Cine e historia social: 14. Frida, de Julie Taylor
Frida se ha convertido una suerte de “fetiche”, conozco a más de una y de uno que está pendiente de cada edición, que ha viajado a tal o cual exposición, que ha encontrado en Frida todo un universos, alguien con el puede reunirse con cualquier pretexto como lo pudo seer centenario, con este pretexto la editorial Océano ha publicado una hermosa edición conmemorativa a su nombre en la que se puede encontrar grabados sobre su obra, fragmentos de su diario, amén de una nutrida agrupación de artículos de conocidos escritores mexicanos como Carlos Monsavais, amén de otros tan conocidos como los de André Breton o del propio Diego Rivera que fue –no hay que olvidarlo- el primero en apreciar su arte. Es más, es en parte gracias al “tirón” de Frida que se está difundiendo la propia biografía del célebre muralista sobre el cual la más reputada biógrafa de Frida, Raquel Tibol, acaba de publicar en Lumen Diego Rivera. Luces y sombras, y de cuyos célebres murales, la editorial Taschen acaba de ofrecer su Obra mural completa…luces y sombras que también se pueden encontrar en la vida de Frida, personaje inagotable.
Alguien como ella no podía por menos que atraer a una industria como el cine, y ya en 1983 el cineasta Paul Leduc, conocido por su hermosa y modesta adaptación del México insurrecto de John Reed, realizó Frida. Naturaleza vida, que contó con una interpretación tan fehaciente de Ofelia Medina que parecía la misma Frida revivida…Película muy irregular, sobre todo en su parte política, sigue siendo muy superior a producida e interpretada por Salma Hayek en el 2002. Premiada junto con Zina en el    Festival  de  San Sebastián  de  1985, esta Frida está concebida como un poliedro, Frida es un  apasionado retrato de la famosa pintora en el que Trotsky    (Max Keadrow)  aparece como un anciano sin ningún brillo especial que tiene que soportar los mal encarados comentarios de Diego Rivera (Juan José Gurrola, un actor  que  repetirá  el papel en La  reina de la noche,  de Arturo  Ripstein) se enfrenta  a un Siqueiros deslenguado pero tan poco convincente con el que encarna Antonio Banderas en la última.  Pero al mismo tiempo, Rivera trata a su huésped provocadoramente,  diciéndole que Octubre de 1917 fue  una  mera  copia  de  la revolución    mexicana o que fue una lástima que no  se hubiera  ido con Stalin  de putas.   La Frida de Leduc viene a ser una película difícil pero rica en detalles, y un retrato personal bastante completo de esta artista excepcional sobre la que Hollywood ha producido una muy irregular aproximación.
Por otro lado, el famoso incidente de Diego Rivera en el Rockefeller Center es una de la historia que animan el amplio retrato de época que da vida al complejo argumento de Abajo el telón (Crade Will Rock, EEUU, 2000), una magnífica evocación de la agitación social y cultural que conoció Nueva York a principios de los años treinta filmada con talento y entusiasmo por el inconformista Tim Robbins. Recordemos que el célebre conflicto que enfrentó a Rivera con el magnate Rockefeller por su mural de la entrada del Rockefeller Center, resultó un capítulo muy significativo de su coherencia trotskiana, como lo sería también su rechazo de las autoridades académicas soviéticas. El magnate se olvidó de su compromiso por respetar la libertad del artista, y rechazó el retrato de Lenin en “su” entrada. El conflicto dio lugar a una reacción crítica por parte de lo mejor de la cultura norteamericana, en un tiempo en que al decir del principal protagonista de la trama, un Orson Welles comprometido con los huelguistas, en un tiempo agitado en el que la inteligencia parecía inequívocamente de izquierdas y sentía una poderosa fascinación por la clase obrera militante.
La Frida de 2002 es ante todo una producción de Salma Hayek que creyó tener así “el papel de su vida”, y que para ello consiguió poner detrás de la cámara a una directora con el talento de Julie Taynor, que había seducido a la crítica con su pasoliniana adaptación de Titus Andronicus, con unos impresionantes Anthony Hopkins y Jessica Lange…Sin embargo, mientras que éste singular y tremendo Shakespeare, la Taynor pudo llegar al fondo, pero aquí se quedó en puertas por los imperativos de una ambiciosa producción con miedo a dejar de ser un producto para todos los públicos.
