Chile. Sobre el gabinete de Boric y la filosofía griega

 

Por Luis Casado, Politika

Un día, estaba Diógenes comiendo un plato de lentejas… No había ningún alimento en toda Atenas más barato que el guiso de lentejas.

Pasó un ministro del emperador y le dijo: “¡Ay, Diógenes! Si aprendieras a ser más sumiso y a adular un poco más al emperador, no tendrías que comer tantas lentejas”.

Diógenes dejó de comer, levantó la vista, y mirando intensamente al acaudalado interlocutor contestó: “Ay de ti, hermano. Si aprendieras a comer un poco de lentejas, no tendrías que ser tan servil con el emperador”.

En la Antigüedad griega, hace unos 25 siglos, una variedad de filósofos –cínicos, estoicos, jardineros…– proclamaba que la mejor manera de no decepcionarse, de no sufrir y de evitar líos consistía en no desear lo inalcanzable y conformarse con lo que dependía estrictamente de la voluntad de cada cual.

Ni Diógenes, ni Epicteto, ni Epicuro buscaron rodearse de poder ni de riquezas, ni de objetos inservibles, ni de cosas prescindibles. Los estoicos sugerían incluso no intervenir en nada que de modo evidente no pudiésemos cambiar, y arreglárnoslas con el mundo como es. Diógenes fue hasta comportarse con una cierta rudeza ante el emperador Alejandro Magno. Este fue a visitarle al tonel en que vivía y se presentó: “Soy el Emperador, le dijo, pídeme lo que quieras y te lo daré”. Diógenes respondió: “Hazte a un lado, que me tapas el sol”. Contrariamente a lo que se cree, para alimentarse Epicuro se contentaba de unas muy frugales ensaladas que compartía con sus amigos en su jardín, de ahí el nombre de su Escuela filosófica.

Dicho de otro modo, nunca esperaron que les llamasen para asumir una subsecretaría, ni para un negocio, aun menos para una candidatura. Considerando que el Hombre se degradaba en el disfrute de bienes y ambiciones despreciables, Diógenes se paseaba por Atenas en pleno día llevando una lámpara de aceite encendida. Cuando le preguntaban que diantres hacía, muerto de la risa contestaba: “Ando buscando un Hombre”. Para él quienes se solazaban con bienes materiales, olvidando su condición humana, no eran sino bestias.

Colocado en el inextricable trance de definir lo que tales sabios pudiesen haber esperado de Gabriel Boric y sus escuincles, presumo que, –apoyándome en su reconocida frugalidad (de los filósofos)–, no mucho.

Ninguno de los tres filósofos fue economista, ergo no hacían previsiones ni interpretaban la voluntad de los dioses: eso estaba reservado a los augures, tarea que más tarde recuperaron los pervertidos hijos de Adam Smith.

No obstante… uno puede apoyarse útilmente en sus actos, en sus obras y en sus decisiones, con el loable propósito de interpretar la voluntad de los gobernantes, discernir sus objetivos, palpar la solidez de sus convicciones, advertir su rumbo, descifrar los arcanos de sus razonamientos, comprender la coherencia –si la hay– entre sus palabras y sus acciones.

Sería largo explicarlo, pero el muy mentado gabinete se me antojó un ‘zoológico’. Tal vez en memoria del Bestiario de Julio Cortázar. Tú ya sabes, la familia Funes está subordinada al tránsito del tigre que tienen en su propiedad… En su eminente insignificancia, ante el poder de la bestia y su propia impotencia, terminarán cuidando un formicario. Gran labor. Lo que no impide que el tigre termine matando al dueño de la propiedad…

El tigre, un tigre sicario digo yo, es el ministro de Hacienda que en otros sitios llaman ministro de Finanzas lo que tiene la ventaja de explicitar que quien maneja las platas –o sea el poder– es él. Los demás ministros van de arroz. Para no hablar de la cohorte de subsecretarios en plan cenicero de scooter. Por ahí expliqué que un gobierno expresa sus orientaciones políticas mayormente por la vía de los Presupuestos del Estado, y del régimen fiscal o impositivo.

Poner a Mario Marcel al cuidado de tan eminentes funciones es como para alegrarle los bajos a Luksic, quien tuvo una erección priápica nada más saber que el hombre de los empresarios se hacía cargo del bollo. La Bolsa de Santiago organizó un carnaval. El dólar dejó de tiritar hacia arriba. Business as usual.

Esto no es una previsión: es un hecho. Mario Marcel, el hombre del cambio razonable, moderado y lento, muy lento, terriblemente moderado y locamente razonable, hizo respirar aliviado hasta a Wall Street. Antes de tomar ninguna decisión ya todos entendieron y se dieron por satisfechos: los mercados digo. Wall Street exigió un “hombre de experiencia”: lo tiene.

Las almas generosas que pergeñaron mil argumentos para ofrecerle al nuevo presidente el beneficio de la duda… son eso: almas generosas. Ni tan críticas que se pasen, ni tan obsecuentes que se queden, ni apoyan ni se oponen: como en el póker, pagan por ver.

Personalmente no juego al póker. Para mí ya está visto. Lo mío no es un proceso de intenciones. Mi modesto juicio se apoya en hechos materiales, en una decisión mayor. Definitiva.

Como te decía, los filósofos de la antigüedad griega proclamaban que la mejor manera de no decepcionarse, de no sufrir y de evitar líos consistía en no desear lo inalcanzable y conformarse con lo que dependía estrictamente de la voluntad de cada cual.

Salir a la calle, por ejemplo.

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