Chile. Crónica de una funa al rodeo en el corazón de la chilenidad
La idea es derribar a los chicos que han saltado a la medialuna, ponerlos contra la pared, como a los novillos. Es la razón contra la fuerza bruta. Los insultos, principalmente hacia las mujeres, consiguen a ratos opacar la alocución que realiza el sujeto de los altoparlantes, quien le pide disculpas a los asistentes por el “bochornoso espectáculo” que están brindando los animalistas.
“Maracas culiás”. “De nuevo estos hueones animalistas”. “Péguenle no más a estos cabros culiaos”. Con esa banda sonora de fondo terminó al mediodía de este sábado el salto al rodeo que un grupo de activistas de la ONG Animal Libre llevó a cabo en la medialuna del Parque Intercomunal de La Reina. Allí donde en estas Fiestas Patrias se está celebrando la XXIV Semana de la Chilenidad.
20 minutos de mala educación, insultos, maltrato físico, miedo y odio que empujan a pensar que -como si estuviera contenida en una olla a presión- hay un alma chilena esperando silenciosamente el momento para volver a explotar. Por ahora, encuentra en su ira contra aquellos que le funan año a año el llamado “deporte nacional” en las Fiestas Patrias, una de sus tantas válvulas de escape.
Muchachos con el pelo teñido
Una mañana demasiado fría me recibe en la medialuna de La Reina a eso de las 10:30. Fría como la orden del guardia que me hizo abrir mi mochila antes de dejarme entrar. No me termino de acomodar, cuando un golpe seco que llega a retumbar bajo las graderías de fierro en las que me he sentado, me hace levantar la vista. Dos jinetes con sus caballos acaban de “atajar” a un novillo, golpeándolo fuertemente contra la pared que tengo a mis pies. “Cuatro puntos buenos”, dice el locutor por los altoparlantes. La poca gente que ha llegado al lugar a esa hora celebra con un aplauso. El mismo sujeto anuncia un nombre que no me es indiferente como el del resto de los competidores: Alfredo Moreno.
El mismo novillo -me imagino adolorido y cansado- se echa en la arena. Un huaso ingresa y le da un cachetazo en la cabeza. El animal no se para. Luego lo golpea en las costillas. Tampoco. Decide tomarle la cola y tirarlo violentamente. Reacciona. Está listo para volver a ser acorralado.
“Muchachos, ¿pasó algo?”. “No, es que están llegando muchachos con el pelo teñido”, escucho que resuena en la radio de uno de los guardias que está a un par de metros de mí.
Efectivamente, una chica con la cabeza con un tono cobrizo se ha sentado junto a una amiga un poco más allá. Como si se tratara de estar frente a Cristiano Ronaldo, el sujeto se instala como marca personal delante de las mujeres. Llegan refuerzos, dos ‘huasos’ se les ubican a los costados. No les dicen nada, solo las miran cada cierto rato.
Me imagino la pena y la impotencia de las dos chicas que deben guardar silencio ante el maltrato animal que se pasea una y otra vez impune frente a sus sus ojos.
Además de frío, el ambiente ahora se ha tensado. Los ‘huasos’ están evidentemente nerviosos. Uno de ellos decide bajar y acercarse a uno de los guardias para decirle algo al oído. Apunta hacia el frente, donde se han instalado un par de muchachos de las mismas características. Pienso en que esa simple acción no es otra cosa que una reproducción de la relación empleado-patrón que algunos tipos como ese guardia simplemente han naturalizado y que en el rodeo se perpetúa impecablemente. Siento un poco de pena, pero me durará poco.
El anuncio de otro apellido por los altoparlantes me distrae: Cardemil.
Junto con los reiterativos golpes que reciben los novillos, me perturba demasiado la desorientación que estos manifiestan. Los animales son seres sintientes y pienso en lo que se debe experimentar cuando debes correr asustado entre dos caballos que te persiguen, los gritos de los corraleros, la música que suena de fondo, la voz incansable que sale por los altoparlantes y los silbidos, aplausos y arengas del público, en ese laberinto que no tiene absolutamente ninguna salida. No hay escapatoria, es una pesadilla.