En esta versión todos los grandes protagonistas se quedan cortos. Comenzando por su dos veces marido, amigo, compañero y amante, Diego Rivera (magnífico por cierto Alfred Molina con muy poco papel), pues tanto su personalidad, su importancia histórica en el mundo del arte (inicialmente mayor que el de Frida, fue ella la que se acercó siendo una desconocida a él que ya era célebre internacionalmente), como su presencia fundamental en la vida de ésta. También en el caso de Frida, parece que se haya impuesto la Salma productora porque nos encontramos con la contención propia del biopic, como temiendo que de llegar al final la película no hubiera sido aceptada. Mucho más deslucida todavía queda el personaje de Trotsky quien, por más que vuelva a estar interpretado por un actor de primera como el australiano Geoffrey Rush (por cierto, recién salido de una magnífica evocación del Divino Marqués, azar objetivo que no habría pasado desapercibo para su amigo André Breton), sigue siendo un personaje envarado que habla en términos un tanto grandilocuentes.
  Se me dirá que, con todo, el biopic como género en sí mismo, ya se ha permitido bastante licencias con las vidas y personalidades de los biografiados, y por más que la dulcificación, la falsedad o el sometimiento a los imperativos industriales hayan sido mortales en la mayoría de casos, existen excepciones, baste nombrar una obra maestra, El loco del pelo rojo, quizás porque los pintores se dan más a los dramas mayores que la vida.
Quizás el problema se de cuando se dulcifica a un personaje que es conocido por sus trasgresiones. Frida era una naturaleza viva, alguien que, comenzando por el siempre, no era lo que se dice una mujer agradable en apariencia ni en un primer trato. Era alguien que podía ser encantador (lo fue cuando jugó el papel de anfitriona de Trotsky y Natalia), pero primordialmente era un ser arisco, escasamente sociable, de mirada demoledora e inteligencia extrema. Una mujer que podía ser tan dura como frágil, tan aparentemente segura en sí misma como mermada internamente por el dolor físico y el dolor del alma más extremos (de su relación de “amor fou” con “su” imposible Diego); un ser complejo y fascinante en medio de un tiempo de grandes desafíos sociales y políticos: la actualidad de la revolución mexicana, lo que planteaba la revolución rusa, el ascenso del nazismo (su padre era judío alemán), la guerra y la revolución española, los procesos estalinianos…
Esto no quiere decir que la película no tenga buenos momentos, hay pasión y vida en el personaje, se presiente la potencia de sus sueños, algo de los vaivenes sentimentales y emocionales de una pareja que caía, se levantaban, y que tenía su tiempo para amar, para sufrir, para vivir, para ser artista, en el caso de Frida para ser mujer, y en el de los dos, para encontrar su lugar dentro de las actividades colectivas como comunistas, primero con Trotsky, luego con Stalin y la URSS, siempre a su manera, en coyunturas de avanzada como la que lidero Lázaro Cárdenas o en las oscuras cuando la contienda mundial trasladó a México sus partidarios de uno y otro lado. Hay escenas hermosas y bien rodadas, una música de primera coronada por la presencia de Chavela Vargas cantando “La llorona” o con el tango lésbico que Frida baila con Tina Modotti (Asley Judd) delante de Diego y de la atónita concurrencia.
Quizás no hay que pedirle tanto, y entenderla como una “introducción” de Frida para el gran público, como una borrador interesante para los que entren a ella a ciegas, pero en la que ni su directora sabe lo que quiere contar (el film sólo es una sucesión de hechos sin poner el énfasis en ninguno de ellos), ni el arte de la mujer que era Frida Kahlo aparece más allá de las representaciones esteticistas de su obra. Quizás pese en su contra las expectativas suscitadas, todo el montaje que la llevó a las páginas de los diarios desde el primer día, cuando se publicitó que Salma Hayek le ha había ganado la partida a Madonna. También es justo destacar algunas colaboraciones tan importantes como el segmento de animación realizado por los Hermanos Quay, la posibilidad de reproducir los cuadros de la artista o la reconstrucción visual de aquel México revolucionario, se pase por encima de toda la riqueza de aquellos hechos para contarnos una historia de amor más, muy lejos de la pasión y la locura de la auténtica que vivieron sus protagonistas, en un trabajo del que la propia Frida no aceptaría.
A los lectores que quieran profundizar sobre el personaje y sobre el capítulo más sugestivo de su biografía, le recomiendo la novela La casa azul de Coyoacán (Plaza&Janés, BCN, 2002), obra de la joven escritora australiana Meagahn Delahunt, que fue una de las líderes de la sección de la Cuarta en Australia en los años ochenta y noventa, y que compone una obra que es también como una película que va presentando los acontecimientos desde los más variados ángulos y lo hace con talento y con una enorme dominio el precioso material que tiene en las manos.