
Breve ensayo sobre el espíritu de kaos
En kaos no se vende libertad. Para eso están todas las instituciones, los gobiernos de cualquier signo, los medios oficiales y el sistema eufemísticamente llamado democrático al completo. Ofrecemos libertad, sí, pero como nos preocupa mucho más la igualdad en unas sociedades tan abrumadoramente desiguales en sí y entre sí, nuestro sentido de la libertad está supeditado a ella, viene tras ella, la entendemos a partir de ella. Libertad, después de igualdad. Carece del sentido revolucionario que transformó al mundo en 1789 en Francia mutilar el ideario: «libertad, igualdad, fraternidad», si sólo se prima la libertad en sacrificio de las otras dos. No es cierto que hayamos conquistado la libertad, pues la libertad es posterior. Pero si diéramos por bueno al logro y aceptásemos haberla conquistado, ha llegado en todo caso el momento de conquistar inexcusablemente la igualdad. Será después de alcanzadas ambas cuando la fraternidad vendrá por sí sola a culminar el ideario completo de un sueño social y humanamente sublime…
Así es que, dejando a un lado los demás países de habla no hispana, mientras, sea en España, en México, en Chile, Argentina, Brasil, Bolivia o Venezuela… la igualdad como idea angular, generatriz, no progrese, nos prohibimos celebrar la Libertad y fundarnos en la libertad como recurso que sirva de argamasa a un sistema que en el fondo odiamos. Los think-tank, los laboratorios norteamericanos de ideas, saben bien con qué trabajan, para quién trabajan y qué quieren. Por eso nosotros nos constituimos en sus enemigos.
De modo que quien venga a estas páginas sepa que, aunque kaos pueda eventualmente no recurrir a filtros, ni permitimos alabanzas a la libertad política ni toleramos de buen grado a quienes en nombre de ella -seguramente porque participan de manera más o menos ocasional de las migajas del pastel–, nos la invocan como a un dios. Sencillamente, la negamos como premisa mayor y fundamento de la organización de una sociedad cualquiera tal como entendemos aquí el máximo ideal constitutivo, porque la hemos reemplazado en rango por la idea de igualdad. Lo que nos preocupa es la igualdad. Entendemos que si hay igualdad habrá libertad, y las restricciones que ésta deba sufrir para facilitar aquélla serán siempre bien venidas y no sentidas como pena sino como contribución al equilibrio general.
La libertad no sirve más que para que unos cuantos -aunque esos cuantos representen la mitad de la población de un país, que tienen las armas, que tienen el poder político y el económico, es decir que ya lo tenían todo- se afiancen más y más en el Poder traspasándolo de padres a hijos y sometiendo de diversas maneras a la otra mitad, y encima, solemnemente, en nombre de una idea en sí misma huera. Nos sobra libertad si no podemos ejercerla, mientras que las desigualdades nos oprimen. Y nos oprimen tanto si no poseemos como si poseemos…
Cuando una persona o un grupo de ellas, políticos profesionales o no, se deciden a remediar, a paliar o a acortar las condiciones de desigualdad en un país, no tienen posibilidad ninguna de conseguirlo a corto plazo por vía tributaria, el único camino convencionalmente eficaz previsto para el deseable acercamiento. La reforma fiscal es la referencia permanente -eso se dice- menos traumática en todos los países del orbe occidental, pero actúa como freno y trampa pues siempre termina siendo la mejor fórmula para que nada cambie y todo siga igual. Y esto es lo que sucede ahora en Venezuela y en Brasil, dos países donde dos personas vuelven a intentar la hazaña aunque al final la empresa acabe, como siempre, fracasando.
