Chile. El integrismo político
Al momento de iniciarse el estallido social, el monopolio de la fuerza está basado en el carácter legítimo y excepcional del Estado, conducido por un poder ejecutivo, que por cierto contaba con el apoyo de gran parte de la clase política. Se puede señalar sin mayor recato que incluso algunos personeros de la denominada oposición, estaban a favor de reprimir enérgicamente las movilizaciones de los estudiantes, que impulsaban las evasiones del metro de Santiago de Chile. El consenso político que había sido la reafirmación del integrismo político en torno al modelo económico neoliberal, dejaba al desnudo el verdadero consentido, el mercado. Pero no sin una demostración de estremecedora analogía, que dio cuenta de la virulencia de su fanatismo ideológico.
El año 1945 ad portas del término de la derrota de la Alemania nazi y estando ya las fuerzas soviéticas a poca distancia del edificio de la Cancillería, Adolf Hitler el cabecilla de tan oprobioso régimen político, solicitó a sus oficiales cercanos que inundaran el metro de Berlín, a pesar de que era un centro de refugio de la población civil y hospital que albergaba miles de heridos. La orden se ejecutó con la excusa de retardar la inevitable rendición, con la consecuente tragedia. Pero la visión mesiánica del poder de Hitler, consideró que si Alemania era derrotada no merecía existir como nación. Entre el día 19 y 20 de octubre 2019 en Santiago de Chile, fueron quemadas varias estaciones del metro de manera premeditada por agentes del Estado, incluso en algunas estaciones con personas en su interior que desesperadamente logran escapar. La analogía es inevitable, pues el fanatismo ideológico no concibe límites y desata el incremento de las hostilidades bajo el estado de emergencia. De hecho a tres semanas de esta políticas punitivas, la agenda del gobierno ha incrementado la represión y criminalización de las demandas sociales. Dejando a la sociedad civil en un callejón sin aparente salida y abriendo un escenario para la legitimación de la clase política, a través de un mentado plebiscito.
En el escenario del plebiscito el pueblo se pronuncia en “alternativas” que surgen del seno de una comisión “representativa” de los distintos sectores del país. Este procedimiento fue utilizado para la constitución chilena de 1925. Que para la generalidad de los historiadores chilenos fue impecablemente «democrática». Lo que por cierto estuvo muy lejos de ser real. Dado que su origen reviste una serie de semejanzas con la Constitución de 1980. Para comenzar su texto fue elaborado por una comisión de 15 personas designadas a dedo por Arturo Alessandri P. Al regreso de su primer exilio en marzo de 1925, sin siquiera la participación del Congreso, bajo la imposición de decretos y leyes. Esta comisión impuso y perfiló las características autoritario presidencialista del ensayo republicano. A continuación en una comisión más amplia de 120 personas designadas directamente por A. Alessandri P, surgieron disidencias, como la del comandante en jefe del Ejercito, Mariano Navarrete, que también era miembro de la comisión. La disidencia se transformó en la amenaza de que el ejército no aceptaría su rechazo. Puesto que el ejército había dado dos golpes de Estado, en septiembre de 1924 y enero de 1925, por lo que el texto fue ratificado por un plebiscito ajeno a los requisitos de una elección libre. A tal punto que las cédulas eran de colores distintos de acuerdo a la opción de cada representación.
El incremento de la violencia a través de los modelos bélicos de cuarta generación, han incrementado la saturación de información, que deja de lado la discusión de fondo, acerca de los mecanismos de resolución para el proceso constituyente que se vive en Chile. Dado que la estrategia de S. Piñera es reprimir las demandas y hacer un guiño a la clase política para comisionar el “encargo” de un nuevo texto constitucional. En este escenario el Congreso, una de las instituciones más desacreditadas del sistema político actual. Al igual que en el plebiscito de 1988, buscará pactar una salida política para la dictadura conservando el modelo económico. Considerando que esta fue la principal traición de la clase política, a los compromisos suscritos en la opción opositora del plebiscito, que se encargó de “democratizar” la dictadura cívico militar. Además, deberá la opción plebiscitaria de la élite pro-imperialista, la misma que votó a favor del TP11, dada la sobre-representación del sistema político chileno, garantizar la impunidad de todos los crímenes de lesa humanidad, acaecidos bajo la excepcionalidad del momento político.
Resulta conveniente además señalar, que ni el capitalismo, ni la política son experiencias que se puedan recomponer dogmáticamente. El imperialismo está en quiebra y la fortaleza de sus mercados comienza a sucumbir con la caída del dólar, esto es inevitable. Por lo que la moneda de Chile, bajo un banco central autónomo, es pasto de las llamas. Por lo que el plebiscito es una escenario que solo dilata la agonía de la políticas neoliberales en la región. Por eso no menos cruentas y postergadoras del progreso y desarrollo para la superveniencia social. En resumen la transición poscapitalista se ha instalado en Chile y en la región. El planteamiento para analizar y defender los intereses de clase de la élite, está superado en su lógica de guerra fría, por la multipolaridad de las relaciones internacionales. Desde este punto de vista, frente a la caída de sus mercados y su consecuente precarización, las fuerzas productivas cuentan con una gran capacidad de adaptación. Lo que les otorga un camino soberano para avanzar en el camino de la Asamblea Constituyente. Si el pueblo bloquea la iniciativa del plebiscito, inevitablemente bloquea el imperialismo y su élite. Con lo que permanece la soberanía, en el derecho a la vida del pueblo, con lo cual la sociedad civil se puede permitir pensar en hacer descansar la Constitución en una soberanía popular de carácter plurinacional.
Finalmente las fuerzas productivas restauran el de la clase trabajadora y entre la adaptación inicial, pasaran al desarrollo autónomo del mercado de capitales, por lo que no será de extrañar el desarrollo incipiente de la industrialización en la creatividad, resilencia y conocimiento de los procesos productivos. sin considerar siquiera el impacto de las nuevas tecnologías, como el 5g, en la economía a escala y en el desarrollo de la microeconomía por venir. Definitivamente en la certeza y el realismo político, las cosas están lejos de estar dadas para las élites en el poder, puesto que como se señala en el análisis, la constitución no es nada más que un estado de la lucha de clases. Atrás quedan esas definiciones de la globalización del primer mundo, donde las deficiencias de un Estado fallido estaban basadas en la imposibilidad, desde las funciones del Estado de proveer bienestar a la población y de generar escenarios de riesgo para la seguridad internacional. Lo que por cierto no deja asomo para la perplejidad, puesto que se puede considerar como el principal factor de riesgo, para la vida de la población en Chile y la región, el fanatismo ideológico para reinventar el rol mesiánico en las conservación de los privilegios, ajenos al hecho de que la humanidad es y será siempre una experiencia de sobrevivencia colectiva.