenciando con los escenarios locales de la guerra es que los insurgentes que predominaran tenderán a ser localistas o regionalistas (en lugar de nacionales) que actuaran en varios escenarios bélicos (el campo y la ciudad) y que desarrollaran un lenguaje político flexible y territorialmente anclado (en lugar del lenguaje ecuménico que caracterizo las guerrillas marxistas del pasado).

Desde luego, los fenómenos que están en proceso en muchas regiones aun no muestran un lenguaje político nítido, pero no hay que descartar que en la lucha por sobrevivir los diferentes grupos –de criminales, de políticos y de híbridos- terminen dando forma una variedad de guerra irregular que sea capaz de interpretar política y militarmente estas tendencias.

 

Por Horacio Duque

* Imagen: ACIN 

 

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