La libertad que nos venden y llevan de uno al otro lado del planeta los prepotentes y los necios dominantes no sirve más que para eso, para agravar la desigualdad de manera exponencial, concentrándose cada vez en menos manos no sólo el dinero, sino lo que es peor, las riquezas naturales que aún nos quedan. Si partimos de la ficción de que vd y yo, ambos, tenemos libertad, pero vd. la tiene a pecho descubierto y yo esgrimo una pistola, será cien veces más fácil que yo le inmovilice a vd. que vd. me paralice a mí. Mil veces más fácil que vd. transgreda las leyes y delinca, que tenga yo que robar o matar para vivir. Anatole France decía que era triste e indignante el hecho de que es el mismo delito, robar un panecillo, para el rico que para el pobre… Este es el telón de fondo que hay en todos los países donde se levantó un día un altar a la diosa libertad… en espera, inútil, de otro a la igualdad, cuando en realidad todo debió empezar por ésta.
La libertad política y las libertades formales empiezan pues por la libertad material. Si no disponemos de ella, ni ese ciudadano ni ese país tendrán el menor atisbo de libertad verdadera; ni siquiera la política. Depender absolutamente de terceros con leyes que protegen a terceros, es la peor manera de vivir. Y peor que carecer de libertad es tanto sentirla constante y gravemente amenazada como pender de un hilo el condumio y el sosiego más indispensable. Y así vive la inmensa mayoría en Occidente…
El reto pues para este siglo, es la igualdad. No vale llenarse la boca con las palabras democracia y libertad como sinónimas. Si la aspiración de libertad no se acompaña de una decidida voluntad política a favor de la igualdad… la libertad, ya de por sí bien ilusoria en todo aspecto, acaba resultando un señuelo y se convierte en un ultraje. Aquí está el germen de todas las revoluciones después de la francesa: en situar a la igualdad en el primer plano del ideario que en realidad le corresponde. Y asumimos en kaos esta idea, como idea cardinal… y casi teologal.
Así pues, acabemos de una vez. Entren en razón la Iglesia de Roma, la Curia, los Concilios, las demás Iglesias cristianas, las naciones, los títeres de las naciones, las almas sometidas, los espíritus fuertes, los ignorantes de buena fe, los crédulos, los inteligentes despreocupados y los inteligentes cobardes, los poderosos, los prepotentes, los que se engañan a sí mismos, los que por comodidad o por astucia se dejan engañar; los que creen en fin que pueden alcanzar la verdadera paz mientras a su alrededor malviven o agonizan las tres cuartas partes del género humano para que ellos naden en la abundancia…
Presten un poco de atención a su delirio los que se imaginan libres y ponen a Dios como excusa o como causa de la existencia crepuscular desde que nace, de tanto ser humano. Reflexionen mientras concilian el sueño los convencidos, sobre si merecen lo que tienen frente a los que nada tienen, y sobre si tienen derecho a erigirse en dueños de la vida y aun de la conciencia de los demás. Deténganse el suspiro que emplea la abeja en libar la flor… Pues llegará un momento, ese supremo momento, las vísperas de la muerte, y será cuando comprueben por sí mismos que Dios «era» otra cosa, y que su vida, que les fue dada para disfrutar de la belleza, la consumieron llena de vacíos y en tantos casos para encenagarse en el abuso y el horror.
Que no queden vestigios de infrahumanidad, de abuso, de diferencias abismales, de barbarie… Hagámonos dignos de la preeminencia del ser humano, que él mismo se atribuye, en la naturaleza. Luego, cuando lo hayamos conseguido, apresurémonos a rodearnos de libertades políticas, de libertades formales y de otras ilusiones. Y, por fin, cultivemos nuestro jardín, y, quiencrea en El, adore a Dios y déle gracias cada día, a cada instante, pero sólo luego… por habernos permitido entre todos conseguirlo.
Estar siempre con el débil, incluso apostar a perdedor, es el espíritu que anida en kaosenlared. Espíritu que se contrapone al de otros medios alternativos que se ofrecen como punto de encuentro de ideas incompatibles entre sí cuando no son más que mercados de griterío, parlamentos para sordos, manicomios para más paranoia nacional, meros brazos de otros medios y prolongación de platós televisivos donde seguir la bronca por la bronca. En definitiva, espacios donde se practica un juego que interesa, y mucho, al propio sistema para perpetuarse. Pues bien, que sepan los aún no avisados que es voluntad y principio de kaos no facilitar al sistema el truco.