Chile. Apestado
La única peste de la que guardo recuerdos empezó en 1973 y aún no termina, pero dicen mis padres y también mis abuelos que en realidad viene de mucho antes, desde tiempos inmemoriales, y es tan así que muchos creen e intentan convencernos de que la peste somos nosotros, que nacimos y moriremos apestados y que esto será así por siempre, que debemos resignarnos e integrarla a la ecuación social, sanitaria, filosófica y qué sé yo qué más. O sea que nos invitan a mirar la peste con otros ojos, como parte de nuestros atributos o, en otro lenguaje, como parte de nuestra carga genética que se expresa en máximas como “el hombre es un lobo para el hombre”.
La peste se ha propagado y hoy, nuevamente, sus bulbos purulentos están a la vista. Es cierto que durante muchos años hemos intentado combatirla por distintas vías, algunas más pacíficas y otras más violentas, y también es cierto que a veces el remedio ha resultado tan malo como la enfermedad. De todas maneras su respuesta a los tratamientos siempre ha sido doblemente agresiva. Todavía me sorprenden su capacidad de adaptación y su resistencia, lo que debe decir mucho más sobre mi propia estupidez que sobre la peste.
La peste inflige toda clase de pústulas, llagas internas y epidérmicas, purulencias… Para qué seguir. Este nuevo brote (¿por qué digo “nuevo” si nunca ha remitido?), documentado y aprovechado al máximo por los medios de comunicación, no me ha enseñado nada nuevo, lamentablemente. Por más que leo y escucho, no logro sacar ninguna conclusión de provecho. No diviso la cura por ningún lado, aun cuando suscribo todas las ideas alentadoras que se arrojan al viento para su dispersión entre los cuervos. Estoy sumamente apestado, la verdad. El conteo de muertos y contagios diarios ya reemplazó en los hechos a la Teletón. Del estruendoso “¡Levántate, papito!” al “Quédate en casa!”… Llevamos milenios en casa, por causa de la peste.
¿Qué más? Nada más, me parece. Bueno, sí, tal vez algo: supe de primera fuente de una mujer del barrio alto que le recomendó a otra mujer del barrio alto: Si vas a quedarte en la casa echa a la empleada doméstica. Échala altiro, aprovecha.
¿Ven? Estamos apestados. Y la cura no se ve para cuándo.
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