La violencia
Los alrededor de 30 activistas de Animal Libre que a eso de las 11:30 horas saltaron al rodeo son en extremo valientes. Lo que hacen año a año es una acción temeraria, a la que solo puede empujarte una convicción tan profunda como la lucha por el fin de la tortura contra otro ser indefenso. Porque lo que ocurrió a partir de que el primero de ellos tocó la arena de la medialuna es simplemente brutal.
No bien alcanzaron a desplegar los lienzos, cuando varios de ellos tenían encima a guardias y civiles que -da la impresión- han estado esperando ese momento durante mucho tiempo. Quizás sea el consuelo para aquellos sin aptitudes para ejercer violencia arriba de un caballo. Uno de ellos tacklea a un muchacho que corre con un cartel que dice ¡Abolición! Otro se encarga de la pelirroja. La idea es derribarlos, ponerlos contra la pared, como a los novillos. Es la razón contra la fuerza bruta.
Los insultos, principalmente hacia las mujeres, consiguen a ratos opacar la alocución que realiza el sujeto de los altoparlantes, quien le pide disculpas a los asistentes por el “bochornoso espectáculo” que están brindando los animalistas. La gente en las graderías está sacada, con ganas de bajar ellos mismos a acabar con los jóvenes cuyas edades deben andar por los 23 o 24 años.
Carabineros, apostado en uno de los ingresos de la medialuna, solo contempla lo que ocurre. Frente a sus ojos hay hombres y mujeres que están siendo derribados y arrastrados con violencia. Una chica yace en el suelo, al parecer semiinconsciente, probablemente aturdida, desorientada como los novillos. No se levanta y la gente lo celebra. Delante mío hay una pareja con dos niños en brazos, de unos 4 años cada uno de ellos, a quienes el papá ha intentado explicarles por qué es que a los animales los golpean una y otra vez contra la muralla. “Eso es lo que tienen que hacer, porque es bien feo lo que hacen”, le escucho decir a la mujer cuando arrastran a un chico por la arena. Oigo risas.
Meto rápidamente mis cosas a la mochila para bajar y ver de más cerca lo que ocurre. La mujer con el niño en brazos me mira. Bajo y al pasar por su lado siento una patada en mi pantorrilla izquierda. Con su hijo aún sobre ella me acaba de hacer una zancadilla. Me doy vuelta y la encaro. Me comienza a insultar y me dice que me vaya. Saco mi celular para grabarla y se me viene encima su pareja. Me acorrala, me ataja, me tiene contra la reja que nos separa de la arena, 4 puntos buenos para él. Me está anunciando que me golpeará, cuando -involuntariamente, por supuesto- me salva un paco que pasa por ahí y me lo saca de encima. Le digo lo que ha ocurrido. Me dice que me vaya.
Los activistas comienzan a ser metidos a un furgón policial. Entre ellos veo a la actriz Soledad Pérez. Una chica que, según me dijo después, trabaja para el rodeo, les quita violentamente los carteles e insulta a algunos de ellos. “Cállate hueón payaso”, le dijo a uno que pasó frente a ella siendo arrastrado y pidiendo “misericordia por los animales”.
Quiero salir del lugar. Ha sido suficiente. Aflora la impotencia, la frustración, la pena, pero por sobre todo, la desesperanza. Lo que aquí se ha manifestado brutalmente es fascismo. No puede haber una genuina fiesta “de la chilenidad” si en ella no hay abuso, violencia y deshumanización; si no hay rodeo. Es como León Gieco describe a la guerra, un monstruo grande que pisa fuerte. Y asusta, porque no está solo en los patrones que ya ni siquiera tienen que ser ellos quienes laceen a los animalistas cuando les mean el asado. Para eso está el guardia, el sujeto pobre al que le dictan órdenes al oído. Como aquel que terminó expulsándome de la medialuna, amenazándome con que “si no te vai conchetumare, yo mismo te saco a patadas en la raja”. “¡Pa’ que vení al rodeo si no te gusta, hueón!”, me dijo antes de que saliera del lugar.