Chile. Antes que el lápiz y el papel o plebiscito de 1988: El rol de las organizaciones políticas insurgentes en la caída de Pinochet
Las organizaciones que optaron por tomar las armas para derrocar a Pinochet aparecen hoy marginadas de la discusión entre quienes se atribuyen el triunfo del NO del 5 de octubre de 1988. Acá conversamos con los historiadores Gabriel Salazar y Felipe Portales respecto del lugar del FPMR, el MIR y el Lautaro durante los últimos años de la dictadura.
El 16 de noviembre de 1990 Ariel Antonioletti se encontraba en la casa del periodista de Fortín Mapocho Juan Carvajal en Estación Central. Estaba escondido allí tras fugarse del Hospital Sótero del Río con la ayuda de sus compañeros del Movimiento Juvenil Lautaro, hasta donde fue trasladado desde la Cárcel Pública para ser atendido. Ariel había sido detenido en octubre de 1988 y procesado por el asesinato de un carabinero y por el ataque a una multitienda de calle San Diego, acción en la que fue abatido otro policía.
“Juan Carvajal es un delator”, le espetó en 2008 Andrea Osorio, viuda de Antonioletti, a la periodista Pamela Donoso de El Mostrador. Esto porque habría sido Carvajal quien le informó al entonces subsecretario del Interior del gobierno de Patricio Aylwin, Belisario Velasco, sobre el paradero del lautarista. La autoridad ordenó su detención y ese 16 de noviembre la Policía de Investigaciones asaltó la casa donde se escondía y con un tiro en la frente terminaron con la vida de Ariel. Carvajal se transformaría años más tarde en director de Comunicaciones de la presidenta Michelle Bachelet.
No debe haber probablemente una escena más ejemplificadora de la forma en cómo la naciente democracia había decidido terminar con quienes -al igual que ellos, pero con otras formas de lucha- habían hecho frente a la dictadura, convirtiéndose ahora en un dolor de cabeza para las autoridades de la Concertación tras el triunfo del 5 de octubre de 1988.
Agudizando la ingobernabilidad de Pinochet
La discusión sobre una nueva celebración del plebiscito que sacó a Pinochet del poder a fines de los ’80 ha estado centrada este año en la pugna entre la Democracia Cristiana y el Partido Comunista, en términos de si le corresponde o no a estos últimos ser parte de los festejos, considerando que como colectividad se restaron de participar de la coalición que se adjudica la derrota del dictador en las urnas. Sin embargo, dicha discusión ha excluido -por una parte- a los miles de ciudadanos que aislaron al temor saliendo a votar ese 5 de octubre y antes acudiendo a cada protesta en contra de la dictadura que se convocaba; y, por otra, a las organizaciones político militares que impulsaron otras formas de encarar al régimen, a través de la organización popular de resistencia armada.
En conversación con Politika, el historiador Gabriel Salazar destaca que entre 1983 y 1987 se producen en Chile alrededor de 23 jornadas nacionales y sucesivas de protesta “con una notoria pérdida del miedo por parte de la población”. “La gente sale a las calles, forma trincheras, son jornadas callejeras contra el régimen y eso es muy importante porque generó en el mundo la versión de que en Chile, bajo una dictadura, bajo el régimen de Pinochet, se estaba creando una situación de ingobernabilidad”, explica. Un dato muy relevante -apunta- para el capital financiero internacional que “siempre invierte en los países donde no hay riesgo para la inversión, y por esa razón en ese periodo el capital financiero no invirtió en Chile”.
Pero junto con ello, destaca que estas jornadas de protesta son coronadas con la aparición de tres grupos que optan por la lucha armada: Junto a la reorganización del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), surgen el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) y el Movimiento Juvenil Lautaro.
Atentados, ataques a torres de alta tensión, cortes de luz van sucediéndose entre 1987 y 1989 en manos de estas agrupaciones armadas, las que -postula Salazar- “si bien por sí solas no tenían un gran peso, en el contexto de las jornadas nacionales de protesta son una especie de culminación, agudizando el diagnóstico de que Chile era ingobernable bajo Pinochet”. Algo que -añade- tiene un impacto en la política exterior del presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan. “Después de haber apoyado el gobierno de Pinochet, comienza a moverse para que se retire, se le saque, porque no interesaba que Pinochet se mantuviera o no, sino que salvar el modelo económico neoliberal; y fue lo que pasó, quedó intacto”, explica el Premio Nacional de Historia.
