Chile. Fútbol: Un espectáculo publicitario funcional al sistema
Mi padre me llevo al estadio desde muy pequeño. Guardo en mi memoria la imagen de estar en los brazos de mi papá en el Estadio Nacional en un partido entre Magallanes y Colo Colo, era a mediados de los 60. Desde esa lejanía fui un seguidor de la vieja academia. He seguido a Magallanes en primera división, incluso en la copa libertadores en los 80, en segunda división (actual primera B) y en tercera división. Han sido más tristezas que alegrías.
Digo esto para mostrar que me gusta el fútbol y mucho. Me gusta el buen fútbol por eso, sin perder mi pertenecía a Magallanes, me emocione con Colo Colo 73, al cual considero el mejor equipo chileno de todos los tiempos, seguí los partidos de la Unión el 75 y la del “pelao” Acosta en los 90, vi a Elías Figueroa en el Palestino del 78, me gustó la Católica de Gorosito y el “Beto” Acosta en los 80, también la “U” de Sampaoli en el presente siglo y así simpaticé con cualquier equipo que mostrara niveles de calidad, combatividad o realizara hazañas futbolísticas como el campeonato del “Uní Uní” en 1971 con Oscar Fabianni como goleador o el de Cobresal campeón hace algunos años, equipos que lograron lo impensado, una especie de realismo mágico criollo, ese realismo mágico que hoy se nos presenta con dos Lota Schwager en Coronel.
Reconozco que añoró aquellos tiempos en que uno acudía al estadio y aplaudía un gol del equipo contrario si era de calidad o simplemente se sentaba al lado del simpatizante del otro equipo sin dificultades como sucedió por mucho tiempo en el Santa Laura.
Eran tiempos donde se valoraba más el deporte y su belleza que el resultado mismo. Tiempos donde el honor y el respecto deportivo eran importantes. Es un tiempo pasado, tiempos que no volverán.
El fútbol actual, perdón la industria del fútbol actual dejó de ser un deporte y es un espectáculo comercial pensado y actuado para el consumo masivo desprovisto de toda significación social comunitaria.
No todo fue color de rosas en el pasado, desde que el fútbol se hizo un deporte de masas, antes del espectáculo actual, fue usado políticamente, un ejemplo dramático en Sudamérica es el campeonato mundial de 1978 en Argentina o con menos dramatismo la creación o recreación de los equipos ligados al cobre a finales de los 70 por parte de la dictadura chilena. Más de alguno podría citar ejemplos de utilidad política de equipos o selecciones del campo socialista cuando este existía. Parte de la lucha política e ideológica en el mundo estuvo radicada en la rivalidad de los juegos olímpicos en todos los deportes entre USA y la Unión Soviética, el deporte fue parte de la guerra fría del siglo XX.
Aceptemos que cualquier deporte o fenómeno de masas, es de interés del poder y por tanto está expuesto al uso político. No necesariamente eso es malo en sí. Muchas adversidades futbolísticas en su origen tuvieron rivalidades de clase o de pueblos que expresaban identidades comunitarias. En Italia esto fue patente en clubes como Lazio (fascista) y el Livorno (comunista), hay ejemplos en dimensiones más chicas y criollas como la de Unión Española (que seguía y sigue usando la simbología franquista) y la otrora Iberia cuanto estaba en Santiago, ligada a los españoles anti-franquistas que llegaron al país en el Winnipeg.
Hoy lo nuevo, lo radicalmente nuevo, es el fútbol como mercancía que pierde su raíz social, cultural y política. El deporte es remplazado por el espectáculo comercial dificultando mucho una posible relación entre las dos ideas.
El cambio es radical.
¿Qué diferencia social, cultural, política tiene un hincha del Colo o de la “U” e incluso de la UC? No mucha. Actualmente ser hincha de un club tiene que ver más con una marca comercial que con un Club Social y Deportivo, con una comunidad. Es como elegir entre la Coca Cola y la Pepsi.
Las sociedades anónimas en los clubes, la TV (canal del fútbol) y los representantes de jugadores son el corazón del cambio del fútbol de un deporte a un espectáculo comercial. Los mismos grupos económicos son dueños de varios clubes, los representantes de jugadores condicionan quien juega y quién no, el más famoso es Fernando Felicevich que tiene en su “corral” a 160 jugadores chilenos y con ello un poder gigante. A esta altura es más importante pertenecer a un “corral” que a un club, es más importante Feleisevich que el equipo. El deportista (futbolista) es un “mercenario” que tiene una ligazón “light” con la oncena donde realizó las inferiores.
El famoso “amor a la camiseta” que caracteriza a los deportes colectivos paso al olvido o en el mejor de los casos es una referencia secundaria.
Siempre hubo “chanchullos” en el fútbol, pero hoy ya están “legalizados”, “naturalizados” y es parte de las reglas.
Claro como todo espectáculo, para que se pueda vender, tiene que mantener cierta apariencia, cierta reminiscencia al origen del producto que quiere vender. Si quiero vender papas de alguna manera tengo que vender un producto lo más parecido a una papa y si quiero que el negocio sea de largo aliento tengo que mantener cierta calidad o apariencia de calidad.
Un peligro latente para el fútbol mundial es lo que paso con el boxeo, otrora fenómeno de masas, donde la corrupción le ganó al deporte.
La razón es simple, el fútbol lo manejan los grupos económicos y la gente, el pueblo, la comunidad cada vez tiene menos opinión y peso de decisión. El hincha pasó de ser un sujeto social a ser un consumidor. Parece ridículo que expresiones de las barras bravas, se maten brutalmente por ser de un club u otro, es como si en la esquina de un barrio se agredieran los que toman Coca Cola con los que toman Pepsi.
Lo único que lo podría explicar, es el juego de micro poderes que existen en los barrios o estadios, donde la adhesión a un club expresa más realidades de bandas que disputan territorio, por eso no es extraño que grupos del mismo club se agredan.
Hay resistencia, si la hay, como algunos clubes que se resisten a ser sociedad anónima como la Universidad de Concepción, pero actualmente para “competir” no se pueden salir de la lógica mercantil dominante. También hay cierta resistencia en las barras de los equipos para rescatar a los clubes de las garras de las Sociedades Anónimas, pero es una lucha muy desigual.
Al sistema también le viene bien el uso político del fútbol en el subconsciente del pueblo.
El éxito de muchachos de origen humilde en el fútbol también es prostituido rápidamente, de jóvenes sin recursos y muy ignorantes se convierten en los nuevos ricos e “ídolos” que trasmiten los anti-valores del neoliberalismo. Además son muy pocos los jugadores exitosos, es cosa de ver la lucha del sindicato de futbolistas (SIFUT).
Lo más útil para el sistema es la selección nacional y el posible triunfo de los nuevos “gladiadores”, ello genera unidad nacional (patriotismo) en torno al espectáculo comercial, es el sueño cumplido de publicistas y políticos. El grito de un gol es más importante que la protesta social. En este ámbito el fútbol cumple la fusión de ser una droga, el “opio del pueblo” que en chileno vendría siendo la “pasta base” o la “cocaína” según el sector social al cual perteneces.
Para los que amamos el fútbol como deporte, ¿podrá este salvarse?, difícil, muy difícil.
El autor es miembro del Centro de Estudios Francisco Bilbao