“Hasta cierto punto se creyó que Pinochet se fue por las jornadas nacionales de protesta. Entonces, en ese contexto estas tres organizaciones armadas jugaron un rol significativo, pero no decisivo; contribuyeron al desprestigio en general de Pinochet y esta segunda intervención norteamericana, ya no para dar un golpe de Estado, sino que para sacarlo”, concluye en ese sentido Gabriel Salazar.
“Esa vía armada fracasó”
El sociólogo Felipe Portales, en tanto, tiene una visión distinta a la de Salazar. “La constatación inicial es que esa vía (armada) fracasó, al punto de que luego del atentado a Pinochet y el descubrimiento de la internación de armas, el Partido Comunista le retiró el apoyo (al FPMR), virtualmente ordenó disolverlo, pero hubo un sector que no aceptó y se crea el FPMR Autónomo. Pero políticamente yo diría que fracasó esa vía. Tampoco el Movimiento Lautaro tuvo mayor éxito en su línea de acción”, sostiene.
Respecto de las acciones que estas organizaciones realizaron, Portales plantea que “si bien entusiasman a muchos, también pueden asustar a muchos”. El sociólogo agrega que, además, esto “le asignaba una justificación, una cierta legitimación mayor del empleo de la represión” a la dictadura, principalmente en las protestas que -añade- “surgieron como algo eminentemente pacífico”. “Entonces yo diría que tuvieron un efecto contrario al que se buscaba, y de hecho las protestas empezaron a perder vuelo porque se hicieron extremadamente violentas y permitieron justificar la represión, que fue aumentando en relación a las protestas”, concluye el también historiador.
En ese sentido, añade que con la llegada de Patricio Aylwin las insurgencias armadas “fueron perdiendo mucha más fuerza, por lo que no fue difícil su término a través de medidas de represión legales o extralegales”. “Fueron perdiendo todo su atractivo, desde el punto de vista de incorporar a nuevos sectores. Porque, claro, a pesar de que no se logró una democracia plena, de todas maneras ya no estaban frente a Pinochet, a la dictadura propiamente tal, entonces con el gobierno de Aylwin pierden prácticamente toda relevancia”, dice, independientemente de acciones importantes como el asesinato de Jaime Guzmán o el secuestro de Cristián Edwards.
Los golpes de la Concertación
No obstante ello, Portales, al igual que Salazar, tiene una visión crítica respecto de lo ocurrido políticamente post plebiscito de 1988, especialmente si se trata de hablar de un “regreso a la democracia”. “Fue una democracia restrictiva, que fue la que diseñó la dictadura, y paradojalmente eso se reforzó gracias a la legitimación que la Concertación hizo de la Constitución del ’80 y del modelo económico. Yo creo que todavía no hemos llegado a una auténtica democracia, donde la Constitución sea efectivamente obra de la mayoría del pueblo”, postula el sociólogo.
En ese contexto, lo que vino también después de la algarabía por el triunfo del NO de 1988 fue la dura represión del gobierno de Patricio Aylwin (golpista y uno de los más feroces enemigos de Salvador Allende) en contra de las mencionadas agrupaciones subversivas que habían accionado en contra de la dictadura. “Pinochet no logró desmantelar a estas tres organizaciones; las golpeó, pero lograron continuar. Lo que pasa es que la retirada de Pinochet facilitó también el repliegue de estas tres organizaciones, menos el Lautaro que insistió en continuar y fue golpeado por la Concertación”, explica Salazar.
A juicio del historiador, lo anterior tiene que ver con que quienes asumen el poder “se hacen cargo de administrar la Constitución de 1980, la herencia de Pinochet”, dándose una “voltereta” todos aquellos que en los años ’60 y ’70 habían abrazado el Socialismo. “En 1990 aparecen suscribiendo el modelo neoliberal y para mantenerse en el gobierno y demostrarle al capital financiero que ahora sí había gobernabilidad en Chile, necesitaban deshacerse del Movimiento Juvenil Lautaro, a como diera lugar, y por eso lo hicieron, y lo lograron”, concluye Salazar.
(N. de E. : Las opiniones de los historiadores del artículo sólo expresan una lectura liberal democrática formal del papel que jugaron las organizaciones políticas y militares más resueltas en el combate en contra de la tiranía no sólo de Pinochet, sino sobre todo, contra la dictadura antipopular capitalista en general, cuyo horizonte de sentido fue la revolución socialista.